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Colombia :: 21/04/2012

El continuo estercolero periodístico (II)

Jesús Santrich
O la cloaca bacrimizada de los grandes medios de comunicación al servicio del imperialismo y la oligarquía vende patria

Aquellos analistas del conflicto, analistas de mirada sesgada hacia la derecha, que desde la gran prensa nos piden el desarme sin referirse por un instante a las causas que lo han inspirado, no son más que voceros de las transnacionales. Nos hablan del carácter anacrónico de las armas, pero sin levantar una voz contra la entrega del país a la depredación que a sangre y fuego vienen haciendo de nuestra patria los oligarcas por cuenta de las multinacionales.

Muchos de estos personajes que posan de ser intelectuales de izquierda, o progresistas, o demócratas…, o simplemente “gente sensata que ama la paz”, como en la reflexión de Brecht, “se oponen al fascismo, sin estar en contra del capitalismo”; o sea, que se oponen a la guerra sin abrirle oposición al saqueo imperialista que la genera; se lanzan furibundos contra la violencia guerrillera sin cuestionar en lo esencial la violencia del régimen, de su capitalismo salvaje, que es el causante de las desgracias sociales y políticas que padece el pueblo. En síntesis, “andan lamentándose por la barbarie generada por la barbarie”, a la manera de aquellos personajes de los que habla Bertolt Brecht “que quieren comer su ración de ternera, pero no toleran que deba sacrificarse al animal. Quieren comerse la ternera, pero no soportan ver la sangre. Se contentan con que el carnicero se lave las manos antes de servirles la carne”.

Observemos un poco; quizás con un simple vistazo basta, para identificarlos y acoplarlos en esta reflexión. No designaré nombres, para que el lector pueda poner a andar su realismo más crudo y constatar cómo están tan generalizadas estas prácticas, al punto que es el conjunto de los grandes medios de “comunicación” lo que se ha bacrimizado; es decir, se ha convertido en una inmensa cloaca de bandas criminales de la desinformación, al servicio de los más bajos intereses de los detentadores del poder.

Los tales “analistas”, ya “politólogos”, ya “violentólogos”, ya “pazologos”, ó “izquierdólogos”, “columnistas”, “editorialistas”, seudoacadémicos ó “carretólogos”, que desde la gran prensa suelen estar contra la barbarie, dicen, pero no dan muestras claras de estar en contra de las condiciones de distribución de la riqueza que genera la barbarie. Son tan evidentes en su arrodillamiento al poder establecido, que denotan que les gusta la carne, pero eso sí, con las manos del carnicero bien lavadas antes de servírselas a la mesa.

Ellos, dicen a veces que no quieren que siga la guerra. Y de verdad que tiene que estar uno loco para querer que siga la guerra; pero resulta que este no es un asunto de querer o no querer, pues hay razones de mucho peso, causas le llaman a eso, que generan la guerra. Y esas causas no nacen de la insurgencia. Se da el caso de algunos de estos personajes que antes hasta han enseñado que esta era una consecuencia y no la causa de la violencia.

Pese a que todos los problemas que los estudiosos serios del conflicto político-social-armado identifican como causales se han profundizado, ahora resulta que los militantes de la cloaca mediática no encuentran que las peculiaridades de Colombia, expliquen la coexistencia de la lucha armada. Entonces pasan a creer, más bien, que se ha madurado desde hace mucho tiempo la salida al conflicto que padecemos, y hasta consideran en “identidad” con la insurgencia, que no es tan fácil en los hechos encontrar esa salida porque hay intereses de orden económico de sectores muy poderosos que alimentan la confrontación, a los cuales hasta les resulta práctica para su propia prosperidad.

Muchos de los transformistas en referencia, fácilmente prescinden del juicio y el coraje en sus argumentos, quizás nunca tuvieron realmente esa condición, y entonces se deciden conscientemente a pasar por alto la criminalidad de esos sectores poderosos, y la responsabilidad nodal que les corresponde en la generación de la guerra.

