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Argentina :: 13/12/2016

¿Un cambio sin futuro?

Mariano Féliz
Apuntes para pensar la Argentina a un año de gobierno de Cambiemos

Los grandes ganadores de esta primera fase de la profundización del ajuste transicional son los sectores exportadores (agro, mineras), la banca y el capital financiero, y las empresas de servicios públicos (gas, electricidad, transporte). Los primeros fundamentalmente por el cambio en el régimen de retenciones, las segundas por la política de tasas de intereses elevadas y de aceleración del endeudamiento, y las últimas por la nueva política tarifaria.

Ganadores, perdedores y el pueblo

Casi doce meses de un nuevo gobierno permiten señalar algunos elementos para comprender las novedades de la etapa. Primero, los grandes ganadores de esta primera fase de la profundización del ajuste transicional son los sectores exportadores (agro, mineras), la banca y el capital financiero, y las empresas de servicios públicos (gas, electricidad, transporte). Los primeros fundamentalmente por el cambio en el régimen de retenciones, las segundas por la política de tasas de intereses elevadas y de aceleración del endeudamiento, y las últimas por la nueva política tarifaria.

Esto no quiere decir -obviamente- que esté cambiando la estructura del poder social en Argentina. El dominio del gran capital transnacional en todas las ramas de la economía persiste pero en esta etapa transicional (¿hacia la radicalización del neodesarrollo o hacia una nueva fase del proyecto neoliberal?) los sectores mencionados son llamados a convertirse en la palanca para reiniciar la exitosa acumulación de capital (es decir, el crecimiento económico). Ese es el presupuesto (y objetivo) de toda la acción de gobierno. Detrás del impulso de esos sectores, se espera se encolumnen otros tantos, como la industria manufacturera, la construcción y los servicios.

Estos sectores, los “perdedores”, sostienen una posición de apoyo crítico al proyecto Cambiemos, aparentemente con una doble expectativa. Primero, que el ajuste permita impulsar la profundización de la reestructuración económica “congelada” en la década pasada. Las luchas sociales acumuladas a la salida de la convertibilidad y la constitución de una nueva composición política del pueblo trabajador (más centrada en los “movimientos” populares poco institucionalizados) detuvieron en el tiempo las intenciones de avanzar en nuevas formas de organización empresarial más “productivas” -más rentables- para el capital (más flexibilidad y desregulación, menor “costo laboral” e impositivo, más productividad). La superexplotación (del trabajo colectivo, de la naturaleza y del trabajo no remunerado de las mujeres) es la base de sustentación del capitalismo dependiente argentino, los fundamentos de la inversión privada y el empleo.

En segundo lugar, los “perdedores” apuestan a que si Cambiemos fracasa en su papel, el peronismo (hoy, pejotismo/cegetismo) podrá contener y canalizar las demandas de recomposición parcial para avanzar en las reformas más lentamente, sin prisa pero sin pausa.Prefieren la primera opciónpero no abjuran de la segunda si no hubiera alternativa en un marco de “gobernabilidad” (es decir, en un marco controlado por los “partidos del Orden”).

Mientras esperan que puedan construirse los “Puentes hacia el futuro” (como propusieron en el reciente coloquio de IDEA), ni ganadores ni perdedores sacarán los pies del plato de un proyecto que saben propio. Tampoco apostarán todas sus fichas a un gobierno que oscila entre la improvisación y el cinismo pero que no parece -aun- acertar en la receta. De allí que la lluvia de inversiones no sea más que una garúa que no permite que surjan los esperados “brotes verdes”.

El marco de dominación ampliada del gran capital transnacional condiciona la capacidad general del pueblo de controlar y apropiar los frutos del trabajo colectivo. Luego de un quinquenio de estancamiento, la desigualdad social empeoró violentamente en tan sólo unos meses. Los más ricos aceleran su enriquecimiento a pesar del ajuste y la crisis, mientras el pueblo trabajador es el único perjudicado. La caída en los salarios reales llega al 10% (lo que se significa que hemos perdido más de un mes de sueldo a lo largo de 2016), aumentan los despidos y suspensiones, miles de jóvenes se mantienen como ni-ni sin esperanzas de encontrar empleo (aun así la tasa de desocupación juvenil trepó a 24,6% en el tercer trimestre de 2016, siendo 30,3% para las mujeres jóvenes que buscan empleo remunerado); la política social persiste en el modo de la prevalencia de los beneficios de tendencia universal pero básicos (es decir, inadecuados).

La pobreza por ingresos sube desde los niveles persistentemente elevados de la década pasada: en torno a un tercio de la población (más de la mitad de las niñas y niños) viven con ingresos insuficientes y en condiciones de hábitat, servicios sociales y de cuidado precarios y deficientes. El crecimiento económico no permite superar los límites del capitalismo en la dependencia; el estancamiento y la crisis sólo contribuye a profundizar las carencias estructurales.

