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Anti Patriarcado :: 13/10/2006

Retrato del prostituyente: El significado de "ir de putas"

lavaca.org
¿Por qué un hombre se hace prostituyente? ¿Cuál es la relación entre imperio, mercado y prostitución? ¿Qué ocurre con la masculinidad? ¿Por qué hablar de legalización es una trampa? ¿Qué pasa con muchos hijos de familias "progres" frente a este tema?

El psicoanalista Juan Carlos Volnovich acaba de publicar su libro Ir de putas y en esta conversación con lavaca profundiza el significado y los mitos alrededor de la prostitución, como clave para entender buena parte del presente.

Juan Carlos Volnovich es médico, psicoanalista y desde el comienzo de su actividad profesional -1964- se dedicó al psicoanálisis de niños y al análisis de las llamadas cuestiones de género. Fue concurrente del mítico Policlínico de Lanús, integrante del Grupo Plataforma que marcó una ruptura con la aristocracia psi y, como es lógico, tuvo un comprometido ejercicio intelectual y político que, durante los años de la dictadura militar, lo obligó al exilio en Cuba. De regreso, instalado ya en su consultorio, siguió explorando los aspectos sociales de las prácticas personales, un camino que lo llevó hasta el libro que presenta ahora, bajo un título provocador: Ir de putas.

Con él pretende, dice, "desnudar aspectos de la masculinidad que se deben mantener en el cono del silencio" y "desmentir los argumentos con los cuales esta práctica se inocentiza". Por ejemplo, los que proclaman la legalización. Este miércoles 4, a las 19, Volnovich expondrá su mirada sobre el tema en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543) en una charla titulada "La prostitución como síntoma de la cultura actual".

Para explicar "Ir de putas" , Juan Carlos Volnovich debe hacer un repaso de su propia historia. No se trata de un mero recuento ni de una justificación, sino todo lo contrario: es una forma de dimensionar ese agujero negro que le llevó 15 años atravesar hasta darse cuenta de que sus pacientes eran clientes, según narró a lavaca.

"Hace muchos años, diría que desde el fin de la década del 60, me interesé por los estudios de la mujer. Un interés que fue creciendo por dos vías. Por un lado, por mi maestra y psicoanalista, Marie Langer (N de R: psicoanalista, autora de Maternidad y sexo, entre otros libros fundamentales. Nació y estudió psicoanálisis en Viena, luchó en la Guerra Civil española, huyó de los nazis a Latinoamérica, más tarde de la dictadura militar argentina a México. Finalmente, regresó a la Argentina donde murió en 1987).

Por otro lado, en Cuba conocí a Isabel Larguía, una argentina, rosarina, casada con John Doumulin. Juntos escribieron en el 69 "Hacia una ciencia de la emancipación de la mujer", el primer ensayo feminista que introduce el término "trabajo invisible" y que se difundió en los Estados Unidos con una copia mimeografiada. A través de ellas dos me interesé por el feminismo y cuando me fui acercando a los grupos de mujeres que reflexionaban sobre el tema, me dijeron muy claramente: No. Lo único que nos falta es que ahora vengan los varones a explicarnos qué nos pasa. Como insistí, me propusieron un desafío: pensar en los varones.

Desde entonces trabajé muy próximo a los grupos feministas más radicales, pero pensando las cuestiones de género desde el punto de vista de los varones. Trabajé sobre la figura del padre, sobre la relación de los varones con nuestras hijas e hijos, sobre el fútbol como organizador de la masculinidad, entre otras cosas. Ya a fines de los 80, como en un 90 por ciento de mis pacientes eran varones, empecé a trabajar sobre otra cuestión: cuáles son las complicidades entre un psicoanalista y un paciente varón que generan puntos ciegos, puntos que no se analizan. Esa complicidad inconsciente, de género. Por ejemplo, qué figura femenina transita en el análisis entre varones.