Para ellos, los de la cloaca, es más cómodo aparentar que equilibran la carga de la deuda y entonces también se la endosa a sectores que lo que han hecho es acudir a la legítima defensa social, a la resistencia para buscar un camino favorable a las mayorías atropelladas, tal como ocurre con la guerrilla.

¿Qué la paz es muy difícil y por ese motivo es más fácil mantener las dinámicas de la guerra? Decir esto es un descaro, pero lo hacen asumiendo posiciones doctas que desafortunadamente no les sirven para identificar las causas de la confrontación. Y peor aún: jamás asumen un compromiso de confrontación contra esas causas. Cuando explican sus posturas en asuntos de guerra y estrategia –recordemos que son expertos en todo-, parecen discípulos de Erich Ludendorff, pues son los típicos corifeos taimados del guerrerismo, acólitos de las escuelas geoestratégicas imperialistas, atizadores de la militarización de la política. Desgraciados que no ponen el pecho a las balas pero que sí han abonado el terreno para validarle al régimen esa práctica derivada de la concepción torcida de que “la política es la continuación de la guerra por otros medios”.

Estos asistentes oficiosos de la Escuela Superior de Guerra, apologistas del aniquilamiento de los inconformes, adoratrices disimulados de la “guerra total”, cómplices solapados de la teoría de la “seguridad nacional”, de la imposición tiránica, arbitraria, del concepto de “Nación en armas”, han hecho de Der totale Krieg, su biblia y su filosofía: les es preferible subrayar en la divergencia que mantienen con las FARC respecto a la argumentación de que el camino de la lucha armada es el que permitirá que los sectores populares cambien la situación de explotación y opresión, soslayando deliberadamente tomar en cuenta que la insurgencia jamás ha presentado caminos de solución basados solamente en la guerra. Saben perfectamente que la insurgencia bolivariana ha insistido en inúmeras propuestas para alcanzar un entendimiento surgido del diálogo; no obstante, de un plumazo mandan al canasto de la basura estos esfuerzos que tanta sangre han costado sin siquiera hacer alusión a la intransigencia gubernamental que cerró la vía democrática de la lucha política.

Los de la cloaca mediática, antes que señalar al Terrorismo de Estado como causa del conflicto, prefieren machacar en que las FARC “no se hacen cargo” de que no es posible tener un aparato militar con banderas de izquierda que concilie su lucha con el conjunto de otras luchas populares que se desenvuelven por vías “políticas”. Y esto es como el mundo al revés, pues pareciera que no se recordara que antes de que los alzados fuésemos obligados por las circunstancias de la injusticia social a tomar las armas, la lucha se intentó a toda costa en el campo de la legalidad. Pareciera que nos quieren hacer creer que la lucha política de los excluidos por las oligarquías, y especialmente por el bipartidismo, se ha hecho en el edén. Sólo falta que también nos responsabilicen de la muerte de Gaitán y de la gestación de la violencia de los años cuarenta. Y como los personajes de la cloaca no ven Terrorismo de Estado por ninguna parte, lo que les queda es conminar a la opinión pública diciendo que esta “debe urgir a las FARC” para que realicen la entrega unilateral de la gente retenida en la selva; pero nunca nada dicen en consideración siquiera de los centenares de guerrilleros o de otros presos políticos que en condiciones inhumanas permanecen en las cárceles de Colombia. Aún puesta de presente la decisión unilateral de la insurgencia sobre liberar en su totalidad a los prisioneros en su poder, el gobierno impide la visita a las cárceles, de una comisión internacional de observación de las deplorables condiciones de hacinamiento; pero de esto nada dicen los analistas de marras.

