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EE.UU. :: 10/05/2015

Facetas contemporáneas del militarismo norteamericano

José Honorio Martínez
La guerra desatada por EEUU contra ciertos estados del mundo viene fracasando en términos sistémicos, esto es como empresas dinamizadoras del proceso de acumulación

“La destrucción violenta del capital no mediante relaciones externas a él, sino como condición de su autoconservación, es la forma más asombrosa de aconsejar que debe desaparecer y dejar espacio para un estado de producción social más elevado”
Karl Marx.

I.

El sistema mundo capitalista atraviesa un proceso de transición hegemónica en el que EEUU tiende a perder su papel central dentro del mismo . El lugar de mando de la economía mundial se viene desplazando a China, país que acaba de dar un paso crucial en la configuración de una nueva arquitectura financiera global mediante la fundación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura. En América Latina el ejemplo palmario de esta transición se verifica con la construcción en Nicaragua de un nuevo canal interoceánico con financiación china. Este estratégico proyecto tiene un profundo significado al denotar que el control del transporte marítimo comercial entre Atlántico y Pacifico ya no será solamente una empresa norteamericana.

En el transcurso del siglo XX EEUU consolidó su poderío en América Latina, siendo el mayor usufructuario de la dependencia del continente. En la fase neoliberal dicho dominio consistió fundamentalmente en la exacción de rentas territoriales y financieras. Hoy los intereses norteamericanos en la región se enfrentan a dos tendencias geopolíticas que concurren en menguar su posición: por un lado, tiende a prosperar en el seno del progresismo, que se apoderó de gran parte los gobiernos latinoamericanos, la histórica reivindicación de autodeterminación, y por otro, la expansión del capitalismo de estado chino ha ido logrando acceso preferencial al territorio y los recursos naturales del continente. El paulatino avance de ambas tendencias viene siendo asumido por parte de los EEUU como una amenaza al control de lo que considera son sus dominios.

En este contexto EEUU ha intensificado un vasto proceso de militarización en América Latina: durante los últimos cuatro años incrementó de 21 a 76 las bases militares, reestableció la operatividad de la IV flota por el Mar Caribe, Centro y Suramérica, ha realizado permanentes ejercicios castrenses en Costa Rica, enviará este año 3.800 soldados al Perú y en México las agencias norteamericanas de seguridad gozan de plena libertad de acción.

Podría pensarse que este colosal emprendimiento efectivamente se dirige en contraposición de la geopolítica desplegada por parte de China, sin embargo, lo que se vislumbra más factible es que EEUU se esfuerza en regatear su elevada participación en la renta territorial latinoamericana, convirtiéndose a la vez en cancerbero de la reprimarización financiarizada con la que se fortalece el capitalismo dependiente en la región. Es decir, a pesar que hegemónicamente los intereses norteamericanos colisionan con los chinos, en términos sistémicos, el proceso de militarización y el despliegue asiático en el continente, son dos tendencias de la actual división internacional del trabajo que convergen en la revitalización del capitalismo de la crisis y la profundización de la dependencia latinoamericana.

II.

Desde los años 1970 EEUU vivió un proceso de desindustrialización, sin embargo, tal proceso no afecto a la industria militar, la cual se mantuvo a flote sostenida por las subvenciones, las compras y los contratos del estado. En los años 1990, cuando el Complejo Militar Industrial (CMI) parecía no tener más vigencia ante la disolución de la URSS fueron construidos nuevos enemigos para legitimar su existencia.

Entre 1945-1989 EEUU emprendió seis acciones militares de gran escala, en el período 1989-2003 las acciones de ese tipo fueron nueve. La intensificación del intervencionismo ha tenido como correlato el repunte del gasto real del Departamento de Defensa, el mismo que durante el período 1963-1968 (invasión a Vietnam) se aumentó un 35,7%, en los años 1999-2006 fue incrementado un 56%. Desde 1998 el gasto militar norteamericano ha mantenido una línea creciente, en la primera década del siglo XXI, dicho gasto promedió la mitad de los gastos militares mundiales. Es decir, en los mismos momentos en que acaeció la desestructuración del orden mundial instaurado con la Guerra Fría, lo que suponía un proceso de desarme global, ocurrió lo contrario, el afianzamiento del CMI como pilar fundamental de la hegemonía norteamericana.

Hacia 1993 con la llamada “Revolución de los asuntos militares” (RAM), EEUU incorporó sustanciales modificaciones en la forma de adelantar la injerencia, la invasión y la guerra a escala global. El aspecto neurálgico de la RAM estuvo constituido por la inserción de innovaciones tecnológicas que modificaron los formatos operacionales, dando preeminencia al empleo de la aviación, las telecomunicaciones y la proliferación estratégica de bases militares.

Las innovaciones introducidas han representado grandes desastres humanitarios dando lugar a la institucionalización del genocidio. Los bombardeos aéreos han violentado sistemáticamente el Derecho Internacional Humanitario (DIH). En ciudades como Belgrado y Trípoli los bombardeos humanitarios masacraron tanta población como la que pretendían “salvar”. De otra parte, la creciente utilización de drones en las operaciones militares es flagrantemente violatoria del DIH porque  vulnera los principios de proporcionalidad (entre la ventaja miliar concreta esperada y los previsibles daños incidentales a civiles) y distinción (entre objetivos civiles y militares), y además niega a quienes son asesinados el derecho fundamental a un proceso judicial.

