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Mundo :: 13/06/2021

Perú: ¿Volverá Garabombo a ser visible?

Mauro Berengán
¿Quién es Pedro Castillo? Nadie fuera del Perú lo sabía, y no muchos dentro. La CNN no tuvo siquiera una foto para mostrar

Las fracturas del Perú

Manuel Scorza comienza su formidable obra de cinco libros sobre los levantamientos indígena-campesinos de las sierras del Perú con una advertencia: este libro es la crónica exasperantemente real de una lucha solitaria: la que en los Andes Centrales libraron, entre 1950 y 1962, los hombres de algunas aldeas sólo visibles en las cartas militares de los destacamentos que las arrasaron. A lo largo del primer libro hay un protagonista silencioso que va brotando desde las entrañas de los cerros encanecidos, partiendo pueblos en dos, bloqueando lagunas y ganados, creciendo con vida propia: el cerco de la Cerro de Pasco Corporation, un emporio minero estadounidense por cuyos intereses se fundaron tres nuevos cementerios.

Hacia el final, un habitante de una de aquellas aldeas invisibles llamado Fortunato le dice al soldado que, llegado desde Lima, notifica el desalojo de sus tierras: en estos lugares nunca se conocieron cercos, mi alférez. Nosotros nunca supimos lo que era un muro. Desde nuestros abuelos, y aun antes, las tierras eran de todos. Ni alambrados, ni cercos, ni candados conocimos hasta que llegaron los gringos de mierda. Luego, la advertencia de Scorza nos golpea los ojos con puño de imagen tinta, y Rancas es arrasado.

-¿Y luego?

-Yo vi la grasa de mi mano y pensé: ya me jodieron. Ahora ¿con qué voy a trabajar? Y no recuerdo más: ahí mismito oí la ráfaga.

-¿Y luego?

-Ya no sé más. Me desperté aquí, consolado por tu voz, Fortunato.

– Yo sí sé lo que pasó luego –dijo una voz violeta.

-¿Quién es? ¿Quién habla?

-Soy yo, Tufinita.

¡A usted también la mataron, viejita! ¡Hijos de puta!

-No blasfemes, Fortunato. Considera el sitio. Piensa en Dios.

-Se le oye mal, doña Tufinita –dijo Fortunato- ¿No puede abrir un huequito?(…)

-¿Moriste allí mismo?

-No, estuve muriendo hasta la tarde.

Estuve muriendo hasta la tarde. Y es que los peruanos invisibles saben hablar bajo la tierra, y desde allí continuar sus luchas. Hace ya casi un siglo una frase resuena en todo aquel que viva o busque pensar el Perú: No nos contentamos con reivindicar el derecho del indio a la educación, a la cultura, al progreso, al amor y al cielo. Comenzamos por reivindicar, categóricamente, su derecho a la tierra. El problema del indio es el problema de la tierra, sentenció Mariátegui y repitió a su modo Fortunato al soldado limeño. La primera fractura es entonces de clase porque es de propiedad, los que eran poseedores ya no lo son, vivirán de vender su fuerza de trabajo, si lo logran. La segunda fractura es de identidad, están los abuelos de los abuelos, y están los gringos, porque el problema del indio es el de la tierra, pero es un problema –fundamentalmente- del indio: lo que la conciencia es para la clase obrera, la conciencia y la identidad es para los pueblos originarios, dice el boliviano Valentín Gutiérrez Quispe. Y la tercera fractura es geográfica, un mundo separa a Lima de las montañas, como dos hombres dándose la espalda: en la costa el latifundio ha evolucionado de la rutina feudal a la técnica capitalista, mientras la comunidad indígena ha desaparecido como explotación comunista de la tierra. Pero en la sierra, el latifundio ha conservado íntegramente su carácter feudal, Mariátegui. Nuestra desgracia, Seminarista, es que el verdadero Perú comienza arriba de Chosica, a cincuenta kilómetros de Lima, y fue gobernada por gente que vive siempre debajo de Chosica, Scorza.

Pedro Castillo ganó las elecciones sí, pero es una burbuja flotando en un océano. Pedro Castillo ganó las elecciones con la clase, con el indio y con las montañas, sin importar si se lo propuso. Y Pedro Castillo ganó las elecciones al capital, al gringo y a Lima.

