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Iñaki Gil de San Vicente :: 29/12/2003

Respuesta a Anxo, acerca del debate sobre el artículo "Las crisis del marco estatal de acumulación"

Iñaki Gil de San Vicente
El artículo “Las crisis del marco estatal de acumulación” ha suscitado dos preguntas del compañero Anxo que por su importancia paso a responder con algún detenimiento, esp

Las he copiado en negrilla y literalmente en sus formulaciones más directas y significativas para facilitar el debate.

1. “¿Aun suponiendo que el PP quede en minoría en las elecciones, realmente tiene algo en común todos esos intereses burgueses y pequeño-burgueses , cuando tiene intereses antagónicos? ¿Realmente un parte de la burguesía y pequeña-burguesía española perdería poder y prebendas económicas a favor de las burguesías periféricas?”

La respuesta debe basarse, antes que nada, en los resultados de las siguientes elecciones generales. Si el PP gana por mayoría absoluta, no hay respuesta posible porque no existirá ninguna posibilidad de reforma, al contrario. Si gana por minoría, entonces se presentan tres posibilidades: una, que gobierne en incierta minoría, negociando en cada momento con otras minorías, pero entonces el panorama es complicado, lo que siempre le impulsará a pensar en decisiones de fuerza, en medidas bastantes más duras que las actuales, o en la menor de las posibilidades, le impulse a realizar una promesa de futuras reformas insustanciales en la Constitución, bajo estrictas condiciones de acatamiento general, siguiendo la línea de Fraga en el sentido de “cambiar algo para que nada cambie”. Otra posibilidad, que pacte con el PSOE una especie de gobierno de concentración nacional, teniendo en cuenta los problemas internos al Estado y los externos, los provenientes de la pérdida de peso internacional, pero esta posibilidad es también remota porque todavía no se ha llegado a una situación grave en ambos frentes. La tercera posibilidad en el caso en el que el PP justo haya ganado por una muy reducidísima minoría, es que se reedite en el Estado un “pacto a la catalana” entre PSOE e IU, más el apoyo directo o indirecto de otras fuerzas PNV, BNG, etc., en base a unos acuerdos de reformas a medio plazo. En este caso extremo sí parece muy probable también que los posibles pactos y la reforma constitucional serán mucho más suaves, tibios y timoratos, que en lo serían si el PSOE ganase aun por minoría. La razón es simple: con la excusa de no volver a las “dos Españas”, todos los burgueses y reformistas echarán marcha atrás.

Si el PSOE gana será por minoría, y puede tener dificultades para obtener mayorías estables. Hasta ahora, siempre el PSOE se ha negado en redondo a pactar con IU aunque en una situación como la actual sí puede hacerlo, pero a costa de que IU rebaje aún más sus ya bajas exigencias. Otra cosa es que pueda y/o quiera pactar también con en el PNV. Si no lo necesita, no lo hará, a no ser que el PNV renuncie oficialmente al Plan Ibarretxe, traición que por ahora no puede realizar este partido aunque algunos sectores suyos no tendrían ningún remordimiento en hacerlo. Imaginémonos, sin embargo, que el PSOE también necesita del PNV para gobernar en Madrid, entonces veremos una pugna a varias bandas muy interesante ya que, de un lado, hay sectores del PSOE que no quieren en modo alguno nada parecido, pero el caramelo del gobierno de Madrid es muy apetitoso; de otro lado, dentro del PNV aumentarán las presiones para ceder ante el PSOE con la excusa de que siempre será menos malo que el PP, y que se puede obtener algo del PSOE pero nada del PP; y, por último, en caso extremo y sin llegarse a un acuerdo completo de legislatura, se pueden ir negociando apaños puntuales mientras internamente en ambos partidos se prepara a las bases para acuerdos más estables, o se rompe la baraja y el PSOE, ya más consolidado, endurece su postura ante el PNV. .

