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Europa :: 03/03/2020

Walter Benjamin entre Berlín y Moscú

Higinio Polo
Buscando un mundo perdido, volvió a sus recuerdos infantiles cuando ya la guerra asomaba, en 1938; en cambio, anotó los días del Moscú revolucionario de inmediato

1. El trágico final de Walter Benjamin arroja luz sobre su empeño en recuperar episodios de su propia vida, intento abocado al fracaso no tanto por las páginas que urdió para ello como por la melancólica certeza de que “envejecer, morir, es el único argumento de la obra”, según nos dejó dicho Gil de Biedma y confirmó él mismo en Port Bou. Entre las obras de filosofía y crítica literaria de Benjamin, hay dos libros de indagación personal:Infancia en Berlín hacia 1900, yDiario de Moscú, donde recoge sus días en la capital soviética; en el primero, Benjamin iba en busca de su niñez y lo escribió muchos años después; en el segundo, corría tras una mujer, Asja Lācis, y apuntaba como un escrupuloso notario el quehacer de cada día, hasta los sucesos y las cuestiones más nimias.

Benjamin viajó a Italia, a París, a Ibiza, al Capri donde habían recalado Gorki y Lenin,a Nápoles, anotando y mezclando los más variados asuntos, como el paseante solitario de Rousseau. Vivió en Berna y en Frankfurt, donde conoció a Adorno y a Kracauer, y en 1924 viajó por la inflación alemana; al año siguiente lo hizo en un vapor que se dirigíadesde Hamburgo a Italia, pasando por Barcelona (ve la urbe desde el mar: “el sol se ponía detrás de la ciudad y parecía licuarla. La vida parecía extinguirse en los espacios de tonos pálidos que separaban el follaje de los árboles, el cemento de los edificios y los roquedales de los montes lejanos”), y llega a Nápoles, buscando los fogonazos de magnesio, las calles que recogen las ausencias, la transparencia del sueño enredado entre paisajes urbanos. En 1926 vuelve a París, y el ocioso paseante de su Einbahnstraße (libro que dedicó a Asja), el veraneante en la Ibiza de 1932 que encuentra consuelo en una pintora holandesa, Anna Maria Blaupot,se convierte en 1933en un fugitivo,que está ya en el camino del exilio, como Bertolt Brecht (a quien había conocido por medio de Asja, que había colaborado con el dramaturgo en Múnich) al quefue a visitar varias veces a Dinamarca.En la capital francesa, Benjamin conoce a Hannah Arendt. Finalmente, vuelve a París, para emprender después la huida definitiva tras la caída de Francia en 1940.

Walter Benjamin siempre vivió en Berlín, hasta que tuvo que huir del nazismo. Cuando empezó a escribir Infancia en Berlín, Hitler aún no había llegado al poder pero las escuadras nazis empezaban a desfilar por las calles. Aquel Berlín de su infancia ya no existía entonces: había pasado por la gran guerra, había padecido la feroz represión sobre la revolución espartaquista y el intento de exterminar al joven Partido Comunista alemán asesinando a miles de militantes, y después pasó por la impotencia de Weimar hasta la llegada de los camisas pardas. Todo cambiaría en pocos años: en 1932, Benjamin es un hombre maduro, atormentado:piensa incluso en el suicidio. Ya era amigo de Gershom Scholem, el cabalista judío a quien escribía con frecuencia y que le tentó con el traslado a Palestina.

Los años de desfiles militares del Káiser que Walter Benjamin veía en el Berlín de su infancia, acabaron convirtiéndose en los marciales cortejos de antorchas nazis que iluminaron el fanatismo al paso alegre hacia la guerra. “Lo que busco realmente es ella misma, toda la infancia”, escribe Benjamin a propósito de su nostalgia por los juegos de letras y de su temprana inclinación a leer y escribir. Fue un niño miope y enfermizo, a quien el médico prohibía leer durante los episodios de la enfermedad; para eludir la orden, ocultaba los libros bajo la almohada, los que conseguía en la biblioteca de la escuela y que le llevaban al Transvaal, a Bagdad, Crimea, El Cairo y Babilonia.

