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Venezuela :: 09/04/2024

Elecciones en Venezuela: los bloques en pugna, las inhabilitaciones y las estrategias repetidas

Mauro Berengan
Habrá que ver la respuesta de "las bases antichavistas", desencantadas con una dirigencia opositora que ha fracasado en su empedrado, zigzagueante y "teledirigido" camino

El día 25 de marzo a las 00hs venció el plazo para la presentación de candidaturas presidenciales en Venezuela. Si bien habría un "candidato tapado" cuya tarjeta fue aceptada por el CNE (Consejo Nacional Electoral), en principio serán doce los contendientes, sin mujeres inscriptas. La disputa principal será, de confirmarse este camino, entre Nicolás Maduro y Manuel Rosales, gobernadora de Zulia a quien Chávez venció en el año 2006 como presidente más votado de la historia de Venezuela. En esta nota repasamos algunos lineamientos fundamentales del devenir de los dos bloques en pugna hasta llegar a estas elecciones, dos bloques que, en tanto tales, abarcan en su interior un amplio abanico de personalidades, posiciones y disputas por el liderazgo. Este problema es especialmente acuciante en la derecha, representando un talón de Aquiles que, junto al sostenido deterioro material de la población, ha conducido a un proceso de desafiliación política en ambos "bandos". Finalmente, repasamos cómo fue el proceso de inscripción de candidatos, las inhabilitaciones y sus contradicciones.

Pero antes de comenzar, valga recordar que el peso de estas elecciones es de una magnitud enorme. Podría decirse que, desde el inicio de la Revolución Bolivariana, la disputa venezolana ha tenido como telón de fondo dos grandes clivajes: el geopolítico, es decir el control estadounidense de la formidable reserva de recursos venezolana pero también de su política general de alianzas, apoyos y alineamientos, frente a (resumidamente) los BRICS; y el sistémico con el enfrentamiento entre un capitalismo liberal sustentado en el derrumbe del puntofijismo, sumado a la implementación del consenso de Washington, y la propuesta de transición al socialismo delineada más acabadamente con las comunas y su agregación. Este segundo eje ha tendido a perder su lugar con el retroceso de las condiciones de vida de la clase trabajadora y -con ellas- sus posibilidades de disputa ofensiva, adquiriendo un peso mayor la cuestión geopolítica con la injerencia estadounidense desde el inicio del proceso y la posterior alineación venezolana con Irán, Rusia y China. Un cambio de gobierno implicaría una profunda transformación de esta balanza geopolítica, a escasa millas del acuciado gigante del norte.

El chavismo

Realizando un somero repaso histórico, el chavismo surgió como un bloque de poder complejo y heterogéneo. En su origen en los años 80, el MBR200 (Movimiento Bolivariano Revolucionario 200) y especialmente la figura de Chávez (pues el segundo al mando, Arias Cárdenas, era más reacio a las alianzas) se constituyeron como una organización dentro de las Fuerzas Armadas con vínculos directos con estructuras de izquierda, especialmente el PRV (Partido de la Revolución Venezolana, del que el propio Chávez formó parte) pero también La Liga, Causa R, Bandera Roja y muchos otros. Difícil de abordar desde el cono sur, esta articulación izquierda-FFAA fue muy común en tierras venezolanas, sustentada tanto en la estrategia de los "hijos" del PCV (Partido Comunista de Venezuela) como en ciertas características militares: el discurso bolivariano "encadenable" con la libertad, la unión latinoamericana y la oposición a los EEUU, el desarrollismo perezjimenista no interrumpido por doctrinas de shock al menos hasta fines de los 80, el origen más marcadamente popular de sus miembros, y la formación militar de nivel superior y con cierta independencia de la Escuela de las Américas. El "protochavismo", lejos de una novedad, se inscribe entonces en una extendida tradición.