Que exista un panorama tan abierto, sobre el papel, es efecto de la progresiva acumulación de tensiones y contradicciones. Pero una cosa es este nivel de negociaciones para el gobierno y el parlamento, y otra más seria y decisiva a medio y largo plazo es el conjunto de movimientos en las diversas fracciones de las burguesías periféricas y de la central. Aquí, en este nivel más profundo y decisivo, tenemos que tener en cuenta no sólo, aunque también, los intereses corporativistas y poltroneros de las burocracias políticas, sino sobre todo los intereses socioeconómicos y políticos de las burguesías y de sus respectivos bloques sociales de apoyo. Por razones expuestas en otros textos, la burguesías catalana y vasca tienen intereses por reducir de algún modo el tributo madrileño o, al menos, lograr que no siga aumentando, y otro tanto sucede en Andalucía y en el resto de pueblos y regiones con fuerte identidad propia. El PSOE ha reconocido parcialmente esta necesidad y ha ofrecido algunas propuestas pero con un doble mensaje: que podrá ofrecer más si gana las elecciones y por tanto que hay que confiar en él y votarle, aunque no diga nada más por ahora; y que, sin embargo, están muy claros los límites insalvables y últimos, y esto es una advertencia directa no sólo a los independentistas sino también a los autonomistas consecuentes. Faltan pocos meses para las elecciones y, a buen seguro, el PSOE e IU por su lado, ha intentado estudiar las lecciones extraídas de las pasadas elecciones municipales.

Recordemos que entonces todo parecía indicar que el PSOE e IU podrían subirse a la tremenda ola de movilizaciones populares y sociales, pero los resultados fueron muy pobres para las expectativas creadas. Y es que el PP jugó una hábil baza de compra de votos en sectores concretos de la población. Muy en síntesis, el PP utilizó cinco recursos que tienen importancia especialmente para eso que se llama “clases medias” y para sectores trabajadores con poca conciencia: uno, prometió ayudas a las familias jóvenes, a las mujeres, para la compra de pisos, etc.; dos, prometió ayuda directa e indirecta a la pequeña y mediana empresa; tres, legalizó la esclavización de los emigrantes, beneficiando a decenas de miles de pequeños empresarios, de familias “medias”, de agricultores, etc., además de a la alta burguesía; cuatro, azuzó la caza al vasco y el imperialismo interno español y, cinco, azuzó el españolismo externo con la imagen de la “alianza de sangre con los EEUU”. Además de ofertas secundarias, estos cinco paquetes tenían la ventaja de incidir directamente en los bolsillos y en la ideología españolista y racista de los sectores sociales que antes habían sido la base de la mayoría del PP. Sectores de las “clases medias”, sin mayores precisiones ahora, volvieron a votar al PP de modo que éste logró reducir la ventaja del PSOE a 200.000 votos en el total estatal, cuando meses antes todo indicaba que iba a ser mayor la ventaja sociata y mayor la derrota del PP. Dejando de lado la ostensible incapacidad del PSOE para poner orden en su interior, lo que nos lleva al problema histórico del PSOE entre federalismo y centralismo; y para adecuar el caduco mensaje socialdemócrata a las actuales necesidades de sus votantes de siempre, lo cierto es que el PP le ganó la batalla de las “clases medias” precisamente al incidir en los tres componentes del desequilibrado crecimiento económico estatal: facilitar la compra de casas y con ello facilitar la construcción; facilitar el consumo de esos sectores intermedios aun a costa de una deuda familiar creciente, y con ello mantener el crecimiento de una parte del sector de producción de bienes de consumo y, por último, facilitar la esclavización emigrante para beneficiar el enriquecimiento de los votantes del PP.

El PSOE intenta desesperadamente elaborar una superoferta especial para estas “clases medias” en el mercado electoral, sobre todo después del desastre madrileño y del catalán, en donde la caída en votos se ha compensado con el acuerdo con ERC e ICV. Tiene muy poco tiempo, pero por lo que está ya a la vista del “superofertón electoral”, conjuga como mínimos seis gamas diferentes destinadas, como en lo hipermercados y grandes superficies, a sectores específicos: uno, al sector que podría votar a IU, al que el PSOE ofrece derechos para emigrantes, recuperar prestaciones sociales, promesas culturales, etc; dos, al sector que podría votar al PP aunque a regañadientes, como dureza contra vascos, unidad estatal, etc.; tres, al sector que podría votar a autonomistas y regionalistas duros, como reforma estatutaria y tributaria, etc.; cuatro, al sector trabajador habitualmente votante del PSOE con promesas de recuperación del garantismo social, etc.: cinco, al sector de “clases medias” a los que ofrece casi lo mismo que el PP pero con otro lenguaje, y en especial a los autónomos o autopatronos, a los “nuevos empresarios” que apenas explotan fuerza de trabajo asalariada, o la explotan en absoluto, utilizan las nuevas telecomunicaciones y forman una fracción social objetivamente pequeña pero muy importante para la mitología del ascenso y movilidad social, y, por último y muy importante, seis, a la patronal española a la que ofrece una especial dedicación al I+D para aumentar la productividad, la “vuelta a Europa”, la racionalización de cuentas e inversiones, etc.