Ellos no quieren perturbar ni por un instante a los oligarcas en el disfrute de sus intereses; prefieren no hurgar en el debate sobre la aplicación criminal que el régimen ha hecho de la ‘guerra integral’, de la guerra total’ –‘guerra preventiva’– y del futuro. Prefieren colocarse las gafas oscuras de la indiferencia, pero de peor manera aún se enrumba su actitud cuando se convierten en fichas de los medios masivos de publicidad, en sujetos activos de la guerra psicológica; en los elementos que hacen más eficaz para el gobierno la guerra política y la guerra militar en la medida en que con una supuesta preocupación por la paz generan la subjetividad del prejuicio frente a la insurgencia, al tiempo que motivan la necesidad del desarme que le abre paso fácil a la globalización neoliberal. Se suman, en fin, al coro de los que nos exigen la resignación, la mansedumbre frente al verdugo implacable poseedor de un poder mezquino que no brinda opción alguna a su enriquecimiento desaforado. Rendición o exterminio son los caminos que nos muestran cacareando el discurso de la necesidad de la “paz” y la “democracia” sin que importen las evidencias históricas que en Colombia nos dan noticia de los múltiples engaños que ha significado los acuerdo de reconciliación: termina el régimen imponiéndose como vencedor, los engañados como vencidos y nuevamente perseguidos con el odio miserable de los victimarios.

Claro, hay quienes tienen ya un estatus, una posición social que cuidar; sí, claro, el estatus, tú sabes, llegar al pináculo de la carrera y cosas de esas, la aceptación en los círculos del poder, así sea por los laditos, o por ahí cerca; “eso hay que cuidarlo”, y resulta que tal asunto en muchos genera cierto tipo de amnesia ligada a la conveniencia, al egoísmo y al oportunismo: entonces se comienza a olvidar a antiguos camaradas y de súbito desaparecen los principios. No, dice uno, en general él o ella, o ellos, eran buenos maestros, que magníficos periodistas fueron hace algún tiempo. Mira a aquel, él era historiador más que político; explicaba bien el sentido y la importancia del concepto “totalidad”, eso de conocer los hechos sin ignorar las causas, la importancia del análisis crítico de las fuentes, las formas en que los historiadores han intentado estudiar las sociedades humanas, las formulaciones inteligibles de los relatos…; en fin, tantas cosas que podrían ayudar a encontrar la verdad sobre el devenir de los pueblos, pero considerando que ese ejercicio debe contar con normas de integridad política y personal antes de emitir juicios morales respecto a los procesos que involucran a los seres humanos.

Pero…, pero qué lamentable: que poco de lo que era queda de X ó Y personalidad. Tanto que teorizó sobre tal tema y ahora no se acuerda que desde sus reflexiones muchos entendíamos los orígenes de la actividad que como autodefensa campesina y como guerrilla han tenido en este o aquel otro tiempo las FARC. Mira qué tristeza, ahora sus posiciones son tan confusas. Mira lo que se pregunta a sí mismo: se indaga sobre los beneficios que la lucha insurgente le ha traído a Colombia; se inquieta por saber –pero esto es con pura sorna-, por las conquistas para los trabajadores que haya dejado la lucha. Sí, sí, sí, ¿para qué la lucha? Sí, ¿para qué eso?, es el mensaje propio que dejan esas personas que definitivamente fueron a caer en la cloaca por el arcaduz de la indignidad, ya traicionando su conciencia, o ya sacando a flote lo que en realidad han sido desde siempre aunque parezca que recién han sido cooptados por el régimen.

De verdad que no es creíble que personajes de este tipo que estamos describiendo quieran conocer respuestas que “ignoran” sobre porqué persiste la resistencia, dizque porque ello es del más alto interés para todos. No. Sencillamente su retorica tiene el encargo de descalificar nuestra lucha utilizando en múltiples ocasiones la supuesta autoridad que les da, creen ellos, ser ex militantes revolucionarios, o ínclitos demócratas arrepentidos, supuestos conocedores a fondo de la temática, que se dieron cuenta a tiempo del error cometido por los revolucionarios al enfrentar al régimen. Porque es que, en últimas, asumir las inocentes preguntas o inquietudes del caso sería como entrar a cuestionar todas las justas luchas del mundo porque aún no se hubiesen concretado sus propósitos.