En principio, llegué a la conclusión: un varón habla con su analista de lo mismo que se habla en el bar. Fútbol, política y minas [mujeres]. Luego, me puse a reflexionar sobre qué imágenes de mujeres se iba construyendo en la transferencia. Estaba realmente dispuesto a descubrir las fallas y a ser sincero con las mías en particular. Esto, podríamos decir, comenzó en el año 89. Pero hasta el 2004 no me había dado cuenta de que el 99% de mis pacientes tenía relaciones con prostitutas, Y eso fue para mi un gran shock, porque yo -que me creía dispuesto, formado y atento- no lo había visto. No había visto más allá de lo que cualquier analista convencional ve y deja pasar, un poco por esa cosa de no ponerse moralista y no transformar la terapia en un espacio para marcar lo que está bien o mal.

-¿Cómo fue que se dio cuenta de ese gran punto ciego?

- Fue una revelación, por así decirlo. Me llegó de pronto, cuando un día tuve tres sesiones simultáneas con tres pacientes distintos que me relatan sus encuentros con prostitutas. Cuando noto la coincidencia, reviso la agenda de pacientes, nombre por nombre y me doy cuenta que todos, si no tenían en ese momento, habían tenido relaciones con prostitutas y habían traído esas experiencias al análisis.

Estas son las sesiones que cuento en el libro: se trata de pacientes jóvenes, con recursos, facheros, exitosos, con dinero y con todas las minas del mundo a su disposición. Sin embargo, ellos tenían la necesidad -muy al estilo de Hugh Grant- de pagar por sexo. Y daban toda una serie de argumentos para justificarlo, aunque no se preguntaran demasiado por esa práctica. En general, una de las cosas que tienen en común es describirlo como un hábito consagrado por el uso.

-En su libro usted lo califica como violación autorizada socialmente por la mediación del dinero

-Desde el punto de vista social, es así. Por supuesto que soy psicoanalista y trabajo en el uno a uno, así que no hago generalizaciones ni estudios sociológicos. Pero la gran sorpresa de no haberlo visto e interrogarme sobre eso, me llevó a revisar cuáles eran los argumentos tradicionales de los clientes para justificarse. Uno de los más generalizados es que el pago es el recurso que tienen para acceder a mujeres a las que no podrían acceder de otra manera.

Otro es: ¿qué tiene de malo si hay consenso? Lo cual cae en la simplificación de que existe un tipo de prostitución forzada, que es el que estaría mal y hay otra consentida, que es la que está bien. Ahí empecé a darme cuenta que uno de los grandes prejuicios es tratar de instalar una disociación -la buena y la mala- y que en todo caso, mientras uno se mantenga dentro de los límites de la buena, está todo bien. Mientras esté al servicio de mantener la ficción del ideal de la puta feliz es casi como un aporte y una colaboración que un hombre hace para que una mujer se gane la vida.

-Esa es una idea que atraviesa todo lo relacionado con la conceptualización de la prostitución: clientes, sindicatos, intelectuales, gobiernos.

-Exactamente. Esta disociación es la que lleva a decir, por ejemplo, que la prostitución infantil es mala, pero la prostitución adulta es buena. O que la prostitución forzada es mala, pero la consensuada es buena. Y así siguiendo el razonamiento. La clave para mí fue poder decir: un momentito. Si uno se va por la línea buena-mala estamos fritos.

-¿Por qué?

-Porque significa legalizar, convalidar límites y rompe con la afirmación de que toda prostitución es mala. Y toda forma de prostitución lo es porque supone el cumplimiento de imperativos patriarcales y capitalistas que proclaman el uso y abuso del cuerpo del otro a cambio de un pago. Transforma el cuerpo de otro humano en una mercancía. Y eso es el capitalismo (la explotación del pobre por el rico) y eso es el patriarcado (la dominación de los hombres con respecto a las mujeres). Es eso y no hay forma de disociarlo. La prostitución es el ejemplo paradigmático, que concentra quizá como ninguna otra práctica el modelo de poder del capitalismo patriarcal: el varón que mediante el pago transforma en mercancía el cuerpo de la mujer.

