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Venezuela, Claudio Katz :: 25/05/2017

En Venezuela se pone a prueba la fidelidad a los proyectos de la izquierda

Mario Hernández / Claudio Katz
Entrevista con Claudio Katz :: Un dato clave es que Maduro resiste. A diferencia de Dilma o de Lugo no se entrega. Tampoco sigue el camino de capitulación de Syriza

Mario Hernández: Se cumplieron 80 años de la muerte de Antonio Gramsci. Vos estuviste trabajando este tema en relación a la situación política venezolana. ¿Cuáles son tus reflexiones al respecto?

Claudio Katz: Sí, efectivamente los debates sobre Gramsci nos conducen directamente a la situación venezolana. Todos estamos preocupados por el desenlace de la crisis. Especialmente en las últimas semanas hemos visto una terrible oleada de violencia. Hay varios grupos de choque de la derecha que ejercitan una gimnasia golpista para crear una situación caótica. Actúan con especial violencia en los municipios controlados por la oposición. Ya se cuentan más de 40 muertos por saqueos, disparos o asesinatos dentro de las mismas movilizaciones. Hay numerosas denuncias oficiales del rol de los paramilitares y los francotiradores. Y es impactante el escenario de vandalismo, incendio de edificios públicos o destrucción de escuelas y establecimientos sanitarios. Están recreando la misma provocación que vimos en febrero de 2014. No olvidemos, además, la escalada de asesinatos de militantes chavistas de los últimos años.

Retomar a Gramsci es importante para analizar cómo el sector más beligerante de la oposición utiliza métodos fascistas. Esa corriente ultra-violenta del antichavismo ha ganado nuevamente el comando y actúa siguiendo un plan muy elaborado. No improvisan ninguna acción. Tienen un diagrama preestablecido de agresiones, para combinar el sabotaje de la economía con la virulencia callejera y el acompañamiento diplomático internacional.

M.H: Pero ese escenario no se corresponde con la información que difunden los grandes medios de comunicación...

C.K.: Por supuesto. No sólo desinforman cotidianamente lo que sucede. También encubren a la derecha, transmitiendo en cadena denuncias macabras sobre la acción del gobierno. Ocultan el golpe reaccionario que impulsa la oposición. Como por ahora carecen de fuerza militar no intentan la clásica asonada pinochetista. Tampoco pueden repetir el levantamiento concertado del 2002-2003. Ensayan un proceso destituyente más prolongado y basado en el disloque de la sociedad. Siguen el precedente de febrero de 2014 y apuntalan la nueva modalidad de golpes institucionales perpetrados en Honduras en el 2009, en Paraguay en el 2014 y en Brasil en el 2016. Utilizan todo su poder económico, mediático y legislativo con el explicito sostén de las clases dominantes de América Latina. Ya sabemos que la derecha impone primero por la fuerza lo que luego consolida a través de los comicios. Lo importante no es ver la forma del golpe sino su contenido. Y en ese terreno son incontables las analogías con lo sucedido en 1973 en Chile.

M.H.: ¿Por el papel de EEUU?

C.K.: Claro. El imperialismo es el protagonista central del golpe. Está conspirando desde la OEA por una razón bastante obvia: Venezuela es la principal reserva continental de crudo y como ya hicieron en Irak o en Libia intentan una apropiación total del petróleo. Saben que una vez caído el gobierno de Maduro nadie se acordará dónde queda Venezuela. Los medios de comunicación omiten en la actualidad, cualquier mención a lo que sucede en los países que fueron intervenidos por el Pentágono o la OTAN. Una vez liquidado el adversario los informativos se ocupan de otros temas. Por eso es tan importante resaltar ahora que EEUU maneja los hilos de la conspiración contra Venezuela.

Este dato debería ser obvio, pero hay muchos analistas mareados. Ven distintos árboles sin registrar nunca el bosque. Suponen que el ocasional coqueteo de algún diario yanqui con Maduro o la ambigüedad de Trump, implican indiferencia o neutralidad del imperialismo. No observan que mientras que el millonario de la Casa Blanca dice cualquier cosa, la CIA y el Pentágono refuerzan la conspiración, con los planes Sharps o "Venezuela Freedom 2". Que Chevron continué operando en el país o que PDVSA mantenga negocios en EEUU no modifica la decisión imperial de derrocar a Maduro. Esas actividades económicas han persistido desde el inicio del proceso chavista, sin alterar la prioridad yanqui de recuperar el manejo del petróleo venezolano. No les alcanza con una relación de socios o clientes. Quieren instaurar el modelo de privatización imperante en México y expulsar a Rusia y China de su patio trasero. Con ese objetivo han instalado la imagen dictatorial de Maduro c omo un dictador, en conflicto con los nobles demócratas de la oposición. Ocultan especialmente lo sucedido en las 19 elecciones realizadas bajo el chavismo.