Benjamin recrea ese Berlín de inicios del siglo XXcuando iba a ver lo que, años después, calificaría como “la belleza de lo principesco”, donde vivía su amiga Luisa von Landau en el Lützowufer, junto al Landwehr kanal, ese desvío del Spree donde arrojarían el cadáver de Rosa Luxemburg en 1919 y donde Marianne Breslauer fotografió el puente, en 1930, que se llevaría la Segunda Guerra Mundial. Benjamin se entretenía en el cauce, como si le asaltara, sin saberlo, la premonición del asesinato futuro de Rosa Luxemburg en ese Landwehr kanal donde “las aguas fluían oscuras y lentas, como si se tratasen de tú a tú con toda la tristeza del mundo. Inútilmente, cada uno de los muchos puentes estaba desposado con la muerte por el aro de un salvavidas.”

En ese Berlín brumoso, Benjamin es un niño judío que captura sin saberlo imágenes, sensaciones y gestos que después dejará en sus páginas, que escucha los relatos de su madre, aunque apenas alcanzará a conocer la historia de sus antepasados; que iniciaa hurtadillas expediciones a la biblioteca familiar, para leer sin comprender, que indaga en el misterio oculto de los armarios;el niño en su logia como si fuera un sepulcro.Se levantaba temprano, a las seis y media, y miraba a la criada asar una manzana en el horno, antes de ir a la escuela a las clases de la profesora señorita Pufahl, mujer puntual y aplicada, donde acudían los niños burgueses y alguna pequeña noble, como su amiga Luisa von Landau. Su existencia transcurría entre el olor a lavanda del armario de su madre, y el pupitre especial recomendado por el médico para el niño miope, que se convertiría en su lugar predilecto, donde guardaba libros, sellos y postales, incluso un sable de húsar y su caja de herborista; a veces, pendiente del galope de los bomberos, que le prometía ver incendios, accidentes, siempre inclinado a la visión de catástrofes; se deslizaba entre las visitas a las tías enclaustradas, que habían abandonado el mundo y permanecían encerradas en sus casas, como la tía Lehmann que, solícita, le ponía ante los ojos una caja de cristal que simulaba una mina llena de vagonetas y linternas, reflejo de un intimismo Biedermeier que había perecido medio siglo antes de que el niño Benjamin observase los tesoros de sus tías. A su abuela materna, viuda, una mujer que había disfrutado de cruceros y de caravanas al desierto, iba a visitarla al Blumeshof para apoderarse de las galerías domésticas y espiar la existencia de otros, porque la vida siempre está en los demás.

Era una ciudad sin puertas, donde se desbordaba la existencia silenciosa de los niños burgueses que veían a los patinadores del lago en el Tiergarten, donde también él se demoraba, y las charangas que Benjamin escuchaba en su retorno a casa, que descubrían a los desocupados que miraban pasar las barcas apoyados en el pretil de los puentes; era la sorpresa de la navidad que traía golosinas y limosnas para los pobres, que en el infantil mundo burgués eran equivalentes a mendigos, y no a trabajadores explotados; el sonido de los organilleros y las luces de las velas. Era también la isla Pfaueninsel sobre el río Havel, donde los pavos reales reinaban junto al castillo blanco de Federico Guillermo II, los Hohenzollern que habitaban los palacios de Postdam, justo al lado de donde el niño Benjamin pasaba los veranos; el escenario delos primeros paseos en bicicletas imposibles de grandes ruedas delanteras y mínimas detrás,por los caminos de Kohlhasenbrück, apenas a un kilómetro de distancia de la mansión donde los nazis celebrarían años después la Conferencia de Wansee de la solución final; y las excursiones por las cabañas ahumadas de Glienicke, junto al que sería el puente de los espías durante la guerra fría, donde la Unión Soviética y Estados Unidos intercambiaron al coronel soviético Rudolf IvánovichAbel porel piloto espía norteamericano Gary Powersdel U-2, entre otros.

