50 años después. Lo que pudo ser y no fue
No se trata de una reflexión melancólica sobre lo que no se logró, sino una manera de recordar que la historia que escriben los vencedores podía haber transcurrido por otras vías
El 25 de abril de 1974 se acababa la dictadura en Portugal y se iniciaba la que se conocería como la revolución de los claveles. El 24 de julio de 1974 caía la dictadura en Grecia. La siguiente tenía que ser la dictadura franquista. Franco murió en la cama, pero el movimiento obrero y popular era potente y tenía la iniciativa frente a un régimen agónico. Todo era posible.
Sin embargo, durante mucho tiempo se ha mantenido la idea de que la democracia existente era el resultado de la acción de ciertas élites y del rey emérito fugado. En sus memorias el caradura del ex rey no tiene reparos para reconocer que su reinado fue una concesión-continuación del franquismo. Cincuenta años después de la muerte del dictador vale la pena reflexionar y tener muy en cuenta que lo que ocurrió no estaba predeterminado, que otros caminos eran posibles y se definieron en una dura lucha entre las clases.
Desde finales de 1971, la lucha obrera y popular no cejó de poner en jaque a la dictadura franquista. En el mes de octubre, en una huelga con ocupación de Seat en Barcelona la policía asesinó a un obrero. Posteriormente hubo huelgas generales en Pamplona, Ferrol y en Vigo, varias huelgas generalizadas en la ría de Bilbao, en Barcelona, tras el asesinato de un obrero en La Térmica, en Valladolid con huelgas en la construcción y en FASA-Renault. A pesar de la represión, condena a muerte a Puig Antich en marzo de 1974, y centenares de detenciones policiales por todo el Estado, la lucha obrera y popular no cesó. El inicio de la revolución en Portugal aceleró las esperanzas en España y alertó a las clases dominantes sobre lo que podía pasar aquí. En julio de 1974 una huelga general sacudió la comarca del Baix Llobregat (Barcelona). En noviembre fue en Navarra y 14 días de huelga y lock out en Seat.
En enero de 1975, nueva huelga de doce días en Seat, con 500 despedidos. Desde el 14 de enero huelga general en Pamplona. En abril se decreta el estado de excepción en Vizcaya y Guipúzcoa y se desata una represión generalizada. En septiembre, una dictadura moribunda ejecuta a 5 militantes de ETA y FRAP. Una huelga generalizada recorre todo el País Vasco y manifestaciones en todo el país. A todas estas acciones obreras habría que sumar centenares, sino miles, de protestas en ciudades y barrios por la carestía de la vida, por la falta de escuelas y asistencia sanitaria o falta de servicios. Además, ya sea por los despidos, la represión policial o las detenciones, la mayoría de las movilizaciones se convierten en protestas políticas contra la dictadura.
Estos hechos, que no son exhaustivos, desmienten la fabulación de que la transición del franquismo fuera una concesión generosa de los de arriba. La historiografía actual ya acepta que fue la movilización popular quien conquistó las libertades y derechos, sin embargo, se sigue negando u ocultando la posibilidad que hubo de avanzar mucho más, de lograr una ruptura o incluso abrir un proceso revolucionario que realmente acabara con los fundamentos y estructura del franquismo. Las concesiones en la transición, la aceptación de la monarquía por el PCE y el PSOE, los pactos que implicaron limitación de derechos y condiciones de vida para las clases trabajadoras, son pesadas cargas que se han ido arrastrando en estos 50 años y siguen presentes hoy en día.
Tres meses
Pocas semanas después del entierro del dictador la movilización obrera y popular dio un salto impresionante. En 1975 se perdieron por conflictos laborales o políticos más de 10 millones de horas de trabajo. ¡En 1976 fueron más de 100 millones! Durante los tres primeros meses de ese año quien tuvo la iniciativa fueron los trabajadores y trabajadoras que demostraron su disposición a ser los verdaderos protagonistas para enterrar al franquismo.
En el invierno de 1974-75, la clase trabajadora de Catalunya había estado a la cabeza. La primavera y otoño de 1975 fue la de Euskadi. A finales del año, cuando apenas se había enfriado el cadáver del dictador, tomó el relevo la clase trabajadora de Madrid.
