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EE.UU. :: 06/07/2008

Vendetta de miedo

Carolina Saldaña
Una reseña del nuevo libro de J. Patrick O?Connor: La Incriminación de Mumia Abu-Jamal

“La ley y el orden, así de sencillo....La ley y el orden. Y de esto se trata este juicio, damas y caballeros, más que cualquier otro juicio que jamás he visto....¿Vamos a vivir en una sociedad de ley y orden y hacer cumplir las leyes.... o ¿vamos a hacer nuestras propias reglas y actuar de acuerdo con ellas? De eso se trata.” Palabras del sub-fiscal de Filadelfia Joseph McGill el 3 de julio de 1982 para convencer al jurado que Mumia Abu-Jamal debería morir porque un policía fue asesinado.

El día anterior el jurado había encontrado a Mumia culpable del asesinato del policía Daniel Faulkner después de un juicio que duró 15 días. Ahora tendrían que determinar la sentencia.

El juez Albert Sabo había puesto el juicio en el fast track [vía rápida] para que el jurado y todos los oficiales pudieran ir a disfrutar de su Día de Independencia, el 4 de julio.

“¿Cómo pudo haber dado al jurado una opción más clara? O sentenciaban a Abu-Jamal a muerte o Filadelfia se volvería una jungla fuera de control,” estima J. Patrick O’Connor, el autor del nuevo libro La Incriminación de Mumia Abu-Jamal (The Framing of Mumia Abu-Jamal).

En su análisis de la audiencia, O’Connor recalca que el asunto # 1 en la agenda de McGill era asegurar que el jurado supiera de la historia de Mumia Abu-Jamal con el partido Panteras Negras, una historia que el periodista asumió con orgullo.

McGill también le preguntó a Mumia por qué no se había levantado cada vez que el juez entraba en la corte. Respondió: “Porque el juez Sabo no merece honor...porque opera por la fuerza y no por la razón....(levantándose) porque es un verdugo, un juez de la horca....por eso.”

Según O’Connor, para lograr una sentencia de muerte, McGill quería convencer al jurado que Abu-Jamal era “la encarnación del caos total”. No solamente había asesinado a un policía sino que lo había hecho con la misma “arrogancia” y “descaro” que había mostrado hacia la corte, y además era un “cobarde” por supuestamente haberle disparado al agente Faulkner por la espalda. Uno se pregunta si McGill hubiera sido tan ofendido por la “arrogancia” de un trajeado hombre blanco que insistía en sus propios derechos.

Al final McGill les agradeció a los integrantes del jurado su valentía y les invitó a tomar su decisión sin sentirse intimidados, una obvia referencia a los familiares e integrantes de MOVE asistiendo al juicio en su apoyo.

O’Connor explica que después de mentir al jurado y esconderle información durante todo el juicio, en colaboración con el juez Sabo, McGill fue demasiado lejos en hacerle pensar que no pudo considerar evidencia mitigante a menos de que todos estuvieran de acuerdo con respecto a la existencia de una circunstancia en particular. Se supone que el jurado debe sopesar las circunstancias agravantes (como el hecho de que la persona asesinada era policía en este caso) contra las circunstancias mitigantes (como el hecho de que Mumia era una persona respetada en la comunidad y no tenía un record criminal). Ésta práctica de McGill fue el motivo por el cual el juez Yohn revocó la pena de muerte en 2001 y una base de apelación en la reciente audiencia ante el Tribunal de Apelaciones del 3° circuito.

Aquel 3 de julio hace 26 años el jurado deliberó sólo cuatro horas antes de anunciar la sentencia que McGill y Sabo querían: muerte.

El autor y su libro

Cuando J. Patrick O’Connor, editor de Crime Magazine, vivía en los suburbios de Filadelfia en los años ’80, le gustaba escuchar a la voz de Mumia leyendo sus ensayos por la radio pública: “Me impresionó su capacidad para hacer que sus radioescuchas sintieran lo que él describía ––ellos sabían que le importaba”.

Le sorprendió cuando supo que Mumia fue acusado del asesinato de Faulkner pero los periódicos locales presentaron el asunto como un caso cerrado y le pareció que el veredicto era justificado.

En el prefacio de su libro, dice que después de ver el documental Un caso de duda razonable y leer el informe de Amnistía Internacional sobre el caso, tuvo unas dudas y empezó a investigar. Leyó miles de páginas de las transcripciones del juicio y todos los libros y materiales relevantes que pudo encontrar. Dice que estuvo difícil llegar a la verdad precisamente porque “la fiscalía construyó el caso sobre testimonio perjurado con un calculado desprecio para lo que la evidencia estableció”. Sin embargo, O’ Connor llegó a la conclusión de que el Departamento de Policía y la Fiscalía de la ciudad de Filadelfia incriminaron a Abu-Jamal por el asesinato de Faulkner.

