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Pensamiento, Mundo :: 04/01/2013

Salman Rushdie debería reflexionar antes de condenar a Mo Yan

Pankaj Mishra
Los que no condenan las invasiones a Libia o Siria, critican al premio Nobel chino. Su literatura, sin embargo, apenas se ha mencionado, y no digamos ya valorado

Mo Yan, el primer Premio Nobel de Literatura chino, ha sido recibido con una hostilidad extraordinaria en Occidente. Esta semana Salman Rushdie le tildó de "pelele" del gobierno chino. Según el distinguido sinólogo Perry Link, "Los escritores chinos de hoy, ya sea que estén 'dentro del sistema' o no, deben todos escoger una forma de relacionarse con el gobierno autoritario del país". Y está claro que Mo Yan no se ha decidido la elección correcta, que es situarse como abierto "disidente" opuesto al régimen autoritario de su país.

Pero ¿no entra asimismo en conflicto la "imaginación del escritor" con la "imaginación del Estado" en una democracia liberal capitalista? Este es el tema general sobre el que se le pidió a John Updike que hablara en un congreso del PEN Club [1] en Nueva York en 1986. Updike pronunció – ante lo que Rushdie, que también estaba presente, describió como un "público considerablemente perplejo de escritores de todo el mundo" – una oda a los buzones azules del Servicio Postal norteamericano, que, para maravilla suya, transportaban lo que él escribía con milagrosa regularidad y le traían a cambio cheques y premios.

E. L. Doctorow se sintió lo bastante irritado por esta efusión como para sugerirle a Updike que si "se da una vuelta hasta la esquina" desde su buzón, "se encontrará un silo de misiles enterrado en el solar de al lado". El mismo Rushdie llegó a acusar a los escritores norteamericanos, con gran exasperación de Saul Bellow, de haber "abdicado de la tarea de ocuparse del tema del inmenso poder de Norteamérica en el mundo".

Tanto Rushdie como Doctorow intentaban señalar que el escritor norteamericano mantenía una visión desinformada y complaciente de su Estado fuertemente militarizado (en realidad, enloquecidamente nuclearizado). El mismo Updike había respaldado inconscientemente las labores naturales de su Estado imperial – la identificación y exterminio regulares de sus enemigos por medio de una violencia alucinante – cuando apoyó los bombardeos norteamericanos sobre Vietnam.

Pero el caso que Updike era de un modo múltiple el escritor representativo de la Guerra Fría, el beneficiario literario primordial de una situación artificial en la que, tal como la describió Reinhold Niebuhr en cierta ocasión, "el paraíso de nuestra seguridad interior queda suspenso en el infierno de la inseguridad global". Los suntuosos retratos del adulterio en las urbanizaciones dependían de una profunda indiferencia hacia las consecuencias del ingente poder norteamericano en el mundo — del mismo modo que el mundo de casas de campo elegantemente encerrado en sí mismo de Jane Austen no se podría haber tejido con pleno conocimiento de las infernales plantaciones caribeñas de esclavos que habían hecho tan prósperas a la alta burguesía georgiana inglesa.

Por supuesto, todas las naciones-estado, democráticas o no, se sostienen sobre la violencia y la explotación. No obstante, durante mucho tiempo, esa realidad incómoda podían "desplazarla" los países más poderosos. Sus víctimas, si bien numerosas, solían ser gentes sin voz, excluidas tanto por su alejamiento geográfico como por su alteridad cultural respecto a la vida intelectual, artística y política de la metrópolis imperial.

Esta ilusión de superioridad y seguridad, en el seno de la cual practicaba tradicionalmente su arte el novelista burgués, se ha cuarteado en las últimas décadas. Los escritores de la vieja periferia imperial han presentado hechos desconcertantes a públicos occidentales. Acontecimientos tales como los ataques del 11 de septiembre han obligado a muchos escritores de Europa y América del Norte a reevaluar su arte y ese aislamiento demasiado perfecto de un mundo interconectado de conflictos desesperados.

Esta educación nunca ha sido necesaria en las sociedades menos afortunadas de Asia, África y América Latina. En estos países todavía en formación, o condenados a fracasar y decaer, muchos escritores se ven expuestos a la violencia, desnuda, imposible de desplazar y multiple: del Estado contra sus ciudadanos, de una clase o de un grupo étnico o religioso contra otro. Ni siquiera los mejor situados de entre estos escritores pueden participar fácilmente de la seguridad y estabilidad que se dan fácilmente por supuestas y disfrutan sus colegas de Occidente. Algunos de sus temas más naturales están cercados de tabúes. La posibilidad de fricciones bien con el Estado autoritario o con agentes no estatales (extremistas políticos y religiosos) a menudo da lugar a un cierto grado de autocensura. Al mismo tiempo, la necesidad de oblicuidad puede hacer más ingeniosa la imaginación literaria.

