lahaine.org
Venezuela :: 16/03/2013

Chávez y el espíritu de la utopía

Luis Alvarenga
height=209Chávez y su pueblo hicieron lo que parecía imposible: que triunfara un proceso revolucionario popular en un país conquistado -y estafado- por el neoliberalismo

SAN SALVADOR - El poema de César Vallejo titulado “Masa”, decimotercero de su libro 'España, aparta de mí este cáliz', nos coloca en una escena donde hay un combatiente muerto. A su lado, hay alguien que le suplica que no muera, que no se deje morir, porque lo “amo tanto”. Es inútil. Al ruego de este hombre solitario se le suma alguien más. El estribillo: “Pero el cadáver, ay, siguió muriendo”, da cuenta de una lucha angustiosa ante una muerte que se ve como inevitable. No importa. Al ruego de estos dos individuos, se suma una multitud. “millones de individuos/ con un ruego común: ¡Quédate hermano!”, pero la muerte sigue su labor.

Es en el último cuarteto donde la cosa cambia. Es la humanidad entera la que rodean al muerto. Entonces, se obra el milagro: “les vio el cadáver triste, emocionado,/ incorporose lentamente/ abrazó al primer hombre; echose a andar”. El milagro reside en que el amor se sobrepone a la muerte. Puede morir físicamente el combatiente del poema. Es solamente con el amor de toda la humanidad que su muerte se suspende y se echa a andar.

César Vallejo describe, de forma conmovedora —conmueve, porque mueve-con la poesía— el espíritu de la utopía. Contra todo pronóstico, contra todo cálculo “realista” que confunde la inmediatez con el conjunto de la realidad, “todos los hombres de la tierra” hacen que el cadáver se incorpore y se eche a andar. Hugo Chávez resume este espíritu utópico. Cuando el “realismo político” posterior al derrumbe del socialismo real indicaba que era quimérico soñar con alternativas al capitalismo, Chávez y su pueblo hicieron lo que parecía imposible: que triunfara un proceso revolucionario popular en un país conquistado —y estafado— por el neoliberalismo.

El Loco Chávez, le decían sus enemigos. Fue una locura querer refundar la república venezolana y restituirla a sus verdaderos dueños: los pobres, los pardos, los marginales, los indios, las mujeres. Fue una locura romper con la lógica del capital. Y esta locura, como en el poema de Vallejo, no fue ya cosa de uno o dos militares bolivarianos derrotados en 1992, no del pueblo venezolano, sino de la humanidad pobre.

Se le criticaba diciendo que era una nueva encarnación del viejo problema del caudillismo latinoamericano. En lo personal, no creo en líderes que se ven a sí mismos como los iluminados del cielo para interpretar los designios de la historia. Si fue caudillo, Chávez no lo era de ese tipo. Por supuesto que su carisma pesaba. Movía voluntades. Lo sigue haciendo, de alguna forma. Pero su vocación de líder sirvió para representar los intereses mayoritarios frente a grupos oligárquicos que no han vacilado en emplear cualquier medio —medio, en el sentido de “modo de lograr un fin”, pero también medio en el sentido de “medio de comunicación”— para intentar tumbarlo. En los foros internacionales, la voz de Chávez era, sin exagerar, la voz disonante, la voz que se negaba a cantar el coro del neoliberalismo. Son memorables sus “exabruptos”, finamente calculados, como aquella vez que sacó de quicio a algún real personaje.

Ahora Chávez está en otro plano. Su figura, seguramente, nutrirá el imaginario popular, junto a otras figuras históricas de las luchas latinoamericanas. Alcanzará el carácter de mito, en el sentido que Mariátegui le daba a esta palabra. Mito para el autor de 'Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana', no era sinónimo de mentira, sino de utopía.

En una civilización moldeada por el positivismo, dice Mariátegui, donde ya no se sueña y reina el escepticismo, al que define como estéril, porque no genera nada nuevo, es necesaria la revitalización del mito. “El hombre se resiste a seguir una verdad mientras no la cree absoluta y suprema. Es en vano recomendarle la excelencia de la fe, del mito, de la acción. Hay que proponerle una fe, un mito, una acción. ¿Dónde encontrar el mito capaz de reanimar espiritualmente el orden que tramonta?”, se preguntaba. El socialismo propuso el mito de la sociedad comunista, la sociedad sin clases. Mito irrealizable, no es humanamente posible una sociedad en la que todos compartan con todos, pero sí es posible dar un paso más allá de la totalidad inmediata y cuestionarla.

Chávez ya es mítico. Él encarna el mito contemporáneo del socialismo del siglo XXI. Este mito no es un engaño de masas, es, más bien, un nuevo horizonte ante el cual se piensan nuevas ideas, se caminan nuevos caminos, se sueñan nuevos sueños. Es el Gran Rechazo al “realismo” de dominación, que confunde la realidad con las condiciones de opresión actuales.

(*) Escritor y catedrático, columnista de ContraPunto, www.contrapunto.com.sv

 

Este sitio web utiliza 'cookies'. Si continúas navegando estás dando tu consentimiento para la aceptación de las mencionadas 'cookies' y la aceptación de nuestra política de 'cookies'.
o

La Haine - Proyecto de desobediencia informativa, acción directa y revolución social

::  [ Acerca de La Haine ]    [ Nota legal ]    Creative Commons License ::

Principal