El país atravesaba una crisis profunda (hoy ciertamente y convenientemente olvidada en el discurso opositor) en todos los niveles: material, de mediación sistémica, de estructuras de gobierno, de formas de representación, de hegemonía. El Caracazo de 1989, y la masacre sistémica que se desató, abrió un ciclo de protesta que se sostuvo por toda la década. Con ese ciclo Chávez buscó articularse y generar unan nueva identidad política mediante un discurso dirigido a los sectores pauperizados que le neoliberalismo extendía. Así, al MBR se sumaron a mediados de la década un abanico de personalidades en general provenientes o de las disputas obreras, como Nicolás Maduro, o de la izquierda que buscaba una renovación tras la ruptura con estructuras setentistas y ochentistas como Elías Jaua. Se incorporaron también partidos -PCV, Movimiento al Socialismo, Patria Para Todos- y actores de una izquierda más de corte moderado y socialdemócrata como el ya octogenario Luís Miquilena. Éste último amplió los vínculos del movimiento hacia sectores del establishment de cara a la campaña presidencial, conformando el Polo Patriótico con el que Chávez ganó las elecciones.

Así, con este breve repaso, encontramos en el chavismo: militares con cierta formación y vínculos con la izquierda (como el propio Chávez o William Izarra), militares de corte conservador que provenían también del MBR (como Urdaneta Hernández), militares más jóvenes que siguieron a Chávez (Diosdado Cabello), sectores de una izquierda renovada y radical vinculada al ciclo de protesta (Maduro, Jaua), miembros y estructuras de una izquierda más moderada y tradicional (Miquilena, el MAS), sectores empresarios que crecieron en el proceso bajo la jerga de "boliburguesía" (en la asociación "Empresarios por Venezuela", por ejemplo) y, como base de sustentación, los sectores populares movilizados. Estos sectores de base se alimentaron del impulso organizativo del Estado y las estructuras que Chávez creaba (Círculos, Mesas, Misiones, Consejos, Comunas) pero a su vez mantuvieron cierto impulso autónomo y de animadversión a las conducciones partidarias -aún las propias- que provenían de la crisis puntofijista y el Caracazo.

Esta alianza se fue, con el tiempo y el gobierno, depurando y redefiniendo. Marcamos aquí tres rupturas importantes: la primera se produjo en 1999, durante una tragedia natural conocida como "La Vaguada de Vargas", en la que Chávez expulsó -alegando una actuación criminal en estos hechos- a los militares de tinte conservador que continuaban en el movimiento, consolidando un núcleo militar más cercano a sus políticas y liderazgo con Diosdado Cabello al mando. En segundo lugar, las reformas económicas (especialmente la Ley de Hidrocarburos) impulsadas por las leyes habilitantes a fines de 2001, llevaron al golpe de Estado en su contra durante el cual buena parte del ala moderada, como el propio Miquilena o Pablo Medina (primero de Causa R, luego del PPT) que había articulado con Chávez ya en los 80, pasaron al bando opositor. Tras estas dos grandes rupturas que configuraron un perfil más de izquierda, nuevos dirigentes se fueron consolidando, a la vez que otros pasaron al bando opositor, pero sería aquí interminable su repaso.

Para la muerte de Chávez podría decirse que había dos grandes sectores en el movimiento, dualidad que constituye el chavismo en sí: uno más vinculado al mundo militar y empresarial (los militares controlan empresas claves nacionalizadas) que absorbió la sangría reformista-moderada, se fortaleció en la conducción del PSUV, y generó una cultura más verticalista y tradicional de la política; y el sector popular consolidado mediante la transferencia de recursos (de dinero pero también de impulso y legitimidad) que el Estado realizaba en pos de una estrategia de transición sistémica donde lo comunal debía ir adquiriendo peso por sobre lo estatal, y éste por sobre el capital. Podría decirse que Diosdado Cabello era el máximo representante del primer sector, y Elías Jaua del segundo. Maduro, probado canciller, fue entonces una elección de equilibrio, pero ciertamente más cercana a Jaua, a las luchas obreras, al proceso popular; "lo percibimos como alguien propio" supo decirme el mismo Jaua en una entrevista.

Finalmente, la tercera ruptura que queremos señalar fue, sin embargo, con este último sector: en el año 2018, en medio de una profundización de la crisis económica y el deterioro apabullante de la clase trabajadora, Elías Jaua y todo su grupo abandonó el gobierno. Este sector sostiene, en resumidas cuentas, que el gobierno realizó un giro neoliberal en sus políticas macroeconómicas y abandonó el proceso de construcción comunal como estrategia de transición sistémica. Otros nombres adquirieron así mayor peso, además de Cabello: los Rodríguez (Delcy y Jorge) y los Tareck (William Saab y El Aissami, este último ahora caído en desgracia) entre otros.

