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Europa :: 25/08/2018

Canonizar y blanquear

Maciek Wisniewski
En todos los rubros clave –el aborto, el género, el papel de la mujer, el matrimonio igualitario– el régimen polaco y Francisco I están perfectamente alineados

¿Cui bono?, una pregunta que surge cuando aparece el tema del revisionismo histórico de la derecha polaca gobernante. He aquí la respuesta con una pequeña ayuda de mis amigos. Uno de ellos –y un colaborador– en contexto de la controversia en torno a la llamada ley de holocausto, así describió su meollo: “Por un lado se trata –bajo el lema de la ‘descomunización’– de borrar del pasado todo lo izquierdista, progresista, laico, moderno y por otro de limpiar los archivos propios”. De extraer del registro de sus formaciones nacionalistas madres de los años 20 y 30 y de la historia de la iglesia católica polaca el antisemitismo: des-historizarlo, des-politizarlo, convertirlo en un asunto de los individuos y/o pasarlo incluso a la izquierda (sic), prohibiendo a la vez –bajo la coartada de defender el buen nombre de la nación– hablar de toda la historia de denuncias, traiciones y pogromos anti-judíos a manos de los polacos antes, durante y después de la guerra (P. Wielgosz, Le Monde diplomatique ed. polaca, 3/18 y The Guardian, 6/3/18).

Llámenme malpensado. Pero es de allí que la decisión del papa Francisco I de avanzar con el –iniciado ya por Juan Pablo II en 1992– proceso de canonización del cardenal August Hlond (véase: La Jornada, 10/8/18, http://lahaine.org/aZ7f), cuyas ideas eran una emanación perfecta del pensamiento de formaciones políticas de entreguerras que PiS [Partido Ley y Justicia] justamente está blanqueando, parece –repito– estar más hecha por un aliado que un (supuesto) antagonista.

No sé cómo lo ven ustedes.

Sí. Es cierto que el episcopado polaco siempre ha sido uno de los principales bastiones del anti-franciscanismo. La mayoría de sus obispos esperan básicamente que este papa se muera. Sí. Es cierto que la primordial manzana de la discordia –el tema de los refugiados– hace que PiS y muchos católicos polacos poseídos por la xenofobia miren a Francisco I como a un –y esto es un eufemismo– peligroso revisionista (I. Krastev, NYT, 2/5/18).

Pero en todos los otros rubros ideológicamente clave –el aborto, el género, el papel de la mujer, LGBT, el matrimonio igualitario– Varsovia y el Vaticano están perfectamente alineados (a la derecha). Francisco I incluso habla como JPII, con quién tiene más cosas en común de lo que muchos están dispuestos a admitir.

Para el pontífice polaco –que lo veía como una quintaesencial expresión de la civilización de la muerte– el aborto era igual que el holocausto; para el argentino –que por meses, y al final exitosamente, maniobraba para frustrar la legalización en su tierra– es igual que la eugenesia nazi.

Sacar a Hlond en estos meses –¿cui bono?, una pregunta que surge observando toda esta operación... – se explica sólo por una aparente decisión papal de congraciarse con el nacionalismo polaco y su iglesia rebelde, cerrar frentes abiertos y filas en tiempos de crisis (los desbordantes escándalos de pederastia, las reformas que hacen agua, etcétera).

No sé cómo lo ven ustedes.

Lo de inscribirse, aunque sea indirectamente, en el revisionismo histórico derechista, sobre todo en cuanto al blanqueamiento del expediente antisemita –y en tiempos en que las leyes en Polonia bordean con el negacionismo, y la judeofobia vuelve a levantar su cabeza dándose la mano con la xenofobia populista– es preocupante y se ve bien claro en el caso del pogromo en Kielce (4/6/46) donde fueron masacrados 40 polacos-judíos sobrevivientes del holocausto y dos polacos gentiles que los defendían.

La sanitizada y oficial verdad histórica según PiS reza que fue una provocación comunista, cuando en realidad no hubo ninguna y lo hicieron los polacos de hueso colorado, siendo la masacre fruto de ideas de larga duración: explosiva mezcla del nacionalismo, antisemitismo falangista pre-guerra y viejos estereotipos católicos (véase: J. Tokarska-Bakir, Pod klątwą. Społeczny portet pogromu kieleckiego, 2018).

Hlond –en aquel entonces aún el primado de Polonia– no sólo no condenó al pogromo, sino que dijo que para él todos los judíos eran comunistas o sus simpatizantes y que todo era su propia culpa (sic).

En una carta al Vaticano describió lo ocurrido –tal cual casi como en la historia según PiS– como “un complot de los servicios secretos estalinistas polacos, comunistas rusos y organizaciones judías internacionales para demostrar que los judíos ya no podían estar en Europa y tenían que ir a Palestina para propagar la ‘peste roja’” (sic).

En general menospreciaba la escala e importancia de los ataques a los sobrevivientes judíos en Polonia que regresaban a sus casas (para él eran montajes) y blanqueaba al antisemitismo rampante. Según él, nada de esto tenía que ver con el racismo, sino era político: una lucha entre polacos y judíos-comunistas, en la que muchos más polacos caían víctimas (sic).

Cuando un obispo conocido por su enfoque más popular, Teodor Kubina, como único que se atrevió, condenó enérgicamente lo ocurrido en Kielce (y en otros lugares), ¿qué hizo Hlond? Inició una carta en la que –junto con otros jerarcas– condenó energéticamente al obispo.

¿Un buen candidato a santo?

No sé cómo lo ven ustedes.

La Jornada

 

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