El IPC de la época alcanzó el 34% y el gobierno había decretado la congelación salarial para todo el año 1976. La negociación de los convenios se convirtió en el catalizador de las luchas. A partir del 1 de diciembre (¡diez después de la muerte del dictador!) empiezan los paros en Getafe. El 10 de diciembre las principales empresas están en huelga, "desde ese momento será la asamblea de los representantes de las distintas fábricas la que coordine y dirija la acción". El 16, la huelga es general en la ciudad. La agitación, con huelgas y manifestaciones, durará hasta el 18 de enero. Entre tanto se ha incorporado el grueso de la clase obrera de la ciudad de Madrid. Las grandes empresas, Standard, Chrysler y el metal encabezan la protesta, a la que se unen la construcción, seguros, banca y artes gráficas, así como Telefónica, Correos y Renfe. El 7 de enero el metro de Madrid se une a la huelga y paraliza la ciudad, días después el gobierno lo militarizará. La movilización se extiende a Alcalá de Henares, Torrejón de Ardoz y San Fernando. Se calcula que en diciembre participaron 150.000 trabajadores y trabajadoras, en enero serán 400.000.
Barcelona tomó el relevo. El 14 de enero la plantilla de Seat se manifestó por el centro de la ciudad por el convenio y la readmisión de los 500 despedidos de la anterior huelga. El día 16 empieza una huelga general en el Baix Llobregat que durará hasta el 29. Del 23 al 27 de febrero la ciudad de Sabadell quedará paralizada por una huelga general.
Asturias también respondió. El 9 de enero empieza una huelga en Ensidesa (8.000 trabajadores) El 22 la minería inicia una huelga que durará hasta el 16 de marzo. La huelga de Duro Felguera de Gijón durará 90 días. Es un movimiento que recorre todo el país. El 24 de febrero la policía mata en Elda (Alicante) al joven Teófilo del Valle que participaba en la huelga del sector del calzado. La respuesta fue una huelga general en el valle del Vinalopó. Fue el primer asesinado por disparo de la policía en la transición. Fueron casi 200 personas las personas asesinadas por la represión policial. Todo menos pacífica fue la transición.
Marzo vivió la impresionante huelga general de Vitoria. Desde el 9 de enero existía un proceso de huelgas y movilizaciones en toda la zona industrial que confluyó en la huelga general del 3 de marzo. La policía reprimió una asamblea de trabajadores y mató a cinco de ellos. La solidaridad se extendió por todo el país. El día 5, la policía mató en Tarragona a un trabajador que se protestaba por los hechos de Vitoria. El 8 de marzo una huelga general paralizó Euskadi y la policía volvió a matar a un obrero en Basauri (Vizcaya).
La lucha por los salarios y la mejora de las condiciones de trabajo fueron el primer impulso de las movilizaciones, íntimamente ligadas a problemas políticos: acabar con el franquismo y conquistar las libertades, la libertad sindical en particular, la readmisión de los despedidos y la amnistía para los presos políticos. Valga como ejemplo que los días 1 y 8 de febrero de 1976 se desarrollaron en Barcelona manifestaciones, que desbordaron la represión policial, exigiendo libertad, amnistía y estatuto de autonomía. ¿Era una lucha política? Sin ninguna duda. En la dictadura luchar por salarios dignos ya era una lucha política que te enfrentaba al patrón, a la policía y a las leyes antiobreras. Además, esas movilizaciones se producían en unas condiciones de agonía del régimen, de búsqueda de alternativas políticas. El drama fue que la posibilidad de un cambio real y profundo, de una ruptura o de un proceso revolucionario, fue traicionado por un acuerdo entre los franquistas y los dirigentes del PCE y del PSOE para conquistar ciertos derechos y libertades, mientras se mantenía la monarquía y buena parte de la estructura franquista del poder. Durante esos tres meses estuvo en el aire la posibilidad de elegir un camino diferente.
No es un invento ni una construcción ideológica, sino la explicación del desarrollo de los acontecimientos. Años después, Ramón Tamames, que fue dirigente del PCE y de la Junta Democrática (un acuerdo entre el PCE y algunas organizaciones y personalidades antifranquistas) escribió: "En enero de 1976 la Junta quedó sentenciada. En la sesión que en ese mes se celebró en París -y con escasa oposición- Carrillo (secretario general del PCE de la época) impuso su idea de atenuar las movilizaciones con el propósito de entrar en contacto con el régimen para pactar. La ruptura quedaba en entredicho, y con ello empezaba el final del experimento de la Junta".