Este es el caso de la narrativa de hondo interés de Mo Yan. Su literatura, sin embargo, apenas se ha mencionado, y no digamos ya valorado, por parte de sus más rigurosos críticos occidentales; es por sus opciones políticas por lo que se le condena. ¿Sometemos alguna vez las preferencias políticas de los colegas de Mo Yan a un examen tan severo?

De hecho, casi nunca juzgamos a escritores británicos o norteamericanos únicamente por su política. Nos parecería absurdo que las víctimas somalíes, yemeníes o paquistaníes de los ataques con aviones no tripulados de Obama, milagrosamente dotadas de voz en la escena internacional, acusaran a los muchos seguidores literarios del presidente de tratar de ponerle rostro humano a sus máquinas de matar sin piloto; o que denunciaran a Ian McEwan, que tomó el té una vez con Laura Bush y Cherie Blair en el 10 de Downing Street, como un pelele de la alianza anglonorteamericana que es responsable de las muertes de cientos de miles de personas y del desplazamiento de millones más.

No obstante, no se equivocarían al detectar un supuesto no examinado que acecha en el menosprecio occidental por la proximidad de Mo Yan al Gobierno chino: que los escritores anglo-norteamericanos, naturalmente poseídos de una virtud más elevada, están con sus gobiernos en el lado correcto de la historia. Desde luego, no se espera que adopten una postura pública en contra de su clase política por librar guerras catastróficas… y totalmente innecesarias. De hecho, muy pocos de ellos hacen uso de su libertad sin trabas para actuar de ese modo. Muchos hasta se enorgullecen de su actitud "apolítica". Por ende, sus opiniones políticas no corren el riesgo de un oprobio generalizado aun cuando se burlen de los mismos valores de libertad y dignidad que Mo Yan es evidentemente "culpable" de violar.

No se declaró deficiente la ética de Vladimir Nabokov, ni se analizaron sus frases afiligranadas en busca de podredumbre intelectual, después de que felicitase a Lyndon Johnson por su "admirable trabajo" en Vietnam. Bellow apenas llegó a conocer a algún palestino en su 'To Jerusalem and Back', [Jerusalén, ida y vuelta, un relato personal] en su admirada descripción de Israel publicada una década después de que el país se convirtiese en poder colonialista en Cisjordania. Más tarde, Bellow, ampliamente saludado como un gran humanista en círculos anglo-norteamericanos, respaldó también un libro falaz que afirmaba que los palestinos no existían.

Esta suerte de humanismo selectivo – ciego a la violencia cotidiana de nuestro lado, y que niega la humanidad plena de sus víctimas – no es probable que fuera en lo que estaba pensando Martin Amis cuando nos exhortó a sentirnos superiores a los talibán. Puede que Rushdie creyera sinceramente en la determinación de la administración Bush de llevar la democracia a Afganistán por medio de la guerra. Con todo, es difícil no darse cuenta de qué modo escritores que disfrutan tanto de la libertad de expresión como de una considerable influencia escogen amplificar las ortodoxias de las élites políticas y militares, alejados sin riesgo de las consecuencias en la vida real: la destrucción al por mayor de vidas humanas. Teniendo esto en cuenta, parece un tanto injusto esperar que Mo Yan abrace los muchos peligros del disentimiento y la disconformidad.

Pues, en la práctica, la mayoría de los novelistas, lo mismo en Occidente que en lo que no es Occidente, evitan el enfrentamiento directo con instituciones e individuos con poder, sobre todo aquellos que no sólo prometen fama y gloria a los escritores sino también, algo crucial, la posibilidad de seguir escribiendo en casa [siempre que no disientan de la ética establecida, si no vean lo que le pasó a Benedetti en 'El País']. Apuntar esta semicomplicidad rutinaria con el 'status quo' no significa aprobar las opciones escogidas por Mo Yan. [2]

Significa reconocer la imperfecta naturaleza de nuestros propios acomodos socioeconómicos y políticos, en los que los silos de misiles han convivido durante mucho tiempo de manera invisible con los buzones, y el escritor, por libre que se vea de la coacción externa, no está siempre dispuesto o con ganas de interrogarse sobre su propia relación con el poder.


Notas del t.:

[1] El PEN Club internacional es la más célebre asociación internacional de escritores, fundada en Londres en 1921, y muy significada en la defensa de la libertad de expresión y de los escritores perseguidos. Sus siglas se referían originalmente a “poetas, ensayistas y novelistas”.

[2] Irónicamente, Mo Yan, pseudónimo del escritor Guan Moye, significa en chino “No hables”.

Pankaj Mishra, autor indio de ensayos literarios y políticos y del volumen 'Temptations of the West', publicó en 2011 'The Awakening in Asia and the Remaking of the Modern World.'
The Guardian. Traducción para sinpermiso.info: Lucas Antón. Revisado y extractado por La Haine

 

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