El chavismo llega entonces a estas elecciones en una nueva configuración donde el sector militar-empresario se ha constituido como el fundamental, Diosdado Cabello posee quizás las principales palancas, y Maduro sostiene su lugar de timonel, pero no ya por encima de las fracciones -como lo hacía Chávez- sino como una más en pugna y negociación. En este proceso, en el sector popular, en el "chavismo salvaje" como los nomina Iturriza, se vive un camino opuesto al que inició la revolución: desmovilización, desvalorización y desafiliación política. Pero claro, no absoluta: en la construcción discursiva hegemónica occidental sobre Venezuela, es casi imposible percibir el apoyo electoral que tiene Maduro, el que aún conserva, pero lo tiene especialmente como continuidad de la enorme fortaleza de la nueva identidad construida por Chávez. Valga recordar que entre los años 2003 (tras la superación del intento de golpe de Estado y el sabotaje petrolero) y el año 2013, Venezuela vivió una profunda transformación que se sustentó en la mejoría de todos los índices que puedan analizarse para quienes añoren un sistema más justo: para 2006 la pobreza y la desocupación eran ya la mitad que antes de la asunción de Chávez, el poder de consumo de las familias se había duplicado, el analfabetismo erradicado, y el coeficiente de Gini para 2012 arrojaba que Venezuela era el país más igualitario de la región. Al revertirse este proceso, batalla sistémica crucial pues la hegemonía capitalista occidental debe demostrar que es la única alternativa posible ahogando las otras (más allá de desaciertos o "despilfarros" que puedan haber ocurrido), es la identidad popular y el contenido de clase del proyecto lo que se desdibujó.

Con concesiones, con negociaciones petroleras con los EEUU, con "Zonas Económicas Especiales" donde no rigen las leyes laborales ni impositivas -inspiradas en el modelo chino-, con el menoscabo de ciertas garantías electorales que veremos al final, con una merma -mas no desaparición- de apoyo popular, pero también con una identidad aún en pie, con promesas de futuro, con un discurso antisistémico, con un partido muy organizado, y con el espanto a lo otro que aglutina, llega el chavismo a esta elección.

La derecha

Dos factores son claves para comprender a la derecha venezolana. El primero es su intrínseca relación con los EEUU que la ha dirigido y financiado en diversas coyunturas con sobradas muestras y pruebas, desde documentos desclasificados publicados por Golinger a recortes periodísticos donde pueden verse las asiduas visitas a Miami, e incluso conocidas filtraciones telefónicas. Esto ha llevado a deformar banderas, objetivos y estrategias para llegar al poder, con una característica fundamental: el permanente fracaso. Y el segundo elemento es justamente éste, pues la imposibilidad de llegar al poder ha tendido a mantenerla mucho más atomizada que el chavismo, aún en los bloques que se han estructurado, y sin lograr conformar un partido que pueda confrontar con la estructura del PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela) y sus Unidades de Batalla Electoral.

Podrían pensarse a su vez distintos orígenes del sector opositor. Encontramos primero a la continuidad histórica del Pacto de Punto Fijo, aquel bloque de poder que, alternando los dos partidos mayoritarios y -a diferencia del resto de la región- libre de golpes de Estado, se mantuvo en el gobierno entre 1958 y 1998. Acción Democrática como el sector de origen desarrollista-progresista, y COPEI de corte conservador, protagonizaron el éxito y el colapso de este sistema que derivó en un profundo descrédito de los partidos, crisis que dio posibilidad al ascenso de Chávez. Por ello, en los primeros años chavistas se conformaron una pléyade de nuevos partidos opositores a los que, con especial direccionalidad, se dirigió el financiamiento externo. El más preponderante de ellos fue Primero Justicia, con Leopoldo López (que más adelante formó el partido "Voluntad Popular") y Henrique Capriles, quienes comandaron la fase golpista y los vínculos directos con EEUU. Estos nuevos partidos y liderazgos representan el segundo sector de la derecha, que ha tendido a hegemonizarla.