M.H.: ¿Cuál es la distorsión en ese caso?

C.K.: Que el proceso bolivariano ganó en 17 oportunidades y reconoció de inmediato la derrota en las dos ocasiones restantes. En cambio la derecha nunca aceptó los resultados adversos. Siempre denunció algún fraude o recurrió al boicot. Cuando triunfó en elecciones parciales exigió la inmediata caída del gobierno. En diciembre del 2015 obtuvieron mayoría en la Asamblea Nacional y proclamaron de manera explícita su objetivo de derrocar a Maduro. Han recurrido a todo tipo de fraudes, como la instalación de tres diputados truchos o la falsificación de firmas para el revocatorio. La oposición considera a la vía electoral como un recurso complementario de la acción directa, pero se indigna frente a cualquier medida defensiva del gobierno.

Los medios de comunicación exacerban hasta el ridículo ese doble parámetro. Presentan a Leopoldo López como una inocente victima de la represión, cuando es responsable de crímenes que lo condenarían a cadena perpetua. Pero la derecha pondera el modelo estadounidense que ampara delincuentes y encarcela por 35 años a heroicos luchadores, como el puertorriqueño López Rivera. La derecha sólo está interesada en las elecciones como un procedimiento para linchar a Maduro y enterrar el chavismo. Por eso la batalla actual se dirime en las calles, en la conquista de la opinión pública y en el colapso o restablecimiento de la economía. Quién gane en esos ámbitos se impondrá luego en los comicios.

M.H.: ¿Y qué opinas de la actitud general de la izquierda frente a esta compleja disputa?

C.K.: Los que nos situamos en ese campo tenemos que recordar algo elemental: nuestros principales enemigos son la derecha, los golpistas y el imperialismo. Parece un principio básico, pero resulta decisivo reafirmarlo en un momento tan crítico. Lo obvio se torna muy difuso en los momentos dramáticos. Cualquiera fueran nuestras críticas a Salvador Allende, primero batallábamos contra Pinochet y lo mismo hacíamos frente a los gorilas argentinos del 55 o los saboteadores de Arbenz, Torrijos y cualquier gobierno reformista o antiimperialista. Esta misma actitud -hoy en Venezuela- implica jugar todas las fichas a doblegar la escala derechista. Yo creo que Maduro ha cometido infinidad de errores. Basta observar la inoperancia en el último cambio de billetes, el inadmisible endeudamiento externo, el descontrol de precios, el contrabando o el sostén de grupos privados, que reciben dólares baratos para importar bienes encarecidos. Pero en ese país se define el destino inmediato de toda la región. Si triunfan los reaccionarios se creará un escenario de derrota y una sensación de impotencia frente al imperio. El fin del ciclo progresista será una dura realidad y no un cambiante debate entre los pensadores de las ciencias sociales. Por eso es indispensable no flaquear. En Venezuela se pone a prueba la fidelidad a los proyectos de izquierda.

M.H.: ¿Por qué?

C.K.: Porque muchos están perdiendo la brújula frente al complejo escenario del país. Hay una creciente capitulación socialdemócrata entre sectores del progresismo, que simpatizaron con el chavismo y que ahora culpan a Maduro de la crisis. Cuestionan su legitimidad con los mismos argumentos de la derecha. En lugar de acusar a la CIA, a los paramilitares colombianos, a los escuálidos, a la OEA o a Macri concentran sus dardos sobre el gobierno. Enaltecen la democracia como una bella abstracción, divorciada del contenido que asume en la batalla diaria por definir, quién prevalece en el manejo del Estado.

Un discurso semejante se expone con posturas sectarias. En ese caso la presentación de Maduro como un dictador ilegítimo se realiza recurriendo a categorías más indirectas ("presidente de facto") o sofisticadas ("jefe bonapartista"). Parece un refinamiento del análisis, pero en realidad implica identificar al gobierno con el autoritarismo, para subrayar que es el principal responsable del desgarro de Venezuela. En medio de la abrumadora campaña internacional para deslegitimar al gobierno es evidente que esas caracterizaciones apuntalan el discurso derechista.

