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Venezuela :: 07/06/2019

Radiografía sentimental del chavismo (II): Leales pero resignados

Reinaldo Iturriza
Recomponer la voluntad colectiva nacional popular pasa necesariamente por una profunda reforma intelectual y moral de la dirigencia política

En octubre de 2013 escribí algunas líneas sobre un fenómeno que identificaba como uno de los principales peligros, si no el mayor, que enfrentaba la revolución bolivariana en la etapa que se abría luego de la desaparición física de Hugo Chávez: la lealtad resignada (1).

Seis meses después de haberme incorporado al primer gabinete del Presidente Nicolás Maduro, asumiendo la responsabilidad de Comunas y Movimientos Sociales, resultaba evidente el micro-clima predominante en muchos espacios de decisión, y consideré mi obligación dar cuenta de ello públicamente, con el propósito de alertar sobre sus eventuales efectos políticos.

Advertía entonces que la lealtad resignada era lo propio de algunos personajes que no perdían oportunidad para declarar que bajo ninguna circunstancia serían capaces de traicionar el legado del comandante Chávez, expresión muy en boga ya para entonces, y para comprometerse a luchar hasta el final, con el problemático añadido, no manifiesto de manera expresa, de que el final era inminente o, en el peor de los casos, ya había tenido lugar.

El mensaje implícito de los leales pero resignados era que sin el liderazgo de Chávez sería imposible avanzar por la vía revolucionaria, lo que, visto en retrospectiva, en algunos casos ni siquiera era valorado de manera negativa, sino como una oportunidad irrepetible.

El correlato político de la lealtad resignada es el más burdo pragmatismo político. Instalado el pragmatismo como signo de la política, el objetivo pasa a ser permanecer, renunciando a la posibilidad de avanzar. Para el pragmático se trata de aferrarse a lo existente. Su propósito en la vida deja de ser modificar el estado de cosas y actúa para preservarlo. En tal sentido, el pragmatismo es en esencia conservador.

Si con Chávez en vida el pragmático nos hablaba de socialismo, obligado por un entorno que seguramente juzgaría opresivo, por aquellos días se sentía a sus anchas, liberado, y se daba el lujo de poner en entredicho la viabilidad del horizonte socialista de esta revolución. Negado el horizonte, se produce automáticamente la clausura estratégica. La política queda reducida a la táctica permanente para superar, a duras penas, coyuntura tras coyuntura.

La lealtad resignada de una parte de la clase dirigente chavista no solo contrastaba, que todavía sería una manera muy elegante de plantearlo, sino que chocaba de frente con el estado de ánimo de la mayoría de la base social del chavismo.

Había, eso sí, mucha tristeza en parte del pueblo, lo cual advirtió oportunamente el Presidente Maduro, quien de hecho reflexionó en reiteradas oportunidades de manera pública sobre el asunto. Había también, y esto lo percibí una y otra vez en la calle, en interlocución directa con la gente, muchas dudas, casi siempre fundadas, respecto de nuestra capacidad para calzar los zapatos de Chávez, para seguir haciendo un ejercicio de la política genuinamente chavista. Me parece que las intensas jornadas de gobierno de calle durante aquel 2013 contribuyeron significativamente, al menos durante un tiempo, a despejar parte importante de estas dudas.

Entonces, como ahora, el pueblo chavista sentía una profunda inconformidad con el estado de cosas y luchaba para cambiarlo. Lo seguía animando un espíritu fundamentalmente revolucionario: deseaba cambiar todo lo que tenía que ser cambiado. Lo seguía animando, para decirlo con Gramsci, un indoblegable “espíritu de escisión” (2).

La referencia a Gramsci no es fortuita. En abril de 2013, en oportunidad de instruirme sobre los objetivos a cumplir por el equipo que me acompañaba en Comunas y Movimientos Sociales, el Presidente Maduro ordenó trabajar para conjurar toda posibilidad de fractura hegemónica democrática y popular. El riesgo era claro, tanto como lo que nos correspondía hacer para enfrentarlo. Seis meses después, era igualmente claro que parte de la clase política chavista no compartía el mismo espíritu.

Esta ausencia de “espíritu de escisión” la vimos expresada muchas veces en quien estaría llamado a forjarlo: el nuevo Príncipe, es decir, el partido. Escribía Gramsci: “El moderno Príncipe debe y no puede dejar de ser el pregonero y organizador de una reforma intelectual y moral, lo que además significa crear el terreno para un ulterior desarrollo de la voluntad colectiva nacional popular hacia el cumplimiento de una forma superior y total de civilización moderna”.

Es ampliamente conocido el razonamiento de Gramsci respecto de la importancia de los intelectuales: el pueblo “siente”, pero no siempre “comprende” y “sabe”, y al contrario, los intelectuales “saben”, pero no siempre “comprenden” y “sienten” las aspiraciones populares. El papel del moderno Príncipe, en tanto intelectual colectivo, sería garantizar esa conexión: “no se hace política-historia sin esa pasión, o sea, sin esa conexión sentimental entre intelectuales y ‘pueblo-nación’. En ausencia de tal nexo las relaciones del intelectual con el pueblo nación son o se reducen a relaciones de orden puramente burocrático, formal; los intelectuales se convierten en una casta o un sacerdocio”.

En el caso venezolano, esta notable ausencia de “espíritu de escisión” en parte de la clase política chavista, tanto en funciones de Gobierno como en distintos niveles de la dirección del partido, y que se afianzaría a partir de 2016, luego de la derrota en elecciones parlamentarias, se tradujo en una situación muy singular: de un lado un pueblo hecho voluntad colectiva nacional popular que siente, comprende y sabe, y del otro una dirigencia leal pero resignada, con una extraordinaria dificultad para saber, comprender y sentir las aspiraciones del pueblo venezolano, y convertida por tanto en algo muy similar a una Iglesia con muy pocos “fieles”.

Las manifiestas reservas expresadas por parte de la dirigencia respecto de las capacidades populares, su interpretación acomodaticia de lo que sería el socialismo, cuando no su renuncia expresa al horizonte de transformación anti-capitalista; su apuesta por establecer alianzas con el capital, haciendo a un lado al pueblo organizado; la inclinación por salidas privatizadoras, entre otros fenómenos, vendrían a ser el corolario de esa desconexión sentimental que ya se anunciaba en 2013.

Por eso no basta con proclamar a los cuatro vientos aquello de “leales siempre, traidores nunca”, puesto que si no se puede ser leal con aquella conexión sentimental fundante de la política revolucionaria, ¿para qué sirve la lealtad? ¿A qué intereses responde la lealtad resignada?

Recomponer la voluntad colectiva nacional popular pasa necesariamente por una profunda reforma intelectual y moral de la dirigencia política, por la restitución plena de esta conexión sentimental, de esa pasión, para que sigamos haciendo historia.

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(1) Reinaldo Iturriza López. Contra la lealtad resignada. 12 de octubre de 2013. https://elotrosaberypoder.wordpress.com/2013/10/12/contra-la-lealtad-resignada/

(2) Jaime Pastor. Apuntes sobre el pensamiento político-estratégico de A. Gramsci. Viento Sur, 27 de abril de 2017. A continuación, todas las referencias a Gramsci están tomadas de este extraordinario ensayo. https://vientosur.info/spip.php?article12514

https://elotrosaberypoder.wordpress.com

 

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