Esta última oferta es decisiva porque incide en un problema creciente que ya empezaba a superar el restringido marco de la prensa especializada y de las reuniones internas, para saltar a la calle. Cuando el eje Berlín-París aceleró desde 2001 el abandono práctico del Tratado de Niza de 2000, que el PP magnificó en exceso pero que en realidad fue una victoria pírrica que ocultaba el retroceso del Estado en la dinámica diaria de la UE, se hizo patente la extrema debilidad estratégica del capitalismo español a medio y largo plazo. Las advertencias patronales han ido creciendo y hasta la CEOE se ha hecho eco de ellas, consciente de que quedar relegado al último o penúltimo vagón de la UE será terrible. Desde entonces y cada día más, el cerco del eje Berlín-París va en aumento --véase la reciente decisión francesa de aislar y marginar las vías de comunicación con el Estado, inserta en una cascada de medidas que dificultan el futuro económico estatal-- y la burguesía española ve con preocupación cómo se pasan los vagones de la UE precisamente en una coyuntura de recuperación económica europea. El PSOE tiene en su aval la política europeísta de F. González, que sentó las bases de las inmensas ayudas recibidas por el Estado en estos años, y que ahora van a acabar entre otras razones por el giro estratégico del PP hacia los EEUU. Si el PSOE atrae a sus filas a sectores empresariales, el PP habrá recibido un serio varapalo.

Que el “superofertón electoral” sea eficaz en tan poco tiempo es un problema importante porque decidirá en buena medida el resultado electoral, siempre con en lucha con la oferta del PP que sigue, hasta ahora, las grandes líneas de las pasadas elecciones autonómicas pero llevadas al extremo. Tengamos en cuenta que sólo hay una distancia de 200.000 entre ambos partidos, y a favor del PSOE pero en elecciones municipales, que no generales. Tengamos en cuenta que aunque el manipulado y subjetivo CIS -Centro de Investigaciones Sociológicas-- hincha los datos en beneficio del PP dándole una ventaja de 6 puntos en la intención de voto, y los deshincha en detrimento del PSOE, según sondeos de fiables empresas privadas, la distancia a favor del PP es de sólo 3 puntos, es decir, un empate técnico en intención de votos.

Esta explicación algo larga, aunque no lo suficiente, ha sido necesaria para poder ver cómo se relacionan los intereses con los dos partidos estatales mayoritarios de las fracciones burguesas, pequeño burguesas y también de trabajadores con altos y medios salarios que en estos momentos de “dinero barato” creen que han ascendido de clase social. Pues bien, uno de los puntos fuertes del PP es precisamente convencerles que su bienestar consumista está en peligro por la ruptura de la “unidad española”, y también les sucederá lo mismo a los trabajadores “inferiores”. Un lugar estratégico en esta pugna es Madrid, en el que el PP ha vuelto a derrotar al PSOE con efectos de muy largo alcance. Por su parte, el PSOE está intentando algo similar al potenciar un egoísmo consumista pero argumentado de forma diferente. El PSOE afirma que la política del PP es sólo pan para hoy y hambre para mañana, sobre todo para estas “clases medias”, que serán las que paguen buena parte de los platos rotos cuando se rompa el globo de la economía del ladrillo y del dinero barato. Por eso insiste en que hay que avanzar en reformas que garanticen un futuro mejor, sin romper nunca la unidad estatal.

Ocurre que por las especiales condiciones del desarrollo capitalista español, la burguesía y la pequeña burguesía siempre han necesitado de una permanente y fuerte intervención del Estado, apoyándoles con múltiples decisiones. Si el Estado les abandona, o no puede cumplir con sus obligaciones para con estas clases, entonces giran abiertamente a la derecha y a la reacción exigiendo e impulsando un cambio de política e incluso un golpe militar que depure brutalmente la sociedad y el Estado; y por el contrario, muy pocos sectores de estas clases giran en esas circunstancias no ya a la izquierda, que ni pensarlo, sino tan sólo hacia un democraticismo burgués tibio. Esta y no otra es la experiencia histórica, incluida la más reciente, la de la segunda mitad de los ’90, cuando estos sectores apoyaron cada vez más al PP no porque el PSOE les hubiera abandonado sino porque querían más y más poder, dinero y prebendas. Teniendo esto en cuenta, este bloque social vertebrador en decisiva medida de lo que es “España” votará en estas elecciones cuidando sus ganancias materiales y simbólicas, económicas y culturales, consumistas e ideológicas, ganancias que se vivencian unitariamente porque el nacionalismo español fusiona el bienestar material con la grandeza y unidad estatal. Las reformas en el Estado que propugna el PSOE en ningún momento pretenden acabar con esta realidad, ya que la misma burocracia del partido depende de ella, vive y goza gracias a ella. Sí quiere desbancar al PP del gobierno, que no cambiar cualitativamente el Estado.