Benjamin pasaba por el Landwehr kanal para ir al Panorama Imperial, que se había abierto siguiendo la moda del inaugurado por Daguerre en París tras los pasos del pintor Prévost; iba a ver lugares y países remotos, aunque a veces tuviera conocimiento de ellos, miraba la pantalla del mundo y la acumulación de escenas novedosas le impulsaba el propósito de volver al día siguiente;envuelto en la soñadora luz de gas que encendía la vida; escuchaba las conversiones de los primeros teléfonos de dos auriculares como extraños sonidos de la noche, colgados siempre en lugares oscuros en las casas, de donde surgían los alarmantes timbrazos antes de que el aparato entrase en la vida de las salas burguesas. El niño Benjamin recorría también ese canal en una calesa para iniciar los viajes de verano, deteniéndose en la estación de Anhalt para ir a las dunas del Báltico, y de nuevo, en la vuelta a casa, para encontrarse con los muebles y lámparas cubiertos por las sábanas blancas de la ausencia.De aquella magnífica estación de Anhalt, apenas queda ahora un porche de tres arcos y unas paredes con ojos de buey, al sur de la Potsdamer Platz berlinesa, situados junto al negocio de unos mercaderes de la historia que han construido sin rigor, en un viejo refugio de la guerra, una réplica de la oficina de Hitler en su búnker. No lejos de allí, al fondo de la Friedrichstrasse, estaba Hallesches Tor, cuya postal tranquilizaba al niño Benjamin en su vuelta a casa.

Benjamin nos muestra el comedor de sus padres, observa los objetos que le rodean desde su lecho de enfermo, la vitrina con mariposas del jardín de Brauhausberg (situado junto al Postdam azul donde iba a pasar la vacación) prisioneras del éter y los alfileres de herborista;miraba las puertas giratorias del mercado de la plaza de Magdeburgo, donde reinaban las matronas entre barriles, romanas y balanzas, y se detiene un momento en el pecado de la sífilis que había causado la muerte de un familiar, trocada por su padre en un paro cardíaco. En esas páginas, recrea Tiergarten y la columna de la Victoria en Sedán, entonces plantada frente al Reichstag: era el signo del nuevo poder teutón de Bismarck y Guillermo I. En la columnata circular de la que emerge el fuste de la Victoria, Benjamin veía los reflejos dorados de los frescos que la adornan, y, a sus ojos, la gente que frecuentaba la columna de la Victoria berlinesa parecía envuelta en un domingo eterno, o en un signo más inquietante aún, en un día de Sedán interminable .Y la Tauentzienstrasse (que ahora se asoma a los restos de la iglesia del Káiser Guillermo, arruinada durante la guerra de Hitler) donde el pequeño Benjamin estuvo en 1902 para ver entre la multitud a Paul Krüger, el presidente del Transvaal sudafricano recostado en el coche con su chistera, que había perdido la guerra de los bóers ante Kitchener.

Cuando escribe esas páginas de Berlín, Benjamin se ha convertido en espectador de su propia vida, en cazador del mundo donde transcurrió su infancia, en guardián del desaparecido universoburgués que arrasó la gran guerra. Era también una Alemania de desfiles.

 2. Las páginas moscovitas, escritas antes que los recuerdos berlineses, tienen otro carácter. Mucho antes de recoger esas fatigas infantiles entre la nieve y los días deslumbrantes de los veranos, Benjamin escribió: “Para el que llega de Moscú, Berlín es una ciudad muerta”. Viaja a la capital soviética el 6 de diciembre de 1926, y permanece durante dos meses, hasta el 1 de febrero de 1927. En ese momento, es un hombre joven: tiene treinta y cuatro años, y está casado desde 1917 con Dora Sophie Pollack, unión que mantendrá hasta 1930, pese a la temprana ruptura sentimental. Va al país de los sóviets tras Asja Lācis, una letona bolchevique que dedicaba su vida al teatro y que estaba internada en un hospital moscovita: pese a la recomendación médica de ingresar en un sanatorio en el bosque, Asja se había quedado en Moscú para esperar a Benjamin. Se habían conocido dos años antes, en Capri, en mayo de 1924,cuando Asja iba acompañada de Bernhard Reich, y de la hija que tuvo con JülijsLācis, Daga, enferma. Capri, donde Benjamin había coincidido también con SophiaKrilenko, hermana del Comisario del Pueblo de Justicia, estará para él “siempre ligado a Asja”, escribe en Moscú. En esa ocasión,pese a la atracción que sentía, Benjamin se negó a acompañarla a Asís y Orvieto, aunque estuvo con ella en Nápoles. La volvió a ver en Berlín en 1925; entonces, Benjamin se negó a acompañarla a Letonia. En cambio fue a verla a Riga al año siguiente.

