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Argentina :: 12/08/2022

Una mirada larga sobre la producción agropecuaria y la soberanía alimentaria

Guillermo Cieza
Desde un diagnóstico equivocado sobre la economía argentina, los reclamos de los productores y de sus entidades corporativas no apuntan a resolver problemas

La producción agropecuaria ha sido durante años una de las actividades productivas más dinámicas y una de las principales fuentes de divisas externas para el país, pero está acechada por nubarrones hacia el futuro. Desde un diagnóstico equivocado sobre los problemas por venir, los reclamos de los productores y de sus entidades corporativas, no apuntan a resolver problemas sino a seguir acelerando dentro del pantano.

Si se hiciera una encuesta a la totalidad de los productores agropecuarios del país y se le pidiera que identificaran cuáles son sus mayores problemas, o quiénes les ponen palos en la rueda, me animo a sugerir que identificarían como obstáculos en primer lugar al Estado y a la presión tributaria, y en segundo lugar a los gobiernos populistas que aplicando políticas distribucionistas supuestamente castigan al trabajo y al empleo privado. Estas apreciaciones no tienen fundamentos. La Argentina es un país con una carga tributaria reducida para el capital y la ganancia empresaria, si se los compara con otros países de America Latina, está por debajo de Brasil, Uruguay o México. Esta diferencia a la baja, es mucho más grande si la comparación se hace con lo que pagan por impuestos los empresarios en EEUU y los países de la Unión Europea.

Por otro lado, la ampliación de cupos de planes sociales durante la pandemia, permitió amortiguar sus efectos sobre los sectores más vulnerables. Pero a finales de 2021, recuperada la actividad económica y con más producción que en 2019, se advierte que no ha crecido el empleo privado. El crecimiento económico y las mayores ganancias empresariales se han hecho a expensas de un aumento de la productividad de los mismos trabajadores, sin que creciera el empleo privado, ni los salarios. Sólo la generación de nuevos puestos de trabajo genuino, o el achique de la jornada laboral, puede reducir el número de personas que exijan planes sociales para sobrevivir.

La confusión sobre cuáles son los verdaderos problemas de los productores agropecuarios es una victoria ideológica de la derecha, que ha conseguido imponer sus puntos de vista, sin ningún tipo de sustento. Hecha esta aclaración, quiero insistir en que la producción agropecuaria está en problemas, pero que las cuestiones a atender son otras. Algunas exceden lo puramente local, son compartidas con otros productores del mundo, que adhieren al modelo agropecuario industrial.

El primero y más evidente, es que todo el sistema agropecuario industrial está basado en el uso de energía, proveniente de combustibles fósiles, que en un momento fueron abundantes y baratos y que hoy, ya empezaron a ser escasos y caros. Seguirán aumentando de precio de modo irreversible. La agricultura industrial utiliza fertilizantes como la urea, que proviene de hidroarburos y el fósforo de origen mineral y existencia escasa. Funcionan también con petróleo toda la maquinaria agrícola utilizada para siembras y cosechas, las bombas de riego y los vehículos que transportan los granos a sus lugares de embarque o procesamiento industrial.

El problema es que no sólo se está agotando el petróleo sino también los suelos agrícolas, afectados por un acelerado proceso de desertificación promovida por el modelo. Hay que sumar además, que los recursos que pueden ser utilizados para energías alternativas como el litio y las tierras raras son escasos y finitos. La ganadería industrial, basada en el confinamiento de animales, la utilización de grandes volúmenes de agua y electricidad, el traslado de forrajes producidos a distancia, y las cadenas largas de distribución no tiene mayor futuro. Sembrar soja en el Mercosur para alimentar chanchos chinos es un negocio con fecha de vencimiento.

La cuestión del cambio climático es el otro gran problema. La cada vez más frecuente ocurrencia de marcas térmicas extremas, de períodos de sequías prolongadas y fuertes inundaciones, e incendios y huracanes, alteran los ciclos de las comunidades vivas de cada ecosistema y afectan la estabilidad necesaria para la producción agropecuaria, reduciendo cosechas y aumentando los costos de producción.

Intentando ilustrar con un ejemplo local propongo sintetizar los problemas que tiene un productor de buenas tierras de la zona núcleo: que ha empobrecido sus suelos y los ha hecho dependiente de insumos externos como herbicidas y fertilizantes cada vez más costosos y difíciles de conseguir, que debe pagar el combustible a precios exhorbitantes y que pierde dos o tres cosechas, de cada cinco, debido a las sequías o las inundaciones, las heladas tardías y las olas de calor.

Si esta crisis de la producción agropecuaria se la lleva a la provisión de alimentos, el panorama es desalentador. Por ahora, en relación a los alimentos, las crisis en el mundo y en país no son de producción, sino de distribución. Las multinacionales del agronegocios dicen que el problema es productivo y que las nuevas tecnologías lo resolverán, pero es evidente que están perdiendo la carrera contra el cambio climático y el agotamiento de recursos del planeta como agua y suelos. En este nuevo escenario, el aumento de los precios de los alimentos es como la fiebre que avisa de una enfermedad oculta. El modelo de producción agropecuario industrial es obsoleto y también lo es el modelo de comercialización de alimentos producidos a grandes distancias.