Como vemos, la reforma del Estado consiste en cambios que benefician primeramente a las muy materiales cuentas corrientes de muy pocos millones de personas pertenecientes a las clases propietarias; después, aunque a mucha más distancia, a los bolsillos de algunos más millones pertenecientes a los sectores de salarios altos y medios que logran a duras penas integrarse en ese decreciente 34,5% de familias que consiguen ahorrar algo de dinero a fin de mes; y, por último, que apenas benefician en algo material sino sólo en lo simbólico de la ideología nacionalista española, a muchos millones de personas con salarios de miseria, con precariado, con jubilaciones y pensiones de hambre, a ese 57,7% de las familias del Estado que tienen dificultades para llegar a final de mes, y una parte apreciable que casi llega al 10% muchas dificultades para hacerlo. En estas condiciones que empeoran por momentos gracias a la consciente política del PP, que se ha agravado recientemente por la decisión de subir sólo un 2% el Salario medio Interprofesional cuando el IPC ha subido un 2,8%, la demagogia nacionalista española de echar la culpa del empobrecimiento no a la burguesía centralista y a su Estado sino a la “insolidaridad” de las naciones oprimidas, esta vieja pero efectiva táctica de engaño y manipulación, va destinada a presionar contra toda posible reforma algo avanzada, y a indisponer y enfrentar a las clases oprimidas españolas contra las naciones oprimidas.

Sin poder entrar ahora a cómo el Estado incide en los cambios sociales en beneficio de la clase dominante, sí hay que decir que actualmente las clases propietarias están escogiendo en el mercado electoral entre las ofertas del PP y del PSOE. Lo decisivo, para ir acabando con la primera respuesta, es que ninguna de esas ofertas supone una pérdida de prebendas y beneficios para las burguesías españolas. Ambos partidos insisten en que “no se romperá España”, y la diferencia de matiz radica en que el PP ofrece la ganancia a corto tiempo mediante un no rotundo a toda reforma, y el PSOE la ofrece también a corto pero añade que su oferta es aún mejor a medio y largo plazo, mediante una oportuna reforma controlada y rentable. Una inversión más segura, en definitiva, además de ir acompañada por un lenguaje menos autoritario. Además, el PSOE añade que no atreverse a esa inversión en “modernizar España” es algo parecido a una desinversión ya que otras burguesías están invirtiendo a marchas forzadas impulsando la UE. Pero el problema que tiene el PSOE es convencer a la cerril burguesía, a la insegura y angustiada pequeña burguesía y a la egoísta y miope “clase media” de que debe apostar y arriesgar algo en la inversión --toda inversión tiene una dosis de riesgo por pequeña que sea-- de capital sociopolítico para asegurar el futuro durante otro ciclo largo del capitalismo mundial. Hasta el presente, en situaciones así, el grueso de las burguesías españolas preferían, como hemos dicho, mirar al pasado y lanzar a las fuerzas represivas a que pasasen a cuchillo a la gente. Teniendo esto en cuenta, la oferta del PSOE conjuga el autoritarismo represivo necesario y suficiente para asegurar el orden y una oferta atrayente y tentadora de incremento del beneficio por encima del que obtendrían esas burguesías si dieran la confianza al PP. O sea, un pequeña diferencia de matiz consistente en garantizar el poder y prometer más ganancia.

Sin embargo, para nosotros, esta diferencia de matiz es vital porque puede justificar que las burguesías periféricas, el PNV sobre todo, entren en un acuerdo con el PSOE. Recordemos que a finales de los ’70 se dijo que la Constitución iba en beneficio de todos, y que cuando en Hego Euskal Herria fue rechazada, entonces se dijo que el Estatuto vascongado iba en beneficio de todos. Era la excusa del PNV para capitular definitivamente y sin marcha atrás, lo mismo que la excusa del PSOE para capitular ante la OTAN en 1987 era que los avances del Mercado Común Europeo a la Unión Europea también iban en beneficio de todos. El egoísmo siempre ha sido el aceite que ha engrasado la maquinaria de la alineación de las clases oprimidas. Mientras que el PSOE dice a los españoles que una reforma es beneficiosa para todos ellos, las burguesías periféricas claudicantes tendrán el doble cinismo de afirmar otro tanto pero añadiendo que encima no existe otra opción que esa porque, si no se acepta, volverá el ejército español.

