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Europa :: 20/10/2022

Reino Unido: La mentira de la economía del goteo

Grace Blakeley
Tras los recortes fiscales de Thatcher en la década de 1980, su legado fue un aumento permanente de la desigualdad, crisis inmobiliaria y quiebras financieras

Mucha gente está dispuesta a describirse a sí misma como "neoliberal", pero muy pocos están dispuestos a admitir que apoyan políticas económicas basadas en el “efecto goteo” (trickle-down economics). El término fue acuñado por los estrategas del partido demócrata de EEUU en la década de 1980 para arremeter contra la idea de que los recortes de impuestos para los ricos generarían prosperidad para todos los demás.

Dar dinero a los ricos en forma de recortes fiscales, mientras millones de personas luchan por pagar el alquiler y las facturas, con la vana esperanza de que con el tiempo se genere prosperidad para todos los demás, nunca ha sido una idea política muy popular. El término "economía de goteo" se ha convertido, por tanto, en una línea de ataque muy popular. Y es precisamente por eso que la mayoría de los neoliberales lo odian.

La "economía del goteo" es, según ellos, un término engañoso. La idea que subyace a los recortes fiscales para los ricos no es permitirles adquirir más bienes y servicios, ni permitirles aumentar los salarios para incrementar los ingresos de todos los demás. El vínculo entre el crecimiento y los recortes fiscales no pasa por un mayor consumo, sino por una mayor inversión. Y se supone que la inversión es buena para todos.

La inversión privada genera más empleo, ya que las empresas contratan nuevos trabajadores al aumentar la producción. Un mayor empleo significa un mayor consumo, que a su vez apoya la producción en un ciclo de crecimiento económico que se refuerza a sí mismo.

Pero la inversión privada no se limita a aumentar el consumo a través del aumento del empleo; la inversión privada es la base del crecimiento económico a largo plazo en cualquier economía capitalista.

La inversión es la base de la innovación. Las nuevas tecnologías innovadoras pueden ayudarnos a conseguir cualquier cosa, desde el aumento de la eficiencia de la producción, hasta la provisión de nuevas e ingeniosas formas de abordar problemas sociales como la mala salud y el deterioro del clima, o simplemente el desarrollo de nuevos productos deseables que satisfagan las necesidades humanas.

Y en las sociedades divididas en clases, esta inversión la realizan los héroes del modo de producción capitalista: los empresarios.

El economista político de principios del siglo XX, Joseph Schumpeter, consideraba a los empresarios como un ser humano de alto nivel, un héroe que asume riesgos y que arrastra a la sociedad hacia el futuro. La recompensa por estos esfuerzos es el beneficio.

En el modelo de Schumpeter, que representaba una importante desviación de los modelos anteriores de equilibrio general, los empresarios debían ser capaces de generar superbeneficios temporales a partir de su inventiva. Estos beneficios se derivan del poder de mercado que un empresario exitoso obtiene cuando es el primero en desarrollar y poner en marcha una nueva innovación.

Sin embargo, en última instancia, estos superbeneficios serían siempre temporales. Si la empresa no siguiera innovando, aparecerían nuevos empresarios que reducirían la cuota de mercado del titular, garantizando que ninguna empresa pudiera dominar ningún mercado durante demasiado tiempo.

Sin estos superbeneficios temporales, el capitalismo se estancaría. Los empresarios no tendrían incentivos para invertir y la innovación se detendría. A Schumpeter le preocupaba que la deriva hacia el socialismo que veía en su época condujera al colapso del capitalismo, no por la organización autoconsciente de las clases trabajadoras, sino por el aplastamiento del espíritu empresarial.

Los impuestos sobre los beneficios de las empresas y sobre las rentas de los ricos (que suelen proceder más de la inversión que del trabajo) son algunos de los factores que supuestamente representan un impedimento para la innovación. Si uno sabe que, en caso de que su proyecto tenga éxito, sus beneficios serán simplemente eliminados por los impuestos, ¿por qué se arriesgaría a invertir?

Este es el argumento que esgrimen los neoliberales a favor de los recortes fiscales: que, sin ellos, nuestra economía se paralizaría.

Sólo hay un problema con este argumento: se ha demostrado que es totalmente falso tras décadas de pruebas empíricas. Como ha demostrado un reciente informe del IPPR ['Institute for Public Policy Research', 'think tank' inglés progresista líder], el Reino Unido sigue siendo lamentablemente inferior a países similares en lo que respecta a las tasas de inversión, a pesar de varias décadas de recortes en el impuesto de sociedades.

Y no es de extrañar, porque el marco schumpetariano no se aplica a la economía británica. Esta economía no se caracteriza por un gran número de valientes emprendedores que inventan innovaciones y las sacan al mercado antes de ser superados por nuevos competidores. Esta economía se caracteriza por un rentismo y un poder de mercado omnipresentes.

Los mayores mercados del Reino Unido están dominados por varias empresas gigantescas, y en gran medida por las mismas empresas que los dominaban hace diez o veinte años. Estas empresas suelen tener cierto poder de mercado y acceso preferente al crédito, así como estrechos vínculos con el Estado, lo que les permite comprar o aplastar a los nuevos competidores antes de que supongan una amenaza.

Muchos de esos mercados -desde el financiero y el inmobiliario hasta el de las materias primas y los servicios públicos- se caracterizan por unas barreras de entrada extraordinariamente altas y un rentismo generalizado. Muchas de las "innovaciones" que se desarrollan en estos sectores tienen un enorme impacto negativo en el resto de la sociedad.

Los recortes fiscales diseñados para beneficiar a estas empresas y a sus inversores no hacen más que agravar el problema que subyace a los bajos niveles de productividad de la economía británica: demasiado dinero estancado en la cima.

Hay pocos incentivos para innovar en una economía como la británica, cuando los que tienen toda la riqueza y el poder pueden generar rendimientos mucho mayores acopiando recursos como la tierra, la vivienda, el crédito y la energía y vendiéndolos al mejor postor.

Los recortes de impuestos simplemente fomentan estas estrategias, como se puso de manifiesto en EEUU cuando los recortes de impuestos de Trump dieron lugar a un mini-boom en Wall Street, ya que las empresas repartieron enormes sumas a los accionistas o emprendieron una amplia actividad de fusiones y adquisiciones. Lo mismo ocurrió tras los recortes fiscales de Thatcher en la década de 1980, cuyo legado fue un aumento permanente de la desigualdad, una crisis inmobiliaria y varias quiebras financieras.

Desgraciadamente para Liz Truss, en un entorno como éste, ni siquiera puede confiar en un auge temporal de la City para apuntalar su apoyo. Incluso los inversores que probablemente se beneficien de estos recortes fiscales miran ahora a la economía británica y no alcanzan a ver cómo puede crecer de forma sostenible en el futuro.

Y es por ello por lo que los recortes fiscales no generan automáticamente inversiones. Porque sin un crecimiento económico sostenible, no tiene mucho sentido emprender ninguna inversión en primer lugar.

tribunemag.co.uk. Traducción: Iovana Naddim para Sinpermiso.

 

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