La trampa de la legalización

-¿Por qué cree entonces que muchos movimientos, organizaciones y personas que luchan contra este tipo de concepción de poder abogan por la legalización de la prostitución?

-Ahí es donde descubrí otra trampa: muchos intelectuales de izquierda equiparan a la prostitución a otras prácticas. Por ejemplo, a la droga. Con respecto al consumo de droga, a mí -como a tantos otros intelectuales de izquierda -no me queda ninguna duda de estar a favor de la despenalización y legalización. Al igual que el aborto.

Eso no significa que estemos a favor ni de la droga ni del aborto, pero somos fervientes defensores de su despenalización. Entonces, es lógico que siguiendo este razonamiento, cualquier persona progresista y no moralista se manifieste a favor de la legalización de la prostitución. Sin embargo, yo empecé a sentirme incómodo con esa lógica, hasta que me di cuenta que esa receta para esta práctica no corre. No es lo mismo. Es otra historia. Y eso -como dicen en Cuba- era como irse "con la bola mala". Es apoyar la explotación de los cuerpos femeninos en nombre de no criminalizar, por no quedar tributario de una moral pacata.

Eso significa para mí aceptar que, mientras esté reglamentada, es preferible legalizar la prostitución. Un argumento que desconoce lo que en la realidad esta práctica significa. Porque el verdadero problema del circuito legal es que genera el ilegal. Necesita de esa cobertura para armar el verdadero negocio, que está montado sobre el tráfico de personas, la inmigración forzada por el hambre, la impunidad. El gran negocio está es la oscuridad y la legalización es su pantalla.

- El cliente o prostituyente es otro de los temas que siempre quedaron resguardados por la oscuridad ¿qué vio cuando comenzó a mirar cara a cara este tema?

-Me fue muy útil la investigación sociológica que presentó Nicole Ameline, ministra de la Paridad y la Igualdad Profesional (equivalente a la Secretaría de la Mujer) de Francia. Esta investigación fue auspiciada por el Mouvement du Nid y su título es elocuente: "El hombre en cuestión: el proceso de devenir cliente de la prostitución". Se trata de una encuesta, con entrevistas y grupos de reflexión con varones que voluntariamente aceptaron participar del proyecto. Fueron convocados a través de avisos que aparecieron en los diarios bajo la siguiente consigna: "El clientelismo es una construcción social y no producto de una tara individual pasible de ser curada o reprimida. ¿Está usted dispuesto a participar en una investigación sobre prostitución ?".

Los resultados son un aporte que nos da por primera vez un marco serio y riguroso sobre la figura del cliente. De las entrevistas surge que la abstinencia sexual y la soledad afectiva se constituyen en la primera causa aducida para devenir cliente en el 75 por ciento de los casos: esto es, resulta ser la principal estrategia de justificación, que instala a los clientes en el lugar de víctimas. Esta es la construcción social con la que se pretende otorgarle un sentido aceptable al consumo sexual pago.

Hijos de progres/ Degradación de lo femenino

-¿En qué consiste para usted esa construcción social?

-Es ahí donde hay que ver el contexto global, histórico que estamos viviendo, que significa un avance brutal de la reconversión neoliberal de la economía con todos los efectos ideológicos y políticos que tiene y que no implican tan solo lo militar, la ocupación de territorios o la economía, sino que es una lucha ideológica que supone una globalización de una ideología dominante dentro de la cual el auge de la trata no es ajena.

Creo que todo este momento tiene que ser considerado como una contraofensiva del imperio a lo que significó la década del 60 y del 70. Ahí hubo una enorme fuerza social, incluyendo el Mayo Francés, pero fundamentalmente desde el Tercer Mundo -que muchas veces no es apreciada porque se sigue mirando estos procesos desde arriba, desde el Norte- que generaron un cambio profundo en las formas de poder concebidas por esa ideología dominante.

Es en respuesta a este avance que soportamos hoy esta contraofensiva. Esto significa por ejemplo, en el tema que nos ocupa, que en la generación de los jóvenes criados alrededor del Mayo del 68, estaba muy mal visto que se iniciaran con prostitutas. En la generación anterior este tipo de prácticas estaba naturalizada, era parte de los usos y costumbres que se convalidaban familiarmente. Contra esto, entre otras cosas, se rebelaron los jóvenes y, en especial, las mujeres. Y el triunfo significó, entre otras cosas, que a partir de la década del 60 la virilidad significaba poder levantarse a una mujer y sólo si uno fracasaba no tenía más remedio que recurrir a una prostituta.

-Era una práctica de perdedores.

-Era bochornoso. Uno no se jactaba de eso ni era natural. Lo natural era tener relaciones con mujeres que eran interlocutoras intelectuales, compañeras de vida. Hoy en día es absolutamente escandaloso la naturalidad con que se consume prostitución entre jóvenes de clase media acomodada y especialmente, entre chicos que se inician sexualmente. Es cierto que muchos chicos se inician sexualmente con sus novias, pero no es contradictorio con la necesidad social de ir de putas con los amigos.

Estamos hablando, muchas veces, de pibes criados por la generación de padres "progres", en familias donde no hay represión sexual marcada, incluso en aquellas que podríamos llamar "liberales". Estos son los pibes que llenan los saunas, que se regalan prostitutas para el cumpleaños, que festejan la despedida de soltero en prostíbulos, con la pasiva aprobación de sus novias.

-¿Qué significado tiene para usted este regreso o retroceso?

-Se trata de ese aspecto secreto, reprimido, de denigración de lo femenino. Como si ser varón significara esa especie de tributo de pagar por sexo, que muchas veces se hace incluso en grupo, pero que aún en solitario, te conecta con un ritual de degradación de lo femenino.

-¿Y cómo analiza la sexualidad así ejercida por este varón?

-Como algo vivido muy disociadamente. Es decir, pueden tener una sexualidad que cabalgue sobre un vínculo tierno, afectuoso, cariñoso, con su pareja y otra sexualidad, cuya ilusión es que se trataría de la más genuina, más ligada al deseo o la pasión, pero que en realidad es puro pretexto para ejercer un acto de denigración y humillación de lo femenino.

Es decir que ahí la sexualidad no es el instinto indetenible, sino es el pretexto que toma la violencia contra las mujeres para ponerse en acto. Se disfraza de sexualidad, pero en realidad son actos denigratorios. Si me preguntás porqué, me atrevería a hacer una generalización y responder que es por el temor de los varones al deseo de las mujeres. Pagar por sexo es un acto confiscatorio del deseo de las mujeres.

Confiscar el deseo

-¿En qué sentido lo dice?

-Lo que más deseamos los varones es el deseo de la mujer. El orgasmo por razones espurias o legítimas -la vanidad o la sana intención de darle placer- es lo más anhelado, pero simultáneamente lo más temido. Y el dinero es lo que garantiza perderle miedo al deseo de una mujer. ¿Qué hace uno con el dinero? Decir: "Lo hace conmigo porque le pago". No es porque me desea, sino porque le pago. Siempre el hombre tiene la duda de cuánto hay de deseo y cuánto de interés. El pago es fundamental para romper esa tensión.

Yo no entendía porqué un varón quería pagar, necesitaba pagar. Y un paciente me lo explicó con una transparencia increíble. Me dijo: "Yo no puedo no pagar". ¿Por qué? "Porque no puedo serle infiel a mi novia. Para tener relaciones sexuales con una mujer, no mucho, pero algo tengo que hacer: la tengo que conquistar, seducir". Y me lo decía con la sinceridad del perverso. "Pero si estoy con una puta, le pago y listo". No solo no tendría vergüenza, sino que no tendría nada qué ocultar. En la película Relaciones Peligrosas se describe muy bien este tipo de actitud, en una escena donde el vizconde Valmont es encontrado en la cama con una prostituta y ni siquiera se mosquea. No tiene culpa, no disimula.

-Pero con el ejemplo del vizconde estamos hablando de un momento muy decadente de la historia: la corte francesa del siglo XVII

-Y de lo que hoy estamos hablando es de un Imperio cuyo forma de dominancia implica naturalizar sus aspectos más brutales y reaccionarios. Que pretende que ya no se pregunte si está bien o está mal, sino que se acepten: están y son así. Por ejemplo, que se diga: "pobres hubo siempre", "la prostitución es el oficio más antiguo del mundo". Son las dos caras que nos hablan de algo como esencial, natural, que no tiene historia, ni depende de la cultura, sino que así fue, así es y así va a ser porque es parte de la naturaleza humana.

-Lo cual es una bonita manera de naturalizar el deseo como mercancía...

-Es que la ley del mercado supone que todo, todo, hasta el inconsciente, debe circular como mercancía de compra y venta. El consumo del cuerpo de la mujer es parte de esta ideología dominante.

Travestis, japonesas, y mitos

-¿Pagar por sexo sostiene también la fantasía de que el hombre en tanto tenga dinero, puede?

-Es que en la prostitución se sueldan dos accesos: te hacés hombre y consumidor en el mismo acto. Sos algo, sos alguien: van juntos. Y esto es así en el marco de una sociedad en la que si no sos consumidor, no existís.

-En este acto descripto por usted como un ritual de humillación de lo femenino, ¿cómo explica la necesidad de consumo de otros tipos de identidades sexuales?

-Esto es importante para entender cómo funciona el mercado de la prostitución, que tiene su propia lógica de construcción. Analicemos, por ejemplo, el mercado de la droga. Es cierto que en la práctica prostitución y droga vienen muy pegados, como combo, pero en realidad funcionan con lógicas bien diferentes.

El mercado de la droga, por ejemplo, está dado por el producto: se produce marihuana y se corta o restringe para imponer en el mercado el producto que interesa, la cocaína, de distintas calidades para que puedan tener acceso a ella distintos targets [sectores] de consumidores. Es el producto el que va a marcando las características que va adquiriendo el mercado.

En cambio, el mercado de la prostitución está muy fuertemente delineado por los prostituyentes. Son los clientes lo que deciden qué productos consumir. Por las características particulares del sexo, donde la prohibición genera el deseo, los clientes empiezan consumiendo prostitución, pero en la medida en que es normal, ya no tiene la misma gracia. Entonces, es necesario cruzar algún límite, realizar alguna trasgresión: lo travesti -que es la transgresión de la norma heterosexual, lo cual sería un aspecto casi positivo-, pero también los chicos, las nenas o productos exóticos: negras, asiáticas, japonesas. Son los clientes los que con sus demandas modifican el mercado. Son lo que llevan a cambiar los productos que se ofrecen.

-Su descripción del mercado del sexo, revela una inquietud ¿el consumidor de sexo pago queda satisfecho?

-Según la encuesta francesa que citaba, entre el 75 y 80 de los clientes se confiesan insatisfechos. Un 59 por ciento se lamenta por padecer algún tipo de disfunción sexual que incluye la eyaculación precoz, la impotencia o la dificultad para eyacular. La mayoría se queja de experiencias que los dejan defraudados, disconformes y decepcionados; otros prefieren aceptar que se sienten ridículos y patéticos por tener que recurrir a la prostitución. Es decir que es un mito que las relaciones sexuales con prostitutas son maravillosas y plenamente satisfactorias.

 

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