Interpelemos, entonces, a Cristo por los métodos con los que con toda su carga de bondad no pudo impedir que le crucificaran. Cuestionemos la resistencia indígena porque de todas maneras los conquistadores con su desarrollo técnico-armamentístico vencerían. Porque, para qué decirles que cuestione al capitalismo por no haber logrado durante tantos siglos resolver los problemas básicos de la humanidad. Eso ya sería mucho pedirles a elementos de tanta alcurnia.

Pero es que hay unos que son la cumbre de la sinvergüencería: hasta nos hacen el “honor” de reconocer como hazaña la resistencia en Marquetalia. Pero se trata de la pura apariencia, pues de inmediato se despachan culpabilizando a los campesinos de la proyección de la violencia, porque según Guilodes “el ejército se inventó un enemigo”; sí, pero los campesinos tozudos, arrebatados, irracionales, donde no había una actividad militar, en esta avanzada de colonización, tomaron la decisión (así, en bastardilla), de convertir las autodefensas en guerrillas. Es un problema no de necesidad impuesta por la represión estatal sino una decisión, la guerra la decidieron los campesinos y el X Congreso de los Comunistas de 1966, también tomó la decisión (así, también en bastardilla), de darle carácter estratégico a la lucha armada guerrillera al adoptar la política de combinación de todas las formas de lucha como su teoría y su práctica. Sí, es sencillamente un problema de decisión, dicen ellos; ni siquiera es la consecuencia de la represión gubernamental. Es un problema subjetivo y no un problema derivado de las circunstancias concretas y los padecimientos de la población rural de la época, piensan desvergonzadamente. De lo cual se puede colegir como en efecto lo coligen y lo expresan sin tapujos, que sin necesidad de hablar de soluciones sociales se puede terminar el conflicto a partir de la decisión de la guerrilla en tal sentido.

De entre los duros de la cloaca, los que más dan asco son esos personajes arrepentidos y vergonzantes de su vieja condición de revolucionarios o demócratas, que ahora pagan el consentimiento y el reconocimiento de la oligarquía actuando como mandaderos del gobierno en estas lides de crear la subjetividad de la rendición. Nada que ver con la dignidad del verdadero periodista, o del verdadero historiador, como ese que representa, digamos, Marc Bloch con su ejemplar conducta durante la Resistencia francesa contra la ocupación alemana: republicano, demócrata, digno, él no se preguntó ¿Cuáles eran los beneficios que había logrado la Resistencia abnegada de millones de hombre y mujeres que enfrentaban al fascismo? ¿Cuáles los grupos de trabajadores rurales o urbanos que habían logrado conquistas sociales duraderas por consecuencia de esa Resistencia? A pesar que lo que observaba era la discriminación de la que él mismo era objeto por su condición de judío y de marxista, no se preguntó jamás si de algo habían servido sus esfuerzos académicos y de creación teórica, cuando lo que veía venir era la muerte a manos de los nazis. Pero aún así no aceptó la derrota, como sí lo hizo su colega Lucien Febvre, sumiso a la ocupación alemana.

