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Pensamiento :: 26/08/2008

Lenin MVP. La selección de baloncesto y la lucha de clases

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[Articulo de Pablo Iglesias Turrión aparecido en El gesto de Antígona]

Los catalanes, los vascos y todos aquellos que sufren de emociones nacionales no representadas en forma de Estado, deberían tener derecho a disfrutar, al menos, de sus colores, himnos y demás parafernalia patria en las competiciones deportivas. Vaya eso por delante.

El tema tiene, sin duda, mucha importancia política, como ha quedado demostrado después de lo mal que ha sentado a los nacionalistas catalanes el anuncio de su compatriota Pau Gasol para Nike. “Está bien conseguir que tu país te admire, pero es mucho mejor que el mundo admire a tu país”, dice Gasol refriéndose a España. Sospecho que a los catalanistas moderados les consolará pensar que, por lo menos, Gasol no dice “Arriba España” como el futbolista Villa y que además ha cobrado por el anuncio (la pela es la pela, como decía Joan Puig).

Sobre lo que nadie ha llamado la atención, sin embargo, es sobre el hecho de que el pívot de los Lakers y embajador de UNICEF, haga un anuncio para una multinacional que mantiene a los trabajadores de sus fábricas de Asia en condiciones espantosas y que ha sido continuamente acusada de utilizar mano de obra infantil.

Pero en fin, estábamos con lo de la representación de las naciones en las competiciones deportivas. Es aquí donde entiendo que, por lo mismo que debemos solidarizarnos con los patriotas que no tienen equipo propio, los que somos de izquierdas y sufrimos un irredentismo particular soportando día tras día el nacionalismo español (por definición de derechas) y su bandera monárquica y postfranquista, deberíamos también ser objeto de una solidaridad similar, o al menos de una cierta compasión. Ya me gustaría a mí ver a los jugadores de la selección de basket con uniforme tricolor y escuchar un himno como La Marsellesa y no la cutre pachanga fachosa, antes de los partidos o cuando se gana algo.

Pero esto es lo que hay, y si te gusta el baloncesto y quieres emocionarte con un equipo que conoces (yo hasta que el baloncesto boliviano no llegue las olimpiadas paso de cambiar de equipo) te tienes que tragar la infame pompa nacional y pasar por alto que los chicos de oro son, en gran medida, un grupo de millonarios dispuestos a vender su imagen a cualquier banco, empresa multinacional o sindicato del crimen que pague por la publicidad (aunque haya algunos, como Calderón, que en un gesto poco habitual, visitó a los presos de la cárcel de Sevilla y se echó unas canastas con ellos).

El caso es que a mí, a pesar de que me revienta el nacionalismo español (mucho más que el vasco o el catalán, que le voy a hacer), el basket me vuelve loco desde chico y esta mañana, desde las ocho y pagando con un cruel dolor de cabeza los excesos nocturnos y la falta de sueño, he disfrutado de la final olímpica como nadie. He gritado a rabiar con el triple de Rudy que ha ajustado el marcador a dos puntos, a solo ocho minutos del final (provocando el exilio definitivo del gato de mi compañero de piso) y he levantado el puño como la Pasionaria con el mate que ha hecho este mismo jugador (¿catalán? ¿Mallorquín?...a ver si la vamos a tener) poco después, en las barbas de Dwight Howard, santo venerado por todos los porteros de discoteca del mundo.

Sin embargo, creo que el partido de hoy no es solo el mejor de la historia de la selección o la culminación de los éxitos de una impresionante generación de jugadores, que llenará páginas de periódicos durante días y que será recordado tanto o más que la final de Los Angeles, sino que representa también una magnífica metáfora explicativa de la lucha de clases, como dinámica antisistémica de enfrentamiento desigual. Créanme, lo que hemos visto hoy en Pekín ha sido una lección de leninismo de las que le gustan a Slavoj Zizek[1] (y por supuesto, de las que le gustaban a Mao Zedong).

