Ola de incendios: crisis social, territorial y ecológica


El Estado español es pasto de las llamas. Los incendios asolan como mínimo ocho comunidades autónomas: Andalucía, Asturias, Castilla La Mancha, Extremadura, Galicia, Navarra , Castilla y León, y Madrid; en estas dos últimas comunidades se han producido sendas víctimas mortales (un mozo de cuadra resultó abrasado en el incendio de Tres Cantos, y un voluntario se vio atrapado por las llamas en Molezuelas). Además el pueblo leonés atiende, con el corazón en la mano, cómo arde el Parque del Monumento Natural de las Médulas, Patrimonio de la Humanidad.
¿Se podía saber que algo así iba a pasar?
No es que se pudiera; de hecho, se sabía -se sabe-. E irá peor. Y volverá a pasar. Estas afirmaciones no son de la doxa de tertulianos ni la de ideólogos, sino la reiterada advertencia de la voces científicas, una advertencia que se revela política a la luz de los fuegos y que pone de relieve una crisis con tres caras: climática, social y territorial. Además de la cara permanente de los intereses inmobiliarios, que sigue presente.
El físico y exdelegado de la Aemet en Navarra Peio Oria indica que el escenario se puede agravar los próximos días. "La situación lleva muchos días siendo muy delicada en todo el oeste de la península ibérica", explica. "Excluyendo quizás zonas de la cornisa cantábrica, creo que estas condiciones se van a extender al resto de la península la próxima semana", por lo que cualquier punto del Estado español es susceptible de sufrir nuevos focos de incendios "incluso de manera simultánea".
El cóctel mediterráneo de la crisis climática
El comportamiento de estos fenómenos son, en realidad, la consecuencia lógica de las condiciones propias del clima mediterráneo en un contexto de emergencia medioambiental. Los incendios están ocurriendo "en todo el arco mediterráneo, desde Portugal hasta Turquía", señala Oria. Esto se debe a las particularidades meteorológicas de esta zona: Aunque cada vez menos, "tenemos suficiente precipitación de invierno a primavera como para que la vegetación crezca, mientras que la época estival es suficientemente seca y calurosa para que luego esta vegetación sea susceptible de arder", aclara Cristina Santín, investigadora del Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad (IMIB), dependiente del CSIC.
"El fuego es parte natural del clima mediterráneo", remarca Santín. El problema llega con las altas temperaturas derivadas de la crisis climática, que aumentan la peligrosidad de las llamas. Así lo indica el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés) en la última edición de su informe anual sobre estos fenómenos, Incendios fuera de control. "Los escenarios confirmados de cambio climático auguran para todo el mediterráneo situaciones de emergencia más frecuentes", recoge el documento.
"Cada vez son más extensas las épocas sin llover, más altas las temperaturas y más frecuentes las olas de calor", incide la investigadora del IMIB. Todo ello conlleva que cada año aumente el número de días con riesgo alto de incendio en todo el mundo, si bien "en proporción, la cuenca mediterránea es donde más ha crecido este riesgo", añade.
"Así como tenemos el concepto de 'ola de calor' para cuando este se mantiene durante muchos días en una escala geográfica amplia, tendríamos que desarrollar uno parecido para a los incendios", propone el científico. "Cada fuego tiene sus características locales, pero más allá del relato puntual, tendríamos que acuñar un término como 'ola de incendios' cuando su número, extensión geográfica y duración sobrepasen determinados valores".
La iniciativa léxica de Valladares va en consonancia con una cuestión en la que coincide la comunidad científica: debemos aprender a convivir con el fuego. Tal y como subraya el informe de WWF, "la sociedad debe asumir que estas condiciones que ahora consideramos extremas serán normales en el futuro próximo".
El "colapso" de los incendios imposibles de apagar
Algunas de esas condiciones extremas tienen que ver con el hecho de que los incendios son, literalmente, imposibles de apagar. "Los incendios son cada vez más incontrolables y desbordan la capacidad de extinción", indica Mónica Colmena, técnica del programa de Bosques de WWF España. "Estamos entrando en la era del colapso", alerta. Santín explica que cuando las llamas son muy intensas, grandes y rápidas, "da igual los medios que tengas. No lo vas a poder apagar".
Los llamados Grandes Incendios Forestales (GIF), aquellos que superan las 500 hectáreas de superficie quemada, se han convertido en el principal problema en esta materia. En esta clase de fenómenos, a los que resulta imposible poner fin, "los técnicos solo pueden poner en seguridad a las personas, intentar proteger estructuras sensibles, y esperar", señala Valladares. Santín añade que, en todo caso, los bomberos pueden tratar de orientar ligeramente la zona hacia la que se dirigen las llamas. Pero a fin de cuentas, sofocar el fuego se convierte en una tarea inútil destinada al fracaso.
El abandono rural, parte del problema
Las políticas de prevención, si existieran, deberían estar ligadas con la crisis sobre el territorio derivada de la despoblación rural y la masificación de las ciudades. Este fenómeno ha provocado cambios "en los usos del paisaje, el abandono de prácticas tradicionales y la intensificación de otras como las plantaciones forestales con especies de fuera, como es el caso del noroeste con el eucalipto", destaca Santín. Debido, entre otras razones, a las políticas de la Unión Europea de favorecer a ciertos sectores.
La despoblación del medio rural supone "el abandono de la agricultura y la ganadería extensivas, dejando una acumulación de masas forestales continuas", apunta Colmena. Esto significa que el paisaje cada vez cuenta con menos obstáculos para el avance de las llamas, haciéndolo por tanto más inflamable. Se subraya la necesidad de reforzar las políticas más allá de la urbe porque "los verdaderos guardianes del patrimonio son los lugareños".
De acuerdo con el informe de WWF, la mayoría de los incendios que tienen lugar son intencionados. Por esta razón, la organización identifica que esta alta intencionalidad es más bien consecuencia de los "graves conflictos sociales y económicos" que tienen lugar en este entorno, como las expulsiones de lugareños por parte de los interese inmobiliarios.
"Hay una infinidad de casuísticas, relacionadas con urbanización, caza, con venganza, disputas territoriales, rechazo a las figuras de espacios naturales protegidos...", ejemplifica Colmena.
El régimen de las políticas cortoplacistas
La clave está en la prevención, insisten todas las voces científicas. No recalificación de terrenos, incentivo del pastoreo, diseño de paisajes mosaico o una mayor cohesión territorial son las iniciativas estrella en este ámbito. Este conocimiento lleva tiempo disponible, pero "el mundo de la gestión y el de la ciencia están desacoplados", lamenta Cristina Santín.
Valladares enfatiza que el dato está, la técnica está, la ciencia está, pero a los políticos y empresarios no les da la gana escucharla. El ecólogo valora necesaria "una fuerte revolución social" que pasa por el empoderamiento ciudadano y la altura de miras. Una sensibilidad, la del largo plazo.