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Europa :: 27/12/2018

La producción de facinerosos

Günther Anders
La no-violencia a la que se adhiere la ‘inmensa’ minoría de los manifestantes y que permite a quienes detentan el poder construir sus mortíferas máquinas

La versión oficial del estado es que debe reprimirnos (a nosotros, que a fin de cuentas luchamos por liberarnos de la amenaza del fin del mundo) porque con otras medidas no se llegaría a la salvaguardia de la ‘libertad’ (incluso de la ‘libertad democrática’).

¿Será que desde una versión similar —la misma con la que Hitler amenazaba hace medio siglo— tendría que engañar también a los nietos de quien fue suplantado entonces?

Sin embargo, poquísimas poblaciones (sobre todo si se les llama con adulación ‘pueblo’, cosa que les hace sumergirse en un orgasmo popular) están inmunizadas contra el engaño mejor de lo que lo hemos estado los alemanes en 1933.

En la R.F.A. [República Federal Alemana] de hoy, el engaño reaparece con mucha facilidad, tanto más fácilmente si un par de facinerosos (que el Ministerio del Interior alemán toma como pretexto para ‘intervenciones drásticas’) emprende cualquier ataque, y un equipo de televisión se encuentra (siempre) en el lugar como prueba ocular del crimen.

Estos ‘facinerosos’ y sus ‘testigos’ oculares son colegas, ya que ambos grupos son empleados por el mismo patrón. La farsa popular funciona a través de la fabricación y contratación de una canalla especial de aspecto esmeradamente descuidado, perfecto para el ‘facineroso’.

A través de la fabricación aparece, al mismo tiempo, la imagen del enemigo contra el que se combate, la imagen de los enemigos que deben ser odiados por el público televisivo (es decir, por todos), la imagen de aquellos que, como se pretendía y se ha demostrado o exigido, deben ser incluso pisoteados (quizá por obra de la espontaneidad).

Aparte de la no-violencia a la que se adhiere la ‘inmensa’ minoría de los manifestantes y que permite a quienes detentan el poder construir tranquilamente sus mortíferas instalaciones, estos no desean más que tener una manada de violentos en los que poder confiar, ya que el simple hecho de que estos existan basta para hacer parecer plausible a la población (expuesta a un extremado peligro a causa de las instalaciones nucleares) la presunta necesidad de transformar el estado en un estado totalitario.

A este pretexto para la transformación (de los últimos barrios todavía democráticos) del Estado en Estado policial, le viene bastante bien la existencia de manifestantes violentos y la correspondiente guerra contra ellos (por el interés de la ‘paz interna’ también llamada alguna vez ‘prevención’ necesaria, mejor incluso violenta).

El famoso dicho de Molosia: ‘la policía necesita criminales, a ellos les debe su propia existencia y, en caso de necesidad, debe ser ella misma quien los cree’ también vale para la República Federal.

Si hombres como Strauss [político ultraderechista alemán] aceptan las manifestaciones —que naturalmente se asemejan a guerras civiles después de las contramedidas de la policía y los militares— lo hacen sólo porque esperan (y con esto deben contar) que sus medidas a ojos de sus electores aparezcan como ‘acciones de salvamento’

Quien emplea la violencia con éxito parece demostrar con este éxito que su empeño en la violencia ha sido legal, un legítimo acto de salvación - el culpable es el agredido. Así demuestran que combaten a los manifestantes.

Como siempre ‘los Strauss’ no tienen miedo de las manifestaciones (hasta ahora casi todas inocuas). Pero de lo que no tienen miedo en absoluto es de las heridas que producen a los ‘fascinerosos’ durante la ‘defensa necesaria’.

(Cap 8 de 'La resistencia atómica'. Publicado por el Centro de Documentación Crítica, Madrid, 2007. Articulo escrito por Anders en 1961)

 

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