Madygraf: acá están, estas son, las obreras sin patrón


Lo más importante de Madygraf son los espacios de asamblea. Asambleas de trabajadoras y trabajadores, de coordinadores de áreas, de días de rendición. En todas, un temario, manos levantadas y decisiones colectivas. Así se eligió, hace once años, el nombre de la cooperativa. Había propuestas: Gráfica 12 de agosto, que fue el día de la toma; Gráfica Argentina, GrafSinPat; haciendo referencia a FaSinPat, Zanón.
Todos eran posibles, aunque un poco solemnes. Pero alguien propuso MadyGraf. ¿Por qué? Porque combinaba el oficio -la gráfica- con el nombre de Madelein, la hija del Chavo, un compañero. Mady tenía un problema de salud y la venía peleando. Las manos levantadas fueron claras: en honor a la lucha por la vida, desde 2014 la gráfica que está en el km 36.7 de la ruta panamericana, en el complejo industrial de Garín, es una Cooperativa y se llama MadyGraf.
En 1864 Richard Robert Donnelley fundó una empresa con su nombre, en Chicago, EEUU. A partir de ese momento, la compañía no paró de expandirse. Empezó a producir pocos años antes de que Graham Bell patentara la invención del teléfono y, en 1871, ya estaba imprimiendo las guías de teléfono de toda la ciudad.
Ahora R.R. Donnelley tiene más de 17 mil clientes y es uno de los proveedores de marketing, packaging, impresiones y embalajes más importantes del mundo. Tienen 175 sedes repartidas en más de 30 países como Australia, China, Costa Rica, República Checa, El Salvador, Guatemala, Honduras, Hungría, India, Irlanda, Japón, México, Filipinas, Polonia, Puerto Rico, Singapur, Sri Lanka, Tailandia, Vietnam y, por supuesto, su casa matriz, en EEUU.
Durante 22 años R.R. Donnelley también estuvo en Argentina. Empezó a funcionar en 1992, cuando compró la Editorial Atlántida. En el predio de Garín se imprimía Revista Gente, Paparazzi, Para Ti, Selecciones, Billiken, Cosmopolitan, El Gráfico y toda la folletería de los grandes supermercados. Junto con Morvillo y AGR dominaban el mercado gráfico nacional. Pero a principios de 2014, cuando la compañía tenía 55 mil empleados en todo el mundo, en la sede de Argentina empezaron a haber movimientos extraños.
"Sabíamos que estaba pasando algo. Había una sensación rara. Jubilaron a trabajadores a los que les faltaban pocos meses para jubilarse, movían bovinas de papel a diferentes depósitos. Yo tenía un compañero en administración que me iba contando", recordó Miguel, con el plato y el vaso en la mano, mientras se iba a la parrillita de afuera a almorzar. A mediados de año la empresa presentó un recurso preventivo de crisis: despedir a 123 trabajadores y reducir los salarios en un 40%. La patronal decía que estaban en quiebra, lxs trabajadores, que estaban vaciando la fábrica.
Un lunes de agosto los trabajadores llegaron a trabajar y se encontraron con una hoja en el portón de entrada: "Lamentamos tener que comunicarle que, afrontados a una crisis insuperable estamos cerrando nuestras operaciones y solicitando la quiebra luego de 22 años de actividades en el país", decía.
Era 11 de agosto de 2014. Empezaron a hablar entre ellos, a organizarse. El sector de la imprenta era fuerte; muchos trabajadores militaban en La Marrón, el armado sindical del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Al día siguiente, el 12 de agosto, los trabajadores le pidieron la llave a los guardias de la garita de seguridad, abrieron y entraron. La fábrica estaba tomada.
"Antes, las ocho rotativas funcionaban las 24 hs, todos los días del año. Cada rotativa puede imprimir hasta 60 mil pliegos por hora. Sacá la cuenta. Era un montón de trabajo y un montón de plata", dice el Chavo, mientras mira cómo está saliendo El Catalejo, un diario zonal de Escobar.
-¡Salió lindo!
-Teníamos problemas con el papel, mucho corte. En cualquier lugar que haya una mala tensión, el papel se corta. Y puede pasar en todo el recorrido. Hay que meterse en la máquina y enhebrar el papel de nuevo. Eso nos pasó hoy a la mañana, -agrega.
