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Argentina :: 19/12/2021

Hace 20 años: Cuando lo extraordinario se volvió cotidiano

Eduardo Lucita
Las luchas del 2001 persisten hoy en la memoria social y en la práctica concreta. Los métodos de lucha recogen aquellas experiencias en las huelgas y piquetes actuales

“Articular históricamente el pasado no significa 'conocerlo como verdaderamente ha sido'. Significa adueñarse de un recuerdo tal como este relampaguea en un instante de peligro”
Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia.

A finales de 2001 acontecimientos tan extraordinarios como inéditos se desarrollaron en Argenitna. Aunque el epicentro fue Bienos Aires, todo el territorio nacional resultó conmocionado. Aquel ciclo inaugurado por un estallido social descomunal se ha cerrado, pero sus enseñanzas perduran.

El poder históricamente instituido parecía derrumbarse, el “Que se vayan todos” era más que emblemático, y un nuevo poder instituyente mostraba signos de alumbrar. Se trató de una de esas excepcionalidades que nos da la historia, esos momentos en que “lo extraordinario se vuelve cotidiano”, cuando los hechos se suceden en forma vertiginosa, expresando un ideario de transformaciones profundas, aun cuando los protagonistas no necesariamente fueran conscientes de los hechos que protagonizaban.

En aquellos días

Una crisis tan profunda como extendida en el tiempo -de 1998 al 2002 el PBI cayó un 19 % y la inversión se desplomó un 60% – fue la base material de aquel estallido. La desocupación, la pobreza creciente y la confiscación del dinero de los ahorristas desencadenaron una dinámica social desconocida hasta entonces, anclada en el hartazgo por el agobio económico y la desconfianza y el descrédito en los partidos e instituciones del régimen.

Argentina se transformó entonces en un verdadero laboratorio de experiencias sociales: movimientos de desocupados y emprendimientos productivos; asambleas populares como organismos de debate y deliberación que recuperaban espacios públicos; empresas recuperadas puestas en producción por la gestión obrera. De conjunto mostraron madurez para tomar la resolución de los problemas en manos propias y autoorganización/autogestión como formas concretas de agruparse, tomar decisiones y gestionar.

Así, la acción independiente y sin intermediaciones mostró formas de la democracia directa y afirmó el ejercicio de la soberanía popular rompiendo con las prácticas delegativas. Se avanzó con conocimiento de lo que no se quería, de lo que se rechazaba e impugnaba, pero sin la conciencia de lo que efectivamente se quería.

La maduración colectiva, a pesar de todo sacó conclusiones, encontró las formas y logró imponer por abajo la revocabilidad del mandato presidencial, un gobierno elegido por el voto popular fue destituido y expulsado por el pueblo en las calles, a un costo de 40 muertos y cientos de heridos. El huido ex presidente De la Rua murió impune y recién esta semana se confirmaron las sentencias al ex secretario de Seguridad y al ex jefe de la Policía Federal que ordenaron la represión.

“Que venga lo que nunca ha sido” rezaba un grafiti en las paredes, como una conclusión de esa maduración colectiva. Pero esta conclusión resultó inconclusa. No alcanzó para definir un objetivo superador, ni construir los medios para imponerlo (su propio mandato).

Reconstitución del régimen

Como es conocido, la política no soporta el vacío. Ante la ausencia de alternativas políticas concretas las clases dominantes, que no habían perdido esa condición pero si la de ser clase dirigente (durante unos meses el país estuvo a la deriva, cinco presidentes en poco más de una semana lo atestiguan), logró reponer la autoridad del Estado y el funcionamiento de sus instituciones.

La suspensión unilateral de los pagos de la mayoritaria porción privada de la deuda y la macrodevaluación posterior favorecieron la recomposición de la tasa de ganancia de los capitalistas. Se sentaron así las bases para relanzar la economía y hacer posible que esa ganancia fuera realizable. Los asesinatos de los piqueteros Kosteki y Santillán agudizaron la crisis política y obligaron a adelantar el llamado a elecciones reponiendo las condiciones del régimen de la democracia liberal (delegativa). Tanto el kirchnerismo como el macrismo son resultado de aquella situación.

La modificación favorable de los términos del intercambio en el mercado mundial completó el cuadro para iniciar un ciclo expansivo que con la breve interrupción de la crisis mundial del 2008/9 se extendió por 8 años en Argentina. Los niveles salariales y ocupacionales se recuperaron y la pobreza se redujo, aunque se mantuvo en niveles elevados. La deuda externa bajó a niveles manejables mientras la precarización, la fragmentación y las desigualdades sociales se ampliaron.

Dos décadas después el ciclo iniciado en 2001 hace tiempo está cerrado. Atrás han quedado los debates sobre el carácter de la crisis; si se trató de una insurrección o una revuelta plebeya; sobre la relación entre espontaneidad y conciencia, sobre si los protagonistas eran o no concientes de las implicancias políticas de los hechos que protagonizaban, o aquella ilusión de construir una economía no capitalista al interior de la capitalista. Si dialécticamente aquellos momentos buscaban reformular la ecuación ruptura/reintegración, es claro que triunfó este último término.

Lo que perdura

Pasaron dos décadas, el ciclo duró lo que duró pero el contenido democrático, sus formas de autoorganización y autogestión, sus nuevas instancias culturales persisten hoy en la memoria social y en la práctica concreta. Los métodos de lucha recogen aquellas experiencias en las huelgas y piquetes actuales.

Desde entonces lo político ya no es entendido como un terreno circunscripto a las instituciones tradicionales, sino que su abordaje forma parte de los problemas de la cotidianeidad, de la vida íntima de los sujetos. Espacios que eran vistos como exclusivamente privados movilizan hoy intereses y preocupaciones colectivas. Lo territorial mantiene su presencia y se ha ampliado con los movimientos ciudadanos en defensa del agua, de la soberanía alimentaria, contra la megaminería, por las cuestiones de género o de los pueblos originarios. Las fábricas recuperadas sobrevivieron a las presiones y a las crisis. La creatividad de aquellos días impulsó múltiples formas contraculturales que hoy están vigentes.

La conquista de nuevos derechos, como el aborto legal, seguro y gratuito; el matrimonio igualitario; el formidable movimiento de mujeres (un movimiento de movimientos) entre tantos otros avances democratizadores no son totalmente explicables sin referenciarse en aquellas jornadas.

De esos extraordinarios momentos nos queda un legado histórico: se pensó, se decidió y se hizo por cuenta propia, en un ejercicio colectivo de esa conquista histórica de la humanidad que es el pensamiento crítico.

Dos décadas después el desafío es recoger ese legado. Llevarlo a la práctica cotidiana en las condiciones actuales y pensar la realidad no desde cada uno de los fragmentos que esta nos ofrece sino desde la totalidad y organizarse políticamente en esa perspectiva.

Eduardo Lucita es integrante del colectivo EDI –Economistas de Izquierda-. Formó parte de la Asamblea de Chacarita-Colegiales- Villa Ortúzar.
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