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Pensamiento :: 05/11/2004

Globalización, reconversión, sindicalismo

Agustín Morán - CAES
En la crisis de Aceralia, Asturias está viviendo, otra vez, un episodio, no por recurrente menos dramático. Se trata de la puesta en escena de un guión escrito por una multinacional. En la obra, los actores de carne y hueso son los trabajadores y sus familias, sus pueblos y comarcas, dominados por un poder que se presenta como un destino inevitable. Los fines totalitarios de dicho poder son la globalización, la competitividad y el beneficio económico a ultranza.

Los hechos

Tras cuantiosas inyecciones de dinero estatal al Grupo Siderúrgico Aceralia, propiedad de la multinacional Acerlor, ésta se comprometió a realizar un plan de inversiones. Sin embargo, aunque reconoce la excelencia del proceso productivo hasta llegar a "la bobina caliente" y el buen resultado de Aceralia España (113,4 millones de euros de beneficio neto en el ejercicio de 2003), el hecho de que algunas secciones como "acabados" y "productos largos", no estén a la misma altura, le permite condicionar las inversiones prometidas a "la implantación de una nueva mentalidad’ que haga altamente competitiva a Aceralia. Esta "nueva mentalidad’ permitiría "convertir Asturias en líder mundial de productos planos... tanto en calidad y atención al cliente... como en coste y productividad...".

Pero, para conseguirlo hay que asumir, sin rechistar, el acuerdo firmado el 18 de Octubre pasado entre la compañía y los sindicatos UGT y USO. Dicho acuerdo supone el despido de más de 620 trabajadores a través de un expediente de regulación de empleo que enlaza con la prejubilación. Es decir, la reducción de más del 10% de los costes salariales de la empresa a costa de la destrucción de puestos de trabajo y de cuantiosos gastos del erario público en desempleo y prejubilaciones. Todo ello en un entorno de beneficios. El acuerdo introduce también importantes cambios en salarios, jornada, turnos, vacaciones, categorías, funciones, polivalencia y movilidad de la plantilla entre los distintos centros productivos. Es decir, un incremento de productividad no inferior al 20%, en base a la modificación sustancial, a peor, de las condiciones laborales y la invasión del tiempo de vida de l@s trabajador@s y sus familias, sin contrapartida de ningún tipo, sin negociación de un nuevo convenio colectivo, sin intervención de la autoridad laboral y sin participación de los que tienen que costear el "regalo" a la multinacional, los propios trabajadores. Desde un punto de vista estrictamente democrático, hubiera sido necesario convocar un referéndum ya que UGT y USO, en las elecciones sindicales donde obtuvieron la mayoría de la representación en el comité de empresa, no dijeron para que la iban a utilizar mas adelante.

Los sindicatos que se oponen a la firma, Corriente Sindical de Izquierda, CCOO y Confederación de cuadros, con el 37% de la representación, convocaron una huelga contra dicho acuerdo para el 28 de Octubre. La dirección de Aceralia y de su matriz, Acerlor, valora las negociaciones con UGT y USO como "adultas y responsables" y califica la huelga como "un contratiempo que puede causar grandes perjuicios" ... "un riesgo inaceptable, ya que nadie tiene derecho a causar daños a esta instalación"... "Se siente decepcionada por la huelga, que es un acto de conflicto, porque cuando el escenario era el cierre para varias instalaciones...., el plan Arco de Veriña y Aviles garantizaba el futuro de Aceralia..." Y advierte que "... la huelga pudo funcionar en el pasado, ahora no". En apoyo de los ejecutivos de la empresa se ha manifestado Femetal, la patronal de las empresas del metal declarando que "... el nuevo modelo de cultura laboral que Aceralia pretende implantar en Asturias es la UNICA opción de futuro para el mantenimiento y reforzamiento de cualquier compañía multinacional en la región, así como para el resto de las pequeñas y medianas empresas del sector, ya que el sistema de trabajo mejora la polivalencia, la flexibilidad y la movilidad de los trabajadores además de vincular los salarios a la productividad, lo cual permitiría nuevas inversiones en la región". Los sindicatos UGT y USO, fervientes convencidos de las bondades de esta "nueva cultura" que traerá tanta prosperidad para los trabajadores y el pueblo asturiano, se suman con donaire y postín a los argumentos del pensamiento único: "Aceralia es la mano que da de comer a Asturias ... si la compañía siderúrgica se resfría, la economía asturiana se ve afectada por una pulmonía..." y condenan la huelga por "antidemocrática", acusando a los convocantes de la misma de "romper la unidad sindical y hacer huelgas contra los sindicatos"

