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EE.UU. :: 26/10/2002

Cómo Giuliani limpió Manhattan

Charles O´Byrne
Al alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, le están yendo muy bien las cosas. Sin embargo, utilizó métodos draconianos para barrer a los "sin techo" de las calles de la ciudad y, ahora más que nunca, sus logros y métodos están siendo analizados minuciosamente. Un jesuita que hace su doctorado en la Universidad de Columbia, nos explica por qué las Iglesias son unas de las instituciones más críticas de Giuliani.

QUIEN conoce Nueva York, tanto si se trata de un residente de toda la vida como de un recién llegado o visitante habitual, coinciden en que nunca antes el distrito de Manhattan había sido más seguro, limpio o divertido de visitar. Las calles están impecables, existe una gran actividad comercial, surgen nuevos restaurantes antes de que se publiquen sus reseñas y, lo que quizá sea aún más importante, ha desaparecido el temor a los atracos o a que te ocurra algo peor por la noche. Times Square ofrece un destacado ejemplo de este cambio. La calle Cuarenta y dos ya no es la atracción que era para los asiduos de las sex-shops, las puertas del Teatro Ford invitan a entrar, el nuevo Multicine Loews ofrece más proyecciones de las que podrían verse durante todo un fin de semana, y la inyección de capital por parte de Disney y otras grandes corporaciones ha rehabilitado para ciudadanos y turistas una zona considerada en su día como altamente peligrosa.

Casi todos coinciden en que el mérito es del alcalde, Rudolph Giuliani; aunque no todo, por supuesto. Ahora que acaba de concluir la mitad de su segundo y último mandato (los alcaldes no pueden ser reelegidos para un tercer mandato consecutivo), se encuentra en la envidiable posición de hallarse en el período del crecimiento económico más duradero y espectacular de los EE.UU. Una gran parte de esa prosperidad se ha hecho sentir en el corazón de la zona financiera de la ciudad: en la Bolsa. Giuliani no oculta que su objetivo es hacer de la ciudad un lugar seguro y estable para la nueva prosperidad, ¿y quién podría discutirle eso? Los titanes de Wall Street y su legión de trabajadores, desde los simples programadores de ordenadores hasta los analistas financieros de altos sueldos, así como los negocios colaterales que sostienen, como abogados y contables, constituyen un componente clave de su población activa y residencial.

La opinión más compartida entre muchos neoyorquinos es que Giuliani, cualesquiera que sean sus defectos, ha dirigido la ciudad con extraordinaria destreza. Muchos piensan que ha logrado lo que otros no pudieron: restablecer la cordura de la ciudad de lo que en apariencia parecían ser problemas urbanos insolubles, como el crimen y la falta de vivienda principalmente. Para muchos, este progreso es suficiente y están contentos con disfrutar del momento. Estos residentes y muchos otros, en particular aquellos que permanecen en Nueva York durante cortos periodos de tiempo por motivo de negocios o como turistas, al igual que aquéllos que viven allí el tiempo suficiente para conseguir el capital que les permita mudarse a un barrio residencial periférico de más categoría, a menudo no consiguen ver o entender el lado negativo de la etapa de Giuliani.

Ahora, con la campaña para el Senado muy próxima, en la cual el alcalde Guiliani se enfrentará a la primera dama, Hillary Clinton, y con la expectación de que se marquen nuevas pautas de mezquindad y gastos, parece ser que "la otra cara" del alcalde empieza a mostrarse. Rudolph Giuliani será recordado por muchas cosas dignas de elogio, pero no por su compasión o solidaridad con los pobres o desfavorecidos de la ciudad. El alcalde nació en Brooklyn y es nieto de emigrantes italianos. Goza de un gran popularidad entre algunas comunidades de Brooklyn, vecindarios predominantemente habitados por gente blanca, de clase media y de clase media alta como Bay Ridge, así como en distritos más acomodados del municipio como Brooklyn Heights. El perfil de los que le apoyan también se repite en otros municipios, incluyendo Queens, Staten Island y el Bronx. Por lo contrario, en las zonas donde residen principalmente las minorías y los pobres no recibe un gran apoyo, o ninguno.