Frente a esta crisis, las respuestas de los gobiernos son tan ineficaces como las propuestas por las multinacionales de agronegocios. En la Argentina por ejemplo el ex-ministro Dominguez se involucró en la ocurrencia de promover la creación de megagranjas porcinas, destinadas a producir cerdos para exportar a China. Por suerte hubo resistencia y se trabó el proyecto. Más allá de las consecuencias ambientales que hubiera producido, quienes se embarcaran en esa aventura hubieran hecho un pésimo negocio. Dos años después, China había recuperado sus planteles porcinos y redujo abiertamente sus importaciones y los precios de la carne de cerdo.

La guerra de Ucrania, que provocó distorsiones en los precios de combustibles y alimentos, anticipó el futuro, pero esa tendencia es irreversible. Los minerales fósiles tardaron millones de años para crearse y los suelos agrícolas que se han conformado en miles de años, gracias al pastoreo de las grandes manadas de herbívoros, se están agotando.

Asociar la producción agropecuaria con una fábrica de dólares, recibidos vía exportación, idea que es compartida por el actual gobierno y la oposición por derecha, demuestra la ausencia total de comprensión de los problemas que afectan a la producción agropecuaria nacional, que sigue danzando en el Titanic, y disputando por recursos para seguir siendo parte de una fiesta que no va a tener buen final.

La única energía cuyos recursos no tienen fecha prevista de vencimiento es la que proviene del sol. La produccion agrícola, que utiliza esa energía a través de la fotosíntesis, se está realizando en suelos cada vez más agotados. Ese problema se agrava con propuestas como la de asociar la producción agropecuaria a una “fábrica de dólares”, que propone seguir adelante con el extractivismo, sin preocuparse por sus consecuencias.

Esa es la receta de las multinacionales, y es inviable a mediano plazo. A los suelos a los que se les aplica un tratamiento extractivista les sucede lo mismo que a un enfermo, al que todos los años le inyectan enorme cantidad de químicos que le bajan las defensas (agrotóxicos), y después le proporcionan otra enorme cantidad de químicos para fortalecerlo (fertilizantes) y volver a ponerlo a trabajar. No hay cuerpo que aguante.

Desde hace años se viene expresando en pequeños y medianos productores una resistencia al modelo agropecuario industrial. En algunos casos, esta resistencia está motivada por una conciencia ecológica, pero la mayoría de las veces se toman decisiones desde explicaciones confusas, donde se mezclan posiciones conservadoras, conveniencias económicas, y certezas de que han quedado afuera del modelo dominante.

Quien transita por las rutas en la cuenca del río Salado [Buenos Aires], puede advertir concentraciones de vacunos en parcelas dividas por alambres eléctricos, que identifican al pastoreo rotativo. Se advierten también campos donde el corte a diente a finales del verano ha reemplazado las promociones de 'ray grass' [césped inglés] con glifosato. Y que en algunas producciones agrícolas, han reaparecido las viejas variedades que permiten sembrar semillas hijas para la próxima cosecha. En lugares donde los 'pooles' de siembra dejaron tierra arrasada, aparecen algunos productores que regresan al campo y tratan de recapitalizarse apostando a la producción de ovinos.

Que existan estos potenciales sujetos de cambio, que podrían sustentar la soberanía alimentaria, no ha sido resultados de las políticas de los gobiernos de las últimas décadas que, con mejor o peor relación con los productores agropecuarios, han coincidido en tratar de conciliar con los intereses de quienes dominan las cadenas agropecuarias que son los exportadores, las multinacionales proveedoras de semillas e insumos y los complejos agroindustriales.

Mas allá de algunas confusiones ideológicas, hay productores que pueden ser alentados con diferentes políticas para que produzcan alimentos sanos y contribuyan a la regeneración de los suelos. También en el sector hortícola hay numerosos productores, que además tienen demandas de tierras, porque la mayoría son medieros o inquilinos, que pueden hacer un aporte sustancial en la producción de alimentos sanos.

Si se avanza en facilitar el acceso a la tierra a quienes la trabajan y en que cada peso que surja de las arcas estatales se invierta prioritariamente en la producción agroecologica, se podría aportar a la descentralización de las grandes ciudades, asentando familias en el campo y parajes rurales, fortaleciendo las redes cortas de comercialización y aportando a la creación de trabajo genuino.

Afrontar los problemas que hoy amenazan a la producción agropecuaria desde una perspectiva no extractivista, puede aportar no solamente a dar un futuro más alentador al sector, sino a resolver algunos de los problemas que afectan al conjunto de nuestro pueblo.

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