Este y no otro es el secreto último de la posibilidad de una reforma estatutaria que adapte la constitución española a las necesidades del Estado durante otra onda larga capitalista. Las burguesías darán ese paso solamente si hacen cuentas, números y balances de resultado del ciclo económico entero. Nunca por altruismo y ética, a no ser que sea la ética de la máxima ganancia, es decir, la burguesa. Y si no comprende que sale ganando lo suficiente, que no sólo una pequeña calderilla que no compensa los riesgos de la inversión política, no dará el paso, al contrario, dirán al PP que endurezca la represión. Hasta el presente, la inmensa mayoría de triunfos de los procesos de liberación nacional se han debido a que las burguesías ocupantes han desistido, retirado sus ejércitos y abandonado el país ocupado porque han hecho cuentas y han visto que la ocupación no era rentable porque les suponía pérdidas netas, gastaban más de lo que ganaban, o sea, pérdidas insoportables y números rojos, muy rojos. Grosso modo, esta podría ser la línea del PP y de casi toda la historia española. La línea del PSOE podría sintetizarse en la línea minoritaria según la cual, hasta el presente, las reformas implementadas por algunas de las potencias ocupantes descentralizando su administración tenían como objetivo básico aumentar las ganancias o mantenerlas contra viento y marea si veían que el contexto de largo plazo tendía a empeorar. Las reformas buscaban que las clases dominantes de las naciones ocupadas se hicieran cargo de parte de la administración cobrando y ganando a cambio de su colaboración administrativa y también de su participación consciente también en la represión de sus propios compatriotas. Al margen de estas dos estrategias, las muy pocas independencias nacionales obtenidas “pacíficamente” se han beneficiado de fuertes presiones externas y de agudas crisis internas de la potencia ocupante que “aconsejaban” retirarse del exterior para mantener el poder interior, como son los casos de implosión de grandes Estados e imperios que al derrumbarse han dejado libres a los pueblos que sojuzgaban para mantener su poder interior: perder algo para no perderlo todo.

2. “¿Realmente crees que la izquierda revolucionaria y popular se ha fortalecido realmente como para no cometer los errores que ha finales de los 70's? ¿Crees que aparte de en Euskadí y en mucha menor medida en Catalunya y en mucha menor medida en Galiza, existe realmente organizaciones y movimientos en el Estado-Reino Español que puedan forzar una ruptura democrática?”.

En estas tres grandes líneas históricas, quitando alguna menor que no hemos recogido, los méritos del internacionalismo proletario y militante de las izquierdas han ido cambiando en relación inversa a la fuerza del nacionalismo reaccionario de las potencias ocupantes. Antes de seguir conviene hacer la vital distinción entre izquierda e “izquierda”. Por ejemplo, la “izquierda” oficial francesa, o sea el PCF, no hizo apenas nada cuando el imperialismo francés asesinaba a comunistas vietnamitas y argelinos, y ahora la “izquierda” francesa se opone mayoritariamente a algo tan elemental y simple como que se establezca un único Departamento para los vascos del Estado francés, no siquiera apoyan eso, lo mismo que aquí esas “izquierdas” no hacen nada para que la CAV se reintegre a Nafarroa. Pero los bolcheviques, o sea, la izquierda, se jugó la vida para dar la independencia a los pueblos oprimidos por el zarismo, y mataron y murieron en las trincheras defendiendo la independencia nacional del poder popular en Finlandia. También la independencia de Noruega fue facilitada además de por los grandes movimientos de masas noruegos, por la crisis política sueca y sobre todo por la directa amenaza de una Huelga General del movimiento obrero sueco si continuaba la ocupación de Noruega. Incluso la guerra de independencia marroquí contra la invasión española se vio favorecida durante unos años por la negativa de juventud estatal, catalana especialmente, para alistarse en el ejército.

Estos y otros ejemplos nos permiten comprender los grandes efectos negativos o positivos que puede tener la solidaridad internacionalista activa de las izquierdas de la nación opresora para con la lucha de la oprimida. Por eso mismo, una parte fundamental de la ideología y de la manipulación del nacionalismo opresor va destinado a impedirla, a romper los lazos solidarios y a exacerbar el desprecio del ocupante hacia el ocupado. Pero esto ya es sabido y lo que interesa de la segunda pregunta se Anxo es saber cómo está y qué pueden hacer las izquierdas españolas en estos momentos. Desde luego que la mejor respuesta será la de las propias izquierdas española, no la de un militante independentista abertzale. De todos modos, sí quiero decir tres cositas.

