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Europa, Pensamiento :: 28/03/2021

De Francia a Siria: islamofobia, ‘islamo-izquierdismo’, (pos)fascismo

Lucion Nanni / Enzo Traverso
En esta entrevista, el historiador y activista Enzo Traverso analiza el crecimiento de la islamofobia y el fascismo en la Europa actual

Enzo Traverso, historiador especializado en totalitarismo y fascismo, analiza la intensificación de la ofensiva islamófoba y cuestiona la noción de ‘islamo-izquierdismo’, utilizada para deslegitimar de antemano cualquier solidaridad de la izquierda con los musulmanes, como la manifestada por la manifestación del 10 de noviembre de 2019. Finalmente, analiza las caracterizaciones de la extrema derecha europea y el terrorismo yihadista, cuestionando la pertinencia del concepto de fascismo.

Lucion Nanni: ¿Cómo analiza las diversas reacciones observadas en la clase política francesa desde el despreciable asesinato de Samuel Paty? Macron parecia relativamente moderado en el tema del laicismo durante la campaña presidencial de 2017, pero su actual gobierno parece atrapado en una delirante carrera islamófoba, como se expresa concretamente en la disolución de Baraka City, la CCIF y otras ONGs. ¿Cómo lo explica?

Enzo Traverso: Macron es un producto puro de nuestro tiempo, la era del neoliberalismo ‘posideológico’. Su giro islamófobo no es el resultado de ninguna evolución ideológica, simplemente una opción por conveniencia política.

En 2017, emergió como el hombre de la providencia capaz de renovar un país paralizado por viejas y obsoletas divisiones – ese era su discurso modernizador – y así unir fuerzas tanto de izquierda como de derecha. Durante la campaña electoral, en respuesta a la retórica xenófoba de Marine Le Pen, pareció incluso encarnar una nueva política similar al liberalismo ‘anglosajón’, multiculturalista más que nacional-republicano, que podía atraer a una gran parte de las clases medias ‘progresistas’ e incluso un sector de la juventud de origen poscolonial.

Hoy, el contexto ha cambiado radicalmente. La implementación de una política social altamente antipopular y la brutal represión de los movimientos sociales, en particular de los Chalecos Amarillos y el movimiento contra la reforma de las pensiones, le han enajenado el apoyo del electorado de izquierda. Como resultado, ya no es el hombre que quiere superar la división derecha-izquierda, sino el hombre que quiere renovar la derecha. De ahí su nueva postura como Bonaparte encarnando la ley y el orden y su nueva retórica xenófoba: dos mensajes que se dirigen, más allá de la derecha tradicional, a los votantes del Reagrupamiento Nacional [ex Frente Nacional].

Una vez agotada la mitología de 2017 del hombre culto en el Palacio del Elíseo, filósofo, amigo de Paul Ricœur, etc., Macron ahora se revela como lo que es: un político que navega practicando un maquiavelismo de bajo vuelo, dando forma a un discurso que cambia según su conveniencia. La única ancla ideológica sólida de Macron es su fe en la economía y la sociedad de mercado. Por lo demás, puede pasar del antirracismo a la islamofobia, de la ‘sociedad abierta’ al ‘orden republicano’, de la Francia cosmopolita a la Francia orgullosa de su historia e ‘identidad’, del arrepentimiento colonial al orgullo por el pasado colonial, sin grandes problemas, como acaba de hacer.

El ministro de Educación Nacional de Francia, Jean-Michel Blanquer, recientemente denunció enérgicamente el “islamo-izquierdismo” supuestamente desatado en los departamentos de humanidades de las universidades francesas. ¿Cómo deberíamos interpretar el surgimiento de esta categoría, así como ciertas respuestas de los intelectuales de ‘nuestro campo’ que rechazan enérgicamente la acusación de ‘islamo-izquierdismo’?

Al no vivir en Francia, no conozco todos los aspectos de este debate. El concepto de “islamo-izquierdismo” fue forjado hace unos años por el politólogo conservador Pierre-André Taguieff. Su objetivo es denunciar una supuesta colusión entre el Islam y la izquierda 'radical' antirracista y pro palestina.

Los medios de comunicación obviamente han propagado esta etiqueta para criminalizar cualquier política antirracista. Encaja perfectamente con un discurso xenófobo y autoritario que apunta a presentar al Islam y a la izquierda 'radical' como cómplices objetivos, si no aliados, del terrorismo islamista. Hoy, hemos cruzado un nuevo umbral con un ministro de Educación Nacional que se ha marcado el objetivo de depurar las universidades cazando a los ‘islamistas de izquierda’. Europa no ha escuchado tales comentarios desde la década de 1930.

