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Colombia, EE.UU., Venezuela :: 30/07/2021

Venezuela, Colombia y las listas

Omar García Lazo
El uribismo busca, con el respaldo de sectores ultraderechistas y trumpistas de EEUU, obligar a la Casa Blanca a una acción más decidida contra Venezuela

O, al menos, que frene en seco la ruptura del “cerco diplomático”.

El presidente colombiano Iván Duque ha pedido a EEUU que incluya a Venezuela en la lista de países promotores del terrorismo. La solicitud no es inusual. Colombia hizo mucho, casi todo, para que Washington, en los tiempos de Trump, asentara a Cuba en ese listado, infamia que no ha rectificado el demócrata Joe Biden.

El año pasado, el gobierno de Duque se alegró de que Venezuela y Cuba estuvieran en la lista de países que “no cooperan” en la lucha contra el terrorismo. Y como Cuba ya fue subida de nivel en enero pasado, es decir, a la otra lista, Duque espera lograr lo mismo con Caracas y seguir haciendo favores a la Casa Blanca.

En Colombia hay mucha preocupación. Los acontecimientos se suceden rápidamente. La profecía del inefable mandatario colombiano, quien aseguró en el 2019 que al gobierno venezolano le “quedaban muy pocas horas”, ha confirmado, ante sus partidarios y ante los ojos de la región y el mundo, su fracaso frente al “problema venezolano” y la torpeza de su diplomacia.

La verdad y la fuerza de la Revolución Bolivariana frente a la ofensiva estadounidense y sus adláteres comienzan a dar sus frutos. El camino confrontacional aupado por Washington y servilmente acatado por Colombia se estrella ante la solidez de la unidad cívico-militar venezolana. 

Adicionalmente, los avances en las negociaciones entre el gobierno de Maduro y la oposición democrática, el papel cada vez más activo de México en la región, la postura asumida por Rusia, China, la Unión Europea y varios gobiernos latinoamericanos frente a la situación venezolana, el desprestigio de la OEA, y los cambios en Perú, son otros factores que tienen muy nervioso a Duque y en especial a su mentor, Álvaro Uribe.

A lo anterior se une la intranquilidad que ha despertado en Colombia la ofensiva anticriminal de las fuerzas armadas venezolanas con el desmonte de grupos paramilitares y narcotraficantes que, con el obvio consentimiento de la derecha vecina, operaban en las zonas fronterizas. Históricamente, la Casa de Nariño ha acusado a Caracas de apoyar a los grupos armados que actúan en territorio colombiano, pero el reciente actuar de las Fuerzas Armadas Bolivarianas desmiente esta idea.

Estas operaciones no solo confirman la postura del gobierno bolivariano frente al narcotráfico y el terrorismo, sino también acentúan el descrédito de las fuerzas militares colombianas en su enfrentamiento al crimen organizado.

Nadie entiende como las fuerzas armadas colombianas, apoyadas por EEUU y la DEA, no han podido vencer a los grupos armados irregulares ni a los narcotraficantes. La respuesta es sencilla: son parte del negocio de la guerra, el terror y de las drogas.

Cortinas de humo disipadas

La tramoya montada el pasado junio con los supuestos atentados a una brigada colombiana y el menos creíble “ataque” contra el helicóptero presidencial con Duque adentro, ambos en la zona fronteriza con el vecino país, corroboran el desespero de la derecha uribista que intenta por todos los medios una huida hacia adelante.

Estos dos hechos, fabricados con proverbial descuido de los elementos mínimos que garanticen cierta verosimilitud, pero presentados a la opinión pública por los medios corporativos como una realidad inobjetable, han servido a Bogotá para acusar a Caracas de estar involucrada en esos planes, lo que calza la narrativa que justificaría a EEUU la inclusión de Venezuela en la lista de países patrocinadores del terrorismo.

Con las elecciones colombianas a la vuelta de la esquina y un escenario regional que tiende a la transformación paulatina, el uribismo busca, con el respaldo de sectores ultraderechistas y trumpistas de EEUU, obligar a la Casa Blanca a una acción más decidida contra Venezuela, o, al menos, que frene en seco la ruptura del “cerco diplomático” que se tendió contra la Revolución Bolivariana y del cual Duque fue un firme promotor.

Mantener vivo el “frente venezolano”, en la lógica uribista, permite sostener en el aire cortinas de humo de cara a la opinión del país. ¿Hasta dónde llegaría el descrédito de Duque, Uribe y sus seguidores, si Venezuela avanza en la derrota del aislamiento que se le ha tratado de imponer y en el levantamiento de las medidas unilaterales de Washington? Eso sería para el uribismo una derrota política monumental.

Sin lugar a dudas, el campo de acción política y diplomática de Duque se ha reducido ostensiblemente, ahora más con el debilitamiento del Grupo de Lima y el creciente desprestigio de la OEA, descalificada recientemente por el presidente mexicano. En tal sentido, hará todo lo posible por obligar o ayudar a la administración Biden a radicalizar sus posturas contra Venezuela. El ejemplo de Cuba es muy visible. 

La mafia anticubana del sur de la Florida, estrechamente ligada al uribismo, montó, con el claro respaldo de Washington, una operación político-comunicacional el 11 de julio pasado que le permitió a Biden olvidar sus promesas de campaña y mantener la histórica postura sistémica estadounidense contra Cuba. Venezuela no será la excepción.

Una vez más se confirma el papel de Caín del gobierno colombiano, siempre presto para las traiciones más viles contra los pueblos de la región. 

En cuanto a Venezuela, su compromiso con la paz y el respaldo que ha suscitado su resistencia frente a los ataques económicos, políticos, diplomáticos, financieros, e incluso terroristas, estos últimos incluso desde territorio colombiano, le permitirán apreciar, no sin tintes irónicos, el espectáculo de la partida del presidente colombiano de la Casa de Nariño, aquel que se atrevió a marcar plazos a la presencia de Nicolás Maduro en el Palacio de Miraflores.

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