La primera es que, desde fuera, se aprecia una nítida tendencia al alza, a la recuperación de las izquierdas revolucionarias, como sucede periódicamente en el capitalismo: tras una derrota y/o traición como la acaecida en el Estado entre 1975-82, aproximadamente, se produjo una caída en picado de las izquierdas. Los años de gobierno del PSOE fueron una losa de plomo sobre los pocos intentos de recuperación. La implosión de la URSS terminó por cerrar una fase histórica de la lucha revolucionaria mundial y estatal. Pero las contradicciones sociales eran tales que para mediados de los ’90 se notaban los primeros indicios del nacimiento de una izquierda nueva, indicios que se confirmaron desde finales de esa década y llegaron a su apogeo en 2002. Sin embargo, el peso muerto de la herencia stalinista, la cobardía de IU y el papel del PSOE, además de las iniciativas del PP, redujeron aquella primera oleada a su verdadera fuerza interna, más reducida que la apariencia callejera y mediática. La tristemente famosa “lucha antiglobalización” mostró en esos momentos sus carencias estructurales, y sectores enteros pasaron en poco tiempo a defender varios reformismos, algunos de los cuales con una fraseología ultrarradical y purista, pero carente de contenido. De nuevo, en vez de pisar el suelo de las luchas reales, los intelectualillos se dedicaron a elucubraciones abstrusas y metafísicas. Sin embargo, no tardará mucho tiempo en que las izquierdas realmente existentes vuelvan a recuperarse y avanzar.

La segunda, es que estos vaivenes y altibajos, además de ser lógicos y necesarios en la larga historia de la lucha de clases, siempre tardan un tiempo en pensar autocríticamente las causas sociales de los fracasos y retrocesos, y sobre todo en descubrir teóricamente las nuevas formas en que se presentan las contradicciones esenciales del capitalismo. Hay que tener en cuenta que la historia de la teoría revolucionaria sólo avanza después de que lo haya hecho la historia de la lucha revolucionaria, y aun existiendo una dialéctica ente teoría y práctica, a medio y largo plazo siempre es la lucha, la acción, la práctica la que desbloquea los atascos de la teoría dogmatizada y anquilosada. Con una correspondencia no automática, mecánica ni determinista y sí dialéctica, más temprano que tarde las derrotas sociales conllevan derrotas teóricas. Y también por la dialéctica de la praxis humana, una posterior recuperación de las luchas rejuvenece a la teoría, le aporta nueva vida y experiencias de masas imprescindibles para rejuvenecimiento, teoría que vuelve a impulsar con más bríos las luchas ya iniciadas en una especie de espiral expansiva y sinérgica en la que interactúan la mano y el cerebro. Durante estos procesos de caída, latencia y recuperación, es imprescindible que algún colectivo organizado y muy consciente, haya mantenido vivas y actualizadas en lo posible las bases esenciales de la crítica teórica al capitalismo, no dejándose convencer por los cantos de sirena sobre la definitiva muerte de toda teoría revolucionaria. Cuando vuelven a resurgir lentamente algunas luchas en medio del páramo de derrotas, desmoralización e individualismo, en esos momentos, resulta vital la presencia pública de organizaciones revolucionarias que han aguantado heroicamente los peores momentos del pesimismo y pasividad sociales.

Hasta el presente en el marco eurocéntrico y sin mayores precisiones, la historia de las lucha revolucionarias ha pasado por cuatro grandes crisis de extinción de bloques teórico-políticos revolucionarios que en sus momentos de auge representaron el grueso de la denuncia crítica del capitalismo tal cual se manifestaba en aquél momento: uno, el bloque del socialismo utópico en todas sus manifestaciones, especialmente de la gran familia del anarquismo y del pensamiento libertario, que llegaron a su momento de auge entre 1830 y 1848, para entrar luego en descomposición imparable hasta 1871, cuando se certifica su fracaso global pese a que varios componentes sobreviven con mucho mérito algunos decenios. Dos, el bloque socialdemócrata que aglutinó diversas corrientes anteriores, incluida la marxista que era minoritaria en las direcciones y desconocida casi totalmente en las bases militantes. Este bloque cogió fuerza a partir de 1880, llegó a su auge a comienzos del siglo XX e inició su declive imparable en 1914, degenerando luego en una fuerza capitalista más. Tres, el bloque del socialismo rusocéntrico o stalinista, que empezó a coger fuerza desde la mitad de 1920 llegando al auge tras 1945, para iniciar su declive una década más tarde y desapareciendo a finales de 1980; una variable suya, la maoísta, está llegando ahora a su autoextinción. Y cuatro, la variante eurocomunista que surgió a comienzos de 1970 como respuesta a la crisis del stalinismo en Europa capitalista, que llegó a un auge meramente literario y de prensa, nunca de movilizaciones de masas, a finales de 1970 para entrar inmediatamente en una rápida degeneración. Además de los cuatro bloques, han existido una serie de pequeñas corrientes revolucionarias machacadas por la burguesía pero también por los tres últimos bloques.