O’Connor pone el caso en el contexto del activismo del joven Mumia durante el régimen del notorio Frank Rizzo, primero con los Panteras Negras y después como periodista que cubría los numerosos juicios de la organización naturalista MOVE. Destaca los tremendos conflictos en esta “ciudad de ghettos” entre Rizzo, dedicado a defender a los blancos contra la población negra gradualmente entrando en su territorio, y la anti-sistémica MOVE, dedicada a acabar con “el envenenamiento del aire, el agua, la tierra” y poner fin a “la esclavitud de las personas, los animales y todas la formas de vida”.

Dice: “Cuanto más los medios de comunicación intentaron pintar a MOVE como salvajes urbanos, más Abu-Jamal se esforzó a presentar el grupo como revolucionarios dispuestos a hacerle frente a la brutalidad policíaca, una postura que le costó su empleo de tiempo completo en la radio pública y le obligó a complementar sus ingresos como taxista en 1981. Su cobertura de MOVE también le hizo un hombre marcado para el alcalde Rizzo, quien lo amenazó furiosamente en una conferencia de prensa en 1978”.

Cabe destacar que en su libro, O’Connor no se define como partidario de MOVE, tampoco como activista en el movimiento para liberar a Mumia Abu-Jamal. Hasta cierto punto acepta las definiciones de los medios principales cuando se refiere a MOVE y a pesar del evidente aprecio que le tiene a Mumia, piensa que, desde una perspectiva legal, él ayudó en sabotear su propio juicio por su terquedad en rechazar al abogado de oficio Anthony Jackson y exigir su derecho a actuar como su propio abogado con John África como su consejero.

En su análisis del caso, O’Connor presenta los casos de la fiscalía y de la defensa, ofreciendo críticas de las decisiones tomadas por los varios actores. Enfatiza los detalles que destruye el caso de la fiscalía y que probablemente hubieran exculpado a Mumia Abu-Jamal en manos de un abogado competente si no fuera por la intimidación policial contra varios testigos y el esfuerzo monumental de McGill y Sabo para excluir evidencia favorable a Mumia.

Su visión de lo que pasó la madrugada del 9 de diciembre de 1981 es que Faulkner, quien había golpeado salvajemente al hermano de Mumia, Billy Cook, le disparó a Mumia cuando él corría a su lado, y que Kenneth Freeman, el pasajero en el coche de Billy, mató a Faulkner y huyó corriendo. Aún así, reconoce que hay mucha evidencia contradictoria y no intenta reconciliar todos los datos para que encajen en una sola versión de lo que pasó.

Figuras claves en la incriminación

Alfonzo Giordano. Entre los agentes que llegaron a la escena sólo minutos después del asesinato fue el inspector Alfonzo Giodarno, quien trabajaba bajo George Fencl, el jefe de la policía política en Filadelfia, la cual había vigilado a Mumia desde sus días con los Panteras Negras. Fencl había amenazado a Mumia personalmente varias veces. O’Connor señala que aunque el procedimiento normal hubiera sido que un detective del Departamento de Homicidio fuera comisionado para conducir la investigación, aquella madrugada Giordano se encargó inmediatamente.

Reclutó a Cynthia White, y después Robert Chobert, como testigos para identificar a Mumia como el tirador; los dos estaban involucrados en actividades ilícitas y, por eso, vulnerables a amenazas si no dijeran lo que la policía ordenó. Entre golpes e insultos raciales, Giordano interrogó a Mumia en la patrulla en camino al hospital y reportó que el detenido confesó que se le había caído su pistola después de dispararle a Faulkner . A pesar de que no hubo evidencia balística o huellas digitales indicando que Mumia Abu-Jamal había disparado a Faulkner, la decisión ya fue tomada: el periodista que había causado tantas problemas para las autoridades sería inculpado.

Joseph McGill. En el juicio de 1982, la incriminación siguió bajo la batuta del sub-fiscal Joseph McGill, quien consiguió una nueva “confesión” para reemplazar la de Giordano cuando la fiscalía fue obligada a distanciarse del corrupto inspector. En la selección del jurado, McGill usó 10 o posiblemente 11 de sus vetos perentorios para excluir los candidatos negros. Aunque la ley prohíbe el uso de testimonio falso y exige que el fiscal otorgue evidencia favorable a la defensa, él cometió un sinnúmero de violaciones. Entre otras, dice O’Connor, usó el testimonio falso y probablemente coaccionado de Cynthia White para identificar a Mumia y el testimonio falso y coaccionado de Verónica Jones para desmentir su declaración original que había visto dos hombres huir de la escena. McGill sabía que los resultados de una prueba de polígrafo aplicada a Dessie Hightower por la policía eran en gran parte favorables a la defensa pero no informó a la defensa de los resultados; Hightower juró que había visto un hombre negro huir de la escena y los resultados de la prueba hubieran prestado más credibilidad a su testimonio.