Siempre mantuvo con Asja una relación difícil, y su pasión no siempre fue correspondida. En 1926, Benjamin ha ido a Moscú a verla, pero huye también de “la mortal melancolía navideña”. Además, quiere conocer la revolución soviética, y decidir sobre su incorporación al Partido Comunista alemán: sólo son “dudas externas las que me impiden ingresar en el KPD”, anota, aludiendo a su precaria situación económica para seguir escribiendo, constatando que el ingreso le daría una “posición segura”, aunque “ser comunista en un Estado bajo el dominio del proletariado supone renunciar completamente a la independencia personal”; por el contrario, en países donde domina la burguesía, la militancia supone estar con la clase oprimida, con las consecuencias que puede tener. Benjamin se inclina por ingresar en el partido, pero cree que no puede hacerlo mientras siga viajando. Su hermano Georg, que morirá asesinado en Mauthausen, era miembro del Partido Comunista alemán desde 1922.

Cuando Benjamin llega a Moscú, lo está esperando el dramaturgo Bernhard Reich, compañero de Asja Lācis; con él conversa sin descanso sobre Rusia, el teatro y la revolución. Reich no tiene trabajo e intenta abrirse paso en una ciudad donde todo está cambiando. A su vez, Asja escribía entonces para un periódico comunista que se distribuía clandestinamente en la Letonia de Kārlis Ulmanis que se dirigía velozmente hacia la dictadura. Durante su estancia en Moscú, Benjamin visitará a Asja casi cada día en el sanatorio.

Benjamin vive en un hotel de la Sadovaya-Triumfalnaya. Habla con algunos directores y escritores (Viktor Shestakov, Aleksandr Granovski, Aleksandr Bezimenski; Jakob Grommer, que había trabajado con Einstein), sigue traduciendo a Proust (El mundo de Guermantes; antes, ya había traducido otros dos volúmenes de En busca del tiempo perdido, con el escritor Franz Hessel, amigo suyo). Como si estuvieran unidos en la desventura, unos años después, Hessel, huyendo de los nazis, será internado en un campo de concentración del sur de Francia (Les Milles, como el escritor comunista Lion Feuchtwanger) donde sufrió un derrame cerebral que le causó la muerte en 1941,apenas tres meses después del suicidio de Benjamin. En Moscú, Benjamin escribe su artículo sobre Goethe para la Gran Enciclopedia Soviética; cena con Joseph Roth (que viajaba entonces durante varios meses por la Unión Soviética comisionado por el FrankfurterZeitung), a quien ya había visto en París y de quien toma distancia ahora: Benjamin lo cree monárquico, y considera que tiene “un desagradable aspecto de husmeador”. Habla con Evgeni Gnedin, hijo de Parvus y encargado de Europa central en el ministerio de Exteriores soviético; asiste a un debate de Lunacharski, Maiakovski, Meyerhold, Valerian Pletnev, Andréi Bieli, Mijaíl Levidov.En Moscú, Benjamin verá la publicación en Die literarische Welt de su comentario a la edición de las cartas de Lenin dirigidas a Gorki.