La recuperación de militancia dormida y la aparición de nueva militancia nunca será posible sin el estudio crítico-dialéctico de las experiencias de estos cuatro bloques. Pero esta es una tarea que sólo se puede realizar desde y para una práctica militante en la calle y en los puestos de trabajo, también en las cárceles y en el exilio, tal como vuelve a ponerse la situación; y no en y para los dóciles e integrados gabinetes de universidad burguesa. Además, la izquierda nueva actual no tiene a su disposición el enorme caudal teórico dejado por estos largos decenios de luchas y pensamientos, muchos de los cuales aportan luces imprescindibles para entender la situación actual. Sobre todo hace falta volver a adquirir el dominio del método dialéctico, esencial en la historia de las luchas sociales, y que siempre ha estado en la base impulsora de los grandes y decisivos avances teóricos. Método que ya fue atacado por el reformismo y la burguesía en vida de Marx y Engels, luego abandonado por la socialdemocracia, desvirtuado hasta el esperpento por el stalinismo y, por fin, desprestigiado y ridiculizado por el eurocomunismo y por una casta intelectual neokantiana, reformista y acomodada. En el Estado español el método dialéctico ha sido especialmente perseguido por las burocracias del PCE e IU ya que la dialéctica materialista es esencialmente revolucionaria y por ello irreconciliable con una práctica reformista sostenida desde que Santiago Carrillo impuso su tesis de la “reconciliación nacional” (sic).

La tercera y última surge precisamente de lo que se ocultaba bajo la “reconciliación nacional”. Tesis doblemente nefasta porque, primero, no puede haber “reconciliación” entre clases sociales antagónicas, una de las cuales, la minoritaria, vive muy bien gracias a la explotación de la otra, la mayoritaria; y segundo, o primero según el lugar en donde cada cual se ubique, nunca puede ser “nacional” porque el Estado español no es una nación, sino una cárcel de naciones. La “reconciliación nacional” ha sido desastrosa para las clases trabajadoras del Estado y para las naciones oprimidas por razones que todos padecemos un tercio de siglo después. Pero la aparición de una izquierda nueva en la actualidad también está obstaculizada por esos efectos. Durante más de 30 años una buena parte de la militancia subjetivamente izquierdista del PCE y de los grupos revolucionarios que aunque muy críticos con él no tenía más remedio que bailar en parte con la música reformista del eurocomunismo, no se ha atrevido apenas a cuestionar y menos a negar la aberrante tesis de la “reconciliación nacional”. Tal pasividad ha sido, sin duda, una de las razones de la recuperación de un nacionalismo reaccionario español con el PSOE y sobre todo con el PP. Y aunque en ciertos sectores de la izquierda nueva se empieza a reflexionar críticamente sobre qué es realmente “España”, todavía el grueso de ella está atado profundamente al nacionalismo español, atadura reforzada, lo que es más grave, por restos de la vieja tesis de que construir el socialismo sólo es posible dentro de grandes estructuras estatales capaces de movilizar centralizadamente “todas las fuerzas del progreso” hacia conquistas socialistas.

Reconociendo los innegables méritos internacionalistas de organizaciones revolucionarias que se atreven a realizar campañas y actos de solidaridad con los pueblos oprimidos por su burguesía, sí hay que decir que el problema al que se enfrentan es más profundo. Se trata de que superen la alineación inherente al nacionalismo español y avancen en la (re)construcción de lo que puede llegar a ser la identidad popular castellana, que no española. Esta última es la construcción interesada y funcional realizada por los intelectuales orgánicos del bloque de clases dominante en el Estado, aunque algunos de ellos no fueran castellanos sino nacidos en naciones oprimidas. Ya he expuesto estas ideas con más detenimiento en otros textos, especialmente en “Crítica abertzale del paradigma de la izquierda española”, así que no me repito. Sin embargo, el problema crucial, volviendo a la segunda pregunta, no es saber si estas izquierdas tienen capacidad de impulsar una “ruptura democrática” como las fallada hace un cuarto de siglo. La cuestión clave es saber si podrá darse o no una “ruptura” en vez de una revolución dentro del Estado.

