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Mundo, Chile :: 03/11/2018

El lenguaje es trasgresor o está muerto

Marcos Roitman Rosenmann
Las nuevas generaciones y las no tanto han decidido que el lenguaje políticamente correcto es democrático

Se cree, falsamente, que el respeto a la diferencia consiste en censurar palabras acusadas de sexistas, xenófobas, racistas. Maricón, puta, indio, negro, cabrón, marimacho, entre otras, son llevadas al cadalso. En España, la exclamación popular ¡me cago en Dios! es perseguida sin piedad. No es la única, unir santos y cojones, Cristo y clavos, vírgenes y putas, para colectivos católicos constituye una blasfemia. La justicia del siglo XXI redita los tribunales de la Inquisición. Jueces le dan la razón, sólo queda rescatar tormentos como verter plomo ardiendo en la garganta, reinventar el potro o la doncella de hierro. A esta cruzada contra el lenguaje se unen colectivos cuya labor se centra en borrar del diccionario términos que, a su juicio, causan discriminación lingüística.

Ejemplo: el debate para sustituir mariconez de una canción del extinto grupo Mecano. La concursante televisiva, irrelevante por su voz, salta a la fama, negándose a pronunciarla; la tilda de insulto para gays, transexuales, homosexuales y lesbianas. El público del plató aplaude e insulta a la ex vocalista de Mecano, Ana Torroja, por no aceptar su cambio a gilipollez o estupidez. Algo similar ocurre, desde hace tiempo, con diálogos en operas, zarzuelas, cuentos, incluso fabulas. No diga negro, decántese por afroamericano. Elimine homosexual y aplique el correcto, gay; mejor invidente que ciego.

En una sociedad capitalista, patriarcal, racista, xenófoba, el lenguaje es un campo de batalla, pero hay que diferenciar el origen semántico de las palabras de su instrumentalización ideológica. El uso del lenguaje y su trasformación deben acompañarse de una trasformación del contexto. Expresiones como ¡me cago en Dios!, ¡me cago en mi puta madre!, eres maricón, que le den… representan un uso legítimo del lenguaje. María Moliner, filóloga y bibliotecaria, dedicó parte de su vida a escribir el Diccionario de uso del español, y Julio Casares hizo lo propio con la edición del Diccionario ideológico de la lengua española.

Una y otro en las antípodas políticas no renunciaron a entender el lenguaje como realidad plástica donde las palabras pueden tener diferentes significados según contextos. Si censuramos las palabras bajo la acusación de producir discriminación sexual, racial, cultural o de genero haremos del lenguaje algo romo, muerto, sin capacidad de diferenciar lo masculino, femenino de lo neutro.

Atacar el lenguaje con pretexto de hacerlo inclusivo, eliminar discriminaciones sexistas o raciales, se aproxima más un sistema totalitario que a una sociedad democrática. Las diferencias y matices posibilitan entender la distancia que separa el género, de la clase, de la especie. No es bueno para la libertad de expresión y del lenguaje poner cortapisas o censurar su uso popular y no me refiero a tradiciones. Si prosperan los neoinquisidores, defensores de lo políticamente correcto asentado en lo inclusivo, la diferencia se elimina y el lenguaje muere.

Chile, el país neoliberal por excelencia de América Latina, racista hasta la médula, cuyas prácticas machistas y la homofobia conllevan palizas a homosexuales con resultado de asesinato, se comporta como el adalid del lenguaje inclusivo. ¿Casualidad? No: es la manera de invisibilizar la explotación. Sin un sistema educativo democrático es inviable el nacimiento de un lenguaje democrático. La desigualdad inherente a la economía de mercado reproduce sus valores y no tiene problemas en inventarse un lenguaje inclusivo para el mercado. Mientras no se cambien las estructuras, la ex presidenta de Chile, Michelle Bachelet, creerá enriquecer el lenguaje al referirse a los chiquillos o chiquillas, como chiquilles o amigues, sustituyendo el masculino y femenino: amigas o amigos.

La e no soluciona el problema. Imaginemos la frase: los libros de primaria son sexistas, bajo el universo del lenguaje inclusivo quedaría: les libres de primaries son sexistes.
¿Una jirafa, será jirafe macho o hembra? No diga todos ni todas, mejor, todes. Vaques por vacas, tores por toros, niñes por niñas y niños, etcétera. Más que una aportación al lenguaje, es una carnicería. Forma y contenido guardan relación. Independizarlos es trasformar el lenguaje en un cascarón vacío. Igual ocurrió con el ataque neoliberal a la democracia social, económica, étnica o de género, hasta dejarla en un continente sin contenido. O mejor, a lo Enrique Krauze: una democracia sin adjetivos.

Prefiero expresiones como maricón, ¡me cago en Dios!, ¡que te jodan! u otras, recogidas por grandes literatos en sus obras, que ser defensor del lenguaje políticamente inclusivo dejando intactas las estructuras de poder real. Lamentablemente esta moda se extiende a las artes plásticas, pintura y escultura. Obras de Rubens, Picasso, Courbet, Iannone, Modigliani o Balthus, son trasformados por mentes calenturientas en pecado, actos impuros o eliminados de las redes por los servidores como Facebook. El erotismo, el sexo, la naturaleza, acaban siendo víctimas del lenguaje hasta eliminarlo completamente. Sólo queda reditar la quema de libros y quitar de los museos todo aquello que alguien diga es contrario a la moral de lo políticamente inclusivo.

La Jornada

 

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