Brotes verdes no aparecen

La crisis, las políticas de ajuste (por parte del capital y el Estado) que la acompañan y la redistribución regresiva (a favor de los ricos) son -según el gobierno- el camino inevitable para alcanzar la “luz al final del túnel”. La confianza en que las señales “correctas” serán suficientes para desplegar la voluntad empresarial de invertir y así mover la economía, se parece cada vez más a puro cinismo o -en realidad- puro sentido común burgués.

Pero no sólo de esperanzas vive el capital(ista). Liberales “keynesianos” le prenden una vela a San “Animal Spirits” (es decir, la buena voluntad, ilusión y espíritu empresarial) pero a su vez llevan adelante una política económica abiertamente contradictoria que prepara la próxima gran crisis. En el Banco Central se privilegia el uso de las altas tasas de interés (a través de la emisión disparatada de deuda, LEBAC) para frenar la inflación, al costo de la destrucción de la producción de valor y riqueza material (en especial, entre las pequeñas y medianas empresas); la apertura de la economía y el dólar anclado operan en el mismo sentido. La deuda del BCRA aumentó un 60% y el dólar es más barato que en 2015 pero ahora con mayores niveles de apertura comercial (por eso, las importaciones de bienes de consumo aumentan 9% y las de autos 28% en el marco de una caída general de la actividad económica: el Estimador Mensual de Actividad Económica cayó 3,7% en septiembre de 2016 en comparación con el año anterior y producción industrial se desplomó 8% en octubre en relación a un año antes). El Ministerio de Trabajo ha logrado canalizar en el marco de las paritarias las demandas salariales por debajo de la inflación, derrumbando el mercado local de consumo popular (las ventas minoristas caen no menos del 8% anual).

Frente a ello, el Ministerio de Hacienda hace piruetas para limitar el impacto político del ajuste, manteniendo elevado el déficit fiscal (acrecentado por la caída en el nivel de actividad económica y por la reducción de retenciones) a partir de crecientes niveles de endeudamiento que acompañan al BCRA. El endeudamiento se convertirá en una bomba si la economía no resurge de sus cenizas. Por ahora, la deuda pública sube por el ascensor (en total, más de 46 mil millones de dólares en este año) mientras que la economía persiste en un coma con pronóstico reservado (de conjunto, el PBI cae el 2,6% anual).

Suenan las Trump(etas), tiemblan los profetas de Cambiemos

Para colmo de Cambiemos, el triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos no es fuente de buenos augurios. Si la economía mundial se encuentra en crisis prolongada hace ya casi una década (EEUU con un crecimiento promedio inferior a 2,2% anual, EU y Japón bien por debajo de eso), un gobierno proteccionista y fascista en el declinante hegemón global sólo auspicia un peor horizonte.

El gobierno de Trump es la reacción de un pueblo sin alternativas políticas progresivas (en un sistema político profundamente antidemocrático), agobiado por la reestructuración económica  prolongada que es resultado del programa neoliberal de internacionalización del capital. Ese programa ha trasladado buena parte de la producción manufacturera norteamericana a las periferias del sur global, dejando un tendal de ciudades fantasma, pesadillas en el sueño americano. La brutal caída en los empleos manufactureros y los salarios de quienes permanecieron ocupados (37% y 28% en las últimas tres décadas, respectivamente) son testimonio de la debacle.

Si se cumplen los anuncios, la política de EE.UU. será de mayores niveles de déficit fiscal (endeudamiento público y baja de impuestos a los ricos) que tendrán como consecuencia inmediata el encarecimiento del endeudamiento internacional, la desaceleración mayor del conjunto del capitalismo global y un estancamiento en los precios de lascommodities de exportación de los países dependientes, como Argentina. Si el capitalismo neoliberal es muy malo para la economía capitalista argentina, el capitalismo neofascista no se presenta como algo superador.

El horizonte no se ilumina como predicaban los profetas de Cambiemos, sino que son nubes de tormenta las que se acercan; las luces que se aprecian a la distancia, rayos y centellas. Una economía como la Argentina consolidada y consolidándose como plataforma para la exportación de materias primas y la superexplotación del trabajo y la naturaleza enfrenta un mundo en crisis, que se cierra sobre sí mismo. El fantasma del 2001 se acerca peligrosamente para la economía argentina: alta inflación y depresión económica son una combinación explosiva.