A su vez, y tempranamente, la derecha se sustentó en dos elementos. En primer lugar, buscó nominar al gobierno como una "tiranía", colocándose a sí misma como la representación de la democracia en peligro. Así, sus dos primeras articulaciones fueron el "Bloque Democrático", más radicalizado en continuidad con la arremetida golpista de 2002, y la "Coordinadora Democrática", mayoritaria, que buscó durante un tiempo un retorno a la disputa legal. Los elementos para sostener esta imputación de tiranía, en un país que venía de realizar una seguidilla de elecciones inéditas reformando su constitución con participación popular, eran ciertamente escasos; pero no puede justificarse una acción por fuera de las vías institucionales, un golpe de Estado, si primero no se construye que ya hay uno. Este discurso se articuló con dos elementos más: el "castro-chavismo", o la temprana imputación de un comunismo extranjerizante, siempre extraño a la "cultura nacional", y sometido al designio cubano; y la "meritocracia" (primero en las manifestaciones de sectores de la educación y luego consolidada con la disputa por el control de PDVSA) como elemento de poder tradicional frente a la "barbarie" o la "enfermedad" chavista. El segundo elemento fue una base de sustentación social centrada en los sectores medios y los más acomodados del país, configurando así un enfrentamiento en que las identidades políticas y las pertenencias de clase tendieron a alinearse.

Debemos sumar en la articulación opositora a buena parte de la institucionalidad y las organizaciones constituidas del país, entre ellas la Confederación de Trabajadores de Venezuela (que encabezó el golpe de Estado de 2002 junto a la organización empresarial Fedecámaras y la dirección de PDVSA), los medios de comunicación privados, la Iglesia Católica y la Universidad Nacional. Organizaciones claro en disputa, a las que Chávez dirigió permanentemente un discurso que buscó consolidar los sentidos de escisión propio de las posiciones de clase, separando el "pueblo católico" de cardenales y curas, los trabajadores de la conducción sindical, los obreros de los patrones, etc. PDVSA recién consolidó su pasó de manos opositoras a oficialistas durante el año 2003.

En este marco, María Corina Machado apareció en la vida pública también en estos primeros años con otra modalidad de organizaciones opositoras: las ONGs. Con "Súmate" (que -nuevamente- contó con financiamiento externo) protagonizó la junta de firmas para la realización del referéndum revocatorio contra Chávez que la Constituyente de 1999 había incorporado, logrando su realización en 2004, pero no el triunfo.

Tras el referéndum revocatorio, se realizaron las elecciones presidenciales de 2006 que hoy parecen volver al presente. La derecha, en retroceso tras las derrotas del golpe y el paro petrolero, había adoptado la estrategia abstencionista en elecciones regionales y parlamentarias, retrocediendo aún más en sus posiciones de poder. Así, tras enfrentamientos internos entre los bloques, decidió volver mayoritariamente (un sector sostuvo la abstención) a la vía institucional, proponiendo nada menos que el mismo candidato que en julio enfrentará a Maduro: Manuel Rosales.

Proveniente de AD, fundador de Un Nuevo Tiempo, y gobernador de uno de los Estados (provincias) más importantes del país, resulta interesante recordar hoy que Rosales encabezó una elección diferente cuando se mira la larga trayectoria de los bloques en pugna. Tras años de diatribas de guerras, sabotajes, guarimbas (acciones violentas callejeras) y un golpe de Estado, Rosales buscó correrse al centro en un momento en el que el chavismo se radicalizaba pues, mencionado en público por primera vez en diciembre de 2004, Chávez basó toda su campaña en construir el Socialismo del Siglo XXI. Rosales en cambio, si bien mantuvo la imputación de tiranía al gobierno, eligió el color azul "paz", incorporó un amplio abanico de personalidades y partidos incluida la izquierda moderada que había apoyado a Chávez, colocó lo social en el centro de la escena, prometió repartir la renta petrolera y sostener las Misiones, se despegó de los EEUU a la vez que cuestionaba "al barbudo" Fidel, y realizó sus actos bajo la canción "Atrévete" del grupo "rebelde" Calle 13. Mas los resultados no acompañaron, y Chávez obtuvo el mayor porcentaje de votos de la historia del país: 62.8%. Las dos estrategias, la vía violenta y la institucional, habían fracasado, coadyuvando a la disputa interna opositora.

