lahaine.org
Cuba :: 30/11/2003

Por qué callar?

Julio César Guanche
A propósito de un artículo de Sergio Ramírez, publicado en La Insignia

Rubén Darío llamó maestro a José Martí, y éste a su vez nombró hijo al autor de Azul. Pocos recuerdan en Cuba a Julio Antonio Mella sin aquel sombrero al estilo de Sandino con que lo fijó para la historia el lente de Tina Modotti. Cuando los sandinistas triunfaron sobre Somoza, el 19 de julio de 1979, la alegría de los nicaragüenses fue acompañada por la de miles de cubanos que partieron hacia Nicaragua como maestros, ingenieros o médicos. De la niñez, guardo el recuerdo de la preocupación entrañable de mis mayores hacia aquel pequeño país, que se lanzaba también a la aventura de agenciarse un destino propio.

Sergio Ramírez, años después de derrotada la revolución sandinista, recordaba las palabras del Popol Vuh, "mientras más oscuro está el cielo, más pronto va a amanecer", y encontraba en ello esperanza para el desconsuelo. No obstante, con independencia de que Nicaragua, y con ella todos los países de América Latina, estén esperando el despuntar del día desde que esas palabras fueron escritas, puede resultar que tal utopía resulte todavía demasiado distante y haya que embarcarse en algún esfuerzo por adelantar el alba. Aún sin aceptar que el sueño del sandinismo haya pasado a la historia, como ha asegurado Ramírez, Cuba estaría entre los poquísimos países que sigue intentando un camino diferente al recorrido por América Latina en los últimos quinientos años. Sin embargo, el autor de más de treinta obras y uno de los rostros más importantes de la intelectualidad nicaragüense, ofrece una visión sobre la Isla, en el artículo "No se puede callar" publicado recientemente en el diario La insignia, que la haría figurar en la antología más selecta del cinismo político y el pragmatismo antiético.

Según se desprende del texto, a Cuba le han venido como anillo al dedo, por utilizarlos como cortina de humo contra la "oposición pacífica cubana", los dos mil misiles enviados contra Iraq en menos de siete días, los 270 mil soldados desplegados sobre el territorio de la antigua Mesopotamia, el saqueo de cinco mil años de civilización que arrasó con el Museo Nacional de Bagdad, la Biblioteca y el Archivo Nacional, el Ministerio de Donaciones Religiosas, la Biblioteca Coránica y el Teatro de Babilonia, así como la población civil masacrada y el medio millón de niños que, según la UNESCO, requerirán urgente atención psicológica después de sufrir el horror de la guerra.

Fueron algunos intelectuales quienes le aportaron al autor de Tiempo de fulgor la explicación del proceder del gobierno de la Isla: la amenaza norteamericana y la necesidad de defender el país. Sin embargo, esas serían fuentes poco confiables al tratarse de intelectuales "usualmente disciplinados con el gobierno de la Isla" y que "suelen defender las posiciones oficiales cubanas". Pocos escritores conocen tan bien como Ramírez la contradicción entre los Estados Unidos y Cuba -y entre Estados Unidos y las revoluciones, pues él mismo estuvo en el epicentro de la revolución sandinista- y tiene cabal comprensión de hacia dónde puede conducir el diferendo.

Ramírez pudiera dar fe del origen de los contras, de cómo fueron llamados por la prensa libre "luchadores por la democracia", y de cuál fue el papel de los Estados Unidos en su manutención. Siendo vicepresidente de Nicaragua, fue testigo directo de la política que combina desestabilización económica, campaña mediática, acoso militar y promoción de la "disidencia pacífica", con la exigencia paralela de "apertura política" y celebración de "elecciones libres". Debe recordar también hasta dónde es capaz de llegar la cúpula gobernante norteamericana para conseguir sus objetivos: el financiamiento a la "oposición nicaragüense" dio lugar al mayor escándalo político en los Estados Unidos desde Watergate: el Irán-contras, al utilizarse el dinero sucio obtenido de las ventas de armas norteamericanas a Irán en el sostenimiento de la contraguerrilla nicaragüense. Seguramente, tampoco ha olvidado cómo los Estados Unidos no cedieron terreno hasta conseguir la derrota del sandinismo: las elecciones de 1984 en Nicaragua, a pesar de ser libres y justas, no fueron reconocidas por Washington, como sí lo fueron las de 1990 en las que el FSLN perdió el poder "democráticamente". En éstas, el principal argumento electoral de la candidata de los Estados Unidos, Violeta de Chamorro, fue la promesa norteamericana de acabar con la guerra.

"Nadie puede ignorar -asegura entonces Ramírez- que el enfrentamiento de Cuba con Estados Unidos, con altos y bajos, lleva ya casi medio siglo, lo mismo que las amenazas de invasión." No obstante, y pasando por alto que el problema tiene más larga data, piensa que tal amenaza real pierde capacidad de justificación al enviar a la cárcel a seres humanos por el "hecho de disentir en términos políticos y expresar esa disidencia de manera pacífica".