Mientras la clase trabajadora y amplios sectores populares pugnaban por acabar con el franquismo, por arriba se abría la negociación con los franquistas.
Sabadell
Un ejemplo de la distancia que se fue abriendo entre la movilización obrera y popular y las propuestas políticas fue la huelga general en Sabadell. Del 23 al 27 de febrero de 1976 la clase obrera de Sabadell se hizo dueña de la ciudad. El periodista Xavier Vinader (1947-2015) publicó un libro con las notas tomadas durante los acontecimientos de esos días. Lo tituló Quan els obrers van ser els amos (Cuando los obreros fueron los amos) que refleja muy bien lo que ocurrió en la ciudad.
Fue una huelga general que reunió todos los ingredientes de un levantamiento popular contra el franquismo, y en particular contra el alcalde franquista de la ciudad. La clase trabajadora tuvo la iniciativa y la dirección del movimiento. A pesar de la represión (uno de los desencadenantes fue una carga policial contra niños y sus familiares que protestaban en solidaridad con los maestros en huelga) se logró imponer grandes asambleas en las pistas de atletismo de la ciudad. En la protesta participaron prácticamente todos los sectores sociales, enseñantes, bancarios, pequeñas industrias y comercios y las mujeres tuvieron un papel esencial, tanto en las empresas como en la solidaridad ciudadana.
La huelga fue un éxito total. Los detenidos fueron puestos en libertad, los despedidos readmitidos, se consiguieron mejoras salariales y las autoridades franquistas destituyeron al alcalde... pero, a los obreros y obreras, y la población en general, que habían sido dueños de la situación no se les ofreció otra perspectiva que la reconciliación con los franquistas que defendían los dirigentes del PCE y del PSUC, y quienes defendían la ruptura y la revolución no tuvieron suficiente fuerza o argumentos para convencer. No fue un problema de falta de decisión de las clases trabajadoras.
Algunos franquistas temían más por el futuro y Fraga (entonces ministro de Gobernación y luego fundador del PP) denunció esa huelga como el intento de "ocupación de la ciudad, como la de Petrogrado en 1917 (para) que perdida la calle (la famosa calle cuya seguridad debe garantizar todo gobierno digno de este nombre) diera paso a un gobierno provisional, como en 1931". Temían un futuro republicano y/o revolucionario (como se estaba viviendo en Portugal) mientras que los dirigentes "comunistas" y "socialistas" solo pensaban en un arreglo.
Dos semanas después fue aún más claro en los sucesos de Vitoria. La represión no impidió que la ciudad, y prácticamente toda Euskadi, estuviera determinada por las clases trabajadoras movilizadas. Porque en todo ese proceso las libertades se fueron imponiendo en la calle. En las huelgas se elegían comisiones inter-ramos (Sabadell) comisiones representativas (Vitoria) delegados de las asambleas de obra (construcción de Barcelona) como incipiente expresión organizada y alternativa. Un trabajador de Talleres Velasco de Vitoria explicaba que una de las principales características de la huelga había sido la consideración de las asambleas "no como mero órgano de información, sino como órgano de decisión y futuro órgano de democracia obrera".
Aunque estos primeros meses de 1976 fueron decisivos, todavía se presentaron otras ocasiones de dar un giro a la situación, especialmente en torno a la huelga de Roca en Gavá (Barcelona) que duró desde el 9 de noviembre de 1976 hasta el 11 de febrero de 1977 y, sobre todo tras la matanza de Atocha en la que cinco abogados laboralistas perdieron la vida asesinados por pistoleros fascistas. Pero los lazos entre los franquistas, la monarquía y los dirigentes del PCE y PSOE ya se habían estrechado lo suficiente como para abortar un proceso de ruptura o revolucionario.
No se trata de una reflexión melancólica sobre lo que no se logró, sino una manera de recordar que la historia que escriben los vencedores podía haber transcurrido por otras vías, que no está escrita por anticipado, sino que siempre es el resultado de una lucha y que lo importante es aprender y estar preparados para nuevas ocasiones. Lleguen cuando lleguen.
Sin Permiso