PUEDE QUE SEA LA GRAN MANZANA PERO NO TODOS PUEDEN COMERSE LA GUINDA. EL ALCALDE IGNORA EL TEMA DEL RACISMO

Central Brooklyn es una de estas comunidades. Aún estando a poca distancia de Manhattan en metro, está fuera de la vista o de la mente de la mayoría de los seguidores y admiradores del alcalde del nuevo Nueva York. Como otros barrios de Brooklyn, Bronx y, como no, partes de Manhattan como East y Central Harlem, Central Brooklyn es representativa de los problemas de las zonas urbanas deprimidas. Complejos de viviendas subvencionadas ensombrecen un paisaje de edificios en ruinas y tiendas cerradas. Los colegios están sumidos en un caos y los hospitales carecen de la financiación adecuada. A finales del mes pasado salió a la luz la terrible noticia de que en Central Brooklyn los bebés están muriéndose a un ritmo vertiginoso. El índice de mortalidad infantil en Bedford-Stuyvesant, un complejo de viviendas subvencionadas en una zona que atrajo en su día la atención de Robert Kennedy, se sitúa en un 14 por 1.000, un aumento de un 20 por ciento sobre el índice del año 1997, y más del doble del índice de toda la ciudad, que es de 6,8 muertes por cada 1.000. El Sida está proliferando en estos barrios y la asistencia prenatal es lamentablemente inadecuada.

La magia del alcalde no ha llegado a esta comunidad. El inspector de sanidad de la ciudad ha anunciado que una de sus principales prioridades para el año 2000 será la reducción del nivel de mortalidad infantil, pero el propio alcalde no ha anunciado ninguna iniciativa nueva para Central Brooklyn, ningún estado de excepción, ninguna gestión de crisis, ninguna visita informal, así como tampoco ruedas de prensa. Si existiese una crisis parecida en la zona este de Manhattan, o bien en cualquiera de los hospitales donde nacen niños blancos acomodados, no cabe duda de que le dedicaría las 24 horas del día los siete días de la semana, además de todos los medios que empleó para conseguir que su celebración del milenio en Times Square fuese todo un éxito. El aspecto negativo de estos últimos años no se limita a las dificultades a las que se enfrentan los municipios, lugares que están fuera de la vista y la mente.

En el mismo Manhattan, el alcalde es implacable en sus esfuerzos por limpiar las calles de los "sin techo". Para ser justos, la falta de vivienda es un problema nacional y Nueva York sigue siendo una de las comunidades más generosas de la nación, al menos en teoría, en su entrega a garantizar refugio adecuado para todo el que lo necesite. A finales del pasado octubre esa teoría se hizo más abstrusa cuando Giuliani decidió que los refugios para los "sin techo" no podían seguir ofreciéndose gratuitamente. Entonces propuso nuevas normativas, las cuales exigían que los solicitantes de refugio debían pasar evaluaciones obligatorias para buscar empleo en un proyecto parecido al programa de trabajo introducido en 1995 para aquéllos que reciben asistencia social. Los requisitos propuestos acarreaban sanciones draconianas que provocaron una gran indignación. Aquéllos que no cumpliesen con estas normativas no obtendrían refugio y, si eran cabeza de familia (en la mayoría de los casos se trataba de madres sin pareja), les quitarían a sus hijos y éstos serían acogidos por familias. Por ejemplo, si un "sin techo" alojado en un refugio de la ciudad llegaba una hora tarde a su trabajo, éste sería expulsado del refugio durante 90 días por la primera falta, 150 días por la segunda y 180 por la tercera.