Antonio Negri, que de fútbol sabe algo pero de baloncesto poco, describió hace tiempo el catenaccio italiano como la mejor expresión del enfrentamiento de los débiles frente a los poderosos. Para el alma máter de la autonomía obrera, ese sistema táctico nacido del Véneto migrante de mediados del siglo XX, representa una manifestación de la ferocidad del débil en la lucha, resistiéndose a ceder ante el poderoso[2] (ello explicaría el mito de que los equipos de fútbol italianos tienden a ganar aunque jueguen peor que sus rivales).

Pero Don Antonio se equivoca de juego. El fútbol es un deporte poco representativo de la sociedad conformada por el Capitalismo histórico, precisamente porque en él casi todo es posible y las “sorpresas revolucionarias” no solo ocurren de vez en cuando, sino que son frecuentes. En el fútbol los equipos débiles pueden derrotar a los fuertes, como nos hemos cansado de ver, por ejemplo, en la Copa del Rey (heredera de la copa del Jefe del Estado anterior, mentor del actual). Solo en un deporte como el fútbol pueden surgir superhéroes, como Maradona en el Nápoles, capaces de cambiar por si solos el curso de la Historia. Solo en el fútbol es frecuente que pierda el equipo que ha jugado mejor.

Precisamente este carácter de deporte con tantos elementos imprevisibles es la clave de su incomparable éxito mundial. En el fútbol se puede soñar y pueden pasar cosas sin equivalente en la realidad (como el partido de Malta, la final de la Copa de Europa de 1999 que ganó el Manchester United o la remontada del Liverpool en esta misma competición en 2005, entre otros millares de ejemplos). Quizá no sea casualidad que en el país que lleva dominando la economía-mundo capitalista desde el periodo de entreguerras, el soccer sea un deporte de segundo nivel y se prefieran otros mucho menos abiertos a la sorpresa como el fútbol americano, el baseball o el propio baloncesto. Tal vez por eso también, los que nos reclamamos del marxismo, puestos a perder el tiempo con los deportes (como decía Javier Krahe, no todo va a ser follar), deberíamos asumir la obligación revolucionaria (y epistemológica) de entender mejor los deportes que gustan en los USA, como es el caso del baloncesto.

A diferencia del fútbol, en el basket las relaciones de fuerza son, por lo menos, tan importantes como en la realidad material del Capitalismo. Así, las cualidades físicas de los jugadores –del mismo modo que la capacidad industrial, financiera y militar de las regiones geopolíticas- son determinantes. Para empezar, es difícil jugar de algo distinto que de base o de escolta si se mide menos de dos metros. En lo que respecta a las cualidades técnicas del equipo -I+D y general intellect en sentido amplio, para el caso de las áreas económicas- éstas permiten afinar muchísimo en los pronósticos y en las proyecciones a largo plazo de los resultados y además son perfectamente cuantificables en casi todos sus aspectos, gracias a las estadísticas. Una genialidad que termina en canasta, nunca será equivalente a la genialidad que termina en gol. Si pensamos en la competición profesional de los estadounidenses, la NBA, vemos que se trata de un sistema diseñado para que sea prácticamente imposible que no gane el mejor. La fase regular garantiza que sólo los mejores puedan estar en los play off y el sistema al mejor de siete partidos asegura, asimismo, la victoria final del equipo superior, como experimentaron en sus carnes los Lakers de Gasol y Bryant en su enfrentamiento con los Celtics este año. Pero es que incluso en el sistema a uno o tres partidos de las competiciones de la ACB (la liga y la copa), al final tenemos arriba a los de siempre, sin demasiadas sorpresas (a diferencia de lo que ocurre en el fútbol con los sistemas de eliminatorias que, en muchas ocasiones, llevan a un modesto a la final, como viene ocurriendo en los últimos años en la Copa del Rey de fútbol).