Para un historiador, la noción de “islamo-izquierdismo” recuerda mucho al “judeo-bolchevismo”, que fue uno de los pilares de la propaganda fascista y nazi durante la década de 1930. Entonces, como hoy, se trataba de atacar a los enemigos de un orden, una cultura y una “identidad” nacionales definidas en términos étnico-religiosos. Los bolcheviques querían derrocar las instituciones, los judíos eran un cuerpo extraño dentro de la nación. Hoy, los izquierdistas están atacando las instituciones y el Islam está desafiando la herencia cultural de la nación.

La analogía va más allá. En la década de 1930, había un gran número de intelectuales judíos de la izquierda radical, marxista y comunista que habían perdido toda conexión con el judaísmo como religión. Hoy en día, hay muchos intelectuales y activistas de origen musulmán, en movimientos antirracistas y en la izquierda radical, que no tienen práctica religiosa, o que se reconocen como musulmanes solo como reacción al racismo imperante, como lo hicieron muchos ‘judíos ateos’ en la década de 1930.

El llamamiento contra el ‘islamo-izquierdismo’ publicado en Le Monde denunciaba la perniciosa influencia del multiculturalismo anglófono en la universidad francesa. Este estallido de antinorteamericanismo reproduce otro cliché del discurso racista de los años treinta. En ese momento, la Norteamérica cosmopolita fue denunciada como “judaizada” y corrompida por la cultura negra. Hoy surge el espectro del comunitarismo, la interseccionalidad y 'Black Lives Matter'. El antinorteamericanismo es una característica importante de las culturas europeas conservadoras. No soy partidario del giro lingüístico [giro hacia la filosofía del lenguaje], pero la forma en que lo caricaturiza el discurso neoconservador francés es bastante revelador.

Los estudios poscoloniales que surgieron con el giro lingüístico deconstruyeron la Ilustración, no desde un punto de vista reaccionario, para rechazarla a la manera del legitimismo europeo, sino desde el punto de vista de los sujetos colonizados. Se trataba de desafiar el eurocentrismo y el colonialismo implícitos en la cultura occidental, que el poscolonialismo estudió esencialmente en sus dimensiones estética y literaria.

Considero fructífero este proyecto, aunque estoy lejos de compartir todas las conclusiones que algunos autores han sacado de él. Sin embargo, el poscolonialismo sugiere que para combatir el terrorismo yihadista no basta con denunciar su horror y violencia, hay que entender de dónde viene. Es cierto que no hay nada que defender en el terrorismo yihadista, pero encuentra una de sus raíces, de forma paroxística y aterradora, en lo que Aimé Césaire, hablando de colonialismo, llamó un ‘shock de vuelta’.

Hoy nos enfrentamos al ‘shock de vuelta’ de unos treinta años de ocupaciones y guerras neocoloniales en el mundo árabe [y de apoyo occidental a Israel], y también al ‘shock de vuelta’ de las políticas de segregación social y étnica que Francia ha practicado hacia sus minorías coloniales, franceses que son eternamente ‘de origen inmigrante’. Sin embargo, para quienes agitan la amenaza del ‘islamo-izquierdismo’ es mucho más sencillo afirmar que el Islam encarna el oscurantismo, que Francia es el objetivo del terrorismo yihadista porque es la ‘patria de la Ilustración’, y que ‘explicar es disculparse’ .

Hemos visto el aumento, incluso dentro de nuestro propio campo, de términos como islamo-fascismo o “fascismo islámico”. ¿Le parece esta una categoría relevante no solo para analizar la realidad del terrorismo islámico contemporáneo sino también para redefinir un antifascismo a la altura de las necesidades de hoy?

No rechazo la noción de ‘islamo-fascismo’, pero creo que debería usarse con ciertas precauciones. En primer lugar, no se aplica al terrorismo islamista en el mundo occidental. Llamar fascistas a las masacres de Charlie Hebdo y Bataclan, o al asesino de Samuel Paty, es a veces una reacción espontánea y comprensible, pero en este caso el adjetivo ‘fascista’ sólo tiene un significado banal y aproximado: el fascista es un fanático que mata y hace un espectáculo de su violencia. Sin embargo, el fascismo clásico, tanto el fascismo italiano como el nacional-socialismo alemán, nunca practicó el terrorismo individual. Su violencia fue la de un movimiento de masas que no se escondió.

