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Argentina :: 12/07/2025

La Argentina de Milei: la nueva derecha avanza motosierra en mano

Luismi Uharte
Si el relato de la explotación capitalista de diluye, se abre la puerta a la «guerra de pobres contra pobres». El explotador capitalista desaparece de la ecuación

Ha pasado año y medio desde que Javier Milei ganara las elecciones presidenciales en Argentina, a fines de 2023, supuestamente contra todo pronóstico, derrotando al candidato 'peronista' (Sergio Massa) y después de haber dejado en la primera vuelta fuera de la contienda a la candidata de la derecha tradicional (Patricia Bullrich). Es tiempo suficiente para evaluar lo ocurrido hasta ahora: identificar las claves de su victoria, las principales medidas de gobierno, el sustancial apoyo que tiene y las perspectivas a medio plazo.

Claves de la victoria

Para entender la victoria de Milei hay que subrayar que un conjunto de factores, algunos coyunturales y otros de carácter más estructural, configuraron una especie de tormenta perfecta que posibilitó el triunfo de un candidato bastante desconocido en el ámbito político tradicional, que lideraba un partido nuevo, ajeno al sistema de partidos al uso y que traía bajo el brazo un programa ultra, que a priori parecía marginal en la centralidad política del país.

Entre los factores coyunturales destacan especialmente dos: la alta inflación y los efectos de la pandemia. Ambos configuraron una bomba de relojería en un contexto de gran malestar social tras los dos últimos gobiernos: el de Macri (derecha convencional) y el de Alberto Fernández (progresista-peronista). La profunda decepción que provocó en el campo progresista el mandato de Fernández, como indican diversas personas en las entrevistas, abrió la puerta de par para el desembarco del partido de Milei, La Libertad Avanza.

La alta y creciente inflación que la ciudadanía venía sufriendo desde hacía más de una década -- dos últimos años de Cristina F. Kirchner, y los mandatos de Macri y Fernández--, fue un factor trascendental. Los impactos en la cotidianidad, sobre todo de las clases populares, fueron devastadores y múltiples, ya que no solo implicaron el deterioro de las condiciones de vida materiales, sino que provocaron afectaciones de orden sociológico -- ruptura de la sociabilidad-- y emocional -- incertidumbre, angustia, rabia, etcétera--. El recuerdo de la pesadilla hiperinflacionaria de los años 1980 también planeaba en la memoria histórica. Por eso, con tal de frenarla, «la gente está dispuesta a cualquier cosa», como subraya el politólogo Sergio Morresi. La «astucia» del peronismo al presentar como candidato presidencial a quien había sido el último ministro de Economía (Sergio Massa), considerado por amplios sectores sociales como el «símbolo» del fracaso de la lucha contra la inflación, fue el broche.

La pandemia fue otro factor de gran impacto, ya que la larga cuarentena impidió salir a «laburar» a un alto porcentaje de la clase trabajadora que vive del trabajo informal y que no recibió un salario como sí lo hizo la franja de trabajadores/as formales. Aunque recibieron un subsidio, fue sentido como precario. De facto, como señala Gonzalo Armúa (dirigente del Frente Patria Grande), «se pedía a la gente que no se moviera de sus casas, pero era irreal, porque necesitaban salir para conseguir lo básico. Eso genero mucho enfado».

La crisis de la clase política es un factor de orden estructural de gran relevancia, que no era nuevo, ya que tenía sus orígenes en el Argentinazo del 2001, con aquel lema inolvidable: «¡Que se vayan Todos!». Una consigna capitalizada por la izquierda (peronista o no) en aquel momento, que ahora se revolvía contra ella, abriendo la puerta a la extrema derecha. Con un hábil manejo discursivo, Milei (profesor, economista, tertuliano...) prometía ir contra la «casta», en un contexto en el que la sociedad concebía a la clase política como corrupta, privilegiada e incapaz. Milei supo proyectarse como el símbolo del cambio frente a un orden cada vez más deslegitimado.

Otro factor estructural es el avance silencioso de la derecha en los últimos años. Diversas investigaciones, según Morresi, apuntan a cambios sociológicos, sobre todo entre la juventud en zonas rurales del interior del país. Los resultados de las citadas investigaciones muestran reclamos de fuerte carácter conservador -- contra lo público, antifeminista, de mano dura, etcétera--. Si a todo eso le sumamos un contexto internacional de auge de las extremas derechas, se obtiene el caldo de cultivo para que ganara una candidatura como la de Milei.

Balance de las políticas aplicadas

La nueva derecha argentina, motosierra en mano, en poco más de un año ha llevado a cabo un programa de gobierno que debe ser analizado en varios planos.

