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Mundo, Mundo :: 05/02/2022

Honduras: los pueblos siempre vuelven

José Steinsleger
Xiomara dijo que su gobierno será socialista democrático

En abril de 1924, a bordo del crucero estadunidense Denver, el general Vicente Tosta (liberal) juró como presidente provisional de Honduras. No duró mucho. Meses después, el médico y político Miguel Paz Barahona (conservador), ocupaba el cargo.

El 31 de enero de 1944, el general Tiburcio Carías Andino giró una circular a los funcionarios del gobierno hondureño, ordenando votar al ilustre patriota Franklin D. Roosevelt (sic). Los funcionarios que osaron preguntar acerca de la forma de hacerlo fueron al bote.

En 1983, en medio de la guerra contra las fuerzas revolucionarias de Nicaragua, El Salvador y Guatemala, el subsecretario de Defensa Fred C. Ikle anunció en Tegucigalpa la ampliación de pistas aéreas para que Honduras defendiera su sistema democrático (sic), y EEUU tuviera acceso a ellas para enviar ayuda en casos de emergencias, huracanes, inundaciones y terremotos (sic).

En marzo de 1992 llegó la ayuda: 300 mil raciones de alimentos no utilizadas [la mayoría vencidas] en la guerra del Golfo, a fin de paliar el hambre en los hospitales del Estado. Y cuando en octubre de 1998 toda América Central fue castigada por el Mitch (uno de los huracanes más poderosos y mortales de la historia), los hondureños sólo recibieron la ayuda de 300 médicos cubanos.

Honduras agradeció la ayuda… cinco años después. Fue cuando la señora Aguas Ocaña, esposa del presidente Ricardo Maduro (2002-06), viajó a La Habana. Mientras en Washington, simultáneamente, el secretario de Estado Colin Powell apretaba a Maduro para que su país condenara a Cuba por violación-de-los-derechos-humanos.

La indignación popular se hizo sentir, y el canciller Leónidas Rosa ensayó una fantástica justificación. Rosa declaró que si el proyecto de dicha condena (redactada en inglés), se leía con espíritu hondureñista (sic), lo único que tenía era una indicación como quien indica a un amigo (Afp, 4/4/04).

Pinceladas, apenas, de una recurrente historia de abyección política que empezó hace 180 años, tras la muerte del hondureño Francisco Morazán (1792-1842), prócer y presidente de la Federación Centroamericana (1830-39), desbaratada por EEUU y Gran Bretaña. Morazán fue fusilado por los conservadores en Costa Rica, y sus restos descansan en El Salvador.

En 2006, sin que ningún genio de excelencia académica lo imaginara, Honduras empezó a dejar de ser una banana republic con el único presidente nacionalista que realmente tuvo: el terrateniente Manuel Zelaya (liberal), derrocado el 28 de junio de 2009 por las oligarquías y mafias narcomilitares, junto con el terrorismo cubanoamericano, venezoamericano legalmente organizado, que opera desde Miami con luz verde del Comando Sur.

El crimen de Zelaya consistió en consultar al pueblo acerca de si estaba dispuesto a una Asamblea Nacional Constituyente para derogar la Constitución de 1982, dictada por el general Policarpo Paz García. Pero clonada, casi textualmente, de la que su compinche Augusto Pinochet, se sacó de la manga en 1980 (aún vigente).

El Tribunal Supremo Electoral, la Fiscalía General, la Corte Suprema de Justicia, el Congreso de la República, el Partido Nacional (conservador), y el propio Partido Liberal del gobernante, declararon ilegal la consulta. Mero pretexto para desestabilizar su gestión, tras haberse acercado a Fidel, Chávez y la Nicaragua sandinista. A más de incorporar a Honduras a Petrocaribe, el bloque de la Alianza Bolivariana (ALBA), y proponer la retirada de los cientos de soldados estadunidenses que circulaban en el país.

En mayo de 2009, durante la reunión de cancilleres de la OEA en San Pedro Sula, Zelaya dijo, aludiendo a Cuba: No podemos irnos de esta asamblea sin reparar la infamia contra un pueblo.
Fue el principio del fin. El 28 de junio (día de la consulta para reformar la Constitución), el presidente fue secuestrado por un comando de las fuerzas armadas y, en pijamas, lo fletaron a Costa Rica.

Entonces, saltó al ruedo su esposa, Xiomara Castro, quien temerariamente encabezó la primera de las marchas y protestas masivas que exigían el retorno de su marido al poder. Luego de 12 años de luchas masivas (con cientos de muertos, heridos y asesinatos como el de la ambientalista Bertha Cáceres), Xiomara ganó los comicios presidenciales de noviembre con 51 por ciento de los votos.

En el discurso de toma de posesión del jueves último, Xiomara manifestó que su gobierno será socialista democrático. (Críticos de sastrería, abstenerse… no dijo socialdemócrata, aunque nunca se sabe). Bien sabe ella que en su país, la sola mención de ambos vocablos equivale a jugarse la vida.

La primera presidenta de Honduras no la tendrá fácil. Y no sólo por ser una mujer sensible y comprometida con los de abajo y a la izquierda.

La Jornada / La Haine

 

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