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Asturies :: 13/09/2006

La cara oculta del universalismo asturiano

Glayiu.org
para complementar con los artículos ya publicados en La haine: El Ateneo de Gijón y su implicación socio cultural y La cara oculta del universalismo asturiano aportamos este artículo aparecido en Glayiu de J.C. Loredo

La semana pasada se concedieron las siete Medalla de Asturias que otorga anualmente el Principado con motivo del día de la comundad (1). Tres de los siete galardonados, si no me equivoco, "triunfaron" fuera de la región. Los discursos pronunciados durante la ceremonia de entrega en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo -el toque monárquico no debe faltar en nada que ataña al Principado- fueron ricos en alusiones a la "proyección" de algunos de los galardonados más allá de las fronteras asturianas, a su éxito profesional en grandes ciudades españolas, europeas o americanas, al ejemplo que sus trayectorias biográficas nos dan al resto de los súbditos del Principado y, sobre todo, al hecho de que encarnan y perpetúan los valores del universalismo asturiano. Hablando en plata, muestran que ser asturiano no equivale a ser paleto, pueblerino o cerrado de mollera. Tampoco equivale a ser conformista o a resignarse a las estrechas condiciones de vida que ofrece una región pequeña y periférica.

Una de las medallistas fue en su día consejera de cultura del gobierno autonómico y en los primeros años de la democracia se distinguió como ideóloga del asturianismo de izquierdas. Ahora forma parte del Consejo de Estado. Es un ejemplo -entre otros muchos- de ambición más allá del Pajares. Se puede ser muy asturiano, de madreñes y montera picona, pero la ambición exige sacrificios. Irse a Madrid es uno de los que se admiten de mejor grado.

El tópico del universalismo asturiano no es nuevo. Combinado con otro -el de la pluralidad interna de Asturias- lo resaltó Ortega y Gasset. También lo han resaltado Salvador de Madariaga o el fascista Giménez Caballero. Jesús Neira Martínez se refirió a Feijoo, Jovellanos y Clarín como "provincianos universales" (El bable. Estructura e historia, 1976, p. 33). Xuan Xosé Sánchez Vicente, que pone a caldo estos y otros tópicos en su libro sobre La cultura asturiana (reed. por Trabe en 1999; ver p. 67 y ss.), menciona asimismo a los políticos Rafael Fernández y Alfonso Guerra como defensores del tópico del universalismo. Sánchez Vicente escribía en 1985 y constataba con cierta sorna que la idea del universalismo asturiano (equivalente para él al no asturianismo) era la justificación de los "emigrantes triunfadores". Veinte años después la situación ha cambiado poco.

Por supuesto, tampoco es nueva la afición de las élites intelectuales, económicas y políticas asturianas a hacer los madriles. Especialmente con motivo de la industrialización a partir de mediados del siglo XIX -muy dependiente de capitales foráneos, a diferencia de la catalana o la vasca-, las clases acomodadas regionales intentan estrechar sus relaciones con la capital de España como centro de poder político y de gestión económica. Obtener puestos de altos funcionarios o de catedráticos en Madrid fue una de las máximas aspiraciones de la alta burguesía asturiana hasta bien entrado el siglo XX. Aunque con cambios -la rapidez de las comunicaciones, por ejemplo, permite a muchos vivir a caballo entre Madrid y Asturias-, esas aspiraciones permenecen casi intactas para algunos grupos sociales.

El tópico del universalismo asturiano, desde luego, tiene algo de cierto. Recoge hechos reales que van desde el cultivo de las modernas ideas europeas racionalistas e ilustradas representadas en Asturias por nombres como Feijoo o Jovellanos (los "provincianos universales"), hasta la pujanza de las ideas izquierdistas y los movimientos obreros en el siglo XX. Sólo por eso ya parece difícil considerar las fronteras asturianas como límites de un mundo provinciano que deben ser rotos por una "salida a la Meseta" que conecte Asturias con el mundo civilizado. Pero a lo que iba es al hecho de que el universalismo asturiano, al lado de su dimensión positiva, tiene una cara oculta que conviene recordar: la concepción de Asturias como tierra cuyo valor es únicamente sentimental o folclórico, un valor irrelevante cuando adoptamos el punto de vista "universal" de quien ha "visto el mundo".

El universalismo es un concepto que también puede utilizarse ideológicamente, para dar carta de naturaleza o alentar fenómenos indeseables como la emigración. Siendo una (lamentable) característica de muchos momentos de la historia de Asturias, la emigración no es algo superado, que forme parte del pasado. Como es sabido, desde mediados de los años 90 existe una nueva emigración, bien conocida, formada por titulados jóvenes que se van a trabajar a otras regiones de España, especialmente Madrid.

