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Europa, EE.UU. :: 27/08/2019

G7: Realidades y quimeras

Elsa Claro
¿Tendrá razón el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, cuando de forma pública estimó: “Con estos amigos no se necesita enemigos”?

Existen muchas e importantes referencias sobre los problemas que ocasiona el proteccionismo aplicado por Donald Trump. Las barreras arancelarias fijadas por el presidente, sobre todo a China, entorpecen la marcha saludable hasta de la economía norteamericana y, entre situaciones que trazan un gran arco de inconvenientes, se hacen sentir en el ingreso per cápita de los ciudadanos, las ganancias de las empresas o la recepción de inversiones extranjeras.

Entre los contrasentidos existentes, es curioso notar la disminución de transacciones por parte de China, país con una fuerte presencia inversora en distintas ramas dentro del territorio norteamericano. Es el principal atacado por las directivas de la administración Trump, quien decretó altas tarifas aduaneras a 1 300 mercancías del gigante asiático, por valor de 50 000 millones de dólares. La respuesta de Beijing ha sido rotunda y establece impuestos a 106 mercancías estadounidenses.

Gestores acomodados de otras naciones tampoco se animan a exponer su capital, en los dos últimos años, pues las tarifas aduaneras encarecen el precio de los suministros que deben adquirir en el exterior, para una producción equis dentro de U.S.A. La interconexión tecnológica y la dependencia de materias básicas en otros casos, en la era global, exigen colaboración, intercambio entre gobiernos y empresas. Tanto así que hasta los más significativos recursos militares norteamericanos tienen en sus entrañas componentes fabricados en otro sitio fuera. Ocurre parecido, en medidas variables, entre terceros o cuartos países.

No es ningún enemigo de Trump quien devela circunstancias negativas que están expresándose en EE.UU., sino expertos de la Oficina de Presupuesto del Congreso, agrupación estadounidense de relativa independencia, no sujeta a ninguno de los dos partidos. Los informes de sus peritos muestran cómo las prácticas implantadas desde Washington están dislocando el comercio mundial y provocan enormes incertidumbres, al mismo tiempo que dañan a EEUU.

Trump se confiere el éxito alcanzado durante una larga jornada de crecimiento bastante estable hoy en declive. Al auto adjudicarse el mérito, pasa por encima de lo hecho durante la administración de Barak Obama, quien asumió mandato en un comprometido momento de la crisis desatada en el 2008. Fuera de alimentar su ego y pese a las añagazas del actual jefe de estado, todos se percatan del aumento de trastornos, expresados en la disminución del Producto Interno Bruto y un alza del déficit federal.

En la lógica trumpiana, cuando obliga a un elevado pago por la importación de artículos chinos, se aumentan los ingresos de modo automático, y, al propio tiempo, alcanza ventajas competitivas para los servicios y productos nacionales. El presidente no tiene en cuenta factores cruciales en contra de ese enfoque y pese a mantenerse defendiendo tal política, se vio forzado a aceptar que la estrategia contra China provoca daños diversos al empresariado estadounidense, los productores agrícolas y otras esferas de actividad, incluyendo, desde luego, al ciudadano corriente sobre quien, en algún tramo o al final, recaen las consecuencias de ese rumbo desacertado, carente de equilibrio, demasiado estrecho y muy criticado por sus socios del otro lado de Atlántico.

El presidente admite con la boca pequeña lo que es imposible de ocultar, pero busca culpables y se enfoca en la Reserva Federal asegurando que si desde allí hacen un buen trabajo las aguas tomarán su nivel. Les pide una rebaja en el precio del dólar para hacer más deseables las ventas norteamericanas hacia fuera, pero recién en junio, los responsables de esa institución financiera, disminuyeron las tasas de interés y no les parece recomendable repetir esa acción por el momento. El interés del presidente en un dólar depreciado busca reducir el déficit comercial, ante todo con respecto a China, pero al propio tiempo, quiere lograr similar resultado con varias naciones, entre ellas, Alemania, México, Japón, Corea del Sur a las cuales les compra más que cuanto les vende.

Esos manejos provocan un desarreglo del mercado internacional, con daños a sus aliados que comienzan a enseñar los dientes ante los perjuicios recibidos y los posibles de llegar. Las economías exportadoras, son las primeras en sentir los golpes. Las amenazas desde la Casa Blanca menudean junto con toscos chantajes. En esa categoría entra el anuncio de elevar la tasa al ingreso de vinos franceses, so pretexto de que París dispuso imponerle tributo a las mega-corporaciones informáticas estadounidenses.

Trump se considera con derecho a castigar a los demás, pero ve normal que empresas receptoras de altos beneficios en otras naciones, no aporten tributo alguno a las sedes donde obtienen enormes retribuciones.

La industria automovilística europea está pendiente de sufrir lesiones a través de gravámenes norteamericanos, algo que perjudicaría a un importante grupo de países (no menos de 10 directa o indirectamente) con lo cual, desde luego, va a enrarecer más un contexto mundial bien embrollado en la actualidad. Las diferencias con el Viejo Continente no se limitan a esos temas (recodar las tasas al acero y el aluminio) y pueden adquirir matices de enfrentamiento. Eso ocurre con la disputa referida al suministro de gas ruso, tradicional, cercano y barato, pero Trump pretende trastocar conveniencias de modo que Alemania y los demás lo compren a las compañías estadounidenses.

Como EEUU imprime dinero aunque carezca de valores sólidos para su respaldo, Trump tiene en cartera poner en circulación crecidas cantidades de su divisa, algo capaz de inducir nuevas pugnas. Un conflicto monetario, sumado al comercial, redundaría negativamente para todos. De similar modo sucede con las sanciones y/o la hostilidad nada oculta practicada a diestro y siniestra.

El FMI ya disminuyó sus previsiones relativas a los montos de crecimiento mundial para este año y analistas de Bloomberg (agencia estadounidense dedicada a datos y otros menesteres financieros) aseguran que el PIB planetario está en descenso y calcula para el 2021, un decrecimiento en el orden de los 1,2 billones de dólares. Si Trump acaba decretando como “asunto de seguridad nacional” la aplicación de su arsenal proteccionista, las consecuencias seguirán generalizándose en el peor sentido. Así lo prevén varios grupos de análisis especializado.

Con tantos malos datos en ciernes, Donald Trump introduce variados elementos de discrepancia. En la cumbre del G7 en Biarritz, remarcó sus afinidades con Boris Johnson y promete al primer ministro británico la firma de un ventajoso contrato en cuanto salga de la Unión Europea. Con ello eleva las tensiones entre Londres y Bruselas, empuja la opción de un brexit a la fuerza.

También defendió a Jair Bolsonaro ante el requerimiento general de atender los incendios en la Amazonía, dada su envergadura planetaria, y promete una intensificación del comercio con Brasil. El anuncio tiene pinta de gesto desdeñoso hacia Europa y una estocada a China, poseedora de importantes inversiones en el país suramericano.

¿Tendrá razón el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, cuando de forma pública estimó: “Con estos amigos no se necesita enemigos”?

Los síntomas (ralentización de la economía, desconcierto y bajones en las bolsas de valores, sumados a problemas de gobernabilidad y a la resaca de la crisis) no dan pista para un buen aterrizaje. Obviamente, se necesita aplacar desacuerdos. Siempre habrá soluciones si se echa mano de buena voluntad y sentido del equilibrio, algo de lo cual carece Trump y su (norte) América Primero. Un retorno concertado a la multilateralidad pese a sus imperfecciones es beneficioso y posible, urgente, incluso para despejar un ámbito cada vez más irrespirable.

Cubadebate

 

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