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Estado español :: 12/04/2021

Reflexiones sobre la fase “post-COVID-19”

Jon Ibaia, militante de Herri gorri
Economías como la española, la griega o la portuguesa, afrontarán una fase post-COVID con menos soberanía, mayor dependencia y economías volcadas en el pago de la deuda

Poco se dice al respecto, pero cuando estalló la crisis de la COVID-19 hace un año y ante los efectos de los confinamientos y el “congelamiento” de la oferta y la demanda, en la Unión Europea se abrió una vía legal, restrictiva pero efectiva, para que los estados pudieran intervenir en empresas que pudieran estar en riesgo de quiebra, aportando fondos e incluso asumiendo parte de la propiedad parcial o total de las mismas, ante lo que se definía como una situación de excepcionalidad. Como ejemplos tenemos a Lufthansa, en la que el gobierno alemán inyectó 9000 millones de euros, alcanzando un 25% de la propiedad de la misma, o los 3000 millones con los que el gobierno italiano directamente nacionalizó Alitalia, que llevaba 3 años quebrada. Alemania ha movilizado 400.000 millones en concepto de ayudas a empresas en dificultades económico-financieras, y Francia 300.000.

Los estados centrales de la Unión Europea, mediante estas políticas “intervencionistas” no están haciendo otra cosa que reforzar la división centro-periferia dentro de la Unión Europea, entre los que tienen recursos financieros para proteger sus economías y los que no los tienen. El neoliberalismo no es tan doctrinario como para negar que los estados protegen los intereses de las oligarquías económico-financieras, algo que ya vivimos en el Estado español, como la filosofía de “privatizar los beneficios, socializar las pérdidas”.

El centro de la Unión Europea, no sólo tiene recursos y voluntad para proteger sus economías nacionales, violando los sagrados principios de la “libre competencia” cuando conviene, sino que además están en condiciones de prestar fondos a economías como la española, para aumentar la dependencia, reducir aún más si cabe la soberanía económica y por tanto política y afrontar una fase post-COVID-19 con su estructura económico-financiera en mejores condiciones competitivas.

Hace unas dos semanas, se publicaron datos sobre la economía del Estado español, en los que el endeudamiento público respecto al Producto Interior Bruto había crecido desde el 95% de 2019, al 120% al finalizar el 2020. Si tenemos en cuenta que en 2008 el nivel de endeudamiento representaba un 35%, nos podemos hacer una idea de la situación. Peor aún, el actual nivel de endeudamiento, supera con creces los míticos 140,000 millones de supuestas ayudas de la Unión Europea, de las que unos 40.000 millones “a fondo perdido” están vinculados a reformas estructurales -en la fraseología del neoliberalismo, ya sabemos lo que significa- y el resto incrementará el nivel de deuda y, por tanto, de intereses que habrá que pagar en cuanto sea superada la crisis pandémica.

Economías como la española, la griega o la portuguesa, afrontarán una fase post-COVID con menos soberanía, mayor dependencia y con sus economías volcadas en el pago de los intereses de la deuda y en convertirse en apéndices de las economías centrales. En el Estado español, la oligarquía y el bloque en el poder, están en condiciones de afrontar una nueva ofensiva que profundice la lucha de clases contra el proletariado, reduciendo aún más los derechos sociales, laborales y salariales, y profundizando la deriva autoritaria que le posibilita una correlación de fuerzas favorable al establecer alianzas con sectores de las clases medias que aspiran a mantener su estatus y su nivel de vida, a costa de profundizar las desigualdades y el aumento de la pobreza relativa y absoluta entre amplios sectores del proletariado.

La oligarquía estatal española está en condiciones de reproducir política y socialmente el Régimen del 78, incluso con tasas de desempleo del 15% y tasas del 25% de la población por debajo del umbral de pobreza, ante la inexistencia de una alternativa organizada. Una “nueva normalidad” post-covid en la que que cualquier gobierno, sea progresista o reaccionario, pueda desarrollar políticas en el terreno de derechos y libertades democráticos, avanzando o retrocediendo, siempre y cuando la estructura económica y los intereses de los grandes emporios empresariales y financieros, no sean tocados.

Más aún: la oligarquía y el bloque en el poder, están dispuestos a ceder un porcentaje de sus beneficios, para desarrollar sistemas de ingresos mínimos vitales o rentas básicas, para preservar la estabilidad del sistema, evitando una extensión de la pobreza extrema y simultáneamente, atando a crecientes sectores de la población a una sumisión al asistencialismo, frente al derecho al trabajo y a una cultura del trabajo como mecanismo fundamental de dignidad.

La precarización del trabajo, no sólo es un mecanismo de aumentar las tasas de explotación y los beneficios, sino que constituye una estrategia de fragmentación del proletariado, enfrentando diferentes condiciones materiales de explotación, imponiendo el miedo al empobrecimiento, al desamparo, a la perdida del empleo y desarticulando las acciones colectivas de clase. La lucha de clases es el motor de la historia, y la oligarquía y el bloque en el poder lo saben y aprovechan las correlaciones de fuerzas en las que nos encontramos, para impulsar su programa político y económico, encontrando apoyo entre sectores medios del proletariado y sectores populares con los que han establecido alianzas para preservar su nivel de vida.

Seamos claros: el capitalismo no está en su “fase terminal”, ni el Régimen del 78 en proceso de crisis. La reorientación neokeynesiana e intervencionista de los estados europeos centrales, son la prueba evidente de la capacidad del capitalismo para instrumentalizar a los estados protegiendo los intereses de las oligarquías, validando políticas neoliberales y de ausencia de los estados en la economía, o validando intervencionismos y socializando pérdidas y privatizando beneficios. El modo de producción capitalista, tiene un dinamismo y una capacidad para gestionar contradicciones, que lo convierten en una maquinaria con capacidad de superar crisis modulando sus formas de opresión, dominación y explotación en función de las necesidades definidas para la reproducción del sistema.

Es por eso que debemos afrontar el contexto en el que nos encontramos, como una fase en la que el movimiento comunista debiera reconstruirse organizativamente en torno a dos vectores. Uno de carácter estratégico e ideológico, situando el Socialismo como horizonte de libertad, igualdad y emancipación colectiva y otro de carácter táctico y político, en el que un programa de izquierdas, coherente, ligado a la realidad de la lucha de clases y las correlaciones de fuerzas, nos permitan volver a ser referentes del proletariado y de los sectores populares, señalando a la oligarquía y al bloque en el poder como el enemigo a batir. En esta coyuntura, nos estamos jugando las victorias que logramos en el pasado, y que no nos fueron regaladas, sino que fueron producto de lucha, compromiso y sangre.

Jon Ibaia, militante de HERRI GORRI

 

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