El contexto mundial era muy diferente hace 25 años a lo que ahora es. Entonces la URSS y los EEUU, y a otro nivel inferior, el MCE de entonces, estaban interesados en controlar una situación que se les podía ir de las manos con cierta facilidad por la enorme confluencia de crisis de varios tipos en muy poco tiempo. Y ante ese riesgo, las diferencias entre ellos desaparecieron para llegar al acuerdo de aceptar lo esencial de las exigencias del franquismo, como el mantenimiento de la propiedad privada y del capitalismo, de la unidad del Estado, del papel crucial del Ejército y del no menor de la Iglesia, etc. La “izquierda” y los movimientos democrático-burgueses fueron abandonando sus reivindicaciones, incluida la República, hasta aceptar la totalidad de las exigencias del franquismo. La revolución fue rebajada a “ruptura democrática” y ésta, al poco tiempo, a “transición a la democracia”, para concluir en el giro derechista y españolista total realizado especialmente tras el 23 de febrero de 1981. Ahora el contexto es otro, y la pregunta es saber si existen fuerzas políticas burguesas interesadas en una “ruptura”. Yo pienso que no, y que no debemos confundir el chanchullo de la “reforma” con una “ruptura”. Tampoco debemos confundir la instauración de la III República con la “ruptura democrática” porque se trataría de un mero cambio en la cúspide del sistema constitucional, que no de un cambio cualitativo en los pilares de la estructura de explotación de la fuerza de trabajo y de acumulación de capital, que son los que determinan que el marco estatal de acumulación existente en una parte de la península ibérica se denomine actualmente “España”.

Precisamente, lo que marca la diferencia entre las izquierdas españolas y la independentista vasca, es que las primeras deben resolver la cuestión de la propiedad privada antes que nosotros. Es decir, al ser indirecta e involuntariamente beneficiarios del hecho de que las naciones no españolas seguimos siendo propiedad privada de la burguesía española, al ser así, las izquierdas de la nación dominante no pueden ya en el contexto actual, plantear ninguna alternativa que no vaya directamente contra todas las formas de plasmación de la propiedad privada burguesa, básicamente cuatro: propiedad sobre las mujeres, propiedad sobre los pueblos, propiedad sobre las clases trabajadoras y propiedad sobre la naturaleza. La superación histórica de esta propiedad burguesa estructural y global nunca se obtendrá con una simple “ruptura democrática” y menos aún con la III República. Pero la situación de las naciones oprimidas es diferente porque primero y antes que nada, si queremos sobrevivir como colectivos con autoconciencia, debemos recuperar nuestra independencia, es decir, dejar de ser propiedad de alguien extranjero y llegar a ser propietarios de nosotros mismos. En el caso específicamente vasco, esta prioridad de pura supervivencia se plasma en, primero, superar la actual fase del conflicto y, después, avanzar en la extensión de los objetivos de la izquierda abertzale. Desde luego que existe un interacción dentro de la continuidad entre las dos fases del proceso, pero cualquiera que haya leído a los revolucionarios marxistas al respecto, desde los análisis de Marx de la revolución en Alemania a mitades del siglo XIX, hasta los más recientes, no tendrá problemas para entenderlo.

Por tanto, y para concluir esta respuesta a la segunda pregunta, actualmente las izquierdas españolas están en un proceso de crecimiento teórico y práctico cargado de dificultades de todo signo. Sin embargo, no es la primera vez que unas izquierdas muy minoritarias en relación a la población total, crecen mucho en poco tiempo al calor de las movilizaciones y luchas más o menos “espontáneas”. Bien es cierto que tales crecimientos tiene el casi inevitable peligro interno de un posterior estancamiento y retroceso en militancia cuando las luchas se detienen o son derrotadas, pero si ahora deciden invertir una parte de sus esfuerzos en formación teórico-política, en asentamiento organizativo y afianzamiento entre las masas, esa bajada será menor de lo que sería si permanecieran sin consolidar su futuro, y también será más rápida e intensa la posterior recuperación. De cualquier modo, el crecimiento de las izquierdas españolas dependerá, primero, de su capacidad para superar el españolismo y enraizarse con la historia y reivindicaciones de Castilla; segundo, de su capacidad para no hipotecarse con alianzas con IU y otros grupos reformistas, estancándose en vías muertas como la “España federal de libre adhesión”, y otras; y tercero, de que continúe la tendencia al alza de las movilizaciones en el Estado, ascenso que dependen a su vez de la militancia de esas izquierdas en su interior.

EUSKAL HERRIA, 28/XII/2003

 

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