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Pensamiento :: 02/09/2009

La autoridad anónima

La Rosa Inflamable
El hombre moderno se ve obligado a alimentar la ilusión de que todo se hace con su consentimiento, aun cuando ese consentimiento se le extraiga mediante una manipulación sutil

La autoridad evidente se ejerce directa y explícitamente. La persona investida de autoridad le dice con franqueza a quien está sometido a ella: «Debemos hacer esto. Si no, se te aplicarán tales y tales sanciones.» La autoridad anónima tiende a ocultar que se emplea la fuerza. La autoridad anónima finge que no hay autoridad, que todo se hace con el consentimiento del individuo. Mientras que el maestro del pasado le decía a Juanito: “Debes hacer esto. Si no, te castigaré”, el maestro de hoy dice: “Estoy seguro de que te gustará hacer esto.” Aquí, la sanción para la desobediencia no es el castigo corporal, sino el gesto ceñudo del padre o, lo que es peor, la sensación de no estar “ajustado”, de no obrar como obra la mayoría. La autoridad evidente empleaba la fuerza física; la autoridad anónima emplea el manejo psíquico.

El paso de la autoridad evidente del siglo XIX a la autoridad anónima del siglo XX fue determinado por las necesidades organizativas de nuestra sociedad industrial moderna. La concentración del capital condujo a la formación de empresas gigantescas administradas por burocracias jerárquicamente organizadas. Grandes aglomeraciones de obreros y de oficinistas trabajan juntos, y cada individuo es una pieza de una enorme máquina de producción organizada, que ha de funcionar con suavidad y sin interrupción. El trabajador individual se convierte simplemente en un engranaje de esa máquina. En esta organización de la producción, el individuo es dirigido y manipulado.

Y en la esfera del consumo (en la cual se supone que el individuo expresa libremente sus preferencias), es igualmente dirigido y manipulado. Sea que se trate del consumo de alimentos, de ropas, de licores, de cigarrillos o de programas de cine o televisión, un poderoso aparato de sugestión funciona con dos propósitos: en primer lugar, aumentar constantemente el apetito del individuo hacia nuevas mercancías, y, en segundo lugar, dirigir esos apetitos por los conductos más provechosos para la industria. El hombre se convierte en el consumidor, en el eterno lactante, cuyo único deseo es consumir más y “mejores” cosas.

Nuestro sistema económico debe crear hombres adecuados a sus necesidades, hombres que quieran consumir cada vez más. Nuestro sistema ha de crear hombres de gustos uniformes, hombres que puedan ser influidos fácilmente, hombres cuyas necesidades puedan preverse. Nuestro sistema necesita hombres que se sientan libres e independientes, pero que, sin embargo, hagan lo que se espera de ellos, hombres que encajen en el mecanismo social sin fricciones, que puedan ser guiados sin recurrir a la fuerza, conducidos sin líderes y dirigidos sin otro objetivo el de “hacerlo bien”. No es que la autoridad haya desaparecido, ni siquiera que sea más débil, sino que de autoridad evidente de fuerza se convirtió en autoridad anónima de persuasión y sugestión. En otras palabras, para ser adaptable, el hombre moderno se ve obligado a alimentar la ilusión de que todo se hace con su consentimiento, aun cuando ese consentimiento se le extraiga mediante una manipulación sutil. Su consentimiento es obtenido, por decirlo así, por la espalda, o a espaldas de su conciencia.

Extracto de su Introducción a Summerhill, de A.S. Neill

http://larosainflamable.amarquia.org/spip.php?article80

 

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