El galpón es inmenso. Las rotativas son unas máquinas de varios metros de alto que inician el proceso de impresión cuando la bobina de papel se enhebra en la punta y que, junto con las planchas metálicas van marcando el papel. Primero los colores; negro, cyan, magenta y amarillo. Después los hornos para el secado. Después, el frío, para que la tinta no se pegue. Después, los dobleces. El recorrido que hace el papel desde la bobina hasta tener el diario en la mano es de más de cincuenta metros.
Las rotativas hacen el ruido de una locomotora en marcha. Están imprimiendo 150 mil ejemplares, a 25 mil ejemplares por hora. Podrían exigir a las máquinas y sacar hasta 60 mil por hora, pero pueden estropearlas. "Aunque no lo usemos, hay que arreglar todo y mantenerlo. Si algo se rompe, nos perjudica: si en la otra sala hay una pérdida de energía que viene por un cable que está pinchado y recorre más de 200 metros hasta llegar a la máquina, hay que arreglar esa pérdida. Porque si no, el motor trabaja de más", agrega el Chavo. Por eso la fábrica tiene su propio taller de tornería para construir repuestos y evitar importarlos.
-¿Dónde compran las bobinas de papel?
-En Papel Prensa (monopolio del papel en Argentina).
Ahora, la rotativa que funciona es una, porque el trabajo fue bajando. "Esta rotativa está llena de carteles porque hicimos una obra de teatro, y la fuimos decorando. De aquel lado pusimos las gradas", cuenta Vanina. En los galpones que no se usan, la cooperativa organiza obras de teatro, recitales, presentaciones; son enormes salones de usos múltiples.
Con la baja de clientes, la fábrica siguió imprimiendo pero, también, tuvo que reconvertirse: la cooperativa necesitaba plata para seguir manteniéndose. Por eso durante la pandemia produjeron sanitizantes y, hace poco, compraron una máquina en China que les permitió empezar a producir bolsas de papel madera reciclado.
Pero no fue simple, llevó horas de debate colectivo. Había algunxs que querían montar un despacho de cerveza artesanal, producir ladrillos de plástico reciclado o trabajar en torno al papel reciclado. Todas las opciones eran posibles si eran rentables: necesitaban seguir generando ingresos.
Se presentaron los proyectos en la asamblea y, el que tuvo más solvencia, se aprobó. "Con las bolsas no dejamos nuestro oficio; seguimos siendo gráficos", dice Vanina Mancuso, trabajadora de la fábrica y ex presidenta de la cooperativa. trabajadores sin patrones pensando ideas para poder subsistir, seguir trabajando.
"El papel se sigue imprimiendo, pero hoy lo imprime el Estado. Queremos poder imprimir junto con el Estado. Un porcentaje, aunque sea mínimo, que nos lo den a las cooperativas. A ellos no les significa nada, nuestros presupuestos son más baratos y a nosotrxs nos hace seguir viviendo", agrega.
Lucha obrera y feminista
Durante los primeros seis meses de resistencia, los trabajadores de Madygraf no cobraron. Vivieron de la solidaridad, de los fondos de lucha. Los trabajadores de otras fábricas les donaban comida, los diputados del FITU-U donaron parte de sus dietas. "Ese fin de año pudimos entregarle a cada trabajador de la fábrica una caja navideña. Además, hicimos un censo de hijxs y a cada unx le hicimos un regalo de Reyes", dice Emiliana. "Era muy importante para cada unx de nosotrxs saber que afuera bancaban la lucha", agrega.
-Sabíamos que los compañeros se iban a quebrar cuando la alacena estuviera vacía. Y eso no lo podíamos permitir, -dice Érica.
Por eso, lo más importante fueron las cartas. En cada bolsa de donaciones o de alimentos, en cada caja navideña, mandaron una carta dirigida a las compañeras de esos trabajadores; a las que abrían las bolsas, a las que hacían de comer en cada casa. Les decían que se sumaran a bancar la toma. Les contaban de la lucha que estaban dando. "Porque muchas veces las mujeres no sabían lo que pasaba en el trabajo de sus compañeros. Algunos no contaban nada por el miedo a no poder sostener la olla", agrega Érica. Por eso, en la carta decían que ellas eran importantes para el sostén de la toma. Y también agregaron un número de teléfono. Si querían sumarse, podían llamar.
