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Europa, Asia, EE.UU. :: 15/11/2025

El fin del culto a la superioridad occidental

Gianni Petrosillo
En medio de la propaganda cruzada (ningún sistema es inmune), es nuestro deber interpretar las tendencias reales en juego; la lucha de valores es solo la superficie de los problemas, la menos decisiva

Occidente siempre se ha sentido superior por haber inventado o reinventado la democracia y la religión de la libertad, y por ello se arroga el derecho de exportar estos valores universales, que en realidad son relativos y parciales en todas partes, provocando incluso guerras civiles o bombardeando a quienes se oponen a ellos. En realidad, existen pueblos con historias milenarias en los que no hay cabida para estos valores, los cuales distan mucho de ser universales, siendo el resultado de una reinterpretación estrecha de nuestra cultura que pretende asolar el planeta.

Nos horroriza que alguien rechace la libertad y la democracia, o esa multitud de derechos a menudo inútiles y superfluos que inventamos para multiplicar posiciones y roles; sin embargo, no hay nada extraño en ello, porque para otros pueblos, un valor superior a la libertad, que a menudo coincide con la más cruda arbitrariedad individual (incluso disfrazada de teoría), puede consistir en la supremacía del colectivo en un sentido menos egoísta. Así como la democracia se reduce al ritual del voto, donde solo quienes superan una selección sistémica pueden ser elegidos, en otros lugares se manifiesta a través de una participación más activa que trasciende la mera introducción de un papel en la urna en fechas preestablecidas.

Como bien señala Dario Fabbri, Occidente se cree la culminación de la civilización y cree haber trazado el rumbo de toda la humanidad. Sin embargo, la humanidad no puede reducirse a una sola visión, y lo ha demostrado al volverse cada vez más insensible al atractivo del modelo occidental, que ahora es minoritario en el mundo y cada vez menos temido gracias al avance militar, económico y social de otras formaciones sociales que renacen o emergen, desafiándonos y rechazando nuestra autoconfianza y nuestras obsesiones universalistas. Esto implica que, tarde o temprano, surgirán nuevos conflictos que harán retroceder a Occidente progresivamente, cuestionando su supuesta superioridad, incluso en términos de valores.

En efecto, digámoslo de una vez por todas: los valores universales no existen. Los valores, por muy estables que parezcan, son producto de creencias parciales de una época, que no poseen un valor absoluto y cambian con las fluctuaciones del poder y la evolución social. Basta con observar cómo, mientras no teníamos adversarios en el mundo, nos embargaba la idea de la paz, que hoy, sin embargo, se tambalea porque debemos prepararnos de nuevo para la guerra. Resulta aún más repugnante, entonces, cuando algún político oportunista que se cree un verdadero líder sube a los escenarios y afirma con arrogancia que la contienda actual es entre nosotros, las buenas democracias, y los demás, las malas autocracias.

Siempre nos autodefinimos y autoevaluamos para sentirnos del lado correcto de la historia, pero la historia no tiene bandos y ni siquiera es justa. La historia es conflicto, donde el vencedor tiene razón, no la razón (que no existe), y el perdedor está equivocado, al menos hasta que los desequilibrios resurgen, poniendo inevitablemente todo en entredicho. Esta es una de esas reflexiones que tienen la cualidad de la verdad, porque no son la verdad absoluta, sino una confirmación de lo que siempre ha ocurrido a lo largo de la historia. En resumen, la verdad nunca ha cambiado la opinión de la historia.

Además, para mantener la credibilidad de nuestra narrativa, que sostiene que tenemos razón y que otros perturban el delicado equilibrio que sustenta la tranquilidad y la justicia internacionales, debemos desentendernos de nuestras propias faltas y narrar la historia desde la perspectiva de nuestros enemigos, reaccionando a tal agresión del mundo libre. Esto es lo que sucede con los rusos, a quienes acusamos de invadir Ucrania, borrando todo lo que hemos hecho en su entorno inmediato y en su antigua esfera de influencia desde la caída de la URSS.

Llamamos a esos sistemas autocráticos o dictatoriales por motivos de propaganda y autolegitimación, pero la eficacia de esos motivos es cada vez menor, porque un país que resiste e incluso se fortalece tiene mucho más que ofrecer para convencer a sus ciudadanos que nuestra verborrea vacía, tras la cual se ocultan nuestras bombas, cada vez menos efectivas. Incluso en los campos de la ciencia y la tecnología, nuestra primacía se está erosionando, pero al negarnos a aceptarlo, difundimos mentiras en la opinión pública.

Los rusos, que luchan contra todo Occidente, por no hablar de Ucrania, que sin la OTAN ya habría desaparecido, eran considerados acabados y mal armados, incluso robando chips de lavadoras, pero ahora anuncian y prueban misiles de propulsión nuclear desconocidos para nosotros.

Sabemos aún menos de China, salvo que ha dejado de copiarnos e invadirnos con sus productos de alta tecnología, cuando hace apenas unos años nos quejábamos de sus salones de bajo coste que habían puesto a prueba nuestro sector del mueble tapizado. En medio de la propaganda cruzada (ningún sistema es inmune), es nuestro deber interpretar las tendencias reales en juego; la lucha de valores es solo la superficie de los problemas, la más visible pero la menos decisiva. Cuando un embaucador político te dice que la supervivencia de la democracia y la libertad están en juego, sabes que eso es apto sólo para un ingenuo.

Lo que está en juego es la hegemonía de la fuerza y el poder que, al cambiar, altera incluso los principios que consideramos establecidos para siempre. Nadie posee la razón ni la verdad absoluta, porque existen muchas razones y muchas verdades, pero solo algunas emergerán y se impondrán por la fuerza mediante la lucha. Y quienes triunfen se presentarán como justos y rectos, mientras que los vencidos serán tratados como monstruos.

Al menos, esto es lo que Occidente ha hecho hasta ahora, y no podemos dudar de que los futuros hegemones lo harán de la misma manera, quienes, sin embargo, creo que disfrutarán de un largo período de gracia antes de volverse completamente imbéciles como nosotros.

conflittiestrategie.it. Traducción: Carlos X. Blanco.

 

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