Marc Bloch prefirió la muerte a manos de los nazis que la claudicación. Por eso yo lo prefiero respecto a Lucien Febvre, como prefiero a Michelet negando la dialéctica hegeliana en su mecánica de causas y efectos sin más. Y en eso comparto con Jacques Rencière aquello consignado en su ensayo sobre Michelet cuando dice que “la ciencia del historiador es, en primer lugar, un arte de amar”, en cuanto a que también hay que darle voz al duelo, a nuestros muertos, a nuestros símbolos más profundos; y esto lo digo porque en verdad asquea tener que leer los rodeos que algunos, posando de pazófilos dan para terminar colocando sobre nuestros hombros y no sobre los hombros de los verdugos, la responsabilidad de las muertes de nuestros camaradas caídos en ese martirologio que fue la experiencia de la Unión Patriótica. Al mismo tiempo aterroriza pensar que personajes de tal tipo, con semejante “sensatez” tan insensata, sean los que escriban las crónicas o la historia de estas décadas de guerra que hemos sufrido los colombianos. Sobre todo cuando “abren” lo que ciertos “teóricos” han dado en llamar “las fórmulas cerradas”: falso equilibrio que indica, por ejemplo, que la Unión Patriótica fue víctima de una alianza conformada por sectores de las Fuerzas Armadas, mafias del narcotráfico, gamonales políticos y paramilitares. Pero estas fuerzas contaron a su favor con el hecho de que la UP, surgida por convocatoria de las FARC, es decir por un movimiento guerrillero que hacía parte de un proceso de paz, tuvo que cargar con el fardo de sostener la política de combinación de todas las formas de lucha. Este argumento entraña un malabarismo pérfido que trata de exonera al Estado como ejecutor fundamental del exterminio, pero cómodamente -¿neutralidad valorativa acaso?- le acotejan a las FARC la responsabilidad, porque “o bien se profundizaba el proceso de paz y la guerrilla se transformaba en una fuerza política sin apoyaturas militares, o bien se continuaba con la acción insurgente renunciando a la creación de una organización política legal”.

Sí, quizás nosotros somos utópicos, pero por creer que el régimen iría abriendo los espacios democráticos que conducirían al desarme. Pero los teóricos del malabarismo en cuestión no son ingenuos; ellos no pensaban ni piensan que los exterminadores de la Unión Patriótica se hubieran convertido en palomas de la paz o en defensores de Derechos Humanos si observaban que la insurgencia renunciaba a las armas. No es cierto que hubiera posibilidad de que amplios sectores políticos y corporativos del país se hubieran constituido en dique de contención frente a esa alianza tenebrosa. Esto lo han confirmado casos concretos, experiencias muy conocidas de nuestra historia, como la experiencia de los obreros de las bananeras. En 1928 ninguna guía ética, ninguna pauta mecánica del principio de justicia, movió las supuestas fuerzas de opinión que hoy nos prometen que se moverán en defensa de quienes opten por la lucha, sin armas.

Para no irnos muy lejos en el pasado, si miramos una etapa de la historia previa al surgimiento de la guerrilla, en el contexto del lustro que va de 1923 a 1928 se produjo un incremento de las fuerzas productivas como consecuencia, entre otras cosas, de la expansión cafetera y del incremento enorme de divisas devenidas del flujo de dólares que los gringos entregaron por el robo de Panamá (más de 130 millones de dólares en créditos públicos y privados). Al tiempo que la burguesía mercantil entra en disputa por el poder con los terratenientes latifundistas tradicionales está irrumpiendo el proletariado como clase en asenso con sus luchas huelguísticas. Pero la actividad política de las fuerzas de oposición se da dentro de los parámetros que impone la legalidad burguesa, donde la acción huelguística es la expresión más radical frente al aumento de precios, por ejemplo, que se produce como consecuencia del rezago de los latifundistas. Pero no es solo el proletariado naciente el que irrumpe contra la actitud de los latifundistas; los empresarios y la burguesía cafetera misma reaccionan contra los altos precios agrícolas que amenazan con absorber las ganancias de la acumulación. Y luego, el torbellino de contradicciones se enrarece aún más, exasperando a los terratenientes socios mayoritarios del ya prolongado régimen godo, cuando la burguesía logra la promulgación de la ley de emergencia que autoriza la importación de alimentos.