"Terminamos armando una comisión de mujeres que tiene más de 60 compañeras. En la toma nos empezamos a dar cuenta que teníamos muchas cosas en común. Empezamos a hablar entre nosotras, a conocernos", dice.
Hasta que, un día, llegó un pedido grande de encuadernación. Los trabajadores de Madygraf necesitaban más manos: llamaron a novias, esposas, hermanas, madres y compañeras de La Marrón para que ayudaran.
-Y no nos fuimos más, -se ríen.
"Muchos no querían que nos sumáramos; íbamos a conocer cosas que antes no nos contaban, porque estábamos acostumbradas a esperar a los varones en la casa, cuidando a los chicos. Pero cuando la fábrica votó nuestra incorporación, empezamos a discutir o tomar decisiones en el trabajo. Empezamos a ser pares", agrega Érica. Algunas, siguieron en pareja, otras, se fueron divorciando.
Ganar la obra social fue una batalla de las mujeres: "Fuimos nosotras las que nos sentamos en la mesa con el Sindicato", recuerda Belén. Porque cuando Donnelley se fue, se quedaron sin cobertura médica. "Teníamos Galeno, pero con la fábrica tomada no nos querían seguir cubriendo. Y menos a nosotras, que ni siquiera éramos gráficas, habíamos llegado después". Pero había muchos pibes con autismo, con capacidades diferentes, personas que necesitaban trasplantes o ser operadas. Ellas encabezaron la negociación. Y ganaron.
También armaron una juegoteca para niñxs que funciona donde antes era la oficina de recursos humanos, al lado de los molinetes de salida: "Acá te echaban. Pasabas por los molinetes y, si te tocaba, se prendía una luz roja. Así te enterabas que estabas despedido", recuerda Vanina. Las mujeres también se hicieron cargo de la administración y de los números. Hay algunas que están en el sector de bolsas y otras en la comisión directiva. Están, por todos lados, en las 15 hectáreas cubiertas y las 30 descubiertas de toda la gráfica.
Si bien las experiencias son similares, cada cooperativa tiene que inventar un método interno y propio para gestionar su cotidiano. "Queríamos replicar la experiencia de Zanón o de otros espacios pero, la verdad es que cada lugar es particular", dice Vanina. Las cooperativas necesitan crear los acuerdos que, en otras situaciones, imponen los patrones. ¿Cuánto se cobra? ¿Cuándo? ¿A través del monotributo? ¿Cómo se resuelven los conflictos cotidianos de la convivencia entre pares? ¿Quién limpia?
En Madygraf tienen acuerdos: cada quien cobra por hora trabajada. Le pusieron un precio a la hora de trabajo en relación al presupuesto que manejan. Tienen aportes y obra social. Pero eso sí; nadie se puede pasar de un tope máximo de horas trabajadas por mes. Porque si alguien se pasa, el resto cobra menos. "Eso ayuda también a gestionar el tiempo, a que cada unx se organice y, si necesita otra entrada de plata, pueda complementar", agrega. Un fino equilibrio.
El asador de la Ford
"En este lugar, en el quincho de Ford Motors Argentina, se secuestró y torturó durante la dictadura cívico militar", dice el cartel que puso la comisión de ex trabajadores y obreros de la fábrica en 2012. Porque durante la dictadura el asador de la fábrica, ese que había sido el espacio de encuentro de trabajadores, fue cercado: lo ocuparon los militares y directivos de la empresa. Lo usaron para secuestrar y torturar trabajadores. La "causa Ford", el juicio de lesa humanidad que terminó en 2018, marcó un hito histórico: fue la primera vez que se juzgó y condenó a altos directivos de una empresa multinacional por haber sido partícipes de la dictadura.
Ford está justito enfrente de Madygraf, cruzando la autopista Panamericana. Y justito enfrente del quincho de la Ford, está el quincho de Madygraf: un espacio que se construyó con la indemnización por despido de un trabajador de Volkswagen, que decidió donarla para construir un espacio que pueda resignificar los lugares de encuentro entre trabajadores.
