Devotos de la buena guerra en lugar de la mala paz


Los intercambios han sido el principal -y hasta ahora único- resultado tangible de las dos reuniones que Rusia y Ucrania han celebrado el último mes en Estambul, encuentros que, al tratarse de los primeros contactos directos en tres años, son positivos en sí aunque los progresos parezcan escasos. El primer encuentro produjo un canje de mil personas por cada bando y se realizó, de forma escalonada, con una rapidez que hizo pensar a Trump que la dinámica entre los dos países había comenzado a cambiar. La segunda reunión en Turquía gestó el intercambio que comenzó ayer y el compromiso de entrega de cuerpos de los soldados caídos cuyos restos se encuentran en manos del oponente. La diferencia entre la forma en que se han gestionado esas dos propuestas es un buen indicador de la inexistente confianza entre las partes y también de los intereses que imperan en estos momentos, que derivan directamente de las necesidades de la guerra.
Ayer por la tarde, se difundieron las imágenes del primero de los varios intercambios de soldados menores de 25 años que Kiev y Moscú pactaron en Estambul y que potencialmente podría alcanzar nuevamente la cifra de mil personas retornadas a su país por cada bando. Contrastando esas imágenes de felicidad y primeras llamadas emocionadas a la familia chocan con las dificultades que Rusia está encontrándo para lograr que Ucrania acepte los 1.212 cuerpos de soldados ucranianos, primero de los muchos envíos que el Kremlin espera hacer en los próximos días hasta completar los 6.000 que ofreció en la segunda reunión entre las delegaciones entre los dos países.
El desencuentro era perfectamente previsible, ya que la reacción de ambas capitales fue, desde el principio, la misma: cuestionar las intenciones de la otra. Habían pasado apenas unas horas desde que se anunciaran las intenciones de intercambiar 6000 cadáveres por cada bando cuando Vladimir Medinsky, asesor del presidente Vladímir Putin, cuestionó la posibilidad de que Ucrania disponga de esa cantidad de soldados rusos caídos en el frente y cuyos restos hayan quedado en territorios bajo control de Kiev.
La duda de Medinsky era legítima, especialmente teniendo en cuenta el desequilibrio que se ha producido en el frente de guerra (con unas fuerzas ucranianas retrocediendo y aguantando como puede los golpes) y en los intercambios de los últimos meses, en los que Rusia recibía apenas unas docenas de cadáveres y entregaba centenares. Si Ucrania realmente disponía de miles de cuerpos de soldados rusos, cabe preguntarse, ¿por qué no eran repatriados a su país?
La versión de Zelensky fue tan rápida como la del líder negociador ruso, aunque mucho más rebuscada. De esta forma, Ucrania ha tratado de matar dos pájaros de un tiro, por un lado negando cualquier voluntad constructiva rusa -como que las familias puedan despedir a sus seres queridos, enterrados con dignidad- y poniendo en cuestión los intercambios anteriores. La versión de Kiev deja caer de forma implícita que Rusia ha podido entregar tal cantidad de cuerpos porque ha enviado a Ucrania a sus propios soldados.
Poner en duda la identidad de los soldados que el Kremlin ha entregado hasta ahora ayuda a justificar la postura que Bankova (casa presidencial de Ucrania) ha tomado ahora de retrasar o impedir la entrega alegando todo tipo de tecnicismos, exigiendo que la entrega no sea unilateral sino pactada y tratando de imponer los términos.
La realidad de estos dos tipos de intercambio esconde las prioridades de Kiev en estos momentos. El retorno de los soldados más jóvenes, y presumiblemente en mejores condiciones de salud para continuar luchando tras un periodo de descanso y tratamiento, contrasta con el nulo deseo de Ucrania de recibir los cuerpos de soldados muertos, una llegada que implica, entre otras cosas, el pago de compensaciones. Recibir los cuerpos de 6.000 soldados supondría para Ucrania un coste enorme que Kiev trata de postergar hasta el momento en el que toda la financiación no deba emplearse en la adquisición y producción de armas.
La semana pasada, la Rada ucraniana aprobó una nueva legislación según la cual los desaparecidos no podrán ser declarados muertos hasta dos años después del final de la guerra, una actuación política con claras implicaciones económicas, ya que las familias no podrán percibir en todo ese tiempo las compensaciones a las que tienen derecho. Ucrania, que ya utilizó el impago de pensiones a la población de Donbass durante los años 2014-2022 como forma de ahorro, realiza ahora el mismo cálculo. La guerra es la prioridad absoluta y los fondos que llegan de sus socios y aliados han de emplearse en costear la guerra, no en compensar a las familias por las pérdidas que acarrea el conflicto.