El bloque opositor descripto continuó en los siguientes años en un permanente debate, disputa y combinación de estas dos estrategias. En 2007 se opuso a la reforma constitucional y logró su hasta entonces único triunfo, rechazando el articulado que buscaba profundizar (o, en otro sentido, iniciar) la transición sistémica socialista. Derrota ajustada para el chavismo, pero rápidamente aceptada. Se rechazó allí también una nueva reelección de Chávez, que fue sin embargo nuevamente plebiscitada y apoyada en 2009. La derecha participó entonces con Capriles en la última elección frente a Chávez en 2012, siendo nuevamente derrotada por más de 10 puntos. Chávez murió sosteniendo que era el camino de transición vía comuna el que debía profundizarse, eligiendo a Maduro para la sucesión. Así, y siendo que en Venezuela ante el fallecimiento del presidente debe realizarse una nueva elección, Nicolás Maduro (como dijimos, ni Jaua ni Cabello) se impuso otra vez a Henrique Capriles en el 2013, si bien achicando el margen de distancia a un punto y medio. Elección "multiauditada" pero, claro está, desconocida por la derecha.

Tras estos fracasos de la vía institucional, la derecha regresó a la vía violenta desatando las "guarimbas" de 2014 con actos violentos que incluyeron decapitaciones e incineración de chavistas en la vía pública. Con "La salida" como slogan, los principales dirigentes (como la propia Machado) solicitaron sanciones externas que incluyeron bloqueos y expropiaciones de empresas venezolanas en EEUU, e incluso la intervención externa directa para acabar con Maduro. Estrategia que se sostuvo en el tiempo, profundizándose en el año 2017 con nuevos sabotajes y solicitudes de intervención. Es por estas acciones que, ya en 2015, María Corina Machado (junto a otros dirigentes) sufrió una primera inhabilitación, luego por dos veces ratificada, para ejercer la función pública.

En su dualidad, sin embargo, la derecha sí participó de las elecciones parlamentarias del año 2015, obteniendo la victoria y colocando al frente de la Asamblea a Juan Guaidó, el nuevo elegido -tras el doble fracaso de Capriles- por el apoyo externo. Valga recordar ciertamente que (situados en 2015) todas las elecciones venezolanas han sido quizás las más auditadas del planeta, con observadores de la Unión Europea, la OEA, el Centro Carter y tantos más, pero han tendido a ser aceptadas en los triunfos opositores y cuestionadas en los triunfos oficialistas. Nuevamente: no hay manera de justificar una acción ilegal contra un gobierno si primero no se sostiene la ilegalidad de quien lo ejerce, la doble estrategia requería esta doble valoración.

Finalmente, en este rápido repaso opositor, en el año 2019 Juan Guaidó, miembro de Voluntad Popular y diputado por el Estado La Guaira (antes llamado Vargas, el mismo de la tragedia de 1999) fue nombrado primero presidente de la Asamblea Nacional y luego autoproclamado presidente encargado del país, contando rápidamente con el reconocimiento de mandatarios como Trump, Macri, y el "Grupo de Lima". Resulta significativo, y también convenientemente olvidado, un hecho de tan evidente flagrancia democrática para quienes enarbolan dicha bandera. En una entrevista, me comentó Isaías Rodríguez, ex vicepresidente, fiscal general y embajador en Italia que, en esta última función, había risas, chistes y todo tipo de disparates respecto de cómo argumentar el apoyo europeo por parte de una diplomacia desconcertada con tamaña ilegitimidad. "La salida" sumaba entonces la declaración de un presidente paralelo, al que se agregaron otras intuiciones "en el exilio", así como la continuidad de situaciones violentas como la toma del Cuartel Santa Elena en 2019 (que ya había tenido sus antecedentes).

Esta cuestión es importante pues ¿cómo debe actuar un gobierno ante una derecha fuera de la vía democrática? ¿Qué sucede en otros países ante una autoproclamación presidencial? O recordemos de nuestro país ¿Cómo actuó Raúl Alfonsín, el "padre de la democracia", ante el copamiento de La Tablada? (por si alguien no lo sabe, hubo allí misiles, torturas, asesinatos y desaparecidos). Vemos que la discusión sobre las inhabilitaciones, a la que volveremos, es verdaderamente compleja.