Ahora, ahí funciona el Club Obrero: dos canchas de fútbol, un quincho con vestuarios, parrillas y buffet donde los trabajadores de Andreani, Ford, La Salteña, La Dolce, Plusbelle, Mapa o Virulana; las fábricas del complejo industrial de Garín, pueden pasar el día.
La expropiación definitiva
-¿Fuiste a La Plata el martes?
-¡Más vale! ¡No me la iba a perder!, dice Érica Gramajo, fundadora de la comisión de mujeres de Madygraf. Pero también dice que fue con cautela: "Ya nos había ido mal la vez anterior, que suspendieron la sesión, así que yo estaba nerviosa pero con calma. No sabía lo que iba a pasar", dice.
Es que el martes pasado, después de varias sesiones suspendidas, al fin sesionó la Legislatura bonaerense. A las tres de la tarde habían llamado a un cuarto intermedio sin certezas de a qué hora se volvía a sesionar. A las 19:30 hs, de noche y con un frío brutal en la vereda de calle 50, en La Plata, lxs trabajadores de MadyGraf en semicírculo escuchaban un parlante. Era momento de la votación sobre tablas del expediente D 759 2024-2025 impulsado por Laura Cano, del FITU-U, que declaraba de interés público y sujeto a expropiación el inmueble, las instalaciones, máquinas, insumos y herramientas de R.R. Donnelley con destino a la Cooperativa de Trabajo Madygraf Limitada.
-Quienes estén por la afirmativa, sírvanse marcar su voto, -dijo Verónica Magario, la vicegobernadora y presidenta del Senado.
Y lxs trabajadores, afuera, en la vereda, levantaron la mano. Rosa, tiene 76 años y es trabajadora de la fábrica desde hace once años. Empezó cuando los varones de su familia pudieron hacer entrar a las mujeres a trabajar a la par de ellos. Y, mientras todxs estaban concentradxs escuchando, ella miraba el cielo.
-Aprobado, Presidenta.
Estallaron los bombos. Empezaron a saltar, abrazados, en ronda. "¡Acá están, estas son, las obreras sin patrón!", gritaron.
"Yo sé que a muchos no les va a gustar, pero bueno, yo agradezco a dios", -dijo riéndose. "Estoy con mis compañeros, mis compañeras, a la par de ellas. Apoyando a mis hijos. Ellos entraron primero, después seguí yo. Estoy agradecida por la lucha, ahí sigo firrrme, luchando juntos. Sin lucha no hay victoria".
-¡Dale, Rosa!, -le gritaban sus compañeros.
Ahora es el turno del Fondo de Recuperación de Fábricas de la provincia de Buenos Aires. La provincia tiene que pagar: si bien Donnelley presentó la quiebra, el Estado tiene que pagarle una indemnización a la transnacional, a partir de la sanción de la ley de expropiación, en un plazo de cinco años para que la tenencia de la fábrica sea efectiva.
"Nosotros tenemos una enorme capacidad para imprimir libros, manuales y todo lo que haga falta para pagar con trabajo a la provincia de Buenos Aires, y así levantar la quiebra. Creemos, de hecho, que la fábrica puede ser estatizada y proveer de trabajo. La provincia lo puede hacer", dijo el Pollo Ortega, trabajador de Madygraf.
En marzo de este año la fábrica Anselmo Morvillo, la gráfica de Avellaneda que funciona hace 51 años, también presentó la quiebra. Hace más de tres meses que los casi 300 trabajadores la mantienen ocupada. La patronal dijo que las ventas habían caído, que no podía hacerse cargo de sus obligaciones financieras y que los proveedores de papel exigen el pago por adelantado de los insumos de papel. Lo mismo que pasó en Madygraf.
"Definimos no tomar ningún trabajo de proveedores que antes eran de Morvillo, en solidaridad con la lucha de los trabajadores, porque nosotros vivimos lo mismo", dijo Vanina. Es que, cuando los patrones se van, la solidaridad es entre los trabajadores.
huelladelsur.ar