Pero el problema principal no se ubica en un terreno retórico sino en la conducta práctica. Todos los días hay en Venezuela marchas de la derecha y del gobierno. Si uno se considera de izquierda: ¿A cuál de las dos movilizaciones concurre? ¿Con cuál se identifica? Quiénes alertamos contra el peligro del fascismo sabemos cuál es nuestro campo. Los que, por el contrario, suponen que Maduro es un dictador: ¿dónde se sitúan? No sería la primera vez que sectores provenientes de la izquierda convergen en los hechos con la derecha. Ha ocurrido muchas veces. Un antecedente reciente en Argentina fue la presencia de banderas rojas en las marchas de los agro-sojeros o en las posteriores manifestaciones de caceroleros. Eso fue patético, pero en Venezuela puede ser dramático.

M.H.: ¿Y una tercera posición de neutralidad?

C.K.: También existe y revela un grado de impotencia mayúscula frente a los grandes acontecimientos. Hay gente que opta por la abstención en medio de la tormenta. Dicen yo no participo, no asumo compromisos, que la población se arregle como pueda, no es mi problema. Yo me voy a dormir tranquilo. Si triunfa la reacción escribiré un balance sobre la crisis decadente del capitalismo, para evaluar el tema con mi grupo de seguidores. Esa postura supone una neutralidad tan imaginaria como irresponsable, porque si gana la derecha arrasará con todas las conquistas del pueblo.

Es indispensable definir en qué terreno político se actúa, para distinguir con claridad los responsables de la crisis. Por ejemplo, en el campo económico, yo creo que los principales causantes del desastre actual son los capitalistas. El gobierno es tolerante o impotente. No se ubica en el mismo plano. Los capitalistas manipulan las divisas, disparan la inflación, manejan los bienes importados y desabastecen la provisión de bienes básicos. El gobierno no responde o actúa mal. Esa inacción obedece a muchas razones: ineficiencia, tolerancia a los corruptos, amparo a la boliburguesía, connivencia con millonarios disfrazados de chavistas. Pero el desmoronamiento de la economía es provocado por la clase dominante y no por el gobierno. Sólo en la miopía de los sectarios cabe clasificar a ambos sectores en un mismo bloque, cuando están involucrados desde años en un virulento conflicto, que es muy visible para cualquier mortal.

M.H.: ¿Cuáles son las consecuencias de negar ese conflicto?

C.K.: Vivir en las nubes y equivocar los ejes del programa inmediato. El problema actual no es el extractivismo o las concesiones petroleras, sino el desabastecimiento de remedios y alimentos, que el gobierno está paliando de manera muy parcial. Con las CLAPS, por ejemplo, otorga a los organismos de base mayor autoridad en la distribución de los bienes básicos. Una postura de izquierda implicaría exigir que se actúe con firmeza contra los banqueros e intermediarios del comercio, con medidas de confiscación y control popular directo.

Pero otro dato clave es que Maduro resiste. Ciertamente con métodos y actitudes muy cuestionables. Mantiene el verticalismo del PSUV, favorece la proscripción de corrientes críticas y preserva la burocracia que asfixia las respuestas desde abajo. Pero a diferencia de Dilma o de Lugo no se entrega. Tampoco sigue el camino de capitulación de Syriza en Grecia. Y esa resistencia potencia el odio de los poderosos. Maduro adoptó la excelente decisión de retirarse de la OEA. Abandonó el Ministerio de colonias de EEUU. Y ni siquiera esa actitud es reconocida por los sectarios. Supongo que piensan que es un hecho irrelevante. Durante años hemos exigido la ruptura de los pactos que someten a nuestros países a los dictados del imperio y cuando un gobierno adopta una medida en esa dirección, ni siquiera lo registran.

M.H.: En este contexto ¿cómo ves vos el llamado a la Constituyente por parte de Maduro?

C.K.: Es una respuesta defensiva frente a las elecciones anticipadas que exige la derecha. Me parece que ofrece una alternativa ante el chantaje de comicios ficticios que promueve la oposición. Capriles, Borges o López quieren elecciones en medio de la guerra económica y la provocación callejera. No formulan propuestas legítimas, ni democráticas. Promueven comicios al estilo de Colombia, donde entre voto y voto hay centenares de militantes populares asesinados. Pretenden una concurrencia a las urnas semejante a Honduras, es decir, bajo el paraguas del crimen de Berta. Demandan el tipo de votaciones que imperan en México, entre cadáveres de periodistas, estudiantes y docentes. Sería un terrible error sumarse a un planteo que intenta utilizar las elecciones para preparar el cementerio de los chavistas.