Soy uno de ellos y conozco a unos cuantos, la mayor parte de los cuales apenas podrían contener la risa ante la idea de la capital de España como una especie de tierra prometida a la que se viene encantado de la vida para colmar ambiciones personales o profesionales ("triunfar"), para poner en práctica ese universalismo que tanto pregonan los prebostes del Principado. Ellos simplemente vienen -venimos- para trabajar, para ganarse el sustento (cada uno en lo suyo, por supuesto: es nuestro único lujo).

Y es que al nefasto tópico del universalismo asturiano se une otro tópico con el que forma un corsé ideológico bastante asfixiante: el tópico del cosmopolitismo de la gran ciudad, que en el fondo no es más que el del universalismo ya no asturiano sino madrileño, propio de una gran capital mediterránea. Uno y otro tópico se refuerzan mútuamente, y funcionan como arma arrojadiza contra quienes balbucean la más mínima queja por su condición de emigrantes. "Vosotros -se viene a decir- sois los portadores del nuevo universalismo asturiano y, además, a diferencia de vuestros abuelos, sois emigrantes de corto recorrido (sólo 500 kms) y de lujo (titulados, con un prometedor futuro laboral), que tenéis la oportunidad de labrar vuestro porvenir en el centro del país donde mejor se vive del mundo". El segundo tópico, el del cosmopolitismo de la capital, es más frecuente en Madrid -en provincias ya están de vuelta del centralismo-, pero para las "leyendas urbanas" funciona como una de las dos pinzas de la tenaza que les impide siquiera abrir la boca. La pinza del universalismo asturiano se cierra contra la del cosmopolitismo madrileño y, en medio, uno debe quedarse callado y agradecido. En Asturias te dicen que se necesita gente como tú (emigrantes que siembren asturianía por España y el mundo) y en Madrid te dicen que están encantados de recibirte y que en una ciudad "tan interesante" vas a encontrar mil y una oportunidades. ¡Como para rechistar!

Al igual que el mito del universalismo asturiano, el del cosmopolitismo madrileño también tiene su historia y también está más vivo que nunca. Ramón Gómez de la Serna calificó a Madrid de "ciudad sin metecos" (es decir, sin extranjeros). Luis Carandell, de quien tomo la cita, añade que es una ciudad abierta a todo el mundo, donde nadie se siente forastero y a donde tradicionalmente la gente a ido a buscar el "éxito" (Madrid, Edit. Alianza, 1995). Antonio Gómez Rufo, en un libro que demuestra que ser paleto no es privativo de provincias, afirma que "Madrid se hace querer" (Escenas madrileñas, Edics. B, 2000). Por último, Eduardo Verdú, en una columna publicada en la sección madrileña de El País el 24 de enero de este año, opone la actitud de mirarse al ombligo propia -según él- de Barcelona al carácter abierto y acogedor de Madrid: "En lugar de rastrear la identidad en el pasado, como hacen los nacionalismos, la capital se hace día a día, sin un plan, un estatuto o una bandera. Si nuestra autonomía tiene un hecho diferencial es el de estar abierta, dispuesta a convertirse en lo que el futuro y su variada población dictamine". Hasta Víctor Manuel canta a la capital en estos términos: "jamás me sentí extraño en tu mirada"; "ciudad donde no cabe la nostalgia".

Habría que preguntar a la "generación ALSA" si en Madrid cabe la nostalgia o no, o si se sienten muy integrados mientras pasean entre el tráfico de la Gran Vía o viajan en el metro como sardinas en lata. Habrá "leyendas urbanas" que se sientan asturianos universales por el hecho de vivir en la capital de España, pero sospecho que muchos no suscribirían las palabras del asturiano universal nacido en Mieres. Yo acabo de llegar y, entre los 40 grados de temperatura, las obras, los atascos y los empujones en el metro (o será que no soy ambicioso y no he podido comprar un cochazo y un chalet en La Moraleja con aire acondicionado y piscina), me acuerdo mucho de esos tipos importantes que alientan la emigración (disfrazada de movilidad laboral) y hablan orgullosos de los asturianos que marchan de la provincia en busca de horizontes más abiertos. Su modelo es el del "emprendedor" que va sembrando "asturianía" por el mundo y regresa de vacaciones a "la tierrina" para que lo entrevisten en un periódico local. Creen que Asturias es una provincia "muy guapa" y propicia para el turismo gastronómico y "de calidad’, pero que los asturianos ambiciosos enseguida tocan techo si se quedan en ella y por eso deben ir a Madrid (o a donde sea), a prosperar. En la capital uno deja de ser provinciano y se hace universal. Si acaso, la añoranza por la "patria chica" (como dicen aquí) está permitida y es de buen tono cuando se limita a ser un sentimiento individual, irrelevante. Está bien traer sidra, hacer fabes e invitar a los amigos a que visiten Asturias en verano. Pero los ambiciosos, los que valen, no se quedan a vivir en la provincia. Se les hace pequeña.