Una interpretación

Se observa una contradicción entre las exigencias de la empresa multinacional y los derechos y libertades de trabajadores y ciudadanos. Las empresas utilizan la libertad de movimientos del capital, que previamente le han otorgado los gobiernos, para chantajear a dichos gobiernos y a toda la ciudadanía con incumplimientos impunes y exigencias sin fin. Sin embargo, el problema no solo consiste en la voracidad e incompatibilidad de las multinacionales con la democracia. También depende de la cultura y los valores de la sociedad que les permite estos desmanes. Los gobiernos, porque no gobiernan para resolver los problemas de la gente sino para resolver los problemas del capital. Los grandes sindicatos, que han vuelto a los viejos buenos tiempos del nacional-sindicalismo, convirtiéndose en propagandistas de las falacias neoliberales de sus amos. ¿Cómo se puede pretender, cuando el capital depende del trabajo de las personas y de toda la sociedad, que el capital, Aceralia, es quien da de comer a Asturias, es decir que Asturias, sus trabajadores y toda la sociedad, dependan de Aceralia? Sin la degradación de una sociedad, hasta convertirla en una sociedad de mercado, no podría prosperar una economía de mercado incompatible con los derechos humanos. El problema es el capital y su régimen parlamentario de mercado, pero también lo es la sociedad de mercado que se sustenta, a su vez, en la construcción de individuos de mercado, egoístas y sumisos. No olvidemos que a los partidos de la izquierda capitalista y a los grandes sindicatos, les vota la mayoría de la gente. El problema de los burócratas corrompidos, no es solamente sindical, sino de toda la sociedad.

Y Asturias, ¿qué dice Asturias?

Los sindicatos de clase son imprescindibles pero no será de su interior, cada vez más dependiente del poder y más jerarquizado y centralizado frente a cualquier disidencia interna, de donde saldrá la fuerza para acabar con el vergonzoso papel que ejecutan a menudo. Para refundar un sindicalismo de clase hay que contar, no solo con el sindicalismo sino con toda la sociedad. La defensa del derecho a un trabajo y un salario dignos, a vivir en el lugar de origen, a producir alimentos, bienes y servicios necesarios para la sociedad, respetando el medio ambiente, a la protección de la salud, la educación y la vivienda, a la igualdad entre mujeres y hombres en el trabajo productivo y en el trabajo de cuidados, al respeto a la dignidad de las personas y de los pueblos, a los derechos políticos y libertades democráticas, son cosa de tod@s y tienen un enemigo común, la globalización capitalista. Ante las amenazas contra la dignidad y el futuro de Asturias por parte de Acerlor, con el penoso coro de un grupo de empresarios medrosos ante el chantaje de la multinacional y de un grumo de sindicalistas amarillos ¿qué dice Asturias? La respuesta no es fácil. Hay que desconectar de la globalización, no solo como productores agraviados, sino también como consumidores insensatos y felices.

No podemos liberarnos de nuestros enemigos sin liberarnos de los deseos capitalistas que nuestros enemigos han inoculado dentro de nosotros mismos. Hay que intentar poner en su sitio a la multinacional y a sus secuaces, pero también hay que practicar formas de vida, trabajo, consumo y ocio independientes de las multinacionales. Esto es un problema no de un sólo día y no sólo económico, sino también político y cultural.

Capitalismo global y sindicalismo modernizado

Con la globalización, la economía de mercado acentúa sus fines autoreferentes en un circuito cerrado de crecimiento, productividad y competitividad, al margen de las necesidades de la naturaleza, los pueblos y las personas. El proceso imparable de globalización del capitalismo, es simétrico a la adaptación sindical a dicho proceso y supone el alejamiento del sindicalismo de las fuentes de su legitimidad y su poder social.