En este sentido, la situación en la que se veía la selección de baloncesto, ante la final de esta mañana contra los Estados Unidos, era extremadamente difícil. Sin embargo, como ocurre con la lucha de clases en ciertos momentos muy precisos de la Historia, la victoria frente a los poderosos no siempre es imposible. En este caso, se trataba de una final a un solo partido, lo cual minimizaba la tendencia indiscutible a la superioridad de los norteamericanos en una hipotética serie de encuentros. A pesar de la superioridad general del mal llamado dream team (que nadie se engañe, en el baloncesto no se sueña, se conspira), la defensa de nuestra selección estatal (¿así suena bien?) se había demostrado la mejor del campeonato. Además, en algunos aspectos tácticos derivados en parte de las normas del baloncesto FIBA, podía esperarse una cierta ventaja para España. Por último, el altísimo nivel de los jugadores de la roja (esto si que me gusta como suena) hacía pensar que, si se daban ciertas circunstancias y se llevaba a cabo un diseño estratégico virtuoso, se podía ganar el partido.

Como en las situaciones pre-revolucionarias, la posibilidad de victoria es una pequeña ventana abierta en un muro que pasa velozmente ante nosotros, por la que es necesario colarse. Y es aquí donde entra en juego la agencia, el “partido” como conspirador intelectual y organizador político. Dijo Andrés Montes en uno de los partidos de preparación retransmitidos por La Sexta que Don Alejandro –refiriéndose a Aíto García Reneses- es maquiavélico. Desconozco si los orígenes cubanos de este particular comentarista están detrás de un comentario tan gramsciano, ya que definir a un entrenador de baloncesto como maquiavélico en sus diseños tácticos es acercarse mucho a la lectura que aquel sardo astuto y brillante hiciera del consejero florentino, para ponerle al servicio del proletariado (tesis que después desarrollaría Althusser en una de sus últimas y más discutidas obras[3]).

Y efectivamente, si pensamos en Don Alejandro, estamos pensando en el más leninista de los entrenadores; todo un revolucionario de la teoría de la agencia aplicada al baloncesto (la introducción en España del sistema defensivo de dos contra uno en el poste bajo y de la defensa individual de presión a toda cancha o la renovación de la famosísima zona 1-3-1, son obra suya). No se nos debe escapar que, una vez nombrado seleccionador, reorganizó su “partido político” asegurándose una dirección de “intelectuales”; ello es lo que explica la sustitución de Carlos Cabezas y Sergio Rodríguez por Ricky Rubio y Raúl López, la inclusión de Garbajosa a pesar de que la inactividad había mermado su nivel, o el papel determinante (más aún que en el europeo del año pasado) de Carlos Jiménez en el equipo. Respecto a Raúl López (ahora veremos porque hoy ha jugado menos de lo que se podía prever ante la ausencia de Calderón) hay pocas dudas sobre que su cerebro es su característica fundamental (el mismo lo declaraba cuando se marchó a la NBA, de la que sólo volvió por la fragilidad de sus rodillas), algo que ha preferido Aíto a la explosividad demostrada de Sergio Rodríguez. Pero lo mismo cabe decir de Ricky Rubio, que aún con sus increíbles manos quizá no sea mejor defensor que Cabezas, pero que sí tiene una mejor visión de juego (sus celebrados ally-up no son más que un ejemplo de ello).

Las piezas claves del equipo de Aíto, y en especial para este partido, eran esencialmente “revolucionarios profesionales”. Es verdad que, en este caso, el físico no desmejoraba unas alineaciones de talento más que cultivado (ya les hubiera gustado al genial Rafa Vecina, a Romay o a Solozabal parecerse algo en el físico a estos jugadores) pero desde luego éste no era un factor determinante y menos contra los Estados Unidos. Si Gasol es uno de los mejores del mundo, no es por sus 2´15 (en la liga nacional americana los hay más grandes y más fuertes) sino por su manera de pensar cuando juega. Y lo mismo puede decirse del resto de “dirigentes políticos” del equipo (se diga lo que se diga, esta denominación dice más de lo que son que llamarles chorradas como “estrellas” o “ñba´s”).

En el partido de esta mañana, el general del ejército rojo (esto ya me encanta) Aíto García Reneses ha planteado un esquema táctico brillante para buscar una posibilidad revolucionaria que, sencillamente, no se ha presentado. En defensa hemos asistido a una combinación del sistema de presión individual con la zona 2-3 (de tan buen resultado para el Joventut la pasada temporada) que los norteamericanos solo conseguían superar con una efectividad increíble en el tiro (especialmente en los triples, durante el primer periodo). No debemos olvidar este aspecto; una de de las cosas más llamativas del partido ha sido el excelente ritmo anotador de Estados Unidos ante la defensa, casi impecable salvo al intentar parar los contraataques, de España. Que Raúl y Ricky se cargaran de faltas tan rápido no es más que un indicador de la intensidad defensiva puesta en práctica.