Las elecciones: inhabilitaciones, denuncias cruzadas y varas de medida

El gobierno de Maduro anunció el llamado a elecciones el día 5 de marzo, en el onceavo aniversario de la muerte de Chávez, declaró el cierre de inscripciones de candidaturas para el día anterior al aniversario número 30 de la salida de Chávez de prisión (realizando actos varios que compitieron con las repercusiones del accionar del CNE), y su efectiva realización para el día 28 de julio, cumpleaños de Chávez. Más allá de que la utilización de fechas históricas para acontecimientos políticos ha sido una constante venezolana, profundizada por el comandante, resulta evidente en este calendario que Chávez sigue representando, junto a la amenaza externa, el elemento fundamental para la cohesión gubernamental tanto institucional como en el apoyo popular.

Si bien la presencia de Diosdado Cabello, y el crecimiento de los Rodríguez -especialmente de Delcy quien supo venir a la Argentina protagonizando un enfrentamiento con el gobierno de Macri que buscó impedir su ingreso-, el chavismo se aglutinó rápidamente en torno a una nueva candidatura de Maduro, ratificada por las asambleas del PSUV (uno de los partidos con más afiliados en el planeta) que, sin embargo, responde con escasas resistencias a las directrices desde arriba. A su vez, el gobierno denunció la preminencia opositora hacia la vía violenta, sosteniendo que en la inscripción de Maduro hubo un (nuevo) intento de asesinato al máximo dirigente, con detenidos "confesos" y pruebas tomadas de diálogos de celulares secuestrados, aludiendo a que se trata de "lúmpenes" reclutados por la derecha ¿Es esto creíble? En la historia reciente venezolana (y latinoamericana) podría decirse que sí, pero el punto sea quizás qué lleva a creer en una versión u otra a la "comunidad internacional". Sin duda, como ya mencionamos y además de la figura histórica de Chávez, la "amenaza fascista" aglutina a la fuerza gobernante, por lo que debe ser sostenida y azuzada por el gobierno (más allá de su efectiva existencia), pero resulta evidente que la aceptación de las "verdades" en el mundo para el caso venezolano tiende a alinearse con la posición política, y no mucho más. De eso se trata, ciertamente, la faz discursiva (que no es la única) de la disputa por la hegemonía.

Del lado opositor, los liderazgos fueron y son cambiantes, poco duraderos, con escaso apoyo social, y sostenidos fundamentalmente por una prensa que "infla" su influencia sobre todo hacia el exterior. Cualquiera que haya caminado las calles venezolanas en aquella época sabrá de, por ejemplo, el escaso apoyo a la "presidencia" de Guaidó: "no encontrarás una pintada en todo el país" me hizo notar alguien.

Así, tras los fracasos electorales de Capriles y los insurreccionales de Guaidó, la elegida fue María Corina Machado, como señalamos una dirigente vinculada a los EEUU que había recibido financiamiento ya para el referéndum de 2004. La coordinadora que buscó aglutinar a la derecha fue la "Plataforma Unitaria", dejando de lado la palabra "democracia" que había protagonizado todos sus nombres. La carrera hacia la presidencia de Machado fue tan temprana como criticada. Buena parte de la dirigencia opositora cuestionó que la "resistencia" sea encabezada por una figura ya inhabilitada para ejercer cargos públicos a raíz de haber priorizado en la última década la salida insurreccional. Sostenían en cambio que debía elegirse a alguien habilitado para confrontar al "régimen". Se realizaron así unas primarias para designar candidaturas, opción que en el pasado ha demostrado también su fracaso. Con números muy discutidos, como todos los números en Venezuela (los opositores y los oficialistas), Machado fue elegida candidata con el 90% de los votos, pero a sabiendas de que no sería aceptada. Se sustentó en los "acuerdos de Barbados", una negociación con los EEUU que incluía de un lado el levantamiento de sanciones y, del otro, la realización de elecciones "limpias".

