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Pensamiento :: 02/09/2008

Fraga, Aznar: historia del caciquismo

Jaime Richart
¿Qué hubiera dicho el llamado mundo libre y democrático del si­guiente ucrónico hecho?: Gobbels, político...

Me refiero a la hipótesis de que a un minis­tro o adjunto de Hitler, una vez terminada la guerra mundial, supera­das las atroci­dades nazis y organizado el país en democracia, le hubieran tole­rado (unos) y jaleado (otros) como muñidor de la cons­titución polí­tica del nuevo Estado y consentido ejercer en el país re­construído socialmente como político de postín hasta su muerte na­tural, mucho más de medio siglo después.

Pues esto es lo que viene sucediendo desde 1978 con Manuel Fraga Iribarne. Ese tipo que apoyó incondicionalmente al asesino Dictador desde que se aupó como catedrático de Derecho Constitu­cional en Barcelona, pasando luego a ministro de Turismo y aca­bando, ya al final de la dictadura, de ministro de la Gobernación que equivale a ministro de la Policía. Y en ese papel es cuando dice re­sonantemente eso que ha pasado a la historia de las vergüenzas antidemocráticas: "la calle es mía". Fraga, mano derecha del Caudillo...

Aún hoy, después de haber entronizado al hombrecillo (a ese mi­serable vanidoso y autócrata que sigue dando coletazos, que me­tió a este país en una guerra que no tiene nombre); después de haber exhibido el talante heredado de aquel "generalísimo" que fir­maba a esgallo penas de muerte mientras tomaba el desayuno y había mandado fusilar en Africa a un soldado porque se había ne­gado a comer el rancho... Después de haber surcado su biografía los cami­nos que atraviesan todos los maniobreros y pillastres sin conciencia que no encuentran oposición, comparece ayer en un pe­riódico tan nauseabundo como él ¡para elogiar a Franco! El colmo de la desfa­chatez consentida por un pueblo abúlico y servil con sus opresores interiores, como es el español que domina o sobrenada...

Estas cosas sólo pueden pasar y pasan en España, un país inva­riablemente permisivo con los chorizos de altura y labia, con los ca­nallas en­gominados y con los meapilas. Pero eso sí, implacable con los dé­biles, con la gente sencilla y con los ciudadanos prudentes e inteli­gentes que se niegan a ser cómplices de los anteriores o que les ig­noran.

El ejemplo salido del horno está en la jurisdicción penal: el mismo juez que ha dado lugar a que muera en prisión una reclusa negán­dole el tercer grado por "no estar suficientemente enferma", es el que concedió permiso al abogado Rodríguez Menéndez, condenado a diez años de cárcel. Un permiso que ha aprovechado -cómo no- para escapar por segunda vez a la condena. Cosas como éstas no son ocasionales, fortuitas, incidentales, ex­cepcionales. No es mal fario. Esta especie de ley de Murphy apli­cada a la historiagrafía hispana, se corresponde con la idiosincrasia nacional, con la abundancia de inquisidores, de cínicos, de hipócri­tas redomados y de miserables que abusan de la condición sumisa de grandes mayorías con centenares de miles de caciques. Y tanto Fraga como Aznar no son más que eso: dos caciques salidos de las profundidades del infierno a los que el pueblo no ha querido o no ha sabido defenestrar.

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