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Medio Oriente, Mundo :: 24/10/2011

Revolución y guerra: "La cuestión oriental"

Ezequiel Espinosa
De una forma o la otra, esta primavera árabe no parece encaminada a una “conquista de la democracia”

“Alrededor del Santo Sepulcro se encuentra un conjunto de todas las diversas sectas del cristianismo, detrás de cuyas pretensiones religiosas, se ocultan otras tantas rivalidades políticas y nacionales”
Karl Marx

La denominada primavera árabe ha suscitado una serie de debates y expectativas sobre su carácter, alcance, etc. Aunque más recientemente el movimiento de lxs indignadxs pareciera haber eclipsado la atención mundial sobre las grandes revueltas en el mundo árabe-musulmán, aunque más no sea de reojo, nuestras gafas políticas se encuentran “observando el Islam”, por decirlo de un modo caro a lxs antropólogxs. Y será precisamente Clifford Geertz quien en sus interpretaciones sobre el Islam en Marruecos y en Indonesia nos muestra devenires posibles de una tal religiosidad a partir de los procesos de colonización. El antropólogo estadounidense supo señalar cómo el islamismo en Indonesia –guiado por los Santri (estudiantes de teología)- se convirtió en un movimiento nacional de descolonización y de mayor intolerancia ante religiosidades con las que otrora convivía. En el caso marroquí, por el contrario, y más allá de una cierta transformación interna de la religiosidad, el islamismo no deviene en un “Islam político”.

Pero sería con el acontecimiento de la revolución iraní de 1979 que el Islam irrumpe en la política internacional como un movimiento social capaz de producir procesos revolucionarios bien diferentes a los que aparecían como inspirados en las formas europea-occidentales de sucesos de tales magnitudes. Ésta peculiaridad ha sido reconocida sobriamente por Eric Hobsbawm y fascinó a un impresionable Michel Foucault. Si para el primero se trato de una primera revolución distinta, por su carácter anti-modernista, para el segundo parecía abrir la época de las revoluciones de nuevo tipo, acaso la era de las revoluciones posmodernas. Como sea, por lo pronto digamos que la cuestión de la primavera árabe nos sitúa ante lo que Clifford Geertz denomino como los efectos radicales de los procesos de descolonización, y el esfuerzo –también geertziano- de los imperialismos por “domesticarlos”. Así, y al parecer, la situación (pos)colonial se caracteriza por la configuración de una paradoja histórico-política; la constitución de colonias [nativas] libres. Y en este contexto, el neocolonialismo se define como la intervención político-militar de las potencias imperialistas con el fin de constituir tales colonias libres.

Todos los seres humanos, de una forma u otra, vivimos atravesados por la experiencia religiosa, pero ello no significa que todos desarrollemos alguna religiosidad, o que participemos de algún movimiento religioso. La religiosidad –religare, sentimiento que une- es una articulación espiritual específica del sentimiento y la conciencia religiosa (el ateísmo, por su parte, es la negación de toda religiosidad). Por otro lado, el fundamentalismo -la sacralización de la propia ideología- se encuentra implícito en todas las religiosidades, pero se vuelve explicito y manifiesto cuando se enfrenta a las ideologías en cuanto tales, y que no son más que una laicización de las religiosidades. El Islam se nos presenta como una religiosidad particular, más o menos diversa al interior de su dominio. Pero ¿qué puede significar un “Islam político”, o más todavía, un “gobierno islámico”?.

Ciertamente, un gobierno islámico puede adoptar una forma por completo reaccionaria tal y como apreciara Karl Marx en 1854. Y bajo un régimen de ese tipo, la legislación inspirada en el Corán y derivada del mismo, reduce la geografía y la etnografía “a la distinción convenientemente simple, de (…) fiel e infiel. El Infiel es harby, es decir, el enemigo. El islamismo proscribe (...) a los Infieles, y postula un estado de hostilidad permanente entre el musulmán y el no creyente”. Y es éste sistema de gobierno el que parece haberse impuesto en Irán, luego de 1979. Ante un régimen de estas características, el comunista alemán apoyaba decididamente una política orientada a su derrocamiento y posterior establecimiento de un régimen laico y republicano que emancipara a las poblaciones administradas por teles sistemas de su sometimiento al Corán, al clero –aunque es difícil hablar de un clero islámico- y que propiciara “una revolución en las relaciones sociales, políticas y religiosas” para lograr una “occidentalización” de las naciones musulmanas.

A ésta posición marxiana se aferran algunos marxistas ortodoxos de clara acentuación sionista. Por su parte, Michel Foucault advirtió la posibilidad de algo como un autogobierno islámico-popular como una promesa incumplida por la revolución iraní. De acuerdo a sus observaciones, el movimiento revolucionario del Islam Chiíta no conduciría a la instauración de un régimen teocrático comandado por el “partido de Jomeini”, sino que inauguraría un sistema de gobierno donde, por decirlo así, lxs trabajadorxs tendrían garantizado toda una serie de derechos sociales, al mismo tiempo que los recursos considerados estratégicos quedarían bajo el control de la administración pública. “Para las libertades, ellas serán respetadas en la medida en que su uso no perjudique al prójimo; las minorías serán protegidas y libres de vivir a su manera a condición de no perjudicar a la mayoría; entre el hombre y la mujer, no habrá desigualdad de derechos, sino diferencia, puesto que hay diferencia de naturaleza”. Por lo demás, la orientación política de la nación debía responder a las decisiones de las mayorías, así como los gobernantes serían responsables ante un pueblo que se reservaba el derecho de exigirle la rendición de cuentas o de levantarse contra el mismo si así fuese necesario. Bajo tal perspectiva, ese movimiento de revolución islámica se nos presenta como una suerte de teología de la liberación musulmana y que de acuerdo a algunos analistas, habríase materializado en el Hezbollah y la resistencia palestina.

Como fuere, Friedrich Engels ya nos había advertido sobre una tendencia cíclica en las revoluciones islámicas. Grandes sublevaciones populares que se levantaban como un potente movimiento moral para la purificación espiritual de una sociedad corrompida y tras la utopía de restaurar el islamismo de los tiempos del profeta, “pero cuando triunfan permiten que las antiguas condiciones económicas se mantengan intactas. De manera que la situación anterior se conserva inmutable y la colisión se repite en forma periódica”. ¿Pero es que una “emancipación cívica” romperá tal ciclo?. No. Y de una forma o la otra, esta primavera árabe no parece encaminada a una “conquista de la democracia”.

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