lahaine.org
Asia :: 28/05/2004

El pináculo de la historia humana: La revolución china, 1949-1975. Parte 2

Un Mundo que ganar
24 de mayo de 2004. Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar. A continuación presentamos la segunda entrega acerca de los logros del socialismo durante la revolución china bajo la dirección de Mao Tsetung. Éstas provienen del discurso que dio el Movimiento Revolucionario Internacionalista en 1999 con motivo del 501 aniversario del triunfo de la revolución china.

Antes de la revolución, las ciudades de China no fueron menos horrorosas que el campo.

Consideremos a Shanghai, la ciudad más importante de China. Fue una rugiente, pulsante y poblada metrópoli, una de las ciudades más grandes del mundo. Sin embargo Shanghai era varias ciudades diferentes en una, al igual que muchas ciudades del tercer mundo de hoy. Tenía un centro moderno con congestionamiento de tráfico, grandes hoteles estilo occidental y sedes de corporaciones. Había almacenes departamentales de lujo y tiendas especiales donde los ricos podían comprar productos de todo el mundo. Había centros nocturnos en que oficiales, funcionarios y millonarios se podían entretener, casinos y burdeles para cualquier presupuesto. El francés, el británico y el norteamericano, cada uno, tenía su propio distrito, en que los verdaderos amos de la ciudad podían vivir en mansiones con jardines, sin que los chinos los molestaran. Los chinos trabajaron en barcos y muelles; en bodegas, fábricas, restaurantes, cocinas y tiendas; manejaron bicitaxis y otros vehículos; y en general sirvieron al rico. Vivieron amontonados en cuartuchos por calles y callejones estrechos, sucios y oscuros, o en la calle misma.

Muchos trabajadores llegaron a ser comunistas. Durante la guerra revolucionaria, muchos proletarios fueron al campo para sumarse al Ejército Rojo. Otros permanecieron en las ciudades y formaron organizaciones clandestinas del partido y organizaciones de trabajadores, cuyo número de miembros incluía a cientos de miles. En secreto, el partido organizó y dirigió a empleados de tiendas, estudiantes, artistas, intelectuales y a todos aquellos quienes pudieran ser unidos contra el enemigo común.

Cuando el Ejército Rojo marchó sobre Shanghai un día por la mañana, meses antes de la liberación de Pekín y el sur de país, algunas cosas empezaron a cambiar de inmediato. El ejército revolucionario empezó a reemplazar o dirigir a la vieja policía, cuyos altos oficiales habían huido. Los policías tenían prohibido maltratar al pueblo; ya no podían detener a los conductores de bicitaxis, golpearlos ni robarles el dinero y los cojines de los vehículos. Los carros de los peces gordos y las limusinas de los extranjeros tuvieron que detenerse en los semáforos y no bloquear los cruces, pues los ocupantes ya no eran dueños del país. De repente, pasó a la historia el legendario tráfico de Shanghai que simbolizaba la opresión y egoísmo de la veja sociedad.

Las fuerzas de liberación inmediatamente empezaron a reparar la alcantarilla. De Shanghai emanaba un insoportable hedor, porque el viejo sistema de alcantarillado estaba lleno de fugas, especialmente en los distritos pobres, ya que las viejas autoridades no se habían molestado en arreglarlo durante cien años. Se habían construido barrios pobres sobre cañerías rotas y mucha gente vivió rodeada de aguas negras. Quitaron los montones de basura de las calles y desecaron los enormes charcos de suciedad y agua estancada que producían enfermedades, lo que fue un milagro mucho mayor que eliminar los embotellamientos de tránsito. En ciudad y campo, millones podían vivir libres de suciedad y tener agua potable y entubada, algo que hasta hoy miles de millones del mundo entero no tienen.

El nuevo gobierno tuvo ante sí la tarea inmediata de dar de comer a los seis millones de habitantes de Shanghai, quienes hasta ese momento habían estado viviendo en gran medida del arroz que les vendía Estados Unidos. La economía de la ciudad dependía del imperialismo. Los marineros y los estibadores descargaron los productos extranjeros y cargaron los productos que los imperialistas se llevaban. Hasta las empresas textiles de propiedad china, la principal industria de la ciudad, dependían del algodón norteamericano.

A medida que se apoderaba de las ciudades más grandes, una tras otra, el Ejército Rojo marchó sobre los más grandes bancos, fábricas y otros negocios y los tomaron. Organizó el abastecimiento de alimentos desde el campo, cosa interrumpida durante la guerra. Paso a paso, se compraban las empresas de los pequeños capitalistas, si bien algunos seguían administrando sus fábricas una década más, pues los obreros y los campesinos tenían que unirse con ellos en contra de las principales fuerzas de la vieja sociedad y el nuevo gobierno no estaba en posición de administrarlas. Aparte de poner la producción en marcha de nuevo y hacer que funcionara la economía de una manera en que los grandes explotadores huidos no eran capaces de hacer, se tuvo que reorganizar la economía sobre bases nuevas. O sea, se tuvo que transformar quién era dueño de qué, cómo trabajaban las masas, para qué trabajaban y qué producían.