Sin embargo, la inhabilitación de Machado fue sostenida pese a las críticas de la "comunidad internacional", es decir los EEUU, la OTAN y los países alineados de la región; hablamos ya del peso geopolítico de esta elección. Acusada, reiteramos, de incitar acciones violentas, sanciones, e incluso la intervención militar externa; la postura de dirigentes opositores pareció corroborarse: la candidatura de Machado era un camino equivocado que restaba tiempo para construir un liderazgo capaz de enfrentar a Maduro. Machado y su sector mantuvieron en cambio todo este tiempo el dictamen de "la verdadera oposición soy yo", coadyuvando a este escenario. Incluso su inhabilitación no es sencilla de cuestionar al menos con varas igualitarias, pues -además de lo que ya sostuvimos- casi todos los países de la región, independientemente de su orientación, viven cuestiones similares ¿no inhabilitó Lula a Bolsonaro en 2023? (y si se sostiene que fue la justicia de Brasil, pues tampoco Maduro inhabilitó a Machado, fue la justicia de Venezuela). Y al revés ¿no estuvo preso e inhabilitado el propio Lula? ¿Qué sucedió aquí con Cristina? ¿Es democrático el discurso y el accionar de Milei, Villarroel y Bullrich? ¿Hay país alguno con más dirigentes presos que el Perú? ¿No está Correa exiliado de su país? ¿No estuvo preso también el ex vicepresidente de Ecuador y tantos más de su partido? La lista es infinita. Esto no exime necesariamente el accionar del gobierno venezolano, por ejemplo su cuestionable manejo de las "tarjetas" (o la dirección) de varios partidos políticos en los últimos años, como el caso del PCV, pero -nuevamente- son las varas ideológicas las que definen, orientan y desorientan. En otro ejemplo, las torturas se suceden a diario en las comisarías argentinas, pero nadie responsabiliza por ellas a este ni al otro presidente, en Venezuela son "órdenes del régimen" (mismo caso que utilizó el para nada simpatizante del madurismo Gabriel Boric para su país). Los ejemplos podrían seguir.

Con los hechos consumados, la inscripción de candidatos fue sin embargo prolífera. Sin primarias obligatorias ni segunda vuelta, doce dirigentes (más el "tapado") se anotaron en la carrera presidencial, cantidad similar a la elección en cualquier país de la región, y todos ellos opositores a Maduro. Entre ellos, dirigentes históricos como Claudio Fermín de Acción Democrática, quien casi obtiene la presidencia ya en ¡1993!

Finalmente, a menos de una semana del cierre, Machado designó una nueva candidata: Corina Yoris. Decisión que, además de nuevamente dar la razón a quienes desde la derecha cuestionaron su candidatura sosteniendo que exactamente esto sucedería, inició un nuevo y veloz capítulo de la disputa tanto derecha-gobierno como dentro de la propia derecha. Y es que Yoris no posee trayectoria alguna en la política, despertando el cuestionamiento de quienes poseen extensos pedigríes de dirigentes. Con Yoris se apeló a un sentido sedimentado en la derecha venezolana que ya mencionamos: la meritocracia. Frente al chofer obrero, Yoris es doctora en filosofía, entre varios pergaminos más. Pero siquiera contaba, hasta la semana pasada, con un perfil en Wikipedia. Resulta ciertamente curioso que, si digitó todo el proceso como sostienen los "machadistas", el "régimen" prefiera enfrentar a probados dirigentes con poder regional que a una candidata desconocida no ya en los últimos años, sino hace pocos días.

Llegó así el día definitivo. Horas antes del cierre de la inscripción, desde la plataforma opositora denunciaron que el sistema de preinscripción vía internet no les permitía inscribir a Yoris. Se acercaban las 00hs y el tweet se repetía cada pocos minutos. Los comentarios solicitaban asistir al CNE, presionar allí, pero nada de ello sucedió. Finalmente, en una maniobra inesperada, Manuel Rosales (que formaba parte de la plataforma opositora) anotó a última hora su propia candidatura con el partido Un Nuevo Tiempo.

Así, las voces mayoritarias y las versiones cruzadas tendieron a dividirse en tres. Por un lado, Machado insistió que el CNE (o más bien Maduro) no le permitió anotar a su candidata. Y sostuvo (en su línea histórica) que iría con ella hasta el final. Mas a su vez, el CNE sí habría permitido anotar a la plataforma con un "candidato tapado", a la postre el diplomático Edmundo González Urrutia, que puede ser candidato o ser reemplazado, pero por alguien inscripto. Así, desde el sector de las Corinas denunciaron también la maniobra de Rosales en tanto no respetó el acuerdo y priorizó su candidatura. Por otro lado, desde el oficialismo sostuvieron dos argumentos: que no había problema alguno con la inscripción vía internet, tal como lo demostró Rosales, y que en verdad Yoris no contaba con partido, ni con las firmas necesarias, por lo que siquiera intentaron la inscripción ante el desacuerdo interno en la plataforma "unitaria" que debía darle el sustento legal. Finalmente, como hoy tercera postura, el propio Rosales en la mañana posterior apareció por todas las vías posibles (entrevistas, conferencia, redes), y con mucho ahínco, sosteniendo su candidatura como la única posibilidad para vencer a Maduro, en confrontación con Machado. Ciertamente, Rosales es gobernador de un Estado poderoso y posee como ya vimos una dilatada trayectoria, por lo que, de fondo, se cuestionaba también la elección de una "outsider" desconocida como candidata, con ya poco tiempo para realizar la campaña.