Mantener elevada la lista de desaparecidos contribuye también a contener el dato de solados muertos, una cifra que, secreto de Estado, Bankova está haciendo todo lo que puede para ocultar. Las únicas bajas de las que Ucrania quiere hablar son las rusas y el dogma de que son muy superiores a las ucranianas se ha consolidado en la prensa internacional pese a evidencias claras en sentido contrario. La negativa de Zelensky y su equipo a prever la desmovilización de quienes llevan años en el frente, el intento de conseguir que se alisten sin necesidad de ampliar la movilización a los menores de 25 años y la extensión de la edad en la que es posible presentarse voluntario más allá de los 60 hace intuir que las pérdidas de personal son alarmantes (mucho mayores que las rusas).
La necesidad de reclutar constantemente para suplir a los soldados caídos en el frente o heridos que no volverán a luchar choca con dos situaciones: la demografía y la reducción del flujo de voluntarios dispuestos a morir por conseguir una posición de fuerza con la que negociar con Rusia. "Rusia está intensificando la guerra y no tiene intención de detenerla. Cualquier escalada sólo puede detenerse mediante la fuerza", escribió ayer en las redes sociales Andriy Ermak, una de las voces más influyentes y beligerantes de Ucrania, que no se cansa de exigir más armas y munición a sus aliados para una solución militar que logre sentar a Rusia a la mesa de negociación en condiciones de inferioridad y de tener que aceptar los términos que Kiev imponga.
Esa visión de la guerra no solo implica la continuación de los ataques con misiles, como ocurrió nuevamente ayer con más de 400 drones y decenas de misiles rusos lanzados contra Ucrania, sino un creciente sacrificio a una sociedad ya exhausta. La capacidad de Ucrania de resistir y seguir luchando depende, por una parte, de mantener la financiación y el flujo de material, algo que los países europeos pretenden garantizar se retire o no EEUU de su papel de proveedor (y, por lo visto, no pueden). Por otra parte, las posibilidades de Kiev de mantener a su ejército en el frente dependen también de la paz social y el mantenimiento de un determinado orden en el que haya suficientes hombres que movilizar para el frente.
"Esto es cuestión de ley y justicia. Si sigues la ley ucraniana, la movilización, tienes que estar en Ucrania; a partir de ahí, puedes luchar o trabajar", afirmó Zelensky en el Foro de Davos de 2024 como recuerda la historiadora ucraniana Marta Havryshko en un artículo publicado por Berliner Zeitung en el que afirma que esta es "una guerra de pobres".
"Los ricos cuentan su dinero, los pobres entierran a sus hijos: ¿Qué papel juegan la clase, el poder y la corrupción en la guerra de Ucrania? ¿Y por qué los políticos envían a sus hijos a Occidente?", se preguntaba en las redes sociales. Su conclusión es clara, "mientras no pocos hijos del establishment político disfrutan de la tranquila y cómoda vida en Occidente, las familias de clase trabajadora son las primeras que entierran a sus hijos en los cementerios del país".
La guerra es siempre cuestión de clase, como muestra otra noticia que destacaba ayer Havryshko. "Un grupo de jóvenes ucranianos fue capturado mientras intentaba escapar de la movilización forzada y huir a Rumania. Se escondieron en un camión entre el ganado y se hicieron pasar por pastores. Cada hombre pagó 18.000 dólares por este servicio que salva vidas", escribía recordando que el salario medio en Ucrania ronda los 560 dólares. Es evidente qué tipo de población puede permitirse arriesgar sus vidas en la huida en lugar de perderlas en las trincheras.
El resultado no es solo el aumento de la desigualdad, sino el empeoramiento de una crisis demográfica que dura décadas y que Ucrania comparte, aunque de forma mucho más acusada, con la Federación Rusa. "Hay aproximadamente 32 millones de personas viviendo en Ucrania. De ellas, diez millones y medio son pensionistas. Si Ucrania sigue luchando hasta 2030, como parece desear el Occidente colectivo para rearmarse y prepararse para la guerra con Rusia, simplemente no quedará ninguna Ucrania", se lamenta Havryshko para continuar explicando que "Ucrania es, ante todo, su gente. Y son ellos los que están muriendo y abandonando el país. En números masivos. Especialmente los jóvenes, que se niegan a hacer de la guerra eterna el propósito de su existencia".
La conclusión de la historiadora, cuya lengua materna es el ucraniano, defendió el golpe de Estado proEEUU del Maidan y procede del oeste del país -aunque choca abiertamente con la extrema derecha por rechazo al nacionalismo y al enaltecimiento del fascismo-, es que "los devotos de la buena guerra en lugar de la mala paz están, en realidad, borrando Ucrania de la faz de la tierra, mientras ganan dinero con ello".
A falta de soldados y con escasez de fondos, las tramas se multiplican, sigue pagando el pueblo mientras la clase política protege a sus hijos. Y, mientras tanto, Ucrania recibe a bombo y platillo a soldados que devolver pronto al frente y pone obstáculos para recibir a quienes dieron la vida por la causa y cuyas familias deberían poder cobrar la compensación que se les prometió por sacrificar sus vidas.
slavyangrad.es