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Pensamiento :: 28/01/2005

Anexo XIII: Poder constituyente y libertad colectiva

CAES
No habrá izquierda anticapitalista sin sindicalismo anticapitalista. Sin organizar a las masas de trabajador@s, precari@s, consumidor@s, mujeres y excluid@s, nos moveremos entre el mercado, el Estado y los intelectuales postmaterialistas que nos predican una lírica espontaneista de "éxodos" sin conocer las génesis.

A diferencia del orden del mercado en el que cada uno busca su propio beneficio desentendiéndose de las consecuencias, la noción de poder constituyente establece una relación entre los actos de cada uno y las consecuencias de dichos actos. Desde la concepción del poder constituyente, el poder constituido es el orden social producto de la libre determinación o potencia de los sujetos sociales. El poder constituyente elimina el extrañamiento de las personas, es decir, la ruptura entre nuestros actos y sus consecuencias. De la libertad para elegir hacia donde aplicar la propia capacidad de actuar, dependen las consecuencias de dichos actos. De las consecuencias de los actos de todos los individuos, depende la configuración del orden social.

El poder constituyente no es el poder estatal legitimado por las mayorías de las constituciones modernas sino la posibilidad de construcción y reconstrucción permanente del orden social por parte de dichas mayorías. Es decir una perpetua actividad de autodeterminación, construcción y reconstrucción del orden social que nunca llega a cristalizar, de una vez y para siempre, en un orden social determinado.

En la filosofía política de la modernidad, el orden social o poder constituido, es resultado de la limitación de la libertad de las personas. En la dictadura el orden social exige la subordinación de la voluntad de los individuos, el individuo es libre sólo en la medida en que está sujeto a la voluntad del Estado. En la democracia liberal, el orden es el resultado de una "mano invisible" que conjuga, milagrosamente, el egoísmo, de los individuos, para producir un orden social armónico. Pero el individuo solo puede ser libre dentro de las leyes del mercado, porque estas son la expresión de su propia naturaleza egoísta. En ninguno de los dos casos, el orden social tiene nada que ver con la libre voluntariedad de las personas consideradas como seres sociales.

El poder constituyente rompe con estas nociones de libertad enajenada y otorga al tiempo una enorme capacidad de aceleración de la historia. Desde el poder constituyente el pasado no explica el presente sino que el presente solo se entiende por el futuro.

El poder constituyente aparece como una noción enfrentada a cualquier orden jurídico o constitucional, como un poder expansivo con un tiempo propio, sobredeterminado, revolucionario. Frente al constitucionalismo, que teoriza la limitación de la democracia mediante frenos, contrapesos, normas y garantías, el poder constituyente concibe la democracia como gobierno absoluto y la política como la potencia de la multitud.

Desde el punto de vista jurídico, el poder constituyente es un acto imperativo de la nación que se autodetermina y como fuente omnipotente y expansiva de la norma constitucional, organiza todo el derecho.

Autodeterminación es a potencia lo que constitución es a acto. Autodeterminación exige hablar de potencia, no de poder. La noción de poder está limitada al acto en el que se concreta la posibilidad de hacer una diversidad de actos. El origen del poder constituido, de la Constitución, es la potencia o poder constituyente.

El poder constituyente es una fuerza que irrumpe, quebranta, desquicia e interrumpe todo equilibrio preexistente y toda posible continuidad. Una fuerza impetuosa y expansiva, ligada a la preconstitución social de la totalidad democrática. Esta fuerza, como causa eficiente del orden social, requiere la autodeterminación de sujetos políticos en el escenario social que, con una mirada a la totalidad, impongan una racionalidad propia y alternativa a la del poder constituido.

El poder constituyente como fuerza motriz de la democracia radical y de la revolución, no es una dimensión inmanente de la historia, sino que depende de la capacidad de autodeterminación de los sujetos sociales sojuzgados. El poder constituyente no surge de la nada, sino de la conciencia de la opresión y de la voluntad de confrontación con la misma. Para desarrollarse, el poder constituyente debe organizarse como contrapoder. Pero, al hacerlo, entra en colisión con su misma naturaleza. En ese trance, debe elegir entre lo que le hace contradictorio, convirtiendo lo que es una crisis conceptual en una tragedia y lo que le hace impotente, convirtiendo la potencia revolucionaria en recursos literarios para la lucha de frases, los sueños de los traficantes y los traficantes de sueños.

El poder constituyente popular no es una categoría ontológica sino un deber ser, algo contingente que hoy, sin ser imposible, es improbable. La historia se concentra en un presente determinado por la impetuosa dinámica constituyente del capital. El equilibrio del capital como verdadero sujeto político depende de su despliegue ininterrumpido y de la violencia totalitaria con la que somete todas las formas de vida y sociabilidad a sus necesidades de valorización.
Considerar la precariedad y la exclusión como fuerza negadora del orden excluyente.

La crítica al capitalismo global y la superación de la complicidad de la izquierda capitalista, exigen construir los sujetos sociales que, no solo desde dentro, sino también desde fuera del mercado y del estado, pongan la fuerza necesaria para cambiar las reglas del juego en las relaciones sociales. El Movimiento contra la Globalización, la Europa del Capital y la Guerra puede ser un cauce para que la proliferación de millones de subjetividades y acontecimientos rebeldes, impidan la globalización de la desigualdad, la violencia y el desamparo. Sin organizar la acumulación de fuerza y el apoyo mutuo de las innumerables dinámicas de autodefensa, resistencia y antagonismo, esta proliferación es impotente.

El sindicalismo anticapitalista necesita, para ser sindicalismo, defender al trabajo asalariado en sus condiciones concretas y para ser anticapitalista, criticar teórica y prácticamente dicha forma de trabajo. Pero también necesita, como componente de un amplio movimiento social anticapitalista, criticar la subordinación de las mujeres a los hombres y las formas de alimentación y consumo. Es necesario defender el salario, aunque dicho salario sea el operador de la subordinación del trabajo al capital y de las mujeres a los hombres. También lo es exigir al Estado que sea garante de los derechos sociales, aunque el Estado sea el garante de la desigualdad.

Pero limitarse sólo a eso es jugar dentro del mercado y del Estado. De ahí solo sale más mercado y mas Estado. No habrá izquierda anticapitalista sin sindicalismo anticapitalista. Sin organizar a las masas de trabajador@s, precari@s, consumidor@s, mujeres y excluid@s, nos moveremos entre el mercado, el Estado y los intelectuales postmaterialistas que nos predican una lírica espontaneista de "éxodos" sin conocer las génesis.

 

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