¿Cuál de estas versiones es verdadera? Resulta casi imposible saberlo, permanecerá en el terreno de las creencias ideológicas. Es significativo que la cancillería de Colombia y la de Brasil hayan cuestionado la imposibilidad de inscribir a Yoris, ciertamente -valga decirlo- con Lula en Francia tomando selfies con Macrón, paladín del ataque a la clase obrera y de cuanta guerra de opresión hay en el mundo. Hoy la percepción de Lula en Venezuela viró 180 grados, presentado como héroe por los que hasta ayer lo defenestraban. Entre quienes respondieron directamente a Lula y Petro se encuentra el español y dirigente de PODEMOS Juan Carlos Monedero (ex asesor de Chávez, luego crítico de Maduro), quien realizó un video de 10 minutos explicando el proceso y cuestionando las posiciones de Brasil y Colombia. Desde los EEUU claro sostuvieron a Yoris, pero ciertamente no parece que vayan a ir "hasta el final". Valga también recordar que no representa esto un cambio en la geopolítica local pues ni Brasil ni Colombia han apoyado jamás a Maduro, como no lo hicieron algunos países progresistas. Solo Bolivia, tanto con Evo Morales como con Arce -hoy enfrentados- sostuvo el apoyo todo este tiempo.

En los últimos días se han sucedido movimientos respecto del "candidato tapado", y el propio Rosales retrocedió levemente en sus declaraciones sosteniendo que no viene a frenar la unidad y que si hay un candidato competitivo desistirá. Pero, claro está, él es el candidato competitivo. A su vez, rumores sostienen que Machado negocia con Rosales una candidatura a vicepresidenta en un futuro gobierno que levante sus inhabilitaciones. Así, al menos para quien escribe, la definición parece ya dada: Maduro y Rosales competirán en unas elecciones que, dependiendo de su resultado y de las inclinaciones ideológicas de quién la mire, serán reconocidas como "limpias" o no. Y es que si de una "dictadura sanguinaria" se trata, descripción que creemos hiperideologizada, con varas propias de quien mira sin ver, aglutinar a la derecha en torno a un candidato competitivo como Rosales parece una salida más que digna y probable para esa "mayoría oprimida". Pero ¿lo apoyará Machado, la admiradora de Milei? ¿Puede tomar el camino de la abstención una dirigente que enfrenta una "dictadura sanguinaria" que convoca a elecciones? Sí, ya ha sucedido. Mas, como sea el escenario, habrá que ver también la respuesta de "las bases antichavistas", desencantadas con una dirigencia opositora que ha fracasado en su empedrado, zigzagueante y "teledirigido" camino.

Por el otro lado, el PSUV presenta una aceitada maquinaria electoral con mucho trabajo -en este rubro- de base y un despliegue de alcance fenomenal que proviene ya de los tiempos de Chávez, mas tampoco es cierta la fortaleza del chavismo, con ya demasiados años sumido en la miseria salarial, desandando los caminos y los resultados de su predecesor.

Como sostuvimos desde un comienzo, y contrario al "ánimo" internacional, en Venezuela prima la desafiliación política. El "madurismo fanático" y la "oposición liberadora" parecen hoy construcciones discursivas más externas que propias del país. Las posibilidades de ambos "bandos" son ciertas, salvo una vuelta a la vía insurreccional de Machado que minaría las posibilidades de Rosales. La participación tanto oficialista como de la derecha, en este marco de desafiliación más que de polarización, será crucial. Queda por verse en los próximos días la decantación de las disputas internas y las vías elegidas para la campaña de esta elección crucial en la geopolítica regional e, incluso, global.

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