Una comparación más relevante sería entre los fascismos de la década de 1930 y el Daesh antes de su derrota militar. Los fascismos nacieron en una Europa devastada y brutalizada por la Primera Guerra Mundial, en países dislocados, en guerras civiles donde la política se hacía en las calles, con un lenguaje y medios de acción heredados de la guerra, donde cada partido político tenía sus propias milicias y las ideologías se radicalizaron. El islamismo radical armado nació, a partir de la década de 1990, en un mundo árabe devastado por las guerras occidentales, y se ha desarrollado en algunos países como una forma de nacionalismo sunita radical. Desde este punto de vista, el terror practicado por Daesh en Siria e Irak podría compararse al de los regímenes fascistas europeos durante la Segunda Guerra Mundial.

Algunos analistas (Raymond Aron ya en la década de 1940) han señalado que los fascismos clásicos eran “religiones seculares”, es decir, movimientos que, aunque inspirados en ideologías seculares, operaban de manera religiosa: el apoyo que exigían a sus seguidores era más comparable a un acto de fe que a la adherencia racional. Esto es cierto, pero Europa también experimentó formas de “fascismo clerical”, como el régimen de Dolfuss en Austria en 1933, el régimen de Franco en España -cuya ideología oficial era el “nacional-catolicismo”-, y el salazarismo en Portugal.

En todos estos casos, no se trataba de “religiones seculares”, sino de religiones tradicionales que adquirieron una forma política nacionalista radical. A principios de la década de 1980, en la Guatemala de Ríos Montt, el evangelismo se instrumentalizó hasta el punto de convertirse en la ideología de un régimen genocida. Entonces, ¿por qué no reconocer la existencia del ‘islamo-fascismo’? Es una derivación entre otras del Islam, que no tiene nada intrínsecamente fascista, al igual que la “teología de la liberación” latinoamericana y el “nacional-catolicismo” de Franco fueron dos derivaciones antinómicas del cristianismo. Si se acepta esta interpretación, se puede, por ejemplo, hablar de antifascismo en relación con los combatientes kurdos de Rojava que luchan contra Daesh. En Europa, por otro lado, la categoría de ‘islamo-fascismo’ corre el riesgo de dar un respaldo ‘antifascista’ a las leyes de excepción de Manuel Valls y Gérard Darmanin. Para resumir mis pensamientos en una frase: me gustan los fotomontajes antifascistas de John Heartfield; no me gustan las caricaturas racistas de Charlie Hebdo.

En sus textos recientes usa la categoría de posfascismo. ¿Cómo ayuda esto a arrojar luz y actuar en la situación actual?

No sé hasta qué punto la categoría de ‘posfascismo’ nos permite actuar, pero me parece útil para entender un nuevo fenómeno de importancia global: el surgimiento de una extrema derecha autoritaria, racista y xenófoba que ya no pretende ser fascista. Lo llamo ‘posfascismo’ porque, por un lado, viene después del fascismo y, por otro lado, es otra cosa. Es un fenómeno que toma formas muy diferentes, desde Europa Occidental a los nuevos países de la UE, desde EEUU a India y Brasil, y aún no ha cristalizado en una corriente ideológica con un perfil coherente y bien definido.

La noción de posfascismo captura la naturaleza transitoria de esta constelación híbrida y sin precedentes. Reúne movimientos heterogéneos para los que la definición de fascismo parece inadecuada ahora pero que, al mismo tiempo, no se pueden analizar sin compararlos constantemente con una especie de paradigma fascista, el de la Europa del siglo XX. En algunos casos, pueden adaptarse a las instituciones actuales y absorber las fuerzas políticas tradicionales. En Francia, por ejemplo, hay muchos puentes entre Reagrupamiento Nacional, los clásicos republicanos de derecha e incluso varias figuras de La République en Marche de Macron; en EEUU, Trump ha logrado canibalizar al Partido Republicano, etc.

Sin embargo, en caso de una crisis importante, por ejemplo una ruptura de la UE, estos movimientos podrían radicalizarse, ampliar su base y ganar el apoyo de las élites dominantes. En este caso, se convertirían en fuerzas subversivas que recordarían al fascismo clásico. Aún no sabemos que pasará, pero contienen las premisas del fascismo del siglo XXI.

versobooks.com. Traducción: G. Buster para Sinpermiso

 

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