En un mundo donde las cabezas bienpensantes aborrecen cualquier clase de identificación nacional, no se cuestiona el chauvinismo de las grandes capitales, porque ni siquiera se reconoce que exista. Al parecer, ciudades como Madrid no tienen identidad. Son abstractas, etéreas. En ellas se vive abierto al mundo, en armonía con el universo.

Lo que pasa es que, cuando uno lleva ya unos cuantos años abierto al universo, acumula tantas observaciones sobre la existencia cotidiana en esa atalaya de cemento desde la cual lo contempla que se le escapa la risa ante las declaraciones de cosmopolitismo y vida dichosa en grandes urbes como esta. Tengo guardados dos recortes de periódico que, en su aparente inocencia, revelan muy bien dos rasgos identitarios de esta ciudad que, según piensan algunos, carece de identidad. Uno de ellos, publicado por la Comunidad de Madrid (cuyo lema es "la suma de todos"), afirma: "Si tu mundo es la cultura, tu mundo está en Madrid’. Se trata de la idea de Madrid como la ciudad de la cultura, donde no cabe el aburrimiento ni el tedio. Es frecuente escuchar a los urbanitas de esta ciudad hablar de su gran "oferta cultural" -teatros, cines, exposiciones...- como principal razón de su calidad de vida. Todo lo demás parece carecer de importancia. El otro recorte contiene una fotografía aérea de un nudo de autopistas en medio de descampados y pretende hacerlo pasar por la imagen del progreso: "Gracias al esfuerzo de todos [de nuevo la insistencia en lo acogedor e integrador], estamos haciendo de Madrid una de las mejores capitales del mundo". Toma ya. Mejor que Estocolmo o Bruselas. Con dos cojones. Lo que a algunos nos parece la imagen misma de la fealdad, de la pérdida de calidad de vida o de los atentados paisajísticos, lo publicitan otros como signo de progreso. De hecho, Madrid es el área metropolitana europea con más kilómetros de autopistas en proporción a su tamaño; y no faltará quien vea en ello motivo de orgullo.

La gente de a pie no tiene por qué percatarse de su miseria cotidiana, desde luego. En el suplemento madrileño de El País del pasado 25 de junio hay un reportaje sobre Villaverde, uno de los distritos de Madrid con mayor concentración de infraviviendas (chabolas, vamos). Sin embargo el optimismo hispano -o quizá habría que decir el conformismo, la resignación- puede con todo: "¡Pero si es que mi barrio (Villaverde Alto) es muy bonito! Es verdad que a veces hay atracos. Donde yo vivo [...] ha llegado a entrar la policía hasta con helicópteros. Hacen redadas y cierran el barrio. [...] Pero tampoco es la norma. A mí me han atracado sólo dos veces en cinco años. Y, fuera de eso, Villaverde tiene otras cosas. Yo traigo de compras a mi sobrina, que vive en Móstoles, y siempre me dice: "¡Tengo que volver!"". Son palabras de una vecina de 39 años, sin asomo de ironía.

No tengo la más mínima intención de ridiculizar a nadie, ni tampoco -desde luego- de menospreciar a los habitantes de una ciudad entre los cuales, a fin de cuentas, me encuentro. Sólo quiero poner de manifiesto, aunque sea con unas pocas pinceladas, cuál es la realidad que se esconde detrás de tantas palabras pomposas y huecas que alientan la emigración en nombre de la universalidad, perpetúan la imagen de Asturias como región provinciana o periférica y se tragan el cuento de las grandes ciudades como tierras prometidas. Toda esta ideología, además, se complementa muy bien, en los últimos lustros, con una imagen de Asturias frecuente en la España meridional: la de una región subsidiada, que vive a costa de otras (Madrid y Valencia especialmente) que son las que tiran de la economía española. Asturias sería, entonces, una región de la que casi hay que avergonzarse, de la que hay que salir para vivir junto a quienes realmente trabajan y, eso sí, a la que hay que mirar con ojos de turista moderno (porque está de moda veranear en Asturias, lejos de la plebe de Benidorm o Málaga).(2)

Y ahora, si es que alguien lee estos glayíos, no faltará quien piense que todo lo anterior no son más que exabruptos de una "leyenda urbana" resentida. Ya sabemos que el psicologismo -reducirlo todo a la esfera de lo subjetivo- es una de las artimañas más habituales para convertir ideas, intuiciones y razonamientos en meros "testimonios" personales -en el mejor de los casos- o en desahogos de quien no tiene cosa mejor en la que emplear el tiempo -en el peor-. Pues muy bien.

Notas

(1) Merece la pena reparar en el la concepción competitiva de la vida que subyace a la simbología de las medallas. De hecho, hay una de oro y seis de plata. No sé por qué no incluyen el bronce.

(2) Recomiendo vívamente un artículo publicado hace poco en el semanario Les Noticies (semana del 1 de septiembre de 2006) donde David M. Rivas pone en su sitio esa imagen de Asturias como región subsidiada.


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