El eterno neoliberalismo del Perú

El segundo libro de Manuel Scorza que compone las cinco obras de “La Guerra Silenciosa” relata la historia de Garabombo el invisible, y comienza así:

Antiguo, majestuoso, interminable, Garabombo avanzó hacia la guardia de Asalto que bloqueaba la Plaza de Armas de Yanahuanca. Sólo perros nerviosos habitaban la friolenta soledad (…) en la esquina la angustia devastó a los chinchinos ¿Lo veían o no lo veían? (..) ¿lo miraban o no lo miraban? ¿Garabombo pisaba la puerta del puesto o la de su muerte? Uno de los centinelas levantó la metralleta. La multitud gimió. Siempre escultórico, Garabombo se detuvo (…)

-No lo ven –sonrió Amador Cayetano, el presidente de la comunidad ¡Es invisible!

-Hace siete años que es invisible –susurró Malecio Cuellar (…)

Por fin salió del Puesto. En la orilla de la plaza se detuvo, miró a los chinchinos y soberbiamente se sopesó los testículos. Era valentísimo pero jactancioso.

Cuando los sistemas económicos acumulan desgracias que no logran satisfacer siquiera a una casta burguesa nacional carcomida por los surcos trasnacionales, mientras millones no dejan de caer; cuando los sistemas políticos acumulan desprestigios, traiciones, asaltos y suicidios; cuando los aparatos de mediación y representación no median ni representan, las crisis de hegemonía aparece como una ventana de oportunidad. El Perú de arriba logró surcar Caracazos, Argentinazos, Guerras del Agua y el Gas en la primera hora neoliberal, pero ahora, quizás, comience a sucumbir en su continuidad. Los presidentes desfilaron efímeros en los últimos años con un arco político fragmentado hasta los números sorprendentes de la elección de abril: nueve candidatos/as entre 5 y 19%. Pero antes, los invisibles volvieron a las calles de todo el Perú, retomaron la fuerza de Fortunato y doña Tufinita, bajaron de la Rancas arrasada, y brotaron también en los brazos agotados de neoliberalismo de los limeños y limeñas. Perú esta vez debía cambiar. Y apareció Castillo, un maestro rural, una burbuja flotando en un océano.

El Castillo del Perú

¿Quién es Pedro Castillo? Cuando se conocieron los resultados de la primera vuelta nadie fuera del Perú lo sabía, y no muchos dentro. CNN no tuvo siquiera una foto para mostrar, el balotaje sería entre Keiko y un avatar, y los radares de la izquierda y el progresismo latinoamericano no parecían tener mucho alcance más allá de Verónika Mendoza. Y, es cierto, no se sabe demasiado aún, al menos quien suscribe. Pero tenemos algunas señales. De las sierras de Cajamarca, al norte del Perú (y ciertamente no de las montañas senderistas), Castillo es un maestro rural no solo de origen, no rastreando allá lejos los inicios, lo es hasta ahora, si bien tiene ya trayectoria en la política incluso con vínculos con el ex presidente Toledo. Keiko acusó al maestro en un debate de haber abandonado a los niños al pedir licencia sindical, a lo que Castillo respondió que para ser candidato solicitó licencia, mientras que otros para estar allí tienen permiso del poder judicial. Y es que sobre Keiko pesa la posibilidad de 30 años de cárcel por lavado de dinero, tiene mucho que perder. El documental “El profesor”, una realización claro está de campaña, un volante, resulta ser una hermosa pieza de excelente factura, conmovedora también, que refleja la situación de vida, de ser, de clase, de donde proviene y aun viene Castillo. Vendrá también su vida en Lima, y su actuación como líder de una facción disidente del Sindicato Único de Trabajadores de la Educación de Perú en las huelgas de 2017.

Castillo no proviene de Perú Libre, partido que gobierna varias alcaldías y que se autodefine como marxista-leninista, aterriza en él como candidato a vicepresidente y, tras la anulación de Vladimir Cerrón como candidato por acusaciones de corrupción, toma el puesto camino a la presidencia. Su discurso se desarrolló en una mediación centrada en la identificación con el abajo, con lo popular, con el trabajador, con el interior, las fracturas del Perú. Habló de recuperar los recursos que se fugan del país, de dar vuelta las ganancias de las transnacionales para que la mayoría de la riqueza no se vayan al extranjero, de priorizar los intereses públicos por sobre los privados; ciertamente sin la radicalidad que se le achaca.