Las normativas propuestas, publicadas en un momento en el que la ciudad acababa de entrar en su prolongada fiebre de compras de Navidad, ofrecía un fin del siglo XX victoriano: trabajar a cambio de recibir refugio fue abolido en la ciudad hace casi 100 años. Y después dicen que entramos en el nuevo milenio. El alcalde y sus asesores argumentan con vehemencia que la nueva administración beneficiará a los "sin techo" como parte de una estrategia más amplia para acabar con una cultura de dependencia y para reemplazarla por motivación, independencia y diligencia. Señalan que han hecho posible que los receptores de asistencia social encuentren trabajo valioso y consigan su independencia. Los defensores de los "sin techo" están horrorizados y señalan la incapacidad del alcalde para comprender las necesidades y dificultades a las que se enfrentan aquellos que buscan refugio, muchos de los cuales sufren problemas mentales. El hecho que las nuevas normativas fuesen anunciadas a principios del invierno, no parecía importar mucho a Giuliani y a sus aliados. Éstos sostienen, con un estilo combativo y polémico, que aquellos que se resisten al cambio lo hacen porque tienen miedo a que si desciende el número de gente sin hogar perderán su medio de vida, financiado por fondos federales, del estado y de la ciudad. En otras palabras, que las objeciones a las normativas propuestas están basadas en un interés personal y en su preocupación por la pérdida de su trabajo.

El 22 de febrero la iniciativa del alcalde sufrió un serio revés. Un tribunal falló que la propuesta infringía un decreto anterior, aprobado por la ley y el cual garantizaba a los "sin techo" el derecho a ser acogidos en refugios. El juez dictaminó que las propias normativas eran demasiado complejas por la sencilla razón de que una persona que no entendiese los requerimientos podría ser enviada de vuelta a la calle y a su posible muerte a causa del frío. Asimismo, el juez dictó que las normas presuponían erróneamente que la mayoría de los "sin techo" podían mantener un trabajo. Ordenó que aquéllos con una disfunción social deberían continuar recibiendo refugio. Aunque el tribunal basó su decisión en adultos solteros, los defensores de los "sin techo" que recurrieron al tribunal para bloquear las normas propuestas por el alcalde, adujeron que también debería incluirse a los padres y a los hijos de éstos que no tuvieran vivienda. Perder en un tribunal no es una experiencia nueva para el alcalde. Con frecuencia los tribunales estatales y federales se han visto obligados a intervenir por distintos motivos.

Tan sólo en los dos últimos años, y tras un coste legal extraordinario en detrimento de los contribuyentes, un tribunal federal del distrito criticó a la alcaldía con dureza por infringir la Primera Enmienda de la Constitución, anulando la directriz del alcalde de suspender los fondos destinados al Museo de Arte de Brooklyn por su polémica exposición "Sensación". Asimismo, un tribunal del estado de Nueva York ha paralizado los planes del alcalde de demoler 120 jardines públicos para poner los terrenos en manos de promotores inmobiliarios, y otras resoluciones han dado marcha atrás a sanciones que el alcalde había impuesto a una organización del Sida y a sus intentos de inhabilitar a personas discapacitadas del derecho de recibir las prestaciones sociales. Pero más sorprendente aún que toda esta serie de reveses, es la capacidad del alcalde de explotarlas. Giuliani nunca acepta la derrota de manera pasiva, sino que opta por utilizar estos contratiempos como parte de su estrategia para reafirmar su posición.

Su actitud hacia los tribunales, al parecer con muy poca consideración por sus propias obligaciones éticas como miembro de la abogacía o por su juramento de defender la Constitución, es tremendamente critica; sobre todo con los jueces que se oponen a sus programas, a los cuales acusa muy a menudo de tomar partido político, de cometer errores en sus fallos y de sufrir delirios liberales. Los ataques del alcalde, según aparecen difundidos en la prensa sensacionalista y en otros medios de comunicación, son adulatorios y parecen una manera de decir a la ciudad que él solo tiene el coraje e integridad para enfrentarse a cualquiera y a todos.

