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Europa :: 24/07/2025

Rusia es nuestro test de Rorschach

Emmanuel Todd
El último absurdo de Macron y sus soldaditos hace indispensable el recurso a la geopsiquiatría. El diagnóstico de erotomanía es inevitable. La penetración rusa, entonces, amenaza...

El pasado abril, me entrevistaron en un canal de televisión ruso sobre la rusofobia occidental y tuve una revelación. Más o menos respondí: «Les resultará desagradable oír esto, pero nuestra rusofobia no tiene nada que ver ustedes. Es una fantasía, una patología de las sociedades occidentales, una necesidad endógena nuestra de imaginar un monstruo ruso».

Al estar en Moscú por primera vez desde 1993, experimenté un shock por su normalidad. Mis indicadores habituales --mortalidad infantil, suicidios y homicidios-- me habían mostrado, sin moverme de París, que Rusia había sobrevivido a su crisis en el camino de salida del comunismo. Pero un Moscú tan normal superaba cualquier cosa que hubiera imaginado. Y tuve la intuición, al instante, de que la rusofobia era una enfermedad.

Esta intuición resuelve todo tipo de preguntas. Por ejemplo, me había empeñado en buscar en la historia las raíces de la rusofobia británica, la más obstinada de todas. El enfrentamiento entre los imperios británico y ruso en el siglo XIX parecía justificar tal enfoque. Pero entonces, en ambas guerras mundiales, Gran Bretaña y Rusia fueron aliados, y los ingleses debían a los soviéticos haber logrado sobrevivir la segunda. Entonces, ¿por qué tanto odio? La hipótesis geopsiquiátrica ofrece una solución. La sociedad británica es la más rusófoba, simplemente, porque es la más enferma de Europa.

Como actor principal y primera víctima del ultraliberalismo, el Reino Unido sigue produciendo síntomas dramáticos: el colapso de sus universidades y hospitales, la desnutrición de sus ancianos, por no hablar de Liz Truss, la primera ministra británica más bajita y alocada, una alucinación deslumbrante en la tierra de los alocados Disraeli, Gladstone y Churchill. ¿Quién se habría atrevido a hacer colapsar los ingresos fiscales del Estado sin la protección, no solo de una moneda nacional, sino de una imperial, la moneda de reserva mundial? Trump también está manipulando su presupuesto, pero no amenaza al dólar. Por ahora.

En cuestión de días, Truss destronó a Macron en la lista de éxitos de las absurdidades occidentales. Confieso que esperaba mucho de Friedrich Merz, cuyo potencial belicista antirruso amenaza a Alemania con mucho más que un colapso económico. ¿Quizás la destrucción de los puentes del Rin por misiles Oreshnik? ¿A pesar de la protección nuclear francesa? En Europa es carnaval todos los días.

Francia va de mal en peor, con su sistema político bloqueado, su sistema económico y social basado en endeudarse, su creciente tasa de mortalidad infantil. Nos hundimos. Y, obviamente, ahí lo tenemos: un nuevo repunte rusófobo.

Macron, el Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas francesas y el jefe de la DGSE (un servicio secreto nuestro) acaban de empezar a cantar la canción rusófoba definitiva: Francia es ahora el enemigo número uno de Rusia. Es una locura: gracias a nuestra insignificancia militar e industrial, Francia es la menor de las preocupaciones de Rusia, ya que ya está bastante ocupada con su confrontación global con EEUU.

Este último absurdo macroniano hace indispensable el recurso a la geopsiquiatría. El diagnóstico de erotomanía es inevitable. La erotomanía es esa condición, generalmente femenina, pero no exclusivamente, que lleva al sujeto a creerse universalmente deseado sexualmente y amenazado con la penetración, por ejemplo, de todos los hombres que lo rodean. La penetración rusa, entonces, amenaza...