¿Qué ha hecho? Las medidas aplicadas por Milei desde el inicio de su gobierno han sido cuantiosas y contundentes. El punto de partida fue el Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU), aprobado apenas 10 días después de asumir su mandato (20 de diciembre de 2023), que otorgaba al presidente facultades especiales para legislar por encima del Congreso durante dos años (finalmente no fue así). Dicho decreto proponía en sus 336 artículos un cambio radical del modelo económico y del papel del Estado.

La medida «exitosa» por excelencia ha sido la bajada de la inflación, a costa de una reducción salarial brutal. Las y los principales afectados han sido quienes dependen de un salario, sobre todo empleados/as públicos/as, un sector social que, en gran medida, según Daniel Feierstein, sociólogo de la Universidad de Buenos Aires, no era la base de Milei, además de ser un componente de la clase trabajadora en retroceso porcentual por el incremento constante del trabajo informal.

La salvaje reducción del gasto público es uno de los ejes centrales del programa gubernamental. Reivindicando el vieja dogma ultraliberal de la austeridad fiscal, el recorte masivo de programas sociales ha ido acompañado de la desinversión estatal en obras públicas, ciencia, etcétera. A su vez, los despidos masivos de personal estatal han sido draconianos. Hasta el momento, alrededor de 55.000 personas se han quedado sin trabajo. Paralelamente, la creación del Ministerio de Desregulación del Estado ha implicado la semidemolición de la estructura ministerial, al suprimir más de la mitad de los ministerios (11 de 20). Ello ha venido acompañado de una política antisindical, como denuncian delegados del sindicato estatal ATE entrevistados. La persecución de representantes sindicales está siendo combinada con amenazas de despido a quien pretenda afiliarse, subrayan desde ATE.

En el plano económico, el reciente acuerdo con el FMI es la decisión más trascendental por dos razones. En primera instancia, porque implicará de nuevo un gran endeudamiento acompañado de recortes drásticos. En segundo lugar, porque activa el tradicional mecanismo de acumulación de capital que utiliza la oligarquía argentina para recibir dólares, apropiárselos y luego practicar la fuga de capitales.

El ataque a las políticas de memoria y reparación de la dictadura es otro frente abierto por Milei. Rompiendo el consenso de cuatro décadas, no sólo puso en cuestión el genocidio, sino que está intentando ahogar a los centros de memoria, al reducir al mínimo su personal, como recuerda la historiadora Paula Klachko. En nuestra visita al icónico Museo de la Memoria ESMA, situado en la siniestra Escuela de Mecánica de la Armada, así nos lo transmitió su personal.

Los impactos del programa de recortes de Milei son ya evidentes en las condiciones de vida de algunos sectores sociales: pérdida de poder adquisitivo de la masa asalariada, con resultados críticos entre las y los jubilados; incremento exponencial de personas durmiendo en la calle, etcétera. Hay otros impactos que ahora no se perciben, pero que se sentirán a medio plazo y serán devastadores, según Feierstein, como el deterioro de la red viaria, del sistema científico del país, entre otros.

¿Cómo lo está haciendo? Las innumerables medidas aplicadas por Milei desde el inicio de su gobierno han operado bajo la lógica de la «doctrina del shock» (Naomi Klein), por su profundidad y su velocidad, con el propósito de noquear al campo popular y progresista. Eso viene aceitado con un incremento de la represión bajo el paraguas del «Protocolo Bullrich», instrumento legal para reprimir con contundencia la protesta social. La violencia desproporcionada que se ha empleado contra la movilización de los y las jubilados/as es el ejemplo más paradigmático.

¿Neofascismo? Lo más novedoso y preocupante del modus operandi de Milei y su gobierno es el salto cualitativo en cuanto al modo de relacionarse con el adversario político, lo cual ha abierto el debate sobre su posible carácter neofascista. Para el filósofo italo-argentino Rocco Carbone, Milei se diferencia de la derecha tradicional (del «macrismo») porque no reconoce al antagonista político. Le suprime sus derechos, por lo que representa una experiencia política no democrática, lo cual plantea en su libro Fascismo psicotizante. Eso explica el discurso del odio hacia el diferente que caracteriza la política comunicativa presidencial y la política de la «crueldad» como dispositivo de gestión gubernamental. Como dice Gervasio Ramos: «no solo se despide a la gente de su trabajo, dejando a una familia sin ingreso, sino que además se burlan públicamente de ella».

Proyecto. Otra de las novedades del movimiento liderado por Milei es que pretende reconfigurar el sistema político casi centenario de Argentina; en particular apunta a destruir la «singularidad nacional argentina (el peronismo)» (Carbone). De hecho, Milei habla de la decadencia de los últimos 70 años, mientras reivindica una supuesta potencia argentina del siglo XIX que, como nos recuerda el antropólogo Andrés Ruggeri, es el país oligárquico previo al sufragio universal.