Recoge con minuciosidad sus conversaciones, paseos, gestiones, merodeos por la Tverskaia, casi diariamente, aunque las últimas notas, desde el 29 de enero de 1927, las escribe ya en Berlín. Se fija enlas habitaciones donde vive mucha gente, acuciados por el problema de la vivienda; y recuerda las minucias: una conversación sobre un chal italiano, un regalo de Toller; va a DomGerzena, sede de los escritores proletarios; a ver La novia del zar, de Rimski-Korsakov, que había puesto en escena Stanislavski; y El inspector general (que Benjamin cita como El revisor), de Gogol, en un montaje de Meyerhold. Asiste a Petruschka, de Stravinski; también, a la puesta en escena de Meyerhold del drama El bosque, de Ostrovski; va a ver la obra de Bulgákov, Los días de los Turbín, que dirigió Stanislavski: Benjamin considera que la pieza de Bulgákov (basada en su novela La guardia blanca, ambientada en los días de la guerra civil con el ejército contrarrevolucionario en Ucrania) es “una provocación absolutamente subversiva”, y cree justificada la oposición de los comunistas a la obra, como también critican el montaje de El inspector general.

A Benjamin le sorprende que, junto a la libertad del teatro, el cine esté mucho más controlado por la censura bolchevique. Al mismo tiempo, constata que con la NEP algunos individuos han acumulado fortunasy, aunque no pone en duda su necesidad, ironiza jugando con el significado de nepp en alemán: estafa. Así, para él, los NEPman “son el contrapunto del comunismo heroico de guerra: la especulación heroica”. En el ámbito artístico, ve las obras de Lariónov y Goncharova, pero las considera sin interés. También asiste al cine para ver La Madre, Potemkim, y otras películas, y visita la galería de Shchukin, donde contempla la amplia colección de pinturas de Matisse, Gauguin, Picasso, Derain, Van Dongen, cuyas obras serán repartidas después de la guerra, por orden de Stalin, entre el Museo Pushkin de Moscú y el Ermitage de Leningrado.

Benjamin es un peculiar flaneur, como Baudelaire yKracauer, que abordaron el universo parisino como él, el paisaje de la soledad, y como Walser. A veces, incluso se debate en el territorio inhóspito donde la escritura es el único refugio. Le gusta el silencio de Moscú, que la nieve acrecienta, y extrañamente encuentra que algunos de sus arrabales son muy parecidos al barrio portuario de Nápoles. Intenta visitar la Galería Tretiakov, pero se pierde por la orilla izquierda del Moscova. Cuando, por fin, consigue visitarla, le llama la atención la asistencia de obreros, a diferencia de lo que ocurre en los museos occidentales. Anota su sorpresa por los constantes cambios de sede de los organismos oficiales, y museos. En el Kremlin, los cuidados edificios le evocan, de manera insólita, a Mónaco, y le produce gran impresión la catedral de Blagovéschenski, cuyas cúpulas doradas surgen tras la Plaza Roja “como si salieran de detrás de una montaña”

Padece el frío moscovita, aunque, a veces, en su habitación, el calor sea agobiante; y le sorprenden las aceras estrechas de la ciudad, la abundancia de relojeros, la necesidad de caminar con galochas; ylos trineos en las calles, los patios de Moscú. Insiste en buscar juguetes y muñecas; juzga que el servicio telefónico es mejor que en Berlín o París; le llaman la atención los adornos navideños y las voces melancólicas de los traperos; los chinos que venden flores de papel, los mongoles que ofrecen carteras de cuero en el Kitai-Gorod (el barrio chino junto a la Plaza Roja), se fija en los pasajes y galerías, en los talleres de valinkis, las botas de fieltro imprescindibles; en las canciones de los miembros del konsomol, en las vendedoras de mercado con su mercancía protegida del frío por un paño;admira las cruces de las cúpulas de las iglesias bizantinas que “parecen pendientes colgados del cielo”. Come en un restaurante vegetariano, ilustrado con frases alusivas: “Dios no existe”, “La religión es un invento”; presencia un juicio, y ve las dependencias de una residencia para campesinos que viajan a Moscú en kommandirovka o comisión de servicio; ve las modestas tiendas, aunque le impresiona el magnífico Gastronom número 1 en la calle Tverskaia; y se detiene antela sombría iglesia de Nuestra Señora de Kazán, junto a la Plaza Roja; yen el mercado de Sújarev, donde se hallaba la torre que derribaron en 1934, y cuyo barrio (la Sujarevka) de ciegos, ladrones, desertores, ascetas y mendigos describe Ehrenburg. Sorprenden a Benjamin las paradas de imágenes de santos (es la primera vez que los ve en Moscú) junto a retratos de Lenin; viaja en tranvía sin saber por dónde va: los cristales están siempre entelados y cubiertos de hielo por el frío; le sorprende que todo se venda en la calle, a veinticinco grados bajo cero, “como si fuera un verano napolitano”, compra muñecas en los almacenes GUM de la Plaza Roja. Y repara en las dificultades para cumplir los objetivos, que dominan la vida cotidiana, algo que lleva a Benjamin a comprender el fatalismo ruso. En su hotel, las conversaciones con los empleados (que denominan “suizos”) son dignas del diálogo más absurdo de los hermanos Marx. El 21 de enero, aniversario de la muerte de Lenin, comprueba que los locales de esparcimiento están cerrados.

