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Pensamiento :: 24/11/2008

Las serpientes también cambian de piel

Alizia Stürtze - La Haine
Tras la burbuja informática, la burbuja inmobiliaria y la burbuja financiera, ahora desde EE.UU. nos exportan la «burbuja de la ilusión».

«Burbuja de la ilusión» que, por cierto, habrá quizá empezado a pincharse para esa populosa comunidad gay de California, cuya posibilidad de casarse han declarado ilegal esos mismos votantes de su Estado que con entusiasmo han apoyado al Obama «del cambio». «Burbuja de la ilusión» en la que no parecen flotar ni el FMI que pronostica una recesión de caballo, ni las bolsas que han vuelto a hundirse. «Burbuja de la ilusión» con la que nos han machacado desde los medios de la CAV y del Estado, y sobre la que quizá podamos hacernos alguna pregunta y sacar alguna lección.

Siendo, como somos, miembros de una Unión Europea cuya antidemocrática construcción a costa del empobrecimiento popular es, nos dicen, absolutamente imprescindible para poder competir con Estados Unidos, y teniendo en cuenta la influencia que en la población tienen los medios ideológicos de masas, ¿a santo de qué nos hemos tenido que tragar absolutamente toda la campaña electoral yanqui, sus primarias, sus caucus y sus supermartes, como si viviéramos en Wisconsin o en Dakota?

Teniendo la élite dirigente de la UE, como tiene, tantas dificultades para conseguir que cale en la población la ideología europea, ese producto milagro de la «Europa de la libertad y la paz» con el que nos quieren hacer tragar el desmantelamiento del «Estado del bienestar», ¿por qué han puesto tantísimo empeño mediático en que nos ilusionemos por el triunfo de Obama, como si nos hubiera tocado la lotería?

Sabiendo, como saben, los capitalistas y altos funcionarios europeos lo tremendamente lejanos que nos sentimos de Bruselas y nuestra patente desafección hacia las elecciones europeas, ¿cómo es que se empeñan en que vivamos como propia la elección del próximo inquilino de la Casa Blanca?

Siendo Evo Morales, como es, el primer indio que accede a una presidencia, ¿por qué, en lugar de alabar «el cambio» como han hecho con Obama, le ridiculizaron desde Europa por sus «exóticas vestimentas» (propias de su cultura aymara)? ¿Será quizá porque Evo es indio de alma, y Obama sólo es mestizo de piel?

Quejándose, como se han quejado, todos los partidos minoritarios, PNV incluido, de la descarada y antidemocrática imposición de un bipartidismo «a lo yanqui» ocurrida con ocasión de las recientes elecciones generales del Estado español, ¿cómo se entiende que Ibarretxe, Puigcercós o Llamazares aplaudan con entusiasmo el «triunfo de la democracia» en un país como EE.UU. donde lo que llaman el «third party», es decir, los grupos alternativos al tándem demócrata-republicano (al que Chomsky llama «el partido de los negocios»), ha sido absolutamente ignorado por la prensa?

Las explicaciones son múltiples y creo que poco alentadoras. Por un lado, semejante sumisión a la maquinaria electoral gringa pone de relieve algo que los jefes europeos intentan ocultar: la omnipresencia del capital americano y su peso en la política exterior de la UE. Teniendo en cuenta que, para Obama, Afganistán es el campo de batalla clave contra el terrorismo, que espera que los aliados aporten «la parte que les toca para nuestra mutua seguridad» y que, según sus propias palabras, «a los que están fuera de Estados Unidos que nos quieren destruir, nosotros los derrotaremos», queda claro que el Imperio va a seguir ejerciendo como tal y que Obama es el lavado de cara que necesitaba para restablecer su debilitada hegemonía y hacer más digerible nuestra cooperación en sus aventuras militares.

Por otra parte, con una economía que, aquí como allá, se acerca a la recesión y al colapso financiero, con un aumento galopante del desempleo y la pobreza, con una fuerte reducción del gasto social y una desregulación total del trabajo, al gran capital europeo y a sus representantes políticos les interesa, como siempre en tiempos de crisis, que, en lugar de centrarnos en la lucha para exigir al gobierno responsabilidades y remedios efectivos a favor de la clase trabajadora, nos alienemos en conceptos vacuos como la ilusión, la esperanza o el cambio (cosmético, claro).