La segunda iniciativa para limpiar las calles de los "sin techo" fue provocada por la agresión que sufrió una secretaria de 27 años unos días antes del día de Acción de Gracias. Nicole Barrett, nacida en Tejas, llevaba apenas un año en Nueva York y había encontrado empleo temporal con una agencia de trabajo en Manhattan mientras vivía en Queens. La agresión tuvo lugar en la esquina de la calle Este 42 con la Avenida Madison, cuando un hombre se le acercó, la golpeó en la cabeza con un adoquín y después desapareció. Aunque Barrett se recuperó completamente de las heridas, consideradas en un principio como muy graves y que dejarían secuelas irreparables, la naturaleza del ataque, llevado a cabo a plena luz del día en el mismo centro de Manhattan, infundió temor en el corazón de muchos. A pesar de no haber ninguna información sobre el agresor, se dio por hecho que se trataba de un "sin techo"; probablemente con algún trastorno mental (más tarde se descubrió que era un delincuente con antecedentes, cuyo perfil no era en absoluto representativo de la población de los "sin techo" de la ciudad). Apenas tres días después de la agresión, el alcalde declaró que los "sin techo" no tenían derecho a dormir en las calles. "En sociedades civilizadas las calles no están para dormir en ellas... las habitaciones son lugares para dormir." Sin pérdida de tiempo, a la mañana siguiente su jefe de policía anunció que cualquier persona que se encontrase durmiendo en la calle sería arrestada si se negaba a acudir a un refugio.

Muchas de las iglesias de la ciudad, en particular la Presbiteriana de la Quinta Avenida, respondieron con indignación a la nueva política, advirtiendo al alcalde que no aceptarían con agrado que la policía arrestase a los que dormían en las escaleras de las iglesias. Dos semanas más tarde 1.000 manifestantes se reunieron en Union Square para manifestarse contra la política de arresto y las nuevas normativas de empleo. En aquella concentración el párroco de la Iglesia Episcopal de Saint Mary describió las acciones del alcalde como malignas y le tachó de racista. Las Iglesias de la ciudad organizaron una protesta más moderada y apropiada llamada "Voces de la fe unidas", y con la participación de representantes de todas las comunidades religiosas repartieron entre sus practicantes una carta para ser enviada al alcalde. En ésta le pedían que fuese "compasivo con las madres y sus hijos y con los enfermos mentales", que son los que sufrirían más bajo la nueva política.

Cuando la Iglesia St Ignatius Loyola, una de las más prestigiosas e influyentes de la ciudad, refrendó la campaña con la publicación de una carta firmada por el sacerdote P. Walter Modrys SJ y su asociado P. Mark Hallinan SJ en su boletín dominical, el alcalde respondió. Uno de los principales asesores en política y estrategia de Giuliani, Anthony Coles, organizó una reunión en el Ayuntamiento con P. Hallinan. Entre los asistentes a la reunión se incluían dos miembros del gabinete del alcalde y P. George Anderson SJ, un editor asociado de la revista América y destacado experto en asuntos relacionados con el problema de la vivienda y la pobreza. Después de la reunión, en una carta dirigida a la parroquia, P. Hallinan escribió: "Aunque ni al alcalde ni a sus asesores se les puede calificar como los Simon Legrees de nuestro tiempo, sería ponernos en el otro extremo si les considerásemos como los Abraham Lincoln de hoy que liberan a los pobres de su esclavitud y dependencia de las prestaciones sociales y les otorgan una vida de digna independencia."

Un tribunal del estado de Nueva York ha paralizado los planes del alcalde de demoler 120 jardines públicos para poner los terrenos en manos de promotores inmobiliarios La interacción del alcalde con los líderes religiosos de la ciudad no se limita a cuestiones de problemas de vivienda. Los pastores también han criticado abiertamente la mala conducta y brutalidad policial, otro asunto que ha mostrado el lado oscuro de la vida de Nueva York. La reciente absolución de cuatro oficiales de policía acusados de asesinar a Amadou Diallo, un emigrante guineano de 22 años, reavivó la cólera sobre la actitud y conducta policial hacia los pobres y la gente de color. El año pasado Diallo fue acribillado a tiros en el vestíbulo del edificio donde vivía por los agentes en cuestión, al creer que éste estaba en posesión de un arma (el objeto resultó ser su monedero). El reverendo Calvin Butts III, pastor de la Iglesia Bautista Abisinia de la calle Oeste 138, y ministro religioso de color más influyente de la ciudad, culpó al alcalde de crear un ambiente de división en la ciudad. Desde el púlpito de la Catedral Saint Patrick, el Obispo auxiliar, James McCarthy, reaccionó al veredicto con un llamamiento a sus feligreses para que reexaminasen sus propias "tendencias hacia la violencia, hacia el miedo y quizá hacia el prejuicio ... incluso el racial."