El sindicalismo capitalista y cómplice, defensor interesado o incauto del "progreso" y analfabeto voluntario o involuntario de la lógica globalizadora, se limita a negociar las sucesivas adaptaciones de los de abajo a la globalización competitiva. El sindicalismo regula, queriendo o sin querer, como un aparato más de poder, la continuidad del ciclo capitalista. Cuando el capital consigue estos grados de libertad, todas las demás libertades quedan subordinadas a la suya. Las leyes laborales y sociales, producto del esfuerzo y la lucha de generaciones de trabajadores, se vuelven - junto a las normas que protegen el medio ambiente y el derecho a vivir dignamente en el territorio de nuestros antepasados - en factores atentatorios a la libertad de inversión y al derecho del capital a obtener beneficios. La eficacia negociadora no se debe medir por el afán de negociarlo todo, sino por los resultados de dicha negociación que, tras veinticinco años de "sindicalismo modernizado", están a la vista.

Si hace 25 años, nos hubieran dicho que ocho de cada diez jóvenes trabajadores, serían parad@s o precari@s, que en algunos hogares, tres generaciones dependen de una jubilación, que un territorio hermoso y fértil tiende a convertirse en una reserva turística, que los jóvenes explotados y humillados aspiran sólo a vivir como clases medias y que la acción sindical en los sectores más vulnerables debe hacerse, de nuevo, desde la clandestinidad, no nos lo hubiéramos creído. Con declaraciones para la galería y medidas paliativas, neutralizadas por la implacable lógica del beneficio privado, el sindicalismo defiende el trabajo. Pero esa defensa, al descansar sobre la aceptación de todas las propuestas y valores del capitalismo y al ocultar la dimensión despótica de la forma precarizada del trabajo y de poder de las multinacionales, es inviable. Desde dentro de la lógica del capital, el sindicalismo mayoritario hace más por la defensa y la apología del capitalismo que por la defensa de los trabajadores. Su única estrategia consiste en una relación defensiva fracasada de antemano. Su horizonte teórico y estratégico no es canalizar y organizar las dinámicas de lucha, sino defender el buen fin de los negocios para que se cree empleo y para conseguir su propio reconocimiento, por parte de los empresarios y el gobierno, como representante en régimen de monopolio, de la población asalariada.

Las luchas no están excluidas, (casualmente, los grandes sindicatos son los que tienen la mayor organización y tradición) pero quedan reservadas para recordar a los poderes políticos y económicos que, sin contar con el poder sindical, el permanente proceso de flexibilización y precarización del trabajo que exige por la economía global, no va a ser fácil. Su aparente distancia de "la política" implica un vacío de discurso propio que, naturalmente, es ocupado por el discurso de la izquierda capitalista, coincidente, en lo esencial, con el discurso de la derecha: modernización, competitividad, interés, beneficio privado, tecnología como progreso, creación de empleo (basura), bienestar como consumismo irresponsable y desaforado, ruptura entre lo reivindicativo y lo político, entre las palabras que se pronuncian y los actos que se realizan. Hoy, tras la "modernización sindical", los grandes sindicatos aparecen como organizaciones autónomas. Pero el gasto creciente de sus aparatos, junto a la baja afiliación, les hace dependientes del estado y de los empresarios. Su debilidad teórica se cubre con un vago discurso keynesiano, entreverado con principios neoliberales, como forma de aparentar que se mueven por algo mas que un cálculo meramente táctico. El clientelismo y la defensa del status de funcionarios por parte de miles de antiguos luchadores obreros, se complementa armónicamente con la mansedumbre, civilizada y democrática, de l@s trabajador@s frente a los abusos, ilegalidades e intimidaciones cotidianas de los empresarios. En el franquismo, no se podía luchar contra el capital porque lo impedía la brigada político-social. Hoy, en la monarquía militar de mercado que le ha dado continuidad, tampoco se puede, porque lo impide la competitividad en una economía global, con el apoyo de la burocracia sindical.

Noviembre 2004

www.nodo50.org/caes

 

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