Columbia, Gaza y la prohibición del pensamiento


1. Cuando la semana pasada Rashid Khalidi, profesor emérito de la Universidad de Columbia, Nueva York, y uno de los principales intelectuales públicos palestinos en EEUU, anunció que cancelaba su curso especial de otoño debido a la capitulación de aquella casa de estudios ante Trump, señalaba que de ahora en adelante va a ser imposible enseñar una amplia gama de temas, desde la historia de Medio Oriente, la historia de Palestina e Israel, hasta las cosas como el racismo, el colonialismo de asentamiento (settler colonialism) o el propio holocausto.
2. Apuntando a la adopción por Columbia de la definición del antisemitismo de la Alianza Internacional para la Memoria del holocausto (IHRA), que funde y confunde adrede el judaísmo con Israel y el antisionismo con antisemitismo, de modo que cualquier crítica a Israel y al sionismo o incluso la mera descripción de las políticas israelíes modernas se convierte en una crítica a los judíos y, por ende, en antisemitismo, para Khalidi -y para muchos otros críticos-, dicha definición atenta abiertamente contra la libertad académica y de expresión del profesorado, de los ayudantes de cátedra y de los propios estudiantes haciendo imposible cualquier actividad intelectual honesta.
3. No sólo enseñar sobre el genocidio en curso perpetrado por Israel en Gaza -uno de los propósitos explícitos de esta adopción, calculada a impedir también que surjan de nuevo las protestas estudiantiles contra ese país que agitaron a Columbia el año pasado-, sino, al estipular la reorganización de todo el currículo académico y el departamento de estudios de Medio Oriente y su vigilancia externa por los cazadores del antisemitismo y de la supuesta discriminación (bajo el acuerdo con Trump, Columbia acordó también pagar las indemnizaciones millonarias a los empleados de origen judío afectados por... las manifestaciones contra el genocidio [sic]), impedirá hablar simplemente de la verdadera historia de la región.
4. De allí, en la universidad que antes era la casa del gran Edward W. Said -con Khalidi presidiendo hasta 2024 la cátedra de estudios árabes de su nombre-, será imposible, sin generar acusaciones de antisemitismo, hablar de las cosas como la creación del propio Israel -mediante la limpieza étnica y la expulsión de las comunidades palestinas durante la Nakba (1948)-, el régimen de apartheid imperante y la segregación racial en los territorios ocupados post 1967 o de la Ley del Estado-nación (Basic Law) de 2018 que establece la supremacía étnica judía en Israel (y deja de lado no sólo a toda la población ocupada, sino a los palestinos-ciudadanos israelíes, y de paso a los cristianos).
5. "La capitulación de Columbia -escribía Khalidi- ha convertido una universidad que una vez fue un lugar de libre investigación y aprendizaje en una sombra de lo que fue, una 'antiuniversidad', un lugar de miedo y aversión, donde a profesores y estudiantes se les dice desde arriba lo que pueden decir y enseñar, so pena de severas sanciones. Desgraciadamente, todo esto se está haciendo para encubrir uno de los mayores crímenes de este siglo: el genocidio en curso en Gaza, un crimen del que los dirigentes de Columbia son ahora plenamente cómplices".
6. Encima, la introducción de este vasto aparato de control del pensamiento con sus draconianos mecanismos disciplinarios basados en la definición del antisemitismo de la IHRA -la represión que inició ya bajo Biden y que sólo se consuma con Trump-, no se limita a las cuestiones de Palestina e Israel, sino que afecta, restringe y corrompe todo el proceso de enseñanza en diversas ramas de estudios.
7. Como bien ha señalado el propio Khalidi, las mismas críticas que las suyas lanzó su colega Marianne Hirsch, historiadora del holocausto -jubilada, igual que él, y por tanto también más libre para expresarse-, que igualmente advirtió que bajo las coordenadas ideológicas de la IHRA no podrá seguir dando clases, ya que será casi imposible decir ciertas cosas que son críticas con el sionismo o con Israel.
8. No puedo impartir mi curso, según la definición de la IHRA, dijo Hirsch. ¿Cómo puedo enseñar por ejemplo a Hannah Arendt? (la filósofa alemana de origen judío que emigró a EEUU, gran estudiosa del siglo XX y una conocida antisionista). "No puedo enseñar a Arendt. Alguien va a venir y presentar una de esas quejas espurias [acerca del supuesto antisemitismo] bajo esta nueva definición, y acabaré ante un 'tribunal canguro'".
9. Ya desde finales de los años 30, después de haber flirteado con el sionismo, Arendt advirtió que éste exhibía todos los rasgos más desagradables de los etnonacionalismos europeos, con lo que parecía adaptarse a la ideología de los nacionalsocialistas. Años después, en una carta en The New York Times cofirmada por Albert Einstein, tras la masacre de un poblado palestino por la milicia sionista en 1948, tildó a Herut, el predecesor de Likud de hoy, de partido fascista y a Menachem Begin, su fundador, de nazi.
10. Bajo la definición de la IHRA que, entre otros, prohíbe establecer comparaciones entre la política israelí contemporánea y la de los nazis, sus comentarios -y faltaría ver lo que habría dicho ante el genocidio...- serían calificados de antisemitas. Y Arendt, que formó a generaciones de investigadores, tendría prohibido enseñar en Columbia (y en varias otras universidades estadounidenses). Una oscura paradoja y a la vez una clara manifestación del omnipresente clima de la prohibición del pensamiento (Denkverbot) y silenciamiento instalado desde hace dos años en todo el mundo occidental, con tal de proteger al régimen israelí y a su derecho de cometer genocidio.
@MaciekWizz