Pero a pesar de los sobresalientes porcentajes anotadores de EEUU, la agresividad ofensiva del equipo leninista de Aíto ha sido lo más impresionante de su juego. La selección ha acabado con un 47 por ciento de efectividad en triples (porcentaje inalcanzable incluso para los equipos especializados en esta faceta en un partido contra USA) anotando nada menos que 107 puntos. Para quitarse el sombrero si tenemos en cuenta el partidazo que han hecho los americanos.

En lo que respecta al funcionamiento colectivo del equipo español en el ataque (6 jugadores de España con 10 o más puntos al final del partido), basta darse cuenta de que la selección ha jugado sin base durante muchos minutos. Si hay algo que intimida de un equipo de baloncesto es verlo jugar y anotar sin base. Muy pocos equipos pueden permitirse jugar así; el modelo histórico de los Bulls con Jordan o, en menor medida, el de los Lakers con Kobe Bryant, responde a una táctica mucho más básica, a saber, hacer descansar la fuerza anotadora en un francotirador extraordinario. Pero con Rudy o Navarro subiendo el balón no dejaba de haber cinco anotadores posibles y efectivos. Por eso Aíto no ha necesitado de Raúl para dar descanso a Ricky.

Pensando en el resultado final, no solo hay que anotar el hecho de que si a Estados Unidos le hubieran pitados los pasos de salida y algunas faltas más se habría llegado a otro resultado (eso era algo con lo que, al fin y al cabo, había que contar); hubiera bastado con que los americanos dejaran de hacerlo todo perfecto (como no llegar al 70 por ciento de efectividad en tiros de dos, al 73 en tiros libres o al 46 en tiros de tres) para que España hubiera ganado.

Por eso el partido ha sido magnífico (la selección de la NBA enfrentándose a una inteligencia revolucionaria prodigiosa) y por eso representa una metáfora de la lucha política y social en condiciones objetivas de asimetría. Sin saberlo, los jugadores y el cuerpo técnico de la selección española de baloncesto han demostrado que la revolución es “tácticamente posible” y que el peso de la agencia (como dispositivo organizador de la acción) puede ser determinante incluso cuando el enemigo no flaquea. Jugando al nivel de hoy, puede afirmarse que sería solo cuestión de tiempo que España gane a los Estados Unidos.

El resultado final en el marcador en nada empaña estas enseñanzas revolucionarias. De hecho, nos ha librado de aguantar el himno, de las celebraciones de exaltación nacional, del orgullo de ser español (yo preferiría sentirme orgulloso de algo un poco más meritorio) y de la sucesión de infames actos protocolarios que acompañan los éxitos de los héroes de la patria. Ya tuvimos esta suerte en el pasado europeo de Madrid, con el extra añadido de escuchar los acordes del viejo himno soviético y poder recordar esa final mítica de Munich 72 en que la Unión Soviética, con canasta de Sergei Belov en el último segundo a pase de Ivan Edeshko, hizo morder el polvo a los estadounidenses, en plena Guerra Fría.

Pero la Guerra Fría acabó y, con ella, el secuestro del pensamiento de Lenin, en las manos los burócratas soviéticos. Por eso hoy podemos decir que Lenin ha sido, con mucho, el MVP de la final.

lenin


[1] Véase Zizek, Slavoj, Repetir Lenin. Madrid, Akal, 2004.
[2] Negri, Antonio, “Catenaccio y lucha de clases - Entrevista a Toni Negri”. En http://colaboratorio1.wordpress.com/2007/10/20/catenaccio-y-lucha-de-clases-entrevista-a-toni-negri/ (Consulta: 24/08/08).
[3] Althusser, Louis. Maquiavelo y nosotros. Madrid, Akal, 2004.
 

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