También escondió información sobre la presencia de un pasajero en el coche de Billy Cook; McGill sabía que Faulkner llevaba en su bolsillo una solicitud de permiso de conducir de Arnold Howard, el cual él había prestado a Kenneth Freeman, pero el fiscal quería que el jurado pensara que sólo Faulkner, Mumia, y Billy Cook estuvieron presentes en el momento del asesinato. Además, aunque McGill sabía que Gary Wakshul estuvo disponible para dar testimonio, mintió a la corte, diciendo que estaba de vacaciones; Wakshul había dicho en su declaración original que “el hombre negro no hizo ningún comentario” cuando acompañaba a Mumia en la patrulla la noche del asesinato. Este testimonio hubiera sido imprescindible para desmentir la falsa historia de la confesión.

Albert Sabo. El papel del juez Sabo en la incriminación también es estelar. Él había enviado más personas al corredor de la muerte que cualquier otro juez en el país e hizo sus intenciones claras: “Les voy a ayudar a freír ese negro”. Este comentario a uno de sus colegas fue reportado por la estenógrafa Terri Maurer-Carter en 2001.

Sabo aseguró que cualquier evidencia favorable a Mumia no sería escuchado por el jurado. Hizo todo lo posible para callarlo una vez y para siempre. En un capítulo de diez páginas, O’Connor presenta la trascripción de unos intercambios entre el juez, McGill, Mumia, y Jackson y explica que Jackson había avisado a la corte que pensaba introducir un informe del Examinador Médico anotando que Mumia recibió disparos por policías llegando a la escena. McGill inmediatamente dijo que la evidencia era inadmisible por ser testimonio de oídas, y Sabo lo respaldó. Cuando Jackson dijo que quería entrevistar al Examinador Stefan Makuch y el agente que hizo el reporte, Frederick Westerman, en la presencia de Abu-Jamal, el juez respondió: “A mí no me importa el señor Jamal”.

Por fin los dos fueron cuestionados en la oficina del juez sin la presencia de Mumia. Westerman desmintió el informe, diciendo que nunca había hablado de tal asunto. Sin embargo, Mumia quería que el jurado, los reporteros y el público escucharan esta “revelación potencialmente explosiva”:

Abu-Jamal: ¿Qué es lo que la corte pretende esconder, juez Sabo?

Juez Sabo: Señor Jamal, la corte no pretende esconder nada.

Abu-Jamal: ¿Por qué no quiere hablar del registro investigativo del Examinador Médico?....

Juez Sabo: Nada está escondido. Su abogado sabe de todo esto.

Abu-Jamal: Entonces hablemos de esto ante todos.

Juez Sabo: En su momento.

Abu-Jamal: Ahora es cuando....

Juez Sabo: ¿Se va a sentar?

Abu-Jamal: No.

Juez Sabo: Usted va a hacer un escándalo en la corte.

Abu-Jamal: No, estoy planteando una cuestión.

Juez Sabo: ¿Va a hacer esto en frente del jurado?

Abu-Jamal: Claro que sí. No tengo nada en contra de que el jurado escuche la verdad....

Juez Sabo: Usted está haciendo un escándalo en la corte.

Abu-Jamal: No estoy haciendo ningún escándalo.

Juez Sabo: Sáquelo, alguacil, sáquelo de aquí.

Lynne Abraham. O’Connor señala que otra persona clave en la incriminación ha sido la fiscal actual Lynne Abraham, quien fue al hospital donde Mumia estaba encadenado a la cama bajo la guardia de cinco policías para acusarlo de homicidio y posesión de un arma. Sin motivo legítimo, le negó su derecho a salir bajo fianza. Abraham empezó su carrera con Frank Rizzo y había firmado órdenes de aprehensión contra los integrantes de MOVE en ’78 y ’85, así justificando los dos ataques militares contra la organización. Conocida como “la reina de la muerte”, ha dicho en público que su razón de ser es “lograr justicia” para la viuda Maureen Faulkner. O’Connor explica que a pesar de que la pena de muerte fue revocada por el juez Yohn en el 2001, Mumia sigue en el corredor de la muerte gracias a la saña mostrada por Abraham cuando ella se opuso a su integración en la población carcelaria.

J. Patrick O’Connor está convencido de que los oficiales de la corte tenían la clara intención de incriminar y matar a un hombre inocente en 1982 y que todavía lo quieren muerto. En su libro, el escritor había expresado su optimismo para un dictamen favorable en la última apelación ante el Tribunal Federal del Tercer Circuito, basado en el caso sólido presentado por los abogados de Mumia. En entrevistas con Hans Bennett y Law & Disorder Radio, ha dicho que quedó incrédulo al enterarse de que una vez más la corte había inventado una regla especial para rechazar la apelación. “Es una vendetta”, dijo. “Hay mucho en juego aquí”. Cuando estaban tomando su decisión, estos jueces han de haberse preguntado: “¿De veras queremos que este hombre salga libre?”

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