La RAM se ha desenvuelto en un contexto de privatización militar, lo que modifica las coordenadas sobre las cuales se edificó el CMI durante la posguerra. El militarismo norteamericano contemporáneo difiere del militarismo keynesiano, y su operatividad basada en el empleo de contratistas mercenarios ha concitado gran rechazo político internacional.

En la política interna, el despliegue militarista de EEUU tiene dos importantes consecuencias; la primera, hacer de la guerra la principal política científica, técnica e industrial, y la segunda, neutralizar, con base en el nacionalismo belicista, las contradicciones sociales en su interior. Ambas redundan en la afirmación de una tendencia fascistizante de la sociedad y el estado norteamericano.

III.

Lenin vislumbró la importancia de la guerra como recurso privilegiado de salida a la crisis capitalista. Luego del analizar la situación mundial de principios del siglo XX preguntó, insinuando una respuesta afirmativa: “¿Cómo pueden resolverse las contradicciones, bajo el capitalismo, si no es por la fuerza? (…) en el terreno del capitalismo, ¿qué otro medio podía haber que no sea la guerra, para eliminar la desproporción existente entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la acumulación del capital, por una parte, y el reparto de las colonias y de las “esferas de influencia” para el capital financiero, por otra?”.

En similar perspectiva, Mandel preguntaba hacia 1970 si al sistema mundial le era preciso repetir el formato con el que salió de la crisis del treinta. Según él, la superación de la crisis capitalista de 1930 significó “fascismo, Auschwitz, la segunda guerra mundial y su gigantesca destrucción, con Hiroshima como botón de muestra (es decir, al menos 60 millones de muertos, sin tomar en consideración las subsiguientes guerras coloniales y las millones de muertes que ocasionaron, así como la persistente miseria y hambre en el Tercer Mundo). Ese es el precio social y humano que pagó la humanidad para que el capitalismo mundial se hiciera con el método para superar la Gran Depresión y pudiera embarcarse en una nueva fase expansiva a largo plazo”.

Si bien la posibilidad prevista por Mandel se mantiene vigente en el transcurso de la prolongada crisis que ostenta el capitalismo, cabe indicar que hasta el presente el fortalecimiento del CMI viene resultando ineficaz en términos de recuperar un dinamismo sostenido a la economía mundial.
Si se toma como referente el cuadro de la II guerra mundial para sopesar el papel sistémico de la misma habría que preguntar: ¿cuál sería la magnitud de la guerra requerida para reactivar el capitalismo hacia una nueva onda expansiva de larga duración?

Aunque las intervenciones desarrolladas por EEUU han asegurado a las compañías militares enormes ganancias, la importancia de tales devastaciones ha resultado limitada en términos de generar un impulso expansivo que permita a EEUU y al sistema mundial sortear la crisis. En este sentido, hay notables diferencias entre lo que representaron la I y II guerras mundiales y lo que vienen representando las invasiones norteamericanas de los últimos 25 años, en cuanto a su potencialidad de reconfiguración del proceso de acumulación de capital.

El impacto sistémico de la actual carrera militarista de EEUU puede compararse y valorarse a la luz de tres aspectos: qué se destruye, quién financia y qué efecto dinamizador trae la reconstrucción. El primero muestra que mientras en las guerras mundiales se destruyeron los centros industriales más avanzados del desarrollo capitalista, hoy se están devastando espacios relativamente periféricos, en segundo lugar, mientras en las guerras mundiales los gastos de la guerra fueron sufragados por las potencias enfrentadas, oficiando EEUU como el más importante agente prestamista, hoy tales rubros tienden a recaer sobre la potencias agresoras, en tercer lugar, los efectos económicos de los planes de reconstrucción de Europa y Japón en la posguerra están lejos de ser replicados en las nulas reconstrucciones de los países recientemente arrasados por la invasiones norteamericanas.

Es decir, la guerra desatada por EEUU contra ciertos estados del mundo viene fracasando en términos sistémicos, esto es como empresas dinamizadoras del proceso de acumulación. Lo que resulta incongruente es que la frustración que arroja la empresa militarista no se traduzca en su abandono, sino que por el contrario se intensifique su utilización y se proyecte la ampliación de su escala.

En la medida que la explotación capitalista bajo una lógica globalizada precisa un ejercicio globalizado de la violencia, el despliegue bélico de EEUU resulta complementario del proceso de globalización neoliberal, respondiendo fundamentalmente a la exigencia del capital de reproducirse en determinadas condiciones de sometimiento de la fuerza de trabajo y expoliación de los recursos naturales del planeta. En estos términos, si el militarismo se hace imprescindible para el mantenimiento de las relaciones sociales de producción gobernadas por el capital, su abolición pasa necesariamente por la negación del sistema mundo capitalista.

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