A su vez, se mostró conservador en la mayoría de clivajes que operan más allá de la economía como el aborto y el matrimonio igualitario; son conocidas sus cercanías con el evangelismo. Finalmente, como todo discurso de crisis, buena parte se presenta centrado en lo moral: combatir la corrupción, los negociados, la delincuencia, y exacerbarlo hasta los excesos de vitorear deportaciones masivas en debates televisivos.

Pero dos cuestiones atizan el entusiasmo. En primer lugar ha propuesto el llamado a una asamblea constituyente. Los procesos constituyentes, con los antecedentes cercanos (y andante en Chile) de Bolivia, Ecuador y Venezuela, han mostrado ser significantes articulatorios de grandes sectores de la población que, ante las crisis hegemónicas desencadenadas en los ajustes neoliberales, aglutinan mayorías demandantes de cambios, pero además las movilizan, organizan, politizan, activan en discusión. Y en segundo lugar tenemos aquel trasfondo en el que Tufinitas, Fortunatos y Garabombos puedan quizás no solo ser visibles, sino también gobierno. No dependerá entonces de la burbuja en el océano, sino del océano.

Los ponchos del Perú

En el último libro de La Guerra Silenciosa, La Tumba del Relámpago, encontramos a doña Añada, tejedora ancestral de ponchos que presagian el futuro en sus trazados. El protagonista, Remigio Villena, recorre el libro como quien pasa el dedo por un telar, intentando descifrar el parto de las manos de doña Añada, ciertamente ciega. Parece entonces que todo ya está trazado, que se trata de unir los acontecimientos, los porvenires que vienen listos desde atrás, y en esos hilos están las respuestas, esos hilos que son también los libros, los manuales, las doctrinas, todo está allí, hasta que no, hasta que Remigio tuvo en frente la torre de todos los ponchos, la torre de todo el futuro:

En el primer piso divisó paredes tapizadas por ponchos que parecían tejidos, no con lana de ordinarios carneros, sino con hilos que sólo podían provenir de un cruce de vicuña y luciérnaga. Al centro de la habitación se alzaba una pila de mantas. Empapado por el sudor de las pesadillas, intuyó que en esos ponchos constaba todo el porvenir. En un relámpago, intuyó también que había llegado al futuro.

¡Intuyó que había llegado al futuro, y lo rechazó! Porque no quería acatar ninguna ley emitida en las sombras por la mano de una delirante sombra ciega, sino ordenarse él mismo y obedecerse él mismo, asumir su propio futuro. Al alcance de su mano, cerca de su quemante deseo, miró la pila de tejidos. Por segundos que para él fueron años vividos en la miseria de existir aquí, en esta tierra de paso, con esta carne de paso, con esta sombra de paso, lo subyugó la tentación de conocerlo todo. Y la rechazó. Añada podía haber tejido todo lo que su demencia le dictara, pero ni él ni los tusinos ni los demás hombres estaban obligados a seguirla eternamente. “Sólo los comuneros liberarán a los comuneros” (…) En esos tejidos estaba el porvenir (…) ¡Por eso mismo los quemé! Porque no quiero el porvenir del pasado sino el porvenir del porvenir. El que yo escoja con mi dolor y mi error (…) ¡Nuestra empresa sólo depende de nuestro coraje! ¡Nadie decidirá más por nosotros!

No está en la burbuja, está en el océano. Garabombo “el más hosco que el peor noviembre recordado, con su insolentísima sonrisa, odioso y felino”, Garabombo “el que usaba su desgracia para mejorar la comunidad”, está basado (como toda la obra) en un personaje real: preso durante años en Lima, Fermín Espinoza presenció las discusiones entre comunistas y apristas -relata Scorza-, las cuales “le sacaron las telarañas de los ojos”. Salió de la prisión curado, pero al volver a Yanahuanca y encontrar desolación, empobrecimiento y abusos “decidió volverse nuevamente invisible”, así despertaría a los Andes dormidos y prepararía la magna sublevación. “¡Soy de humo!” proclamó.

Garabombo era invisible, pasaba por al lado de metrallas, destacamentos y autoridades de sombrero porque ellos no lo veían, solo ellos, el pueblo lo veía. El pueblo solo es visible cuando es: conciencia e identidad. Y los Garabombos sigue allí, cuatros días de pié custodiando los hilos trazados en el poncho de las urnas. Pero no volver a ser invisibles dependerá de quiénes tejan esos ponchos del futuro, de qué destino tracen, de hasta dónde estén dispuestos a quemar las torres, y de si logran vencer, de una vez, los destacamentos políticos y militares que tantas veces los arrasaron.

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