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Europa, EE.UU. :: 27/02/2022

Rusia no iba de farol

Txente Rekondo
Pase lo que pase en las próximas semanas en torno a Ucrania, una cosa está clara: el mundo se encamina hacia un nuevo orden mundial

El ataque quirúrgico de Rusia contra Ucrania parece haber sorprendido a buena parte de la clase política occidental (a pesar de que llevaban anunciando la posible invasión desde hace varias semanas) y a los medios hegemónicos de esta parte del mundo.

Lo cierto, es que una vez más, Rusia ha logrado mantener la incertidumbre, y hasta los más experimentados analistas no han sabido y no saben, o no quieren saber, cuáles son las verdaderas intenciones del Kremlin.

El objetivo de Rusia es bastante claro, quiere que el mundo le escuche y se dé cuenta de que el país que habla no es el mismo que una vez perdió la Guerra Fría. A día de hoy, el ejército ruso se ha modernizado mucho y muestra una capacidad operativa que ha sorprendido a muchos militares occidentales. Y a este músculo militar le suma la asociación político, económico y militar con China.

Desde hace tiempo Putin, a la vez que impulsa el peso de Rusia en el mundo, y defiende el derecho de mantener esferas de influencia, ha señalado la necesidad de que Rusia sea respetada por EEUU y sus aliados occidentales, que se acabe con la tendencia de ninguneo que se ha implantado en las cancillerías occidentales hacia Rusia desde el fin de la Guerra Fría.

Con este último movimiento militar en Ucrania, Rusia pretende frustrar la expansión de la OTAN en ese país. Y tal y como hizo en Georgia en 2008, y que supuso un evidente cambio de paradigma, ahora con el apoyo a las repúblicas populares del Donbass dificulta sobremanera el hipotético acceso de Ucrania a la OTAN.

Así mismo, esta demostración de músculo político y militar es también un claro mensaje contra los intentos nunca ocultados por los halcones occidentales para poner en marcha un cambio de régimen en Moscú. Los recientes acontecimientos en Kazajistán ya fueron un aviso o una respuesta en esa misma dirección: las revoluciones de colores se han acabado en el antiguo espacio soviético. 

Y tampoco cabría descartar, que este tipo de movimientos buscaran mejorar su posición negociadora en una hipotética futura salida diplomática al conflicto. Como señala un político europeo, Putin parece seguir en cierta medida las tres reglas negociadoras con Occidente de Andrei Gromyko, antiguo ministro de exteriores soviético. “Primero, exige el máximo, no lo pidas dócilmente, exígelo; segundo, presenta ultimátums; y tercero, no cedas ni un centímetro de terreno.

Las opciones de EEUU y sus aliados occidentales son difíciles de evaluar en este contexto. Todo parece indicar que a medio plazo las opciones y sanciones políticas y económicas que están sobre la mesa no funcionarán. Las sanciones económicas se han impuesto desde hace tiempo contra Rusia, pero en estos momentos Moscú cuenta con importantes reservas económicas, y siempre le queda la carta energética, que, si Alemania y otros países europeos la rechazan, China la adquirirá gustosamente, si no lo ha hecho ya.

El pulso en torno a la opinión pública tampoco parece que dé más de sí. Puede ser que importantes sectores de Europa sigan la estrategia de Washington, pero es difícil que tras todos estos años de demonización y de campañas cargadas de rusofobia contra Rusia y Putin, se pueda “dañar” a éstos todavía más [Aunque El País y otros medios empresariales lo siguen intentando].

La vía diplomática siempre debería tener la puerta abierta. Pero es curioso que mientras Moscú abogaba por la misma (retomar los acuerdos de Minsk), EEUU y sus aliados miraban para otro lado, permitiendo las agresiones de Kiev al Donbass. Decir que con este último ataque militar Rusia habría roto definitivamente el acuerdo, sonaría a sarcasmo, pero como dijo Marx, “la historia ocurre dos veces: la primera como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”.

¿Qué credibilidad le queda a EEUU y a algunos estados de la UE? La defensa de la democracia representativa y las libertades del sistema neoliberal imperante hace tiempo que hace aguas. Los mismos protagonistas que mintieron para ocupar y arrasar Iraq o Afganistán, que destrozaron Libia, Siria o Yemen…y que guardan silencio, cuando no colaboran, ante ocupaciones como la de Chipre, Palestina o Sahara, y que defienden regímenes aliados muy alejados de los supuestos parámetros de libertad y democracia que decían defender… no tienen mucho crédito.