A inicios del siglo XXI, al desarrollar una guerra de conquista mundial, las bases de la política exterior norteamericana parecen haber retrocedido a una plataforma pre Viet Nam. En esa cruzada ya han sucumbido la Organización de Naciones Unidas, Yugoslavia, Afganistán, Iraq y se amenaza ahora a Siria y Corea del Norte, se crean tensiones entre Colombia y Venezuela y se provoca que en Bolivia el embajador norteamericano actúe con antidiplomática agresividad. No hace demasiado tiempo, el hermano del presidente de los Estados Unidos, quien es además gobernador de la Florida, el estado que concedió a George W. Bush la primera magistratura en contra de los votantes, ha dicho que Cuba debe mirarse en el ejemplo de Iraq. ¿Qué vínculos relacionan a una "oposición pacífica" con el ejemplo de Iraq? ¿Cuál es la opción "de pensamiento diferente" de quien trabaja para la potencia que en ninguna circunstancia histórica ha reconocido la independencia de Cuba? ¿Cuál es el empeño mesiánico que lleva a James Cason, jefe de la sección de intereses de los Estados Unidos en Cuba, a recorrer 6 mil millas en la Isla y a convertir su residencia oficial en lugar de trabajo de la "oposición pacífica"?

La imagen de patética pobreza que Ramírez otorga a la "disidencia cubana" nada tiene que ver con los recursos con que el Imperio la sostiene. Con fondos públicos, el gobierno norteamericano sufraga una emisora de radio y otra de televisión destinadas exclusivamente a la subversión en Cuba. Sitios web, emisoras, periódicos y revistas financiados públicamente por el gobierno norteamericano, o por la CIA en privado, -en un contexto en que cuatro de cada cinco noticias publicadas en el mundo son generadas por agencias norteamericanas- no son las "hojas volantes" de las que habla en su texto Ramírez. (Solo por curiosidad, ¿cuántos "mimeógrafos viejos" podrían comprarse con quince millones de dólares?)

El autor de Margarita, está linda la mar debe saber que es falsa la alternativa entre aceptar en bloque todo el actuar de la Revolución o negarle la solidaridad en estas circunstancias. Cuando se tiene una conciencia tan clara del peligro de una agresión contra Cuba, tal cual lo reconoce el artículo, ¿cómo es posible equiparar el "conmigo o contra mí" del emperador fascista -el Cuarto Reich le han llamado al actual gobierno norteamericano-, con la política seguida por Cuba? ¿Cómo es posible poner en un plano de igualdad a ambas naciones? ¿Qué relación guardan la mayor potencia mundial, que desarrolla una guerra de agresión a escala planetaria, con una Isla obligada desde hace cuarenta años a defenderse?

Después de la derrota del FSLN en 1990, el escritor reconoció que la mayor frustración de su vida política era "la impotencia, el no poder hacer el cambio por el que luché contra Somoza: hacer que la sociedad nicaragüense fuera menos injusta", y entiende que hoy Nicaragua sigue "siendo tan injusta como en la era somocista, y el atraso, la crisis alimentaria, la falta de conciencia ambiental, la corrupción y la explotación extranjera se extienden por toda Centroamérica". Después de reconocer su frustración, Ramírez debía al menos abstenerse de instruir a Cuba sobre cómo defender una revolución.

Si el proceso cubano fuese a estas alturas un sinsentido histórico, un remake pavoroso de la revolución de la guillotina, como sugiere Ramírez en su texto, y él no deba sentir compromiso alguno con el sistema político de la Isla, al punto de que se crea en el deber de denunciarlo y callar ante la campaña de su agresor, ¿cuál es el compromiso del autor de El hombre de Niquinohomo en relación con Nicaragua? Si su solución es abandonar la política, y denunciar todo poder, lamentarse será entonces su única enérgica postura. Si la Revolución para él es algo que ya no hay que hacer, a pesar de que en Nicaragua "todo siga igual", el compromiso del intelectual con la justicia podrá recurrir solo a las palabras del Popol Vuh.

En el reciente debate sobre Cuba, se ha afirmado que un intelectual europeo puede tener una visión distorsionada de nuestra realidad y nuestra historia, diferente a la de un latinoamericano. Esto puede ser cierto. Lo que resulta en verdad insólito, y muy amargo para los cubanos, es que desde la tierra de Darío y de Sandino, precisamente desde la entrañable Nicaragua y en este momento de graves riesgos, se ataque a Cuba rehuyendo, según Ramírez, "un viejo discurso que solo hace honor a viejos preceptos escolásticos". Como si no fuesen viejas, y también dolorosamente actuales, las agresiones contra los pueblos de América Latina y la escolástica más totalitaria, y peligrosa, no fuese la del discurso imperial.


No se puede callar, por Sergio Ramírez

 

Este sitio web utiliza 'cookies'. Si continúas navegando estás dando tu consentimiento para la aceptación de las mencionadas 'cookies' y la aceptación de nuestra política de 'cookies'.
o

La Haine - Proyecto de desobediencia informativa, acción directa y revolución social

::  [ Acerca de La Haine ]    [ Nota legal ]    Creative Commons License ::

Principal