La abundante y muy barata mano de obra provista por el sistema feudal no sólo había mantenido los salarios de hambre sino había trabado la industrialización del país. Como en ese sistema era posible poner a trabajar hasta morir a una interminable cantidad de emigrantes del campo, no se molestó en obtener maquinaria moderna. El tratamiento a muchos trabajadores no difirió en mucho al que recibieron los campesinos. De noche, a las mujeres jóvenes que trabajaban en las fábricas textiles las encerraron con llave como esclavas. Y los amos golpearon a los jóvenes y señores quienes trabajaban en las minas y trataron a los asnos mucho mejor. Cuando los estibadores se declararon en huelga, el ejército imperialista apostado en Shanghai y sus secuaces chinos masacraron a miles de ellos.

El partido puso fin a todo esto de la noche a la mañana. Se abolió el trabajo infantil; se redujo la jornada de trabajo de 12 y 16 horas a 8 horas; los salarios subieron dos o tres veces en los primeros años. Debido a que sabían que su trabajo iba a liberar a China y ayudar a que fuera un bastión de la revolución mundial, los trabajadores se interesaban en la producción y por primera vez se animaban a reorganizarla para hacerla más eficiente. Todos los trabajadores quienes nunca habían sido más que un par de manos fueron libres para tomar parte en la transformación de la vida social, cultural y política del país. Se animaron a ingresar al partido comunista. Formaron sindicatos y otras asociaciones de todos los trabajadores que empezaron a tomar parte en la administración de los centros de trabajo. Las fábricas construyeron nuevas viviendas, guarderías, comedores y otras cosas previamente desconocidas en China. Antes, a diario disparaban los precios tanto que los salarios no tuvieran valor, pero ahora la nueva moneda nacional era estable. El control del nuevo gobierno sobre las finanzas puso fin a la inflación.

Eliminaron otros azotes en los primeros años. Antes de la liberación, no se podía hacer nada sin dar un soborno. Ahora, tuvieron éxito las campañas contra la corrupción porque las masas, quienes más habían sufrido por ella, podían denunciarla si temor a represalias y obligar a practicar la honradez en la administración y el comercio. Nadie tenía que vivir de manera deshonrada. Como los grandes delincuentes ya no contaban con la protección de las autoridades y de los ricos, fue posible eliminar a las pandillas. El millón de prostitutas del país se organizaron en grupos dirigidos por el partido. Antes, con frecuencia las habían vendido o secuestrado; a muchas las habían tenido como prisioneras durante años. Estos nuevos grupos ayudaron a las mujeres a comprender el porqué de su opresión y combatieron cualquier tendencia para que otras personas las despreciaran. Se capacitaron para trabajos en la ciudad o para regresar al campo.

Desde que los británicos libraron la guerra contra China en el siglo 19 para obligarla a permitir el comercio del opio, había existido un enorme problema de estupefacientes. Todas las clases usaban el opio y la heroína; había 70 millones de adictos. El gobierno revolucionario distinguió claramente entre los grandes narcotraficantes y las víctimas. De mayor importancia, los familiares y los vecinos de los adictos y los ex adictos se movilizaron para trabajar con las personas que tenían problemas para dejar el vicio. En unos cuantos años la adicción desapareció porque se abordó como problema social, no individual, porque trataban a los adictos como seres humanos, no delincuentes y porque era parte de la campaña general para eliminar la degradación que había dejado a las masas en la desesperanza.

En un tiempo corto, las calles urbanas y rurales, los cuales habían sido entre los más violentos y peligrosos del mundo, habían llegado a ser relativamente seguros. A los reaccionarios les gustaba decir que para acabar con el crimen, era necesaria una mayor represión del gobierno. China demostró lo contrario: que cuando cambiaron las condiciones que dieron lugar al crimen, la tasa de criminalidad cayó dramáticamente. Además, cuando el pueblo, en especial los pobres, se liberó y empezó a gobernar a la sociedad, pudo ejercer su propia fuerza colectiva contra el crimen. Hoy, los gobernantes reaccionarios de los países en que cientos de miles y hasta millones de personas están detrás de las rejas, suelen decir que el socialismo es una gran cárcel. La verdad es que la China socialista sólo tuvo a unos cuantos miles de personas en prisión y hubo libertad para ir a donde sea, a cualquier hora, sin miedo.

La semana entrante: Eliminar la opresión de las mujeres

 

Este sitio web utiliza 'cookies'. Si continúas navegando estás dando tu consentimiento para la aceptación de las mencionadas 'cookies' y la aceptación de nuestra política de 'cookies'.
o

La Haine - Proyecto de desobediencia informativa, acción directa y revolución social

::  [ Acerca de La Haine ]    [ Nota legal ]    Creative Commons License ::

Principal