Sin embargo, pese a esa deslumbrante, a veces agotadora, sucesión de calles, personajes, impulsos, ideas y proyectos que encuentra en Moscú, Benjamin está siempre pendiente de Asja. A veces tiene dificultades para verla, a causa de las normas del sanatorio, o, peor aún, ella se resiste a sus intentos, a sus caricias: “Cuando entró, traté de besarla. Como de costumbre, no lo logré.” Después, será más afortunado, incluso se atreverá a hablarle de tener un hijo juntos.A principios de enero, una agria discusión con Reich, de quien depende Benjamin para muchas gestiones, lo lleva a la conclusión de que es hora de abandonar Moscú. Se reconcilia, de nuevo, con Asja, y gracias al dinero que le envía su mujer, Dora, Benjamin puede prolongar unos días su estancia en Moscú. La relación con Asja no dejará por eso de ser dificultosa, aunque seis días antes de su partida, ella le confiesa que le gustaría que ambos viviesen juntos en Grunewald, y, en las últimas jornadas, el escritor debe añadir a la presencia constante del compañero, Reich, un general del Ejército Rojo que corteja a Asja con insistencia. El 1 de febrero Benjamin parte de Moscú. Se despide de Asja entre lágrimas; anochece mientras su trineo avanza por las calles hacia la estación.

3.Walter Benjamin había revelado a su amigo Reich, el compañero sentimental de Asja, sus tres reglas de oro para escribir un artículo; una, decía: “la primera y la última frase han de ser muy buenas; lo del medio, no importa”. No era así. Él mismo fue un escritor cuidadoso, reflexivo, como cuando visitó a Brecht en Svendborg en 1934, 1936 y 1938: Ruth Berlau, que probablemente tomó las fotografías donde se ve a ambos escritores jugando al ajedrez en el jardín, revelaría después que Benjamin anotaba siempre sus conversaciones con Brecht. Benjamin había pasado por Dora Sophie Kellner (con quien tuvo a su hijo Stefan), y por Jula Cohn, con quien se reencontró en 1921, además de porAsjaLācis, un amor poco afortunado: apenas vivió dos meses con ella, cuando Asjaestuvo en Berlín dos años desde 1928. Muchos años después, Asja Lācis escribió sus memorias, El clavel rojo, dedicando páginas a Benjamin. Era inevitable.

Benjamin escribió sus recuerdos infantiles muchos años después del siglo nuevo que miraba con ojos de niño, y lo hizo con esmero, atento. Buscando un mundo perdido, volvió a esos recuerdos infantiles cuando ya la guerra asomaba en el horizonte, en 1938; en cambio, anotó los días del Moscú revolucionario de inmediato. Aquel universo seguro donde había transcurrido su infancia, aquel mundo de ayer, como el de Stefan Zweig o el del imaginario burgués de Proust, había desaparecido ya para siempre.Cuando escribe sobre Moscú va en busca del amor de su vida, cuando lo hace sobreel Berlín que iniciaba el siglo XX, Alemania se dirigía ya hacia la guerra; entonces, Benjamin perseguía su infancia: convertido en el niño que miraba los patios berlineses, no sospechaba que, agazapada en la frontera, le esperaba la morfina que le dictó el final.

El viejo topo

 

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