Y a la falta de credibilidad se le debería unir también las divisiones y dificultades que atraviesan tanto EEUU como la UE. La dependencia energética de Alemania o Italia, las elecciones presidenciales francesas y su delicada situación en África, la imagen dañada de EEUU tras la derrota y salida de Afganistán, unido a las dificultades económicas y políticas que atraviesa Washington en clave interna. 

A ese panorama habría que añadir las presiones belicistas de los países [ultraderechistas] bálticos, Polonia o Rumanía, o los intentos de los dirigentes de Gran Bretaña de ocultar sus miserias tras el Brexit con el humo ruso-ucraniano.

¿Y ahora qué? Es el momento de seguir con las especulaciones. Los principales protagonistas deberían buscar la posibilidad de encontrar acuerdos y para ello hace falta voluntad política. De esa manera, los acuerdos podrían tener una naturaleza política, y no ser jurídicamente vinculantes.

Como muy mínimo, La OTAN podría anunciar una moratoria a largo plazo para aceptar nuevos miembros. Biden ya había dicho que era poco probable que se aprobase el ingreso de Ucrania en la próxima década (otros hablan de 25 años).

También se podría acordar no desplegar misiles de alcance intermedio y otras armas ofensivas, como un acuerdo intergubernamental entre Rusia y EEUU que no necesitaría la ratificación y salvaría los obstáculos políticos de algunas instituciones estadounidenses. Y abordar otras preocupaciones de ambas partes sobre capacidades militares y de misiles. Y finalmente se podría analizar situaciones concretas en el flanco oriental de la OTAN y resolverlas mediante medidas de fomento de la confianza.

El Kremlin llevaba tiempo expresando con total claridad cuáles son sus preocupaciones de seguridad en Europa. Las demandas de Rusia son sus objetivos estratégicos en Europa. No busca restaurar la Unión Soviética, si no replantear el concepto de seguridad en Europa, creando una relación contractual entre los dos principales actores estratégicos en la región (Rusia vs EEUU/OTAN), y pasar de esta forma de página de un escenario dominado por EEUU.

En definitiva, asegurar un acuerdo en torno a unas garantías de seguridad, y que se cumpla, de cara a elaborar una nueva estrategia de seguridad en el continente europeo que asegure a Rusia y el resto de estados una relación mutua de seguridad.

En sus negociaciones con Occidente, Rusia no se comporta como un país que se prepara para hacer la guerra, sino como un país que, si es necesario, puede permitírselo. Por ello, Moscú ha venido anunciando que si las conversaciones fracasan, pueden tomar un abanico de medidas técnico-militares: Rusia no iba ni va de farol.

Nuevo orden mundial

Pase lo que pase en las próximas semanas en torno a Ucrania, una cosa está clara: el mundo se encamina hacia un nuevo orden mundial. Ya no estamos en los años siguientes del final de la Guerra Fría, donde tras una realidad bipolar, la hegemonía estadounidense se impuso en todo el mundo. La actualidad nos muestra una nueva geopolítica, donde el mundo no está gobernado por un solo poder, sino que hay al menos tres poderes en competencia (y varios de tamaño mediano, compitiendo por el poder regional).

El confort de dominio estadounidense ha terminado, aunque EEUU no lo quiera aceptar. No aceptar esa realidad traerá consigo más inestabilidad y conflictos. Si Washington y sus aliados europeos continúan comportándose como si nada hubiera cambiado, las cosas empeoraran. 

Rusia y China van reforzando su alianza, y el crecimiento económico de China hará que el peso de esas potencias siga aumentando y diseñando un nuevo balance entre las potencias mundiales, del que EEUU y sus aliados pueden salir mal parados. Además, todo parece indicar que éstos no están preparados para asumir esos cambios en el escenario, y los dirigentes de Rusia y China lo saben.

El antiguo orden mundial ha dejado de funcionar, nos encaminamos por tanto hacia una nueva realidad, donde deberíamos dejar de lado las lentes eurocéntricas que nos distorsionan los análisis de la realidad.

Como señalaba recientemente un analista, “Rusia para los europeos es el encanto de lo antiguo: desagradable pero comprensible. Y esto también podría aplicarse a China, en su propio entorno. Japón y Corea del Sur reconocen el esfuerzo por ordenar las relaciones según el antiguo sistema jerárquico de centralidad china. Aunque en realidad no lo quieran, lo entienden.” Por el contrario, ¿qué quieren realmente EEUU y sus aliados, además de decir no a China o Rusia?”

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