En la poca historiografía decente que existe aludiendo a esta época hay registro suficiente sobre estos acontecimientos: se sabe sin duda que lo que sobrevino con la agudización de los conflictos, con la expansión cafetera que dispara la valorización de la tierra, fue el incremento de la voracidad latifundista; lo que sobrevino fue el fenómeno del “hambre de tierras” de colonos, arrendatarios y aparceros, el agotamiento de la colonización como procedimiento de la ampliación de la frontera agrícola, la crisis de los servicios públicos urbanos por su inadecuación al crecimiento poblacional, etc. Lo que sobrevino fue la explosión de los conflictos sociales con la puesta en escena de la incapacidad de la “hegemonía conservadora” para solucionarlos. Entonces el régimen, y recuérdese que no había guerrilla, comienza a mirar el conflicto social señalando como “subversivos” a quienes se le oponen. Entonces, se dispara la represión. Esta ya es una reacción genética del bipartidismo liberal-conservador, pero en este caso específico los conservadores en el poder hegemónico, con el argumento de impedir el “levantamiento comunista” que supuestamente se daría el 1º de mayo, expiden en abril el decreto 707 de “Alta Policía” que permitía hacer arrestos hasta por sospecha. Después vendrá la “Ley Heroica” que intensifica la legislación represiva en 1928, estableciendo incluso el delito de opinión. Por la supuesta defensa del derecho a la propiedad, como si estuviese en peligro, bajo los auspicios de esta ley, el régimen reprime la actividad sindical, amedrenta a la oposición política principalmente liberal, e ilegaliza al Partido Socialista Revolucionario (PSR). Y no había guerrilla, no había guerrilla, pero tampoco aparecían por ningún lado las “guías éticas” o las “pautas mecánicas del principio de justicia”, ni las “fuerzas de opinión considerables” que jugaran en defensa de quienes sin armas hacían la oposición.

¿Acaso la protesta del 14 de enero de 1927 de los 8000 trabajadores de la Tropical Oíl Company y de la Andian Nacional Corporation en Barrancabermeja no fue calificada como movimiento subversivo? Por entonces, la represión estatal cobró la vida de 15 trabajadores, decretó la prisión del comité de huelga y autorizó muchos despidos. Y bueno, después vino la masacre de las bananeras y otros atropellos más bajo la consigna de Abadía Méndez que llamaba a hacer la guerra a la “insurrección comunista”. Y aún no había guerrilla.

Nombres como el de Álvaro Uribe Vélez o el de Juan Manuel Santos hace rato clasificaron para estar en el mismo bestiario criminal en que está Abadía Méndez, Cortés Vargas o Ignacio Rengifo. “Metralla contra el pueblo y rodilla en tierra frente al yanqui”, era la máxima moral de los gobernantes de 1928, según lo definió Jorge Eliécer Gaitán. Pero, ¿ya cambió esa máxima? Habría que preguntárselo a los miles de trabajadores tercerizados de Campo Rubiales, por decir lo menos.

A la oposición Popular de finales de los años 20 también el régimen le respondió su accionar político con represión criminal, y no había guerrilla, no había guerrilla. De verdad que urge buscar el sentido de las voces perdidas de las víctimas de esta cruel vorágine de sangre y lutos.

Preguntemos a los de la cloaca si acaso recuerdan los pasajes de la historia que narran los triunfos bélicos de Alemania frente al movimiento emancipatorio en crisis tras la derrota en la Guerra Civil española; si recuerdan lo que escribió en sus Tesis de filosofía de la historia nuestro Walter Benjamin, el mártir de Port Bou. Ese que pensaba que el auge del fascismo era sintomatología de la degradación, pero que en ese escenario el arte como la historia debía asumir el papel de generar conciencia. No me imagino a este apóstol de la humanidad sirviendo a los intereses de Juan Manuel Santos. Pero bien, él nos dejó un legado, él nos enseñó que “Articular históricamente lo pasado… significa adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro”. Él nos enseñó que “al materialismo histórico le incumbe fijar una imagen del pasado tal y como se le presenta de improviso al sujeto histórico en el instante del peligro. El peligro –nos dijo-, amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a los que lo reciben. En ambos casos es uno y el mismo: prestarse a ser instrumento de la clase dominante. En toda época ha de intentarse arrancar la tradición al respectivo conformismo que está a punto de subyugarla”.

No olvidemos a Walter Benjamín: “El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de que “tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer”.

* Integrante del Estado Mayor Central de las FARC-EP.

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