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Mundo :: 27/08/2018

La guerra psíquica y la memoria histórica

Marcos Roitman Rosenmann
Cuando la derecha latinoamericana plantea el olvido, pretende ocultar la verdad, aquella que señala sus crímenes

En estos tiempos de capitalismo digital, de la era de la información, con el big data como bandera, el grado de ignorancia se multiplica. La manipulación, la mentira y el olvido son armas en una guerra por minar la conciencia. Se trata de acabar con la memoria, esa relación que nos une con el pasado y hace del ser humano un ser social que vive y se responsabiliza con sus congéneres.

A contracorriente, negar el papel de la memoria trae consigo romper la condición humana. Si la historia se reduce a un conjunto de datos y fechas, ¿qué sentido tiene preguntar el vínculo entre la bomba atómica y la decisión de lanzarla? ¿A quién responsabilizamos? No tiene objeto recordar si dicho ejercicio no va precedido de un acto en el que el imperativo del deber ser module la conducta. Hoy, la renuncia a la memoria histórica, forma específica de memoria, la cultural, tiene enormes consecuencias para el futuro de la humanidad.

La manera de vivir el mundo que se nos propone asemeja a un ordenador en el cual se pueden instalar programas desechables, inconexos, cuya función consiste en entretener, despistar, no pensar y bloquear el acceso al disco duro. Somos adminículos de los algoritmos. Pensamos de manera lineal y rompemos el sentido no lineal de la existencia. Asistimos a la guerra psíquica de última generación, crear operadores sistémicos, sumisos a la hora de recibir y cumplir órdenes. Se controlan gustos, afectos, sentimientos, emociones, carácter. No hay anclaje. Todo forma parte de un sistema caracterizado por la inmediatez, la velocidad y la aceleración del tiempo. Reflexionar está prohibido. La nueva inquisición actúa de manera invisible. No hace falta recurrir a la violencia física, aunque no deja de hacerlo. Ahora trabaja en red. Megas de Internet, dispositivos sofisticados para no pensar. Actuar, actuar y actuar. Se vive en un presente perpetuo.

La militarización del poder conlleva trasladar el sistema militar jerárquico a las relaciones humanas cotidianas en la vida civil. Para lograrlo es obligado romper la voluntad. El ser humano es atacado en su naturaleza haciendo trizas una de sus cualidades: la capacidad de juicio crítico bajo un componente ético y moral. El ser humano se hace trizas. La vida se constituye a retales. Robots alegres, pragmáticos, emprendedores, empoderados todos, sin un gramo de conciencia colectiva. Eficaz manera de anular las responsabilidades que se derivan de los actos que cometemos.

La cibernética y la informática son las armas para lograrlo. No por su principio, sino por el control que de las tecnociencias hace el complejo militar industrial y financiero. Los servicios de inteligencia de las grandes potencias han logrado trasladar el campo de batalla. No más Waterloo, Verdún, Stalingrado. Los muertos en el cuerpo a cuerpo y bayoneta calada se convierten en víctimas de las nuevas armas estratégicas de la guerra psíquica: Google, Facebook, Amazon, Microsoft, Twitter.

Sin memoria, sin historia, sin relatos, no hay opción de conocimiento, no hay pasado. Nuestra responsabilidad consiste en traer al presente ese pasado que nos condiciona, une y hace humanos. No es posible evadir esa responsabilidad. La memoria colectiva es el resultado de un proceso, un diálogo permanente que muestra la relación biológica que nos une con nuestros antepasados y el proceso social cultural. Supone compartir filogenéticamente un tronco común. Como señalan los biólogos chilenos Francisco Varela y Humberto Maturana: Desde un punto de vista histórico, lo anterior es válido para todos los seres vivos y todas las células contemporáneas. Compartimos la misma edad ancestral. Por esto, para comprender a los seres vivos en todas sus dimensiones y con ello comprendernos a nosotros mismos, se hace necesario entender los mecanismos que hacen del ser vivo un ser histórico. Cuando dejemos de hacerlo sólo quedará vivir la muerte. Entonces nada unirá a los seres humanos.

Tomar responsabilidades ético-morales frente al pasado conlleva reconocer los errores cometidos, y al decir de Enrique Florescano: Responder por ellos y hacer las reparaciones del caso a las víctimas y a sus descendientes.

Cuando la derecha latinoamericana plantea el olvido, pretende ocultar la verdad, aquella que señala sus crímenes, genocidios y asesinatos. Por ello reniegan de la memoria y la conciencia.

La Jornada

 

 

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