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Europa :: 21/05/2012

Retrato no oficial de Sarkozy

John Berger
Sarkozy era (es) un agente encubierto. Arribó a los escenarios políticos con la misión secreta que sirvió a los intereses del capital financiero especulativo

El ex presidente ha anunciado que tras su derrota en las elecciones se retirará de la política. Falta por ver lo que realmente significa esto en términos de sus posibles actividades futuras. Sin embargo, dadas las circunstancias, y viniendo de un líder político francés, fue un anuncio sorprendente.

La verdad es que Sarkozy nunca ha sido un político en el sentido en que sí lo han sido todos los otros presidentes de la Quinta República. Desde el principio su papel esencial fue diferente, y únicamente si definimos eso podremos entender su conducta, sus motivaciones y su destino histórico.

Debo dejar claro que no soy un comentarista político; soy un ardiente observador de los gestos, las reacciones y el comportamiento. Miro muy de cerca las representaciones.

Sarkozy era (es) un agente encubierto. Arribó a los escenarios políticos con la misión secreta que sirvió a los intereses de una potencia exterior global –el poder del capital financiero especulativo que, por definición, amenaza los intereses de cualquier Estado. Como lo argumenta sucintamente Zygmunt Bauman, las fuerzas corporativas que hoy manejan el mundo están "libres de las restricciones territoriales –las restricciones de la localidad".

La misión secreta de Sarkozy era desmantelar en Francia, y luego en la Unión Europea, todas las agencias y las tradiciones estatales que podrían haber sido hostiles a las prioridades de las nuevas y desterritorializadas fuerzas globales del mercado.

Creyó absolutamente en su misión, no porque la hubiera pensado él mismo –no es ningún Milton Friedman–, sino porque la asumió de un modo personal; fue lo que le dio sentido a su vida, a sus ambiciones y a su adicción por los juegos de poder. (Jugó éstos como se juega en un tablero.)

La política fue su cobertura. Construyó un personaje político convincente para sus asociados y los medios, y no obstante su personaje apenas fue creíble. Se hizo hábil con los antecedentes y las estadísticas. Reunió un guardarropa de argumentos prefabricados muy a su medida. Tenía una energía notable –los agentes secretos aprenden a vivir sin descanso, sin recurrir a la relajación normal, porque nunca están en su hogar real. Aprendió la retórica del patriotismo a la que todos los políticos recurren en ciertos momentos.

Y no obstante era apenas creíble. ¿Por qué? En parte porque lo que prometía no llegaba. Pero a un nivel más profundo, porque no podía entender la pasión política y por tanto no entendía la búsqueda que implica la política, con todas las contradicciones e historias que con frecuencia son más duraderas que cualquier tiempo de vida. No era un ser político: la política era su careta. De ahí sus equivocaciones recurrentes y sus decisiones erráticas.

Si entendemos esto bien, podemos percibir y situar mejor su caótico y patético egocentrismo. Uno que nada tiene que ver con el carismático egocentrismo de, digamos, un Napoleón o un Tito. El egocentrismo de Sarkozy no era una vocación sino algo relacionado con las situaciones. Trataré de explicar.

La práctica satírica de representar gráficamente como animales a los políticos y a quienes detentan el poder, comenzó en el siglo 19. Grandville y Daumier nos vienen a la memoria de inmediato. Antes, tales comparaciones críticas existían sólo en los proverbios, en el teatro callejero y en las canciones de mofa.

Conforme las elecciones presidenciales se acercaban a su fin, en la pantalla y en las fotografías Sarkozy comenzó a verse más y más como un chimpancé en una jaula. La jaula de un zoológico atestado.

Ahí lo vieron y evaluaron millones de votantes, y la única forma que él halló para responder a esta atención fue la de referirse de continuo a sí mismo. Por supuesto tenía palabras y gestos, pero sus palabras estaban solas, era un monólogo. No pudo mostrar o elaborar su verdadera misión. Y de repente se encontró solo en una arena política ante un popular Will que insistía en retornar a la política con sus pasiones y longevidades, un retorno a todo lo que Sarkozy había confiado en desmantelar.

La jaula estaba hecha de la soledad de una misión secreta no cumplida.

La Jornada

 

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