Debo confesar que estoy harto de las críticas a Macron (otros se están encargando de esto, a pesar del servilismo periodístico general). Por suerte para mí, nos habían preparado para el discurso del presidente del 14 de julio con una nueva locura oficial: discursos idiotas de dos soldaditos del régimen, Thierry Burkhard (Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas) y Nicolas Lerner (jefe de la DGSE). No soy constitucionalista, y no sé si augura algo bueno para la democracia que dos de los gestores del monopolio estatal de la violencia legítima se desahoguen por radio, en una rueda de prensa (Burkhard) o en angustiados desvaríos en el canal LCI (Lerner), para definir la política exterior de Francia con antelación.

El hecho es que la expresión pública y libre de su rusofobia es un tesoro para el geopsiquiatra. Capto dos elementos esenciales sobre el estado de ánimo de la clase dirigente francesa (estas intervenciones fueron consideradas normales por la mayoría del mundo político y periodístico y, por lo tanto, nos revelan la realidad del grupo en su conjunto).

Escuchemos primero a Burkhard. Utilizo la transcripción de Fígaro, con sus obvias imperfecciones. No toco nada. ¿Cómo define nuestro Jefe de Estado Mayor a Rusia y a los rusos? «También se debe a la capacidad de resistencia de su gente, incluso en situaciones complicadas. Aquí también, histórica y culturalmente, este es un pueblo capaz de soportar cosas que nos parecen completamente inimaginables. Este es un aspecto importante de la resistencia y la capacidad de apoyar al Estado».

Permítanme traducir: el patriotismo ruso es inimaginable para nuestros militares. No habla de Rusia, habla de sí mismo y de los suyos. Él no sabe, ellos no saben, qué es el patriotismo. Gracias a la fantasía rusa, estamos descubriendo por qué Francia ha perdido su independencia, por qué, integrada en la OTAN, se ha convertido en un proxy de EEUU.

Nuestros líderes ya no aman a su país. Para ellos, el rearme no se trata de la seguridad de Francia, sino de servir a un imperio en descomposición que, tras lanzar a los ucranianos y luego a los israelíes a la lucha contra el mundo de las naciones soberanas, se prepara para movilizar a los europeos para seguir sembrando el caos en Eurasia. Francia está lejos de la primera línea. Si considerásemos a Alemania como si fuera Hezbolá, nuestra misión como representantes será ser los yemeníes del Imperio.

Pasemos a Nicolas Lerner en LCI. Este hombre parece estar en una gran angustia intelectual. Describe a Rusia como una amenaza existencial para Francia... ¿Con una población menguante demasiado pequeña para sus 17 millones de kilómetros cuadrados? Solo un manojo de nervios podría creer que Putin quiera penetrar en Francia. ¿Rusia desde Vladivostok hasta Brest?

Lo cierto es que, en su angustia, Lerner resulta útil para comprender la mentalidad de quienes nos conducen al abismo. Ve a Rusia imperial donde es nacional, visceralmente apegada a su soberanía. La «Nueva Rusia», entre Odesa y el Donbás, es simplemente la Alsacia-Lorena de los rusos. ¿Habríamos descrito a la Francia de 1914, dispuesta a resistir al Imperio alemán y recuperar sus provincias perdidas, como imperial? Burkhard no entiende el patriotismo, Lerner no entiende la nación.

¿Una amenaza existencial para Francia? Sí, claro, la intuyen, tienen razón, pero se equivocan al buscarla en Rusia. Deberían buscarla en sí mismos. La amenaza existencial es doble.

Amenaza n.º 1: nuestras élites ya no aman a su país. Amenaza n.º 2: ponen el país al servicio de una potencia extranjera, los EEUU, sin tener jamás en cuenta nuestros intereses nacionales.

Cuando hablan de Rusia, los líderes franceses, británicos, alemanes o suecos nos dicen quiénes son. La rusofobia es una patología, sin duda. Pero, además, Rusia se ha convertido en una formidable prueba proyectiva. Su imagen es similar a las láminas del test de Rorschach. El sujeto describe al psiquiatra lo que ve en formas aleatorias y simétricas. Al hacerlo, proyecta elementos profundos y ocultos de su personalidad. Rusia es nuestro Rorschach.

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