Emergencias

En un contexto que construye las bases de una creciente conflictividad, Cambiemos busca tejer un puente de plata para llegar a las elecciones parlamentarias en condiciones de mejorar su rendimiento electoral. Para ello debe encontrar puntos de acuerdo con las fuerzas sociales y políticas de la oposición parlamentaria. Con el peronismo en el Congreso los acuerdos se negocian día a día bajo la forma de transferencias de recursos a las provincias, autorizaciones para endeudarse (6200 millones de dólares en lo que va de 2016) y futuras obras. Nada novedoso. Con el sindicalismo empresario de la CGT, los mecanismos son similares: devolución de recursos de las obras sociales (cerca de 25 mil millones de pesos en títulos públicos), propuestas de discutir el impuesto sobre el salario (ahora mismo está en debate) y poco más. Eso alcanza para aportar algunos votos claveen el Congreso Nacional y congelar en el tiempo e indefinidamente medidas de alto impacto como un paro general.

Frente a eso, la CTA persiste en una crisis política profunda y los movimientos sociales neo-kirchneristas liderados por el Movimiento Evita impulsan una ley de Emergencia Social (ES) que podría ser vetada por el ejecutivo con poco o ningún costo político (como ocurrió con el veto a la ley “anti-despidos”). Aun si no fuera vetado, la ambigüedad y poco alcance de ese proyecto de leyno resuelve el fondo del asunto que es que el proyecto de desarrollo capitalista en Argentina no tiene futuro como proyecto popular. Esto no significa que la aprobación de la ES no sea significativo en términos de recursos y reconocimiento político para las organizaciones involucradas. Por su parte, el FIT y otras fuerzas del campo del trostkismo muestran masividad organizativa (el acto del FIT en Atlanta lo atestigua), pero con capacidad de intervención limitada y la prevalencia de estrategias de autoconstrucción. Finalmente, la “izquierda independiente”atraviesa un proceso de reconstrucción de sus lazos de afinidad en un intento de recuperar potencia disruptiva pero sin la masividad de otras épocas.

En cualquier caso, el pueblo en lucha comienza a resurgir en diferentes articulaciones y proyecciones pero en la calle, en marcha. Cierto es que las proyecciones estratégicas son distintas. No es lo mismo articular fuerzas en torno a (y detrás de) el kirchnerismo y su proyecto de vuelta al neodesarrollo clásico, que articular fuerzas sociales y políticas que cuestionen el desarrollo capitalista mismo, su Estado y sus políticas, su tendencia productivista-extractivista.

Entonces, ¿qué esperar? ¿qué hacer?

Enfrentamos un mundo en crisis civilizatoria que gira, en especial en los países centrales, violentamente hacia formas renovadas del fascismo que nunca ha renegado del capitalismo en sus formas desarrollistas. La paradoja es que en nuestro país y en la región suramericana avanza una corriente liberal (más o menos desarrollista) que -paradójicamente- es incompatible con ese proyecto global.

El proyecto de Cambiemos supone proyectar el saqueo a nuevas dimensiones, tal cual estaban planteadas ya en el Plan Estratégico Industrial 2020 (PEI2020), el Plan Estratégico Agropecuario y Agroindustrial 2020 (PEAA2020) oPlan Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva Argentina Innovadora 2020 (AI2020)impulsados por el kirchnerismo. Pero un mundo que se cierra conspira contra ello.

La contracara del proyecto de saqueo es la mayor competitividad demandada por las fracciones industriales del gran capital. Eso es devaluación del peso en lo inmediato pero a mediano plazo más productividad (a través de flexibilidad laboral) y medidas de “modernización” o “racionalización” (reforma del Estado, reforma y rebaja impositiva, nuevos programas de gestión de la educación, la salud, la ciencia y la tecnología, etc.). Ese programa, que sostiene Cambiemos, es similar al programa del Frente Renovador y de otras fracciones del peronismo “ortodoxo”. La CGT se prepara para acompañarlo al igual que el “kirchnerismo popular” (Evita y compañía), todo a cambio de algunas reinvindicaciones parciales. El camino que proponen es “vandorismo clásico”, combinando presión en las calles con negociación y aporte a la gobernabilidad.

Desde el campo de las organizaciones que luchamos por un cambio social radical, anticapitalista, antiimperialista, antipatriarcal, la apuesta debiera ser precisamente la inversa: construir la ingobernabilidad con nuestros cuerpos en las calles, construyendo pensamiento y -sobre todo- prácticas críticas en todos los espacios que habitamos, cuestionando todos los rasgos de la sociedad impregnados por la lógica del capital. Es decir, debemos impugnar la sociedad toda, al capital, pero también al Estado, a las burocracias sindicales; e incluso a nuestras propias organizaciones, a las que debemos cuestionar, repensar y reinventar, para construir un mundo nuevo en que quepan todos los mundos.

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(*) Mariano Féliz es Profesor UNLP. Investigador CONICET. Integrante de COMUNA (Colectiva en Movimiento por una Universidad Nuestramericana) en el Frente Popular Darío Santillán – Corriente Nacional. Correo electrónico: marianfeliz@gmail.com
www.contrahegemoniaweb.com.ar

 

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