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Pensamiento :: 16/01/2013

Dinamita para la paz

Guillermo Paniagua, militante de Askapena
Tanto a nivel interno como mundial el cuento de la "Europa Democrática y delos Derechos Humanos" se hace cada vez más insostenible.

La conformación del espacio económico-institucional europeo estuvo
marcada desde sus inicios a nivel internacional por la necesidad de
las burguesías europeas de asegurarse una posición aventajada en la
pugna competitiva interimperialista y a nivel interno por su necesidad
de afianzarse como clase dominante. Aunque esta institucionalización
dio sus primeros pasos en el inmediato periodo de posguerra (CECA,
CEE), su afianzamiento como herramienta estratégica de la clase
dominante europea no se materializó antes de 1992 con la firma del
Tratado de Maastricht. Y es que para estas fechas las condiciones
posibilitaban y requerían una superestructura jurídica, política e
ideológica para la implementación sistemática de su apuesta
estratégica ya puesta en marcha tras la crisis de los 70: el
capitalismo en su declinación neoliberal.

En efecto, la necesidad de recomponer la tasa da ganancia, un contexto
internacional marcado por el derrumbe del bloque socialista y un marco
interno de debilitamiento de las resistencias y organizaciones
obreras delineaban las condiciones objetivas y subjetivas para
sistematizar el desmantelamiento de las políticas redistributivas
impulsadas por el pacto interclasista de posguerra. Así es como los
nuevos criterios de convergencia acordados se empezaron a desgranar de
forma coordinada convirtiendo a la flexiblización, privatización,
deslocalización y desregulación en nuestro pan de cada día. Como
expresión más flagrante de este compromiso histórico, esta vez no
inter sino intra clasista aunque hegemonizado por la fracción
financiera industrial, se adoptó el euro como moneda única y se creó
el Banco Central Europeo. Finalmente, para apuntalar este marco de
acumulación había que mantener obediente y disciplinada a la fuerza de
trabajo creando un espacio policial europeo y, en general, desactivar
por pasiva o por activa el menor cuestionamiento del statu quo, como
en el caso del "No" a la constitución europea.

En este sentido la fase que estamos atravesando actualmente no es más
que una aceleración en la materialización de este proyecto
estratégico. Así es como la respuesta capitalista a su propia crisis
estructural combinando una ingente transferencia directa ("salvataje
bancario") e indirecta ("rescate") de dinero público al sector privado
financiero con un recrudecimiento directo (reforma laboral) e
indirecto (reforma de las pensiones, etc.) de los niveles de
explotación se inscribe en unas directrices marcadas hace ya tiempo.
Finalmente, a nivel político-ideológico para controlar y canalizar el
malestar popular la clase dominante está aumentando las medidas
represivas (cierre de fronteras, militarización del conflicto social),
alimentando los planteamientos ultras y xenófobos de rechazo y
expulsión de los migrantes, sin dudar cuando las circunstancias lo
requieren en imponer banqueros-tecnócratas de confianza en el poder
(Italia, Grecia). Esta creciente oligarquización y fascistización de
las instituciones políticas europeas, necesaria para la reproducción
del sistema, es la que subyace en la tramposa disyuntiva planteada en
el 2009 por Durao Barroso a los sectores populares: " o recortes y
austeridad o golpe militar".

Por lo tanto, no es extraño que para llevar adelante medidas que
atacan frontalmente las conquistas históricas de los sectores
subalternos un elemento clave de la estrategia neoliberal fuera
dotarse de una institución construida ad hoc que además de proveerle
de un valioso marco de coordinación, permitiera desplazar la adopción
de estas medidas hacia una esfera supraestatal y evitar así su difícil
y costosa aprobación en los Estados de la Unión. Verdadera coartada de
los Estados miembros para implementar medidas antipopulares
previamente consensuadas, la Unión Europea crea la ficción fetichista
de que los Estados miembros, al autopresentarse como meras correas de
transmisión de las decisiones tomadas en una instancia superior, ya no
representan espacios de decisión ni, por lo tanto, de lucha. Pero no
nos despistemos: aunque con diferentes velocidades y subordinación
entre un ya evidente centro y periferia interna, los Estados y el
Capital siguen siendo los principales actores de este teatro macabro
llamado Unión Europea.

Complementariamente a este papel funcional interno en la reordenación
del modelo de acumulación y dominación capitalista, a su vez la Unión
Europea ha servido a nivel mundial para asegurar a la clase dominante
europea una posición estratégica en el reparto del botín imperialista.
Así es como en estos últimos veinte años no se ha cansado de fomentar
y respaldar el expolio realizado por sus grandes corporaciones en sus
antiguas y añoradas colonias; ha participado por pasiva o activa junto
a su hermano mayor estadounidense y la OTAN en intervenciones
militares ya sea en los Balcanes, Irak, Afganistán o en los últimos
capítulos militares y paramilitares en Libia, y actualmente Siria. El
respaldo incondicional a su poderosa y criminal industria
armamentística, y el apoyo político-económico y militar que brinda a
los Estados terroristas de Israel y Marruecos en su afán de exterminar
a los indomables pueblos palestino y saharaui respectivamente no hacen
más que alargar una lista infinita de conculcación de derechos
básicos, tanto individuales como colectivos, que desde su nacimiento
perpetra esta gran potencia imperialista que es la Unión Europa.

Llegados a este punto parecería que sobran las razones para quedar un
tanto perplejos tras la reciente concesión del premio Nobel de la paz
a semejante candidato. Pero no nos engañemos: además de condecorar a
un criminal de guerra más con este ya desacreditado galardón esta
decisión responde a la urgente necesidad (al igual que al concederle
hace tres años el mismo premio a Obama) de inyectar una desesperada
dosis de legitimad a un sistema capitalista imperialista que debido a
la agudización de sus contradicciones internas no puede seguir
tergiversando tan fácilmente su más profunda naturaleza: la guerra
abierta y prolongada en contra de los pueblos trabajadores. Tanto a
nivel interno como mundial el cuento de la "Europa Democrática y de
los Derechos Humanos" se hace cada vez más insostenible. Y ante una
situación explosiva, ¿qué mejor que entregarse a la pericia del padre
de la dinamita?

Guillermo Paniagua, militante de Askapena

 

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