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Estado español :: 24/11/2007

Monseñor Blázquez: Una petición de perdón sin propósito de enmienda

Arturo Inglott
La iglesia católica pretende reducir su implicación en los crímenes de la dictadura franquista a algunas ?actuaciones concretas?

"Benditos sean los cañones si en las brechas que abran florece el Evangelio"
Miguel de los Santos Díaz y Gomara, obispo de Cartagena entre 1935 y 1949

“Fueron los legisladores de 1931, y luego el poder ejecutivo del Estado con sus prácticas de gobierno, los que se empeñaron en torcer bruscamente la ruta de nuestra historia en un sentido totalmente contrario a la naturaleza y exigencias del espíritu nacional…”
Carta colectiva del Episcopado español a los obispos del mundo entero, 1937

No han sido estudiados aún convenientemente los efectos provocados en el imaginario colectivo por la tergiversación de la reciente historia de España impuesta tras el consenso de la Transición. Todos los indicios que ofrece la vida social y política cotidiana indican, sin embargo, que el atropello a la verdad histórica cometido desde entonces, con la excusa del tránsito al sistema parlamentario y de la reconciliación, pesa como una dura losa sobre nuestro presente y sobre cualquier intento de cuestionar el statu quo heredado del franquismo. Así, más de tres décadas después de la muerte de Franco, los intentos por conocer lo que realmente sucedió durante su dictadura continúan enfrentándose no sólo a la resistencia de quienes estuvieron implicados en ella y de los nostálgicos, sino también a la interesada idea de que no tiene ningún sentido “reabrir heridas, atizar rencores y alimentar desavenencias”. (*)

Desde luego, treinta años de mentiras no son poca cosa. Resultan suficientes para adoctrinar en ellas a más de una generación, e incluso para que muchos de quienes tuvieron que sufrir la amarga verdad lleguen a cuestionar sus propios recuerdos. Esto mismo deben haber calculado los jerarcas de la Iglesia Católica, a tenor de sus últimas declaraciones. El pasado 19 de noviembre, el presidente de la Conferencia Episcopal Ricardo Blázquez se refería a la Guerra Civil, con un discurso que -muy generosamente- fue interpretado por la mayoría de los medios de comunicación como la petición de perdón de la Iglesia por su papel en este conflicto. “Ante actuaciones concretas -dijo Blázquez- sin erigirnos orgullosamente en jueces de los demás, debemos pedir perdón y reorientarnos”. ¿”Actuaciones concretas”, puntuales? Con este asombroso ejercicio de cinismo, impensable en una sociedad cuyos recuerdos no hubieran sido previamente adulterados, parece querer zanjar la Iglesia española su participación en la cruel dictadura que sojuzgó este país durante más de cuarenta años.

Habrá que recordar, pues, incluso las verdades más evidentes. Será preciso recordar, por ejemplo, como la Iglesia española, acostumbrada desde siempre a disfrutar de todos los privilegios de un Estado confesional y estrechamente vinculada al poder económico y su correlato político, reaccionó a las reformas de la II República que afectaban a sus intereses pidiendo un alzamiento militar en contra del gobierno democráticamente establecido. Y como, una vez que éste se produjo, se alineó inmediatamente con los sublevados, convirtiéndose en cómplice entusiasta del terror militar y fascista con el que se pretendía aniquilar, si era preciso, “a media España”. La colaboración de la mayoría del clero, con los obispos a la cabeza, en la labor de “limpieza” efectuada por los facciosos se concretó de casi todas las formas posibles e imaginables.

Pero, casi con seguridad, la aportación más importante la realizó la iglesia católica al transformar una guerra iniciada por los sectores más reaccionarios de la sociedad española en una “santa cruzada por la religión, por la patria y por la civilización”. De esta manera proporcionaron la justificación ideológica para la persecución y el exterminio inmisericorde de la “antiespaña”. Todos aquellos que no comulgaban con los sublevados y con el nuevo orden totalitario que se impondría tras el final de la Guerra. A Francisco Franco sus propagandistas con sotana lo convirtieron en el “gran cruzado católico”, otorgándole el derecho a entrar en las Iglesias bajo palio, antes reservado a los monarcas.

También en Canarias, como en el resto del Estado, el clero apoyó inmediatamente el levantamiento militar del 18 de julio de 1936 y se identificó, como puede apreciarse en la fotografía que encabeza estas líneas, con el movimiento fascista que dio cuerpo a la reacción. También en las islas, los religiosos fueron cómplices, por acción u omisión, de los asesinatos cometidos por bandas de falangistas que formaban las llamadas “brigadas del amanecer”, por su costumbre de ir a buscar a sus víctimas para darles el último “paseo” en el momento del día en el que se encontraban más indefensas.

Mediante un baño de sangre y la represión sistemática de toda disidencia se reestableció el orden que exigían los terratenientes, los caciques, la burguesía y la Iglesia católica. Durante casi cuarenta años, la Iglesia fue uno de los pilares fundamentales de la dictadura franquista, disfrutando de sus seculares privilegios económicos y sociales, aumentados ahora por el “caudillo de España por la gracia de Dios”.

Entre sus prerrogativas, por su puesto, se encontraba el monopolio del adoctrinamiento, que aún hoy se resiste a abandonar. Generaciones de españoles fueron formados en el nacionalcatolicismo, una versión autóctona de fascismo clerical. Para los defensores de esta doctrina, la verdadera España es una unidad de destino en lo Universal que hunde sus raíces en la época imperial de los Reyes católicos y en la Contrarreforma. Y su declive posterior habría sido fruto de desviaciones provocadas por herejías extranjeras como el liberalismo, el protestantismo o el marxismo.

Unidad indisoluble de la patria católica, defensa del orden establecido, lucha sin cuartel contra el laicismo… Un repaso somero a las declaraciones y prácticas de los jerarcas de la Iglesia en nuestros días basta para constatar hasta que punto continúan aferrados a este viejo ideario y a los tiempos de su Caudillo. Pocos han querido reparar, por otro lado, en la significativa frase con la que el presidente de la Conferencia Episcopal acompañó su supuesta petición de perdón por no se sabe qué “actuaciones concretas”.

Al recordar la historia - afirmó Blázquez refiriéndose a la Guerra Civil - en "muchas ocasiones hay motivos para dar gracias a Dios por lo que se hizo y por las personas que actuaron". No resulta nada difícil imaginar, suponemos, a quienes se dirige el agradecimiento del presidente de la Conferencia Episcopal. Máxime cuando, en estas mismas fechas, más de un sacerdote ha vuelto a sostener en sus homilías, celebradas en conmemoración de la muerte del dictador , que “Franco vino a salvar a España de la tiranía comunista”. Muy lejos están, al parecer, de cualquier propósito de enmienda.


(*) Con estas palabras volvió a poner en cuestión Ricardo Blázquez la labor del movimiento por la recuperación de la Memoria Histórica, en la misma comparecencia que hemos comentado en este artículo.

Canarias-semanal.com

 

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