Antes, en épocas de convulsión social, se multiplicaban las apariciones marianas y toda suerte de manifestaciones de histeria colectiva. En este supuestamente descreído siglo XXI, en lugar de ilusionarnos con vírgenes, nos intentan ilusionar mediáticamente con un cambio de piel o un cambio de estilo, dándole al término ilusión, claro está, un sentido semántico positivo en lugar del negativo que históricamente ha tenido de engaño, error, esperanza que carece de fundamento en la realidad. El problema que tienen es que entre la ilusión y la desilusión sólo hay un paso. Y que esa falsa ilusión, rápidamente evanescente, se suele generar desde el poder cuando éste precisa hacer un cambio epidérmico.

Así, ante la necesidad de regeneración representativo-simbólica que las clases en el poder necesitan para sobrevivir, surgió un sonriente Kennedy «católico» en escena; a esa supercolega de Reagan que era Thatcher le sustituyó un Blair que «traía el cambio»; y, a un nivel «más próximo», nos aparecieron en escena promesas «revolucionarias» como Felipe González, o incluso Zapatero e Ibarretxe, con los espléndidos resultados por todos conocidos y fácilmente comprobables: guerras, invasiones, reestructuraciones, recorte del gasto social, introducción en la OTAN, profundización neoliberal, privatizaciones a destajo, reducción drástica de derechos, leyes antiterroristas y de partidos, tortura...

En este momento, un imperialismo yanqui en decadencia necesitaba también de una urgente operación de estética... y ahí tenemos apoyado, subvencionado y elegido por la mayoría del establishment, los grandes lobbies, el Pentágono, la Reserva Federal y, cómo no, las famosas clases medias (¡comprobar datos!) a ese producto mediático que es Obama, construido, como Sarkozy, con gran precisión e inteligencia y tras la campaña más cara de la historia.

Producto de consumo que a las instituciones autonómicas, navarras y españolas, por lo que se ve, les interesa potenciar, por sumisión (clara en el caso del PNV), y también por interés clasista de reproducir un modelo de valores (individualista, consumista, personalista, depredador, privatizador...) que criminaliza la lucha social y potencia el modelo del american dream, del sueño americano, según el cual «triunfar» es una cuestión personal y el que no «triunfa» es porque es un perdedor.

Nada de lucha de clases, nada de solidaridad, nada de explotación, nada de auzolana, nada de reclamar derecho a la vivienda o al trabajo, nada de organizarse ni de ir a la huelga... forget it! La cosa va de ser un competitivo tiburón desde la infancia, de supuestamente dirigir tu proyecto de vida no hacia la constructiva y enriquecedora colaboración, sino hacia el camino sin salida del darwinismo social, de ser el compañero de pupitre que no te presta los apuntes, de pensar que cada uno se lo tiene que «montar por su cuenta». Ese es el «modelo Obama» y ese mismo es el modelo PNV/PSOE de «construcción de país» que a todos los niveles nos quieren imponer: educativo, laboral, social, cultural... Quieren que pensemos que para que ocurra «el cambio» basta con el acto «mágico» de votar a la persona adecuada, al nuevo héroe.

Las serpientes pitón o de cascabel, las más mortíferas de EE.UU., también necesitan cambiar periódicamente de piel para liberarse de parásitos... pero no dejan de ser lo que son. El imperialismo gringo acaba de hacer su propia muda, para mejorar su desastrosa imagen tras los ocho años de Bush-Cheney... pero sigue siendo lo que es, como tendrán ocasión de seguir comprobando en Afganistán, Pakistán, Irak, Irán o Palestina donde ya le llaman «el usurpador israelí», y también, desde luego, las propias clases trabajadoras estadounidenses carentes de vivienda, servicios públicos y pensiones, y cuya situación va a seguir empeorando, hayan votado o no a Obama.

Como hace ya un siglo dijo la sindicalista y socialista estadounidense Mother Jones con ocasión de una durísima huelga, «¡no hace ninguna falta votar para luchar y montar la de dios! Hace falta tener convicciones y voz».

 

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