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EE.UU. :: 01/09/2023

Sobre mentiras y...

Maciek Wisniewski
Lo más inquietante no es que existiera un Trump tan entregado a la mentira y a la gilipollez, sino que la población estadounidense respondiera con tanto entusiasmo

Harry Frankfurt (1929-2023), un aclamado filósofo estadunidense y profesor de la Universidad de Princeton (EEUU) fallecido a mediados de julio, ha sido autor de un libro peculiar y sonado en su momento, Sobre gilipolleces (On Bullshit, 2005). El quid de su argumento era la distinción entre la gilipollez (bullshit), el gilipollas (bullshitter), la mentira (lie) y el mentiroso (liar).

A diferencia del mentiroso, que tiene en cuenta a la verdad, según Frankfurt el gilipollas es completamente indiferente a ella. El mentiroso se preocupa por la verdad e intenta ocultarla. Al gilipollas le da igual si lo que dice es verdadero o falso. Su única preocupación es persuadir a otros a fin de obtener algo o satisfacer una necesidad.

En este sentido, gilipolleces (sandeces, patrañas, etc.) son una forma de falsedad distinta de la mentira. Es imposible que alguien mienta a menos que sepa la verdad. Gilipollear no requiere tal condición por lo que, según Frankfurt, la gilipollez y el gilipollas son una amenaza más grande a la verdad que la propia mentira y el mentiroso.

Con base en esto, en 2016 Frankfurt sugirió que Donald Trump, el entonces candidato a la presidencia, era un mentiroso consumado, pero sobre todo un gilipollas. Hacía afirmaciones falsas que sabía que eran falsas, pero más que nada sobresalía en hacer otras de cuyo carácter no estaba seguro o cuya veracidad era inverificable. En el primer caso, mentía. En el segundo, gilipolleaba.

En la segunda categoría recaían tanto las afirmaciones autopromocionales, por ejemplo que él tenía la memoria mejor del mundo o que era el hombre de negocios extremadamente exitoso –el libro de Trump, The Art of the Deal (1987) está lleno de este tipo de afirmaciones revelando su origen: el mercado inmobiliario neoyorquino en el que Trump, con una larga historia de bancarrotas y fracasos empresariales, logró sobrevivir sólo gracias a engaños y litigios constantes–, como las promesas de la campaña pronunciadas, más que cualquier otro político, sin ningún apego a la realidad o programa político, solamente con un objetivo: ser elegido presidente.

Todo esto viene a la mente en el contexto de las recientes acusaciones de Trump relacionadas con sus esfuerzos para anular las elecciones presidenciales en 2020 y su responsabilidad en el ataque al Capitolio el 6 de enero de 2021, que incluyen la conspiración para defraudar a EEUU, conspiración para obstruir de manera corrupta un procedimiento oficial, obstrucción e intento de obstruir un procedimiento oficial y conspiración contra el derecho al voto.

La parte clave de la acusación federal –otra acusación parecida acaba de ser presentada en el estado de Georgia– reside en que el demandado difundió mentiras de que hubo un fraude, sabiendo que eran afirmaciones falsas, y con base en las cuales, a pesar de haber perdido, quería permanecer en el poder. O sea, en términos de Frankfurt, tal cual una mentira –no una gilipollez, que en teoría puede que sea una amenaza más grande a la verdad, pero difícilmente sería procesable–, que además, según la fiscalía, fue la base para una conspiración criminal y delictiva.

Frente a las alegaciones de la defensa de Trump de que sus afirmaciones –sean cuales fuesen– han de ser protegidas por la Primera Enmienda, que estipula que todo estadounidense tiene el derecho a expresar libremente su opinión, las voces contrarias especifican que este derecho se pierde si las palabras se utilizan para delinquir.  En este caso, conspirar para boicotear el resultado electoral tratando por ejemplo de obligar a sus colaboradores –al vicepresidente Mike Pence y al fiscal general William Barr– a bloquear la certificación de la victoria de Biden por el Colegio Electoral (cosa a la que ambos se han negado).

Según el propio Barr, en una entrevista reciente, es dudoso que esta línea de la defensa de Trump sea válida: no están atacando su Primera Enmienda. Él puede decir lo que quiera. Mentir. Decirle a la gente que la elección fue robada cuando sabía que no lo era. Eso no te protege de entrar en una conspiración. Todas las conspiraciones involucran la libertad de expresión, y todo fraude involucra el habla. Pero la libertad de expresión no te da derecho a participar en una conspiración fraudulenta.

¿Buenas noticias −como alegan algunos− o más o menos? Lo que observamos es más bien la judicialización de un problema que es esencialmente político, algo que no sólo pasa en EEUU: en junio en Brasil, el Trump tropical, Jair Bolsonaro fue inhabilitado por ocho años por mentiras electorales. Dado que el 6 de enero no era un verdadero putsch –Trump fue demasiado perezoso e inepto para orquestar uno–, la conspiración a base de mentira para boicotear el resultado electoral es lo único que, tal vez, se le pueda demostrar.

Pero, tal como ya lo señalaba Harry Frankfurt en 2016, lo más inquietante no era que existiera una figura política tan entregada a la mentira y a la gilipollez −y una que las usara para atacar a la democracia−, sino que haya un gran segmento de la población estadounidense que respondiera a ella con tanto entusiasmo.

La lucha es política y no sólo judicial –la herramienta que, irónicamente, es la base del éxito empresarial de Trump–, y la solución está en la política y no sólo en el sistema judicial y/o electoral que anteriormente en Brasil le abrió el camino a Bolsonaro (al encarcelar a Lula), y en EEUU funciona para sofocar la propia democracia (Colegio Electoral).

@MaciekWizz

 

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