La convocatoria a la Constituyente puede ser un camino para retomar la iniciativa popular. Implica un giro por parte del gobierno que hasta ahora restringía la confrontación al ámbito burocrático de un poder del Estado contra otro. Sólo auspiciaba el choque por arriba del Ejecutivo contra el Legislativo o del Tribunal Supremo de Justicia contra la Asamblea Nacional. En cambio ahora formalmente apela al poder comunal. Veremos si ese llamado se traduce en una movilización real. He leído opiniones de corrientes de izquierda de Venezuela con planteos críticos, que resaltan la nueva oportunidad para destrabar el camino hacia una Constituyente por abajo. Llaman a participar en la Asamblea cuestionando los manejos burocráticos y convocando a potenciar la dinámica de las comunas. Igualmente me parece que sin medidas drásticas en el plano económico-social, la Constituyente puede ser un cascarón vacío. Si no ataca el desastre económico con la nacionalización de los bancos, el comercio exterior, la expropiación de los saboteadores, no habrá forma de recuperar el acompañamiento popular.

M.H.: Mencionabas el caso de México, el segundo país más inseguro después de Siria. Me gustaría volver sobre Gramsci, porque veo un análisis que posiblemente lo acerque más a Lenin y no tanto a la interpretación de los gramscianos de los años ´80, en lo que te escucho respecto de Venezuela.

C.K.: Sí, efectivamente. Creo que estamos retomando la complementariedad de Gramsci con Lenin en lecturas muy distintas a los años 80, que contraponían al comunista italiano con el bolchevismo. Ese fue un momento de difusión de la interpretación socialdemócrata de Gramsci. Enaltecían a Alfonsín y ponderaban el retorno a los regímenes constitucionales. De esa forma abandonaban el proyecto socialista y cuestionaban cualquier medida anticapitalista. Los análisis actuales son muy distintos. Procesan la experiencia latinoamericana de los últimos 30 años. Registran cómo se han deslegitimado los regímenes constitucionales idolatrados por los gramscianos socialdemócratas. Ya salta a la vista, cómo la clase dominante utiliza los sistemas de votación para consolidar el poder efectivo que ejerce desde la economía, la justicia, los medios de comunicación y el aparato represivo. La democracia real sólo puede emerger de un proceso socialista de transformación de la sociedad. Pero en el caso de Venezuela reaparecen actualmente muchos errores de los gramscianos de los ´80. Especialmente cuando se cuestiona el llamado a una Constituyente surgida de un sistema compartido de votación comunal y universal. Afirman que con esa modalidad la Asamblea será trucha, corporativa o ilegítima. También aquí repiten el endiosamiento que hace la derecha -cuando le conviene- del voto universal.

Es importante recordar la hipocresía mayúscula que impera a la hora de juzgar los sistemas electorales. En Brasil el impeachment fue consumado por un grupo de bandidos con el amparo del totalitarismo judicial, bajo un régimen parlamentario sostenido en prebendas y mecanismos de selección presidencial indirecta. La OEA no interviene en Brasil frente a esta grosera violación de los mecanismos democráticos. Tampoco se indigna ante el Colegio electoral que ungió a Trump, a pesar de recibir varios millones de votos menos que Hilary. A los medios de comunicación les parece natural la monarquía imperante en España o Inglaterra o la burda manipulación de cualquier elección en México. Sólo objeta la Constituyente de Venezuela por violar una sacrosanta democracia, que no impera en ningún país capitalista.

M.H.: ¿Considerás por lo tanto válida esa convocatoria?

C.K.: Sí. Puede ser una instancia adaptada a la recuperación del proceso bolivariano y a la transformación del discurso socialista en hechos revolucionarios. Es una iniciativa interesante para quebrar políticamente a la oposición, separando a los descontentos de los fascistas. Frente a un momento tan delicado no me sorprende el recitado de constitucionalismo abstracto que propagan los comunicadores del poder burgués. Me inquieta, en cambio, observar cómo se suman a ese mensaje algunos defensores apasionados de Lenin y Trotsky. Parece que al cabo de tres décadas de regímenes pos-dictatoriales han olvidado las duplicidades de la democracia burguesa. Les convendría recordar cómo Lenin y Trotsky defendieron en 1917 la legitimidad de los soviets, desconociendo una Asamblea Constituyente que rivalizaba con el poder revolucionario.

Lo importante de ese antecedente no son las equivalencias con la situación venezolana actual. Ambas situaciones son muy distintas. Pero lo que nos legó la revolución bolchevique es una enseñanza en la forma de razonar los problemas, registrando el trasfondo social, los conflictos de clase y los intereses en juego en las grandes confrontaciones. Nos indicó un camino para superar la hipocresía del liberalismo burgués. Espero que todos los compañeros de la izquierda asimilen esas lecciones antes que sea tarde.

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