Los dirigentes religiosos no son los únicos en expresar su preocupación. Los dos predecesores directos del alcalde, los alcaldes Koch y Dinkins, se han unido al coro para pedir una reforma policial. Los medios de comunicación nacionales han criticado duramente al alcalde Giuliani por la manera en que ha llevado el caso de Diallo y su tratamiento del caso de Abner Louima, un sospechoso que fue golpeado y sodomizado con una porra mientras estaba bajo custodia en una comisaría de Brooklyn. La reacción del alcalde en ambos casos fue callada, dando una clara impresión de reticencia a hacer declaraciones o tomar medidas que pudieran perjudicar al departamento de policía. Cuando la Comisión de Derechos Civiles de los Estados Unidos realizó una investigación a raíz de la paliza que recibió Louima, el alcalde testificó que el departamento de policía era dedicado, profesional y comedido en el uso de la fuerza. Cuando el defensor público Mark Green testificó ante la misma comisión, discrepó y culpó al alcalde de marcar una pauta que daba licencia al abuso por parte de la policía. El Fiscal General del Estado llegó a una conclusión similar, observando que la mayoría de los registros llevados a cabo por la policía dependían de un criterio personal del agente y afectaban a un gran número de personas de color e hispanos que no estaban cometiendo ningún crimen. La respuesta desapasionada del alcalde hacia la brutalidad policial demuestra el profundo abismo que existe entre éste y la comunidad de color.

Según una encuesta llevada a cabo la pasada primavera, se mostraba que nueve de cada diez neoyorquinos de color piensan que la policía actúa a menudo con brutalidad contra la gente de color, y menos de un cuarto de todos los neoyorquinos creen que la policía trata por igual a la gente de color y a la gente blanca. Durante los próximos ocho meses, estos y otros asuntos serán estudiados, debatidos y, sin duda, distorsionados durante una campaña en el Senado, que costará más de 70 millones de dólares. Las encuestas muestran que la lealtad de los votantes está dividida por un pequeño margen entre Giuliani y Hillary Clinton, con el alcalde beneficiándose de una pequeña pero estadísticamente importante ventaja. Para los católicos la carrera va a ser una difícil prueba. Tanto el alcalde como la primera dama apoyan el derecho de la mujer al aborto, incluyendo abortos en estado de gestación avanzada. Ambos presumen de apoyar la libertad religiosa.

La señora Clinton es una incógnita en cuanto a lo que es gobernar, sin embargo eso no tiene una importancia especial en la carrera hacia el Senado. Hillary acaba de empezar a esbozar su agenda legislativa en cuestiones de política nacional e internacional. A lo largo de los más de seis años que ha gobernado Nueva York, el alcalde ha logrado mucho en temas como la renovación urbana, la reforma del código fiscal y los programas de empleo. Sin embargo, hoy día se encuentra más aislado y más a la defensiva como consecuencia de su actitud hacia una parte de su electorado que nunca le ha apoyado y hacia los que parece mostrar muy poco interés. Pero todavía no está claro que barrios como Central Brooklyn y East Harlem figuren en la agenda de alguien, excepto en los sectores benéficos, religiosos y filantrópicos incondicionales y reconocidos por su ayuda generosa hacia aquéllos que lo necesitan.

Por otra parte, la brutalidad policial no es nada nuevo y la creencia de un trato desigual basado en el racismo no es una actitud que se haya formado de la noche a la mañana. La llamada del Obispo McCarthy pidiendo un segundo examen de todo lo relacionado con la violencia y prejuicios, apunta hacia la necesidad de una reflexión más profunda por parte de todos. Quizá los sucesos de los últimos seis meses y la proximidad de las elecciones motiven a una mayor cantidad de personas acomodadas, las que disfrutan de lo que Manhattan ofrece, a que reconsideren su propio papel y participación en la renovación de la ciudad.

The Tablet

 

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