¿Éxito? Tras más de un año de gobierno y teniendo en cuenta la política de tierra arrasada que ha llevado adelante Milei, cualquiera podría pronosticar que el apoyo inicial que tuvo se hubiera erosionado considerablemente. Sin embargo, si se dan por válidas las encuestas y la propia percepción del campo progresista, Milei sigue manteniendo casi el mismo respaldo que al principio. ¿Cómo explicar eso?

Por un lado, como dice Morresi, cada sector que lo apoyó siente, por ahora, que está cumpliendo: controló la inflación, está reduciendo la plantilla del Estado, etcétera. Por otro lado -- y esto es mucho más importante--,

el proceso de derechización sociológica al que aludía Morresi se traduce en que algunas de sus ideas-fuerza han logrado afianzarse en la mentalidad de amplios grupos sociales. La «batalla cultural» a la que apelan Milei y su gente, no es más que la batalla de ideas (Fidel Castro) en la que izquierdas y derechas se disputan el sentido común, los valores hegemónicos y la centralidad política. Las percepciones en torno al Estado, al mercado, a las clases sociales, a lo comunitario, etcétera, son de vital importancia en esta disputa.

Capitalismo neoliberal y clase trabajadora

Andrés Ruggeri, antropólogo y referente del campo de las empresas recuperadas, señala que hay cambios estructurales que se vienen dando desde décadas atrás y que explican los cambios sociológicos actuales. Según Ruggeri, el capitalismo neoliberal que se impone en el país desde la década de 1970 ha transformado la clase trabajadora. Por un lado, es significativo el crecimiento del trabajo informal, que ha pasado de representar un 30 % de la fuerza laboral a aproximadamente el 50 % del total. Eso ha provocado una fragmentación de la clase trabajadora y ha hecho crecer un tipo de trabajador/a muy vulnerable al discurso ultraliberal. Los/as jóvenes del capitalismo de plataforma son carne de cañón del discurso promercado: «el mercado aparece como lugar de oportunidades, mientras que el Estado impide tu crecimiento, además de financiar a los vagos».

El capitalismo neoliberal no solo rompe la unidad de clase, sino que produce un nuevo tipo de sociedad, en la que la pérdida de conciencia de clase avanza de manera vertiginosa. Según Ruggeri, en Argentina desde los años 1940 la identidad peronista, aunque no fuera expresamente de izquierda, no era una identidad liberal e individualista, sino colectiva y sindical. Eso se ha ido fracturando cada vez más. El joven repartidor que trabaja 10 horas al día en una bicicleta no tiene derechos laborales, ni vacaciones pagadas, ni seguro médico si se enferma, pero se cree su propio jefe, se cree libre, reflexiona Eva Verde del Frente Popular Dario Santillán. Ese sujeto, paradójicamente, se ha convertido en el símbolo del votante de Milei.

Conflicto intra-clase. Si el relato de la explotación capitalista de diluye, se abre la puerta a la «guerra de pobres contra pobres», como advierte Rodolfo Pastore, economista y profesor de la Universidad Nacional de Quilmes. El explotador capitalista desaparece de la ecuación y el enemigo del trabajador informal es el formal, porque disfruta de privilegios -- que ya no son considerados derechos -- .

El discurso es aún más perverso, porque según Morresi aflora el «resentimiento» contra otras franjas de la clase trabajadora: resentimiento contra el empleado público, porque vive mejor que yo gracias a sus «privilegios»; contra el que recibe ayudas sociales, porque vive igual que yo sin trabajar. Milei instrumentaliza ese resentimiento para justificar su programa de recorte de «privilegios» (sic), su receta distópica: «si no lo tengo yo, entonces, que no lo tenga nadie».

Estado ausente. A todo lo anterior se suma una percepción cada vez más negativa en relación al Estado y lo público. Una de las banderas del kirchnerismo fue el «Estado presente» frente al «Estado ausente» del neoliberalismo (Ruggeri) y durante la primera década del proceso de cambio kirchnerista (2003-2013) trajo mejoras sociales indiscutibles. Sin embargo, de ahí en adelante, y sobre todo durante los gobiernos de Macri y Fernández, se produce un deterioro sustancial del papel del Estado, además de las contradicciones que se venían arrastrando. Por eso, en la última década y, especialmente entre las generaciones más jóvenes que no vivieron la «década ganada», existe un sentimiento colectivo de que lo público no funciona.

Morresi asegura que la insatisfacción con lo estatal es muy grande, sobre todo entre la gente pobre del interior del país: «voy al hospital y no me atienden; la escuela de mis hijos está cerrada por huelgas o mal estado de la infraestructura; el transporte público no pasa y llego tarde al trabajo». Ese acumulado de insatisfacciones lleva a la siguiente reflexión: el Estado me tiene que dar salud, educación y servicios públicos y no me los da -- o no me los da dignamente--, pero me cobra como si me los diera. A eso hay que agregar, siguiendo a Pastore, que no solo es que el Estado no ha logrado garantizar derechos, sino que cuando lo ha hecho, no en pocas ocasiones ha sido de manera clientelar.

Núcleo de verdad. Pastore advierte que en el relato antiestatal y ultraliberal hay un núcleo de verdad. Por eso tiene efecto. Sin embargo, también se produce una disociación con la realidad.

La anécdota que cuenta la profesora Bottini, de la Universidad de Quilmes, es muy paradigmática. En una clase, ella reivindicó que había que defender los derechos adquiridos y un estudiante de sectores populares le respondió: «ningún derecho que vos querés defender tiene que ver con mi vida. En mi familia nadie tiene derechos». Por una parte, tenía razón, pero por otra no, ya que estaba estudiando gratis en una universidad pública y no era consciente de que estaba disfrutando de ese derecho.

Comunidad. Otro terreno en disputa, no solo discursivo sino también material, es el de lo comunitario. Además del discurso individualista y anticolectivista de Milei y las nuevas subjetividades proclives a interiorizarlo, hay que analizar qué sujetos se están disputando el control de los barrios populares. El reconocido intelectual Atilio Boron alerta del espacio vacío que dejaron la izquierda peronista y la teología de la liberación y la inserción paralela de las iglesias evangélicas y del narco. Por un lado, las nuevas iglesias combinan un discurso emprendedurista y antifeminista y, por otro lado, el narco avanza cooptando para sus redes a jóvenes que estaban condenados a la precariedad. Desde el Frente Dario Santillán alertan de la preocupante situación: «en América Latina, si desmantelás las políticas públicas avanza el narco».

¿Cómo hacerle frente? A pesar del programa de shock mileista y de los citados cambios sociológicos, hay que destacar las movilizaciones populares que se han dado en todo este tiempo. Paula Klachko destaca las tres huelgas generales, la multitudinaria marcha en defensa de la universidad pública, las manifestaciones de marzo del día de la mujer trabajadora y de conmemoración de la dictadura, las masivas marchas de jubilados de los miércoles y la masiva movilización antifascista de febrero.

Sin embargo, no ha sido suficiente para erosionar al gobierno. Además, gran parte de las/os entrevistadas/os manifiestan su preocupación por la disputa interna que se está dando dentro del peronismo entre Cristina F. Kirchner y su posible sucesor, el actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, aunque hoy parece que está remitiendo. Por su parte, el movimiento popular, según Eva Verde, está en una etapa de resistencia y subsistencia, ya que la prioridad actual es dar de comer a la gente en los barrios tras el desplome de los programas sociales y apoyar psicológicamente para que la gente no se quiebre.

Fuego amigo. Aunque parezca paradójico, la mayor debilidad de Milei es él mismo, según Feierstein. Por un lado, se ha enfrentado a cierto sector de la clase dominante, por ejemplo al poderoso grupo mediático Clarín, al estar en contra de la compra de Telefónica por parte de Telecom, controlado por Clarín. Por otro lado, la estafa de las criptomonedas en la qaue participó el propio Milei ha provocado una megademanda de inversores en los EE.UU. Feierstein cree que Milei «se puede ametrallar los pies», pero no significa que la salida venga por la izquierda.

Nueva época, nuevas recetas. En cuanto a la inevitable pregunta: ¿qué hacer? (Lenin), desde el sindicato ATE tienen claro que «no estamos en el 91 -- al inicio del gobierno neoliberal de Menem--, ni en el 2001 -- a punto de estallar el Argentinazo--». Es una nueva época y casi todas las personas entrevistadas coinciden en que no se puede vivir del pasado. Un pasado, además, que los más jóvenes no disfrutaron. Hace falta un proyecto de futuro con nuevas estrategias. En el ámbito político-partidario, Gonzalo Armúa propone una renovación profunda, gente más joven y, sobre todo, «gente que se parezca más a nuestro pueblo», ya que en la actualidad «la mayoría de los diputados no viajan en transporte público, sus hijos no van a la escuela pública, no utilizan el hospital público. Hay una brecha muy grande entre la sociedad y la política».

En cuanto a la política de base, Federico Díaz, sindicalista, tiene claro que hay dar prioridad de nuevo al trabajo en los barrios, involucrarse y construir desde lo colectivo.

Grupo de investigación 'Parte Hartuz' (área de estudios de América Latina)

 

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