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Argentina :: 16/08/2012

Sobre la política, la revolución y las tareas de la etapa.

Quebracho
Editorial Quebracho Prensa Nacional. Agosto-Septiembre 2012

Algunos hombres de la derecha más reaccionaria anuncian su voluntad de ofrecerse como propuesta política para los argentinos desde sus tradicionales tribunas del predio ferial; otros hombres de la derecha empresaria evidencian su mediocridad política superados por su incapacidad de administración y su desidia; otros tantos mercaderes de la política conspiran calculando que la improbable continuidad en la sucesión y que los malos tiempos que vive el mundo, y de los cuales Argentina no pueda escaparse, le brindan excepcionales posibilidades de construcción de poder propio a costa del probable fracaso colectivo; y algunos otros que incluso se piensan progresistas o de izquierda conjeturan su propio cuarto de hora no como tiempo revolucionario ni mucho menos sino simplemente como su posible turno de manejo de poder. Así se evidencian en su falta de vocación real de poder, en su acumulación de tipo testimonial, en su falta de huevos.
Justamente la falta de vocación transformadora de la dirigencia argentina, de los cuadros políticos, es la que esclerotiza sus propuestas y pensamientos. Pero eso no es lo más grave ni lo que más nos preocupa; lo que más lesivo resulta de esta situación descripta es que los debates en el seno de la militancia popular, que la construcción militante, muchas veces se ve intoxicada por este corset.
La sensatez es el refugio de los cobardes, también es la mejor de las armas de los revolucionarios, sobre todo cuando lo que reina es lo contrario, pero suele ser argumento de los que no se le animan a la historia, de los oportunistas. Nos corresponde a la militancia patriótica pensar más allá de las coyunturas, pensar en términos históricos, nutrirnos de pensamiento estratégico y dejar los juegos para los nenes, que nosotros estamos para la guerra real.
Probablemente las palabras asomen destempladas en la mente domesticada en cualquier living de cualquier casa sin mayores sobresaltos. Las palabras que anuncian guerras pueden molestar en los que animados probablemente por la buena voluntad no buscan más que la paz pero no comprenden por su lente miope e ingenua que la paz no podrá reinar sin justicia y que la construcción de la justicia es a costa de la derrota de los injustos.
Un proceso histórico inclusivo, un proceso revolucionario de construcción de justicia social requiere no solamente de la buena voluntad de un caudillo que lo guíe sino fundamentalmente del compromiso del pueblo en esa construcción. Ese protagonismo en la medida que va imponiendo su voluntad política es lo que se traduce en soberanía popular.
A pesar de los intentos de tantos intelectuales argentinos que tratan de explicar los gobiernos postneoliberales de acuerdo a su conveniencia y comodidad, llamando de la misma forma a procesos históricos que se dieron en contextos absolutamente distintos, que son además de naturaleza diferente, lo cierto es que El Poder, la decisión de lo colectivo desde el estado nacional, El Poder no está en manos de los trabajadores y el pueblo pobre. El Poder está hoy en manos de administradores que dicen detentar ese poder en nombre los que no lo tienen, El Poder lo siguen teniendo los de siempre. Eso es lo que esclerotiza y neutraliza las posibilidades de transformación revolucionaria.
Y claro algunos se explicarán casi justificándose que las limitaciones que se autoimponen se deben a la correlación de fuerzas, como si no fuéramos capaces de entender esto, o de entender la gradualidad de la política: pero a estos les decimos que las correlaciones de fuerzas no son situaciones cristalizadas y la tarea fundamental que tenemos es modificarlas, no reproducirlas. Las batallas por modificar la correlación de fuerzas son las que deben tenernos como combatientes, no entreverarse en ellas es no sólo hacerse el sota sino estar en el lugar de los enemigos del Pueblo. Pero tampoco debemos caer en las trampas retóricas de pretender batallas por la correlación de fuerzas a cada medida o intención que a veces no buscan más que construir propia iniciativa política o gobernabilidad.
Entonces las cuestiones cotidianas no deben ser las que determinen nuestra perspectiva. Hay que recuperar la dialéctica de la política, poner la militancia propia y la propia acción política en función de una estrategia de construcción revolucionaria. Las fuerzas populares llamadas a nutrir y desatar el proceso revolucionario argentino no se pueden distinguir por su adscripción partidaria coyuntural sino por su intención histórica, por sus objetivos, por la búsqueda de la Justicia Social, la construcción de soberanía política popular y su clara determinación en función de la independencia económica.
Las tareas de la etapa no tienen que ver con la defensa acrítica de lo que se llama desde el oficialismo “el modelo” y que tiene más aristas de extractivismo neocolonial que de refundación patriótica; tampoco y mucho menos tiene que ver con la crítica mendaz y necia, con el proselitismo apocalíptico o las consignas desaforadas que lo único que acumulan es apocalípticos y desaforados para después encolumnarlos tras una propuesta electoralera funcional, capituladora y reaccionaria.
Las tareas de la etapa no pueden limitarse a la política reivindicativa. Las tareas de la etapa tienen fundamentalmente que ver con desarrollar la organización popular, la organización política y el agrupamiento de cuadros, el desarrollo político del pueblo y la construcción de fuerza revolucionaria y de unidad política.
En los noventa nos planteamos derrotar al neoliberalismo cuando la ideología dominante era el posmodernismo, cuando se proclamaba el fin de la historia, cuando se anunciaba la muerte de los grandes relatos; y nos planteamos negar esa aparente verdad que se reproducía por las propaladoras del discurso dominante. Hay quienes al no vernos como funcionarios estatales reciclados, al no vernos de legisladores con una representatividad dudosa o prestada, suponen la derrota de nuestro proyecto o el agotamiento, porque no pueden leer la política históricamente. Nuestro proyecto no se agota con la derrota del neoliberalismo ni con el engorde estructural de un aparato organizativo. Aquella fue la primer batalla que dimos como subjetividad, una más de tantas en el proceso histórico argentino, una necesaria para construir esta plataforma actual desde la que debemos plantearnos la posibilidad revolucionaria.
No podemos ni debemos en esta primera década del siglo XXI conformarnos con aquella victoria que fue ideológica y política. Pasarnos el tiempo rememorando aquella derrota sin advertir que queda mucho por hacer; que la soberanía popular, la independencia económica y la justicia social no son más que consignas de acción que deben guiarnos e inspirarnos.
Preferimos la incomodidad que nos permite aquello que nos enseñara el Che de ser capaces de que nos duela en lo más hondo cualquier injusticia, porque esa incomodidad es la que nos permite sabernos revolucionarios